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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Mariano Egaña. Cartas a Juan Egaña. 1824-1829
71. París, 15 de Diciembre de 1827.

PARÍS, 15 DE DICIEMBRE DE 1827.

Amadísimo padre,

Hace mucho tiempo a que no recibo en sustancia carta de Ud. y puedo decir que la última ha sido la de 8 de mayo; porque dos posteriores que he recibido, una con fecha 15 de julio y otra con la de 4 de agosto, no han sido más que simples avisos de que me iba a escribir primero, y después que ya me había escrito por la Hope y por conducto de Undurraga, hijo. Han llegado a Londres los paquetes de octubre, noviembre y diciembre que han traído la correspondencia de Chile de junio, julio y agosto, y yo no he recibido una letra salvo aquellos avisos: al mismo tiempo que la Hope no [a]parece, porque creo que no salió de Valparaíso hasta fines de agosto, y después ha tenido que arribar a Pernambuco, donde se sabe que estaba últimamente con algunas averías, aunque no de consideración. Así es que de Chile no sé lo único que deseo saber, que es lo que Ud. me escriba. Pinto está haciendo papel de Presidente y Zegers de Ministro de Estado interino (no sería por cierto mejor el que aquél eligiese en propiedad). He aquí una bonita administración que según las reglas dramáticas aumentará el interés de la tragedia para llevarla a su conclusión, y que tendrá también sus tres hijos como la anterior de 1824. Aquellos fueron el Estanco, las hacienditas de frailes y la devolución de los bienes de los Carrera. El lograr tales hijos bien valía la quitada de la Constitución, la introducción de la anarquía y el descrédito y ruina de Chile. ¿Y quién sabe lo que se hará para lograr los de este segundo matrimonio? El primogénito ya ha salido a luz; la creación de una deuda nacional interior que no hay, que no se podría pagar jamás, y que nadie reclama, si no es excitado por los autores del proyecto. Me parece divisar ya también el segundo hijo, y se me pone que ha de ser algo que tenga conexión con el pago de los dividendos del empréstito. Zegers, muy formal, me dice ahora en un oficio, que como se va a hacer seriamente el pago (mediante la aplicación del Estanco a este objeto), varios comerciantes han escrito a Londres para que se les compren obligaciones del empréstito. En efecto, éstas, que hoy se hallan al precio de 27, subirán sin duda al de 50 ó 60, si se empiezan a pagar los dividendos, y con uno sólo que se cubra, hecho que nadie puede saber si tendrá o no lugar mejor que el Presidente de Chile. Esta es una de aquellas ganancias enormes y seguras que se hacen en la bolsa de Londres. Ya la idea ha ocurrido: yo no diré que se aplique o no a intereses personales. Le es muy fácil al Presidente llamar a un comerciante inglés amigo, y decirle que haga comprar a medias un gran número de obligaciones, bajo la seguridad de que el dividendo se pagará precisamente a tal tiempo; y cualquier comerciante se dará por muy bien servido de que se le interese así. Resta ahora saber, y el tiempo lo dirá, si el Presidente se resiste a esta tentación.

Hay chilenos, y es preciso confesarlo, que pecan sólo por ignorancia sin proponerse provecho alguno, pero también los hay, y en estos últimos tiempos se han descubierto en gran número, principalmente entre los que han seguido algún curso en Buenos Aires, donde están mucho más adelantados que nosotros, que producen leyes o decretos en que desde el principio llevan determinada la parte que por ella han de pescar. Ud. que ve de cerca las cosas y las personas sabrá quiénes pescan y quiénes no. Yo sólo apunto aquí los medios de pescar.

La creación de una deuda nacional supone la emisión de obligaciones, o billetes, o una liquidación anterior para determinar la cantidad fija que se reconoce como deuda. Esta liquidación si no se verifica con la más severa probidad, traerá buenos ratos a algunos amigos, principalmente de Concepción, que conseguirán incluir en ellas mulas y caballos del año de 1813 con certificados dados ahora por peones que dicen que entonces eran jueces o prorratistas, y sueldos y pensiones debidos a la familia por el Gobierno Español, puesto que también se ha de liquidar la deuda española.

