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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Mariano Egaņa. Cartas a Juan Egaņa. 1824-1829
63. Londres, 12 de Mayo de 1827.

LONDRES, 12 DE MAYO DE 1827.

Mi amadísimo padre,

Estoy fastidiado ya con mis disertaciones políticas, ya porque sólo pueden recaer sobre materias tristísimas, ya porque me hacen olvidar de objetos más interesantes. Sin embargo empecemos ahora por una cortita.

Se me ha avisado (después de escrita mi anterior) que el ínclito don Antonio José Irisarri se hallaba en Río Janeiro; y no cabe duda en que será de tránsito para Chile. Increíble se haría este extremo imponderable de impudencia para quien no considerase el actual estado deplorable de aquel país, donde no existen leyes, gobierno, principios de moral, ni sombra alguna de orden, y donde faltan hasta el vigor de las pasiones y la ferocidad salvaje con que los hotentotes recibirían al que después de haberlos ofendido del modo más atroz, se fuese a establecer entre ellos para proporcionarles nuevos males. Pero el fuerte de Irisarri es conocer a Chile, y obrar conforme a este conocimiento. No es ésta la primera vez que he escrito a Ud. que él se fijó aquí por principio, que ahí ni se entendían las cosas, ni se castigaban los crímenes aun cuando se llegasen a entender. Así es que aunque en cualquier parte del mundo que se presentase un hombre en las circunstancias de Irisarri sería conducido inmediatamente a un juicio preparatorio para su castigo, en Chile será colocado al punto en el Ministerio de Estado. Uno de los que vieron la carta dichosa que le escribió Freire aprobándole plenamente cuanto había hecho, y prodigándole las más altas expresiones de gratitud, me dice que terminantemente le aseguraba en ella que se le haría ministro de Estado; y ahora en la nueva calidad de digno jefe de tal familia, suspirará por llevar a efecto su promesa. Yo desprecio demasiado a los malos, para temerlos; pero es seguro que pueden hacer daño, y esto servirá a Ud. de regla, no para guardarles consideración alguna, no para dejar de sostener, y aún pelear por la justicia, sino para precaverse y estar muy alerta. No puedo dejar de decirlo: uno de los males que causa (a vuelta de otros bienes) el tener una [sic] alma llena de candor, es no persuadirse que hay individuos muy malvados y no sospechar de muchos como se debiera. Nuestra educación en un pequeño recinto, no nos ha proporcionado teatro bastante para conocerlos; y es falso que humanos mores nosce volenti sufficit una domus. Ni cien mil son bastantes; porque después de haber registrado todo este número y haber encontrado la fría pero profunda habilidad de un Hullet, la impudente malicia de un Pebrer, etc., todavía falta mucho que descubrir y mucho más aún que sospechar. Ni el mismo Irisarri es ya capaz (al parecer) de empeorar a Chile. No podría aumentar el desorden, porque ya ha llegado a su colmo, y en cuanto a perversidad y corrupción intrínseca e impudencia para atentarla, van parejos con él los actuales. Irisarri no habría celebrado el tratado último con Buenos Aires, ni se vendería por una miseria como sospecho que se ha vendido Gandarillas. Pero Irisarri sabe más que todos los actuales gavilanes con mando; y suponiendo igual malignidad intrínseca, hará dobles y cuadruplicados daños, porque su mundo y su práctica le ofrecerán más medios. Por otra parte no sé si Gandarillas, Infante, Benavente, etc., tendrían fría serenidad para reunirse en un club y decretar un asesinato. En suma: pobre Chile, si don Irisarri lograse tenerlo a su disposición, aunque sólo fuese por seis semanas. No habría acaso tanto desorden; pero habría más crímenes, más refinados y bien conducidos; y se harían acaso en Chile cosas que en los actuales días no se hacen por falta de inteligencia, aunque sobra disposición. El país, por supuesto que nada adelantaría: primero porque es error que sólo existe hoy en la cabeza de nuestros gavilani-políticos, creer que un estado puede avanzar en cosa alguna cuando su gobierno es habitualmente criminal, pues no hay enemigo más irreconciliable de la prosperidad que la falta de moral; y segundo, porque Irisarri nada sabe de ciencia de gobierno, ni aún creo que precia de político: no tiene cabeza para dirigir a un pueblo; y aun le faltan el betún de Rivadavia y la charla de Campino, no obstante que podrá escribir un periódico y contratar excelentemente un empréstito.

