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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Mariano Egaña. Cartas a Juan Egaña. 1824-1829
80. París, 17 de Junio de 1828.

PARÍS, 17 DE JUNIO DE 1828.

Amadísimo padre,

Cuánto no deseo hallarme al lado de Ud. y entregado tan exclusivamente al trato de Ud. y de las personas que miro como de la familia, que no sepa nada de Chile a pesar de que resida en el país. Quisiera no recibir por un largo espacio de tiempo sino impresiones suaves y tiernas; y lo deseo no sólo por gozar de un placer, sino también por encontrar un remedio. Si no me he vuelto ya, como es más seguro, estoy muy a pique de volverme misántropo, y de un gesto caústico intolerable. A esto conspiran las noticias que recibo de Chile, que me presentan las cosas bajo el punto de vista más odioso y desagradable que puede darse. Llego a creer que allá sólo se respira una atmósfera emponzoñada que no deja desarrollar ninguna virtud, porque sofoca todo lo que es justo, noble y elevado.

Empecemos por el señor Solar, que con la más negra vileza me roba una cantidad a título de comisión. Digo me roba, porque de tal expresión ha usado su mismo hermano Rosales, cuando le he referido aquí la historia de este cobro; y me ha dicho que todo lo que sea exigir más de un medio por ciento en semejante comisión es un robo. Prescindiendo de la obligación que si fuera hombre decente tenía de servirme, sobre todo en esta pequeñez, con qué título puede cobrarme dos por ciento cuando sólo ha sido un testaferro para que no sonase en papeles el nombre de Ud., y cuando aún, concediéndole que hubiese sido un encargado de cobrar y recibir, ¿no podía exigir más que el medio por ciento de recibo? Tenga Ud. presente que el señor Lizaur, que por su increíble equívoco me ha causado originariamente este daño, me dijo, cuando yo trataba de remitir aquellas letras, que la casa de Hutt y Compañía en Valparaíso ofrecía hacerse cargo de cobrar las letras, recibir el dinero y practicar todas las diligencias accesorias hasta dejarlo embarcado con dirección a Inglaterra, por un dos por ciento; y yo le contesté que no quería perder este dos por ciento, pudiéndolo ahorrar con remitir las letras a García. Ki [1] en cuyo favor había librado antes otra suma (que creo se recogió en ésa por mano de Waddington) me ofreció del mismo modo no cargar más en cuenta por total de comisiones hasta el arribo a Inglaterra, que un dos por ciento; y en ambos casos debían los comisionados practicar todas las diligencias sin contar con nadie que les auxiliase. Solar ni aun el trabajo de recibir el dinero ha tenido, y este proceder es hermano legítimo del robo que ha hecho del tercio de la suma destinada para la impresión del Chileno. Su conducta se presenta con un nuevo carácter de infamia si se tiene consideración a la ingratitud con que corresponde los servicios que le he hecho. Cuanto escrito se le ofrecía en mi tiempo de abogado se lo hice de balde, y poniendo por lo regular el papel sellado y el escribiente; pero sobre todo me acuerdo que un don Domingo Solar, su tío carnal, tuvo un pleito con otro de Coquimbo sobre una mina; lo defendí hasta su conclusión en que lo ganamos; y cuando Solar me preguntó qué valía la defensa, le contesté que ya sabía que yo no llevaba interés en los servicios hechos a su casa. Dejo aparte que con esta segura confianza se han dividido de los bienes de don Juan Enrique, sin contar que me debía más de 1.500 pesos; y aún sin preguntarme cosa alguna. ¿Qué hacer, pues, con un hombre de esta clase? Pienso no dejarlo así, sino escribirle cobrándole severamente mi dinero y el de la impresión del Chileno; y demandarlo ante un juez, a mi llegada a ésa, si no me paga.