Emitidas las obligaciones empiezan éstas a venderse, como es natural, con una rebaja de un 80 ó un 70 por ciento; y entonces un ministro, un compadre, o un gobernante cualquiera comienza también a comprarlas; y cuando ya tenga acopiado un número considerable, no faltará arbitrio como poner un decreto o sea ley que haga subir su valor; y si no, ahí están los bienes nacionales en cuya compra se mandarán recibir a la par. Si Apoquindo; si Santo Domingo; si Longotoma no están vendidos, ¡qué bella oportunidad para hacer Rey al señor don Francisco Antonio [Pinto], como decía su amigo de Ud. el cura de Melipilla! Puede ser que también la Patria reconocida trate de premiar los grandes servicios hechos a la nación, y que por vía de recompensa nacional se contribuyan algunas sumas cargándolas a la deuda pública, como se ha hecho en Francia para indemnizar a los emigrados. Puede ser por último que los militares y algunos empleados civiles se retiren después de asignárseles un capital sobre la deuda pública. En fin ésta da para todo, y pudiera ser que tanto se tomase el gusto a la emisión de papel sobre el crédito público que sacadas las primeras ventajas que se hayan propuesto los autores del proyecto se siguiese inundando a Chile hasta ponerle en circulación siquiera 200 millones de pesos, pues en sola la capital de Buenos Aires introdujo el prototipo de nuestros héroes más de 10 millones. Nosotros, para no perderlo todo, nos apresuraríamos a comprar a Orjera la porción que le toque por sus eminentes servicios públicos.

Zegers cada día está más perito. Me ha mandado una credencial sin saber siquiera poner el sobre escrito, porque ignora el título del Rey de Inglaterra que no ha querido ver en los almanaques incluso el Chileno, ni en los tratados, ni siquiera en muchos de mis oficios. Tampoco me ha mandado copia de la credencial, requisito esencialísimo, que a él le consta que yo mandé sacar antes de mi venida, y sin el cual ningún ministro me admitirá, porque viniendo la credencial cerrada para que el Rey la abra al tiempo de mi presentación, no tengo otro documento con que acreditar mi persona con el Ministro, que la copia, la cual es además indispensable presentar a éste para que reconozca si la credencial viene en forma (que tampoco creo yo que venga buena). Me escribe además en lugar de oficios, notas estrictamente diplomáticas como de Enviado a Enviado o Ministro extranjero, imitando así la frivolidad y ridícula ignorancia de los de Buenos Aires en donde ya un marido escribe a su mujer: “el marido que suscribe tiene el honor de saludar a la consorte a quien se dirige”, etc. Se riera aquí cualquiera persona instruida a quien tuviese por desgracia que transcribirle una comunicación de mi gabinete, extendida en esta facha.

Suspendido aquí para continuar si el correo para Londres se demora.

A Dios, mi padre. Soy su

Mariano.

 

París, 15 de diciembre de 1827.

(Continuación de mi carta de la misma fecha)

Amadísimo padre,

Quedábamos en las notas diplomáticas de Zegers, y ¿qué decir de tan grosera ignorancia en el Ministerio de Relaciones Exteriores de un país que lleva ya más de diez y ocho años de revolución? Pero Zegers es buen ministro de Estado para Pinto; así como Solar y don Santiago Pérez.