Se me asegura que es imposible que Irisarri se halle en el [Río de] Janeiro; y las razones que se me proponen en contra del primer aviso que se me dio me parecen fuertes. García del Río, su íntimo amigo y confidente, y Hullet me dicen que han recibido carta de él desde Omoa [1] con fecha 4 de diciembre último en que les avisa que acaba de arribar a aquel puerto, y parte para Guatemala. El primero me afirma que no se dirigirá de ningún modo a Chile; que antes de seis meses estará seguramente de Ministro de Hacienda, o tal vez de Estado en Guatemala, y que Trucios, su suegro, irá con su familia a establecerse allí conforme se lo ha prometido en carta que el mismo García ha visto. Sea de esto lo que fuere, porque yo me cuido poco de que vaya o no vaya, y mis deseos son que vaya siempre que en Chile exista alguna cosa que merezca el nombre de gobierno, Ud. tenga entendido por lo que pueda ocurrir.

1º. Que Irisarri con su comercio, reducido a lo que se llama técnicamente juego de bolsa o agiotaje, perdió no sólo cuanto tenía, sino que quedó quebrado en suma considerable, pues entiendo que sólo Larrea (aquel que fue Ministro de Hacienda en Buenos Aires) ha salido clavado creo que en 40 mil pesos, aunque no estoy fijo en esta suma. Y es lo más gracioso que Irisarri le dio en parte de pago el alcance que hacía contra el gobierno de Chile por 9.000 libras esterlinas; a cuyo efecto le confirió poder solemne para que las recaudase. Larrea, a quien no conozco, pero que supongo también buen muchacho, me remitió con laudable inocencia el poder, para que yo, como Ministro de Chile, certificase la firma de Irisarri, cuando ya éste se había marchado. Lo hice así porque era mi deber, y lo practico siempre con cuanta póliza, factura o instrumento público tiene que ir a Chile, para que quede legalmente comprobado; pero no pude dejar de reírme del pago, y asombrarme nuevamente de la descarada impudencia de Irisarri. En el sistema actual no sería extraño que mientras no se paga a Barclay ni los dividendos, se cubriese esta acreencia de don Antonio José [Irisarri] que es el resto de las 20 mil libras que por vía de jugar la última mano, se propuso pescar después de mi llegada, y que no alcanzó a tomar enteramente, porque ya se me había reconocido por ministro y en su poder no había más que 11 mil libras. Estos son los 100 mil pesos que en la cancelación de sus cuentas se abona con el título de gratificación por haber contratado el empréstito; después que él mismo había asegurado al gobierno, y a mí el día que llegué, que no había que hacer más deducciones del empréstito y que su producto era líquido disponible por el gobierno. Otro de los acreedores de Irisarri es Arcos: creo que por veinte, veinte y cinco mil, o no sé si mayor suma de pesos; y aquí no puede uno dejar de reírse también al ver qué niños estaban enlazados, y cómo el eximio Arcos no alcanzó a precaverse de ser pringado por su amigo, compañero, y según algunos, su adepto en el juego de bolsa. Arcos no ha perdido, porque probablemente más había utilizado en el empréstito de Chile. Tal ha sido nuestra desgracia, que de cuatro mil leguas de distancia vino este hombre a tener parte en la desventurada cena, después de haber defraudado en ésa al Estado de más de doscientos mil pesos a que ascenderían, según concibo, los derechos que dejó de pagar por sus contrabandos; y de más de doscientos millones en que a lo menos avalúo los males que causó con su ejemplo en la moral de los comerciantes. Una de las transacciones más escandalosas del empréstito, fue la que acababa de verificarse a mi arribo, y que se hubiera impedido si yo hubiese llegado un mes antes. Los directores de la Caja de Descuentos de Chile dieron orden a Irisarri de invertir los fondos existentes en comprar obligaciones del empréstito. Hágase Ud. cargo cuán reservada debía ser esta orden, para que pudiese surtir efecto, pues en el mismo momento de publicarse ya se hacía inejecutable, porque con la noticia habían de subir las obligaciones, y los corredores y agiotistas las habían de comprar para revenderlas después, dando la ley en el precio. Dice, pues, Irisarri que a un tiempo recibió los pliegos y se le presentó Arcos en París (donde más comúnmente residía este ministro para Londres) anunciándole que sabía el contenido de los pliegos, y que en su consecuencia, pasaba a Londres a practicar el agiotaje que dejo descrito, agiotaje que podía hacer con tanto más lucro, cuanto que él sólo sabía la noticia y no podía tener competidores. Dejo aparte la inverosimilitud de que el astuto y experimentado Arcos, si no había maula y convenio entre ambos, revelase oficiosamente el conocimiento que tenía de la orden: revelación que debía causar el preciso efecto de perder el tiro que se proponía porque cualquier hombre de mediana probidad en lugar de Irisarri, por el mismo hecho de que ya se sabía la noticia y se preparaba el agiotaje, habría suspendido el cumplimiento de la orden, y dado cuenta al gobierno del motivo que provenía del crimen de los Directores en haber descubierto los importantes secretos del Estado. Añada Ud. que no infería ningún perjuicio la demora en la ejecución de la orden; porque es seguro que desengañado Arcos, o sospechando siquiera que la orden no se cumplía, desistiría de su empresa, para no quedar clavado sin tener a quien revender, y entonces, pasando algún tiempo podía el Ministro haber comprado las obligaciones secretamente y sin alteración en el precio. Pero no; Irisarri se vino hermanablemente con Arcos a Londres, donde este último hizo el papel de comprador de primera mano y revendedor al gobierno; e Irisarri el de comprador en nombre del gobierno, dando a aquél una ganancia de tres libras al menos en cada obligación, o sea un 4%, que no sé en qué proporción sería partible entre ambos como prudentemente debe creerse. El mismo Arcos tuvo la insolencia de proponerme, cara a cara, una cosa tan atroz como ésta: que vendiésemos las obligaciones de Chile que encontré aquí existentes (las mismas que Irisarri le había comprado a él en el modo expuesto) y que si ganábamos en ellas porque hubiesen subido de precio, como era de esperarse, el día que se entregasen a los compradores, nos soplásemos la ganancia; y si se perdía la venta se entendiese hecha por cuenta del gobierno. Hágase Ud. cargo de las respuestas que yo le daría. ¿Y qué diríamos si conforme a estos principios de moral, que no puedo afirmar que sean los de Irisarri, se hubiesen manejado, por más de dos años, tres millones largos de pesos del empréstito?