Pasemos a las propuestas que ha hecho el señor Vial, por recomendación sin duda de Pinto. A Ud. ha incomodado este negocio, y a mí me ha causado una indignación mezclada de compasión y de risa; tal es de absurda y de escandalosa esta iniquidad, y ruin la bajeza de los que figuran en ella. Despojarme de mi empleo actual de miembro de la Corte Suprema, contra una ley expresa que los declara inamovibles sin precedente causa seguida conforme a las leyes; despojarme del empleo que tenía antes de ascender a éste, haber empleos vacantes y llamar abogados hasta de fuera de la magistratura para ocuparlos, sin acordarse de mí; reconocer terminantemente en la propuesta el derecho que tienen los funcionarios de la misma carrera judicial a ser llamados a los empleos superiores, y sin embargo no hacer ni mención de mí; y practicar todo esto como en recompensa de los servicios que estoy haciendo al Estado, y que aunque fueran nulos, al gobierno se le ha antojado proclamarlos como grandes y muy meritorios, son atentados tan monstruosos que por su misma magnitud no deben dar cuidado. Siento que Ud. hubiese pedido, aunque fuese privadamente, que me propusiesen, porque, en primer lugar, esto ha sido darles la satisfacción de que hagan un desaire, y de que se jacten de que les hemos pedido un empleo; y en segundo lugar querrán decir que no me han despojado pues nosotros mismos estamos convenidos en que para ser yo Ministro de la Corte Suprema necesitaba ser propuesto y nombrado; cuando la ley (la Constitución) que ha dado origen y organización a la Corte Suprema declara que el Procurador General es miembro de la misma Corte. Una falta de consideración, y aun un insulto de parte de un gobierno como el de Pinto, o de una persona como Pinto, no es ciertamente un agravio que desdore; pero siento no obstante sobre todo que habiendo Ud. hablado a él y a Vial hayan obrado de esta suerte. Entre los inmensos beneficios que debo a Ud. (y con el más tierno reconocimiento recuerdo en cada instante que debo a Ud. todo cuanto soy) uno de los que más singularmente agradezco es el que se haya visto en la necesidad de acercarse a algunos de estos facinerosos en obsequio mío.

¿Y qué diremos de la bajeza con que Vial por el miserable interés, no de conservar su empleo, porque no puede racionalmente temer perderlo, sino de que sin mayores atrasos se pague el sueldito, prostituye su conciencia, sofocando como es preciso sus remordimientos? A mí, a mí me ha dicho este mismo Vial una tarde, cerca de la oración, pasando juntos por las ventanas de la casa de don Estanislao Portales, que Argomedo es un ladrón en su carácter oficial de juez; y de Villarreal, a quien propone en primer lugar para Ministro de la Corte de Apelaciones, sabe que ha puesto un certificado falso; y sabe además que el reglamento de administración de justicia (donde yo tuve presente este mismo caso particular de Villarreal) previene “que el juez que ha cometido alguno de los actos de menos valer a que las leyes afectan la pena de inhabilidad para juzgar, no pueda juzgar ni aún conviniendo las partes en que aquella persona sea su juez”; es decir, no puede ser ni árbitro. Pero Vial, como buen pancista, no sólo su conciencia sino aún su entendimiento sabe acomodarlo a su interés. Difícilmente podría encontrarse entre las personas decentes, una tan desnuda de instrucción y tan generalmente ignorante como Benavente. El mismo jamás manifestó aspiraciones a sabio; y ni el Senador Vitelio del tiempo de Claudio, ni don Modesto Villegas, del tiempo del oidor Pérez, podrían, después de haberse devanado los sesos por mucho tiempo, haber encontrado razón en qué apoyar los elogios de la sabiduría de Benavente, al menos en lo que éste había producido hasta mi venida a Europa. Pues, señor, Vial y Correa habían elegido los asientos de la Alameda de la Cañada para ir por las tardes a ponderar allí los talentos y conocimientos del Ministro de Hacienda, en cuyas manos estaba por supuesto el dar la orden a don Ramón Vargas para que pagase con preferencia el sueldecillo; y en quien ya tenía puestos sus ojos y toda su confianza el insigne don Fernando Errázuriz con el doble objeto (a mi entender) de capitular por su intervención con los gavilanes, y de tener parte en el Estanco del tabaco. Estos elogios probablemente recordarán a Ud. a aquel senador, nuestro amigo, que oyendo la lectura del papel que hizo Rodríguez Chillán [2] en nombre del Cura Requena del Perú, en contestación a otro clérigo peruano, interrumpía cada palabra con un arrebato de admiración, y ya queda en éxtasis, ya caía en deliquio [3], absorbidas todas sus facultades en la consideración de la profundidad, sabiduría, elocuencia y gracia de aquel escrito, que por fallo universal se declaró inimitable, aún cuando Pericles, Cicerón o Rousseau resucitasen para sólo imitarlo. También recordarán a Ud. aquella tertulia ante la cual, cuando O’Higgins agarraba hombres y sin seguirles causa los despachaba a embarcar, Ud., haciéndose el zonzo, decía que naturalmente tomaría el Director aquellas providencias autorizado por el Senado para usar de facultades extraordinarias; y todos quedaban en el más profundo silencio, sobrecogidos de una mortal tristeza. ¿Qué hay pues, que extrañar ni que esperar de estos hombres, de estos senadores, Ministros de Estado, Ministros de Hacienda, Presidentes de la Corte Suprema, Contadores Mayores, regentes de la Corte de Apelaciones? ¿Qué hay que esperar de un pueblo cuyos destinos, sobre todo en tiempos calamitosos y de corrupción universal, se confiasen a la integridad y firmeza y amor público de estos varones proveídos ya en tan altos empleos? Y para mayor desesperación hay todavía que decir que no son estos los peores, y que en ello se envuelve si habíamos de ser eternamente los súbditos de Pinto, Infante, Orjera, Fariña, etc. ¡Qué suerte tan brillante de República!