Ha conseguido el señor don Manuel Gandarillas retirarse con la satisfacción de no haberme contestado un solo oficio, ni acordádose en todo su tiempo de que había Plenipotenciario en Londres, sobreponiéndose con imperturbable entereza a los remordimientos que debía causarle el ver en cada correo tantas comunicaciones mías, y las ardientes y esforzadas reclamaciones con que, en un lenguaje casi de desesperación, suplicaba se me contestase algo sobre tanto aviso y tanta consulta pendiente en negocios de un interés vital para la patria. Estaban sin contestarse mis oficios, absolutamente todos, desde noviembre inclusive de 1825; y ésta ha sido precisamente la época en que han ocurrido todos los negocios relativos a la falta de pago de los dividendos, y en que se me ha tenido algo más que vendido. Se retira a reposar, probablemente sin más que el ahorro que haya podido hacer en poco más de un año del sueldo de 3.000 pesos. Así estará reposando su antepenúltimo antecesor, que según Llombard se contentó modestamente con sólo recibir cincuenta mil pesos, aunque en efectivo y de contado, por su porción estanquística. Siquiera tuvo esto más cuenta al Estado; y ojalá todos se hubieran contentado con recibir un destajo por sus servicios ministeriales en la negociación, porque los que recibieron su pitanza en interés en la misma empresa, han sido y serán siempre los más esforzados protectores del robo de millón y medio que se ha hecho con esta farsa, y que en Europa es el escándalo de cuanta persona tiene alguna noticia sobre Chile. Conociendo yo algo (aunque no tanto como ahora) las uvas de mi majuelo; y viendo que cuando por casualidad se encontraba algún fiscal, algún contador mayor o algún otro defensor celoso se le recusaba, y con suma bellaquería se admitía la recusación, establecí por un artificio expreso del Reglamento de Administración de Justicia, que “ningún funcionario destinado a coadyuvar o proteger los derechos de alguna de las partes, era recusable”; porque, en efecto, sólo por la más grosera ignorancia podía intentarse la recusación de la misma parte. Sin embargo, la Caja de Descuentos será recusada, y apuesto desde aquí a que Elizalde será el Fiscal que intervenga en este negocio. Viva por tanto la patria gozándose de que ya no necesita de que su independencia sea reconocida por las naciones extranjeras; y por cierto que mientras subsista el actual estado de cosas, un Ulman de cosacos se resistiría a entrar en tratados con una pocilga de facinerosos.

En efecto Zegers, que con una expedición admirable me contesta en dos de sus notas cincuenta y dos oficios, dejándome por consiguiente en ayunas de casi cuanto había deseado yo saber, me dice en una de éstas, “que Su Excelencia el Presidente me ordena expresamente, que ni con Inglaterra ni con Gobierno alguno entable gestión alguna sobre el reconocimiento de la independencia de Chile; paso innecesario y aún degradante, cuando un pueblo tiene en sí recursos suficientes para subsistir y prosperar”. El dar instrucciones a los agentes diplomáticos pertenece sin duda al poder ejecutivo, o al menos debe pertenecerle bajo una Constitución razonable; pero así Su Excelencia como su Ministro de Estado no han querido ver las que yo traje que son una ley formal expedida con todos los trámites constitucionales, y que por lo mismo no puede el Presidente alterar o modificar por solo su voluntad. Entre tanto, prescindo de la política o acierto con que esté dictada la alteración.