En estas materias no se puede hablar con evidencia porque, ¿qué evidencia podrá haber en transacciones privadas? Pero es racional sospechar y hacer que los hechos hablen por sí mismos. En el caso presente v. gr., yo no juraré, yo no diré que me consta que Irisarri robó, y partió su robo con Arcos. Menos podré todavía decirlo en otros lances en que las cosas se presentan más obscuras y pueden recibir interpretación menos odiosa. No es absolutamente imposible que en todas o en cualquiera de estas ocurrencias tuviese buena intención, y que sólo sean absurdos las que nos parecen maldades clásicas. Pero a más de que esto sería dar una extensión tal vez demasiada a la caridad, Irisarri no es zonzo ni sin experiencia. He aquí que el motivo de la segunda consideración que quería yo tuviese Ud. presente, y es que yo no he escrito oficialmente acerca de irisarri, nada de más y sí mucho de menos, por esta consideración de no exponerme a calumniar a un hombre. He propuesto lo que es cierto, como cierto; y lo que es pura sospecha, como pura sospecha. Y aún en este último caso, he procurado desnudarlas de todo aquel ropaje que pudiese haberles suplido la viveza de mi imaginación o el mayor conocimiento que tengo aquí de los sucesos; más he hecho, y es haberme abstenido de indicaciones innecesarias que pudiesen ofenderlo, llevado para esto del ánimo de que no dijesen que obraba en mí un espíritu de enemistad. Así es que silencié que estaba aquí de comerciante (después que se separó de la legación) hasta que con motivo de su quiebra ya fue necesario decirlo; silencié igualmente los datos que recibí aquí de la falsificación de aquella real orden, a pesar de que ésta era materia que debía saber el gobierno. En fin: yo no tengo enemigo ninguno, aunque si fuera capaz de tenerlo, Irisarri sería el primero; pero en el supuesto que él me califique por tal enemigo más generoso y más a su gusto no podía haber encontrado.

Tercera consideración: que Irisarri al país de América que vaya, va solo, a mi entender, con el objeto de tomar parte precisamente en el gobierno, y aun sospecho que se inclina a Ministro de Hacienda. Tal he creído que ha sido el exclusivo objeto de su viaje a Guatemala. En esos días de su partida, el Secretario de la legación guatemalteca, que estaba recién llegado aquí, elogiaba los conocimientos de Irisarri en economía política y su aptitud para Ministro de Hacienda, cuyo destino decía (el secretario) haber servido en Chile. En principios de 1825, despachó Irisarri a su edecán ordinario Gutiérrez Moreno a Guatemala, a tratar un negocio de minas; y se me pone que cuando después, con motivo de sus desgracias, pensó en dirigirse a aquel punto, daría a Gutiérrez el encargo de que lo empezase a alabar para el Ministerio de Hacienda. Nada habría más digno de risa que estas farsas, si pudiese contenerse la indignación que causan en un pecho honesto los malos. Ya he hablado bastante de Irisarri, y más que en otra alguna carta, porque hacía tanto tiempo que lo había olvidado.