En cuanto a mi empleo, estoy muy distante de pensar perderlo, y mucho menos conformarme, o dejar pasar en silencio el atentado cometido. Por el contrario, he hecho voto formal de reclamarlo con estrépito, con calor y con la más invencible constancia, por cuanto medios estén a mi alcance sin reparar en gastos, desazones ni obstáculos. Estoy firmemente persuadido de que uno de los mayores males que pueden hacerse a la patria, y a sí mismo, particularmente en tiempos desgraciados, es dejar pasar en silencio los atentados y allanar así el camino a los facinerosos para que cometan otros nuevos. El mismo agraviado es el que más se perjudica, y al cabo tiene que desengañarse que su pusilanimidad y el egoísmo con que prefirió el silencio a exponerse a mayores peligros, han sido un falso cálculo, porque como ya está tomado entre ojos y reputado por enemigo de la facción, o envidiado, le siguen dando duro si lo encuentran mansito. Callándome hoy sobre el despojo de mi empleo y durando Pinto, dentro de poco saldría un decreto mandando que no se me pagasen mis sueldos que se están debiendo; y luego otro disponiendo se me formase causa, tal vez por haber paralizado las operaciones del señor Irisarri; y en seguida otro quitándome mis libros, mi coche y mis mesas. Si a cada fechoría encontrasen los facinerosos un obstáculo, por pequeño que fuese, en las reclamaciones y energía de los agraviados, seguro es que se atreverían a menos de la mitad de lo que se atreven. Si cuando se cometió en Chile uno de los más execrables y odiosos atentados que he visto, cual fue privar a Ud. sin indemnización alguna del empleo vitalicio que había servido por veinte años, recompensando así los servicios hechos en el desempeño del mismo empleo, y los practicados incesante y gratuitamente en servicio de la patria, y esto al poco tiempo que acababa Ud. de llegar de un presidio sufrido por la causa de la patria [4] y cuando se acomodaba a todo patriota por pillo que fuese; si cuando se hizo esto, repito, en lugar de haber ocurrido pidiendo una declaración para que don Ignacio Torres [5] tuviese la satisfacción de poner como a un memorial de Enrique Guzmán o el cojo Castro: “Se tendrá presente el mérito del suplicante en las vacantes que ocurran”, hubiese Ud. hecho sus reclamaciones con pompa, solemnidad, y sobre todo entereza, al Gobierno, al Senado y a la opinión pública, estoy cierro de que hoy estaría Ud. gozando su empleo o una buena jubilación. Además tiempo había para después de contenido el atentado renunciar si se quería; y esto habría sido más glorioso que quedarse callado. Una atroz injusticia representada con sus verdaderos colores y reclamado el agravio por un hombre que puede presentar toda la conducta de su vida sin rubor, tiene por preciso efecto, o producir su reparación, o derrocar a los malvados, o dejar la mitad del camino andada para su ruina. Es necesario también que aun cuando no sea más que por vía de conveniencia y de propia seguridad se dé uno a respetar de los facinerosos; y para ello no hay otro medio que no dejarse herir impunemente. No dudo que el pelucón a quien más temen hoy los pipiolos es don Domingo Eyzaguirre, y me atrevo a decir que con seis hombres como don Domingo Eyzaguirre no estaría Pinto mandando, porque en estos casos el mayor número de hombres así, tiene el mismo valor multiplicativo que el mayor número de quilates en un diamante.

Por todos estos motivos voy a reclamar, y me apresuro a hacerlo desde aquí, del despojo que se ha hecho. Ud. verá mi reclamación que ha de ir por su mano y sujeta a que Ud. haga de ella el uso discrecional que tu viese a bien. Irá concebida en un lenguaje un poco diferente del que usarían el senador y los otros amigos de los elogios en los asientos de la Cañada.