Pero lo más notable de la correspondencia recibida es lo siguiente. Ud. recordará muy bien que traje instrucciones para cobrar la parte de nuestro empréstito suplida al Perú. Al momento que llegué traté de dar pasos para llenar este encargo; y reconocí que el agente peruano no daba medio real sin orden de su Gobierno. Como no quedaba más arbitrio que reconvenirle judicialmente, consulté a dos jurisconsultos ingleses sobre el modo de hacerlo. La contestación de éstos, que exigía indispensablemente para entablar cualquier clase de demanda que el Gobierno de Chile practicase ciertas diligencias previas, la mandé inmediatamente a los Directores, encargándoles que las pusiesen en planta. Desde entonces no he cesado de reconvenir por que se practiquen las diligencias prevenidas; y por último escribí un largo oficio reservado dando cuenta de las negociaciones que aquí se hacían por los Enviados del Perú, para conseguir un nuevo empréstito, de los pasos urgentes que debía emprender el Gobierno de Chile en las presentes circunstancias, para obtener su cubierto, antes que aquí se disipase este nuevo empréstito. Me contesta, pues, ahora el Gobierno “que no se han hecho diligencias ni se pueden hacer fácilmente, y que no puede menos Su Excelencia que pensar que yo ignoro que el referido empréstito está todavía por reconocerse por el Gobierno del Perú, que no ratificó el tratado como debiera haberse exigido de él, antes de franquearle el dinero”. Mas no tuvo que ir hasta Roma por la respuesta el vencedor de Moquegua, el Ministro del 19 de julio de 1824 y el establecedor del sistema federativo en Coquimbo. La ha tenido desde París; y en términos que no habrá mucha complacencia en leerla. Sospeché que ésta era una preparación para atacarme sin duda con otra memoria parecida a la que publicó en contestación al mensaje del Senado, y en que inventa la ridícula especie de instrucciones monárquicas; y conociendo que a los bribones, en cualquier rango que se hallen, es preciso hablarles con severidad y entereza, para que le tengan a uno respeto, le contesto: 1º que no se ha leído el tratado, pues en él se habría visto el artículo adicional que responde a la objeción que se hace, porque en él se estipula expresamente que no haya necesidad de aguardar la ratificación para entregar los subsidios de que habla el tratado, en atención al apuro de las circunstancias, y a que la ratificación en el caso presente sólo sería una mera formalidad, pues las estipulaciones, tales literalmente cuales aparecían en el tratado, estaban consentidas y aprobadas con cuanta solemnidad podía desearse por el poder ejecutivo y Congreso del Perú, en los documentos autógrafos que se tenían a la vista, y eran los oficios del Gobierno Peruano y las instrucciones comunicadas a su Enviado, y sancionadas por su Congreso; 2º que conforme a lo que dicta el sentido común, y a la práctica diaria de las naciones, toda convención que si no tiene un efecto inmediato ha de quedar ilusoria, no necesita ratificación una vez que conste de la autorización bastante de los contratantes; 3º que el Plenipotenciario que por parte de Chile celebró el tratado tuvo la precaución, no obstante lo expuesto, de consultar sobre este punto; y el gobierno legislativo acordó que no se aguardase la ratificación, y que se le agregase al tratado el artículo adicional que aparece en él; 4º que sin embargo la ratificación debía siempre exigirse del Gobierno del Perú, sin perjuicio de cumplir inmediatamente lo pactado, y en efecto se solicitó al punto; pero cuando llegó al Callao la copia ya el enemigo había ocupado a Lima, se habían establecido dos Gobiernos en el mismo Callao, cada uno con el nombre de Gobierno del Perú: siguieron después las desavenencias en Trujillo donde el poder Ejecutivo destruyó al Congreso y volvieron a aparecer dos gobiernos soberanos del Perú, uno en Trujillo y otro en Lima; de manera que no había de quién exigir la ratificación, porque habría sido impolítico e imprudente haberla pedido a alguno de ellos; y bien notorios fueron los esfuerzos del Ministerio de Chile por mediar en estas diferencias y obtener el establecimiento de un gobierno en el Perú con quien pudiese entenderse; 5º que el Ministerio que existía en Chile cuando nombrado Director el General Bolívar redujo a Riva-Agüero, y se consolidó el gobierno con las batallas de Junín y Ayacucho, es el que debe responder de la criminal indolencia de no haber exigido la ratificación; 6º que el Gobierno de Chile, manteniendo un ejército en el Perú, contaba con el influjo que para todas sus negociaciones debía proporcionarle esta medida; y hago una enumeración de las grandes ventajas que una política previsora se proponía sacar de la permanencia de este ejército en el Perú hasta su entera pacificación, y que todas fueron frustradas por la venida de este ejército. Todo esto lo digo sin acrimonia, y en estilo muy modesto, porque no quiero ni me es lícito herir con desvergüenza, sino decir la verdad.