Por las necesidades de mi vista, saco la cuenta de las de Ud. y en nada me empeño tanto como en proporcionar a Ud. anteojos buenos. Ya ha salido de Londres don Mariano Sarratea, vecino de Buenos Aires, para embarcarse en el presente paquete, y llevar para entregar en Buenos Aires a don Francisco Barra, a fin de que éste los dirija a Ud. inmediatamente: 1º un par de anteojos o gafas de plata, marcados con el nombre de Ud. y metidos en su estuche de tafilete encarnado. Estos son para los días de fiesta, o para usarlos en la gran sociedad; así como los anteriores que remití con Urmeneta son para Peñalolén y demás funciones de campo. Van armados con lunas de cristal de roca, y de la graduación Nº 15. A estas gafas podrán también aplicarse los lentes que remití a Ud. la primera vez con O’Brien. Son de la misma estructura que las gafas que llevó Urmeneta, aunque de diversa figura; y pueden abrirse para mudar lunas. Se sujetan también eminentemente en la cabeza y se puede galopar con ellas; 2º una cajita con otras dos lunas Nº 15 de repuesto para las mismas gafas; 3º un par de anteojeras con sus cintas verdes y armadas con lunas del mismo número 15. Las remito por cumplir exactamente la orden de Ud., y porque en materia de tener ojos, nada debe dispensarse; pero las considero inútiles, así porque los anteojos de Urmeneta suplen con ventaja por ellas, como porque son incómodos para ver, porque la prominencia de los círculos de madera en que están armadas y que han de ser así, para mantener los ojos como en una capita, impiden la vista cómoda de los objetos; 4º un tomo primero del Chileno [2]  ya con láminas. Hasta hoy sólo he podido conseguir esas del bribón del encuadernador, y está por consiguiente suspensa la encuadernación de toda la edición; 5º el tomo primero de los ensayos políticos del Dr. don Juan Egaña; o sea el tercero de los ensayos morales y políticos. Como ha de llevar dos títulos, para que salga con uno diferente cada mitad de la edición, la una haciendo parte con el Chileno y la otra por separado, no están todavía arreglados los títulos, ni impresos el discurso preliminar y la noticia biográfica del autor. El cuarto tomo no se puede concluir, porque estoy aguardando respuesta de Ud. sobre si quiere contestar algo al badulaque de Canga, cuyas Cartas americanas por antífrasis nadie las ha leído aquí a pesar de la protección del señor Rocafuerte. Siempre he esperado, estoy por decir que con seguridad, alguna contestación de Ud. Observará Ud. que el Código Moral no aparece en este tercer porque siendo él y el Examen instructivo las piezas más extensas, no había material suficiente para el cuarto tomo; y colocarlas todas en el tercero habría sido formar un volumen muy feo por abultado, y que no guardaría proporción con los dos anteriores; 6º un cajoncito de madera con letras del alfabeto en cartoncitos, y tres perinolas de marfil con todas las letras del alfabeto; 7º una cartilla o alfabeto de marfil encarnado o, me explicaré mejor, una tabla de Cristo; 8º un cuadernito de figuritas pintadas con las letras del alfabeto. Estos tres últimos son regalo para Ignacita Ríos para que Dolores misma le empiece a enseñar a leer. A mi ahijado iré yo a ponerle la cartilla en la mano; y no quiero privarme del gusto de hacer personalmente a él y a Juan Francisco Mariano los regalos que les he destinado, lo mismo que a su madre y a la mía.

Tiene Ud. ya acusado el gobierno de Chile ante el gobierno inglés y demandado solemnemente por los accionistas del empréstito. Loados sean Gandarillas, Pinto, Benavente y demás personajes que bajo los auspicios del ínclito Freire y del portentoso Infante nos han conducido a este extremo de honor y reputación. Degradación igual no ha sufrido hasta ahora ninguno de los nuevos estados americanos; y así debe ser porque de ninguno se tiene una idea tan despreciable. Todos creen en Europa lo que es en realidad, que allí no hay gobierno ni leyes, ni orden, ni cosa alguna que distinga a los chilenos de los iroqueses u hotentotes. No esperaba yo que se pudiese formar un concepto tan degradante