Parodiando aquel sabido texto de las Lujanes podría yo decir: “gracias a Dios de que ni por un momento me ha engañado Pinto”. Qué he de extrañar el modo con que se ha manejado con Ud. Antes es mucho que no ha publicado un manifiesto como aquél en que contestó al mensaje del Senado; pero todavía no es tarde. El sobrino de Cienfuegos (que ahora vuelve con Rosales y estaba en ésa de edecán de Pinto) me ha dicho de las reuniones que tenían Zegers, un español cuyo nombre no recuerdo, empleado en una de las Secretarías, Fariña, Navarro, y no sé qué otros en que me despellejaban altísimamente. Por aquí saque Ud. la cuenta del amor que nos tienen, pues estos son los consejeros diarios y ad íntima de Pinto.

A propósito de Cienfuegos. Él debe hallarse ya en Roma, pues hace tiempo que salió de Génova para aquella corte. Estuvo en París nueve días, hablaba divinidades de Pinto; y la historia de los diez mil pesos que éste le arrebató a su partida, y de que Ud. estará instruido, lejos de enternecer daba risa, y aquella indignación que excita una pillería vil y soez, principalmente en uno que se llama jefe de un pueblo.

Al mismo tiempo que esta carta llegará a ésa Rosales, que ha salido de aquí el 5 del corriente. Entregará a Ud. una carta de recomendación mía. Yo le he hecho aquí servicios que compensan los que él me ha hecho. Sin embargo, si se le ofrece alguna cosa, Ud. atiéndalo en cuanto pudiese sin gravamen. En cuanto a la propuesta de la negociación o compañía que pretende entablar, acá para entre Ud. y yo, nada tengo resuelto fijamente hasta mejor informarme y sobre todo que yo hable con Ud. Por consiguiente, cualquier dinero mío que se recoja, quiero que hasta mi vuelta permanezca siempre en Chile a disposición de Ud. ganando, si es posible y compatible con su seguridad, algún interés, como ya he dicho a Ud. en otra.

Barra está en Londres desde abril. Ya dije a Ud. que había él celebrado mucho su nombramiento; pero aun lo está entreteniendo el Ministro inglés sin decirle si lo recibe o no. Atendido el estado actual tan crítico de la Europa, que ya está en guerra, pues los rusos se baten actualmente con los turcos, han ocupado ya la Moldavia y Valaquia, y se cree que ocuparán luego a Constantinopla, era necesario que uno de los dos quedase en París; y previendo que el Gabinete inglés había de poner dificultades al reconocimiento del Consulado, quise que él mismo y por sí solo hiciese las diligencias, para que no se dijese en Chile, en caso de mal éxito, que yo tenía interés tal vez por vía de despique en que no se hiciese tal reconocimiento. Por eso aún estoy aquí.

Mi partida será luego para aprovechar la próxima cordillera en cuanto se abra. Estoy encajonando mis cosas y preparándome.

Rosales entregará a Ud. un cuadro de mano maestra que ha pasado aquí por una excelente pintura y como tal ha estado en la exposición del Louvre. Me parece que tendrá algún interés para Ud. por el sujeto que representa. Es hecho ex profeso para estar colocado en alto.

Mil cosas a mi madre a quien estoy escribiendo, a Dolores, Chabelita, Luisita, Ríos, Juan, Juan Ramón y a todas las de casa.

Soy mi amadísimo padre su

Mariano

 

Notas.

1. Borrado el original. Probablemente se trate de Kinder. Ver carta del 15 de marzo de 1828.

2. Se refiere a José Antonio Rodríguez Aldea, quien había nacido en Chillán en 1779.

3. Éxtasis, arrobamiento, desmayo.

4. Alusión al confinamiento de Juan Egaña en el presidio de Juan Fernández durante la Restauración de la Monarquía, entre 1815 y 1817.

5. Escribano del Consulado, autor, en 1808, de las Advertencias precautorias, texto que el Cabildo de Santiago consideró ofensivo a la lealtad de los chilenos. También fue confinado en Juan Fernández.

6. Domingo Eyzaguirre fue Intendente de la canalización del río Maipo entre 1802 y 1820, intervino en la fundación de San Bernardo en 1821; Presidente de la Asamblea provincial de Santiago en 1823, Diputado por Santiago de 1824 a 1825 y nuevamente entre 1834 y 1840, por Talca de 1840 a 1842. Asumió como Vicepresidente de la Cámara de Diputados de 1836 a 1839; Gobernador del departamento de Victoria de 1835 a 1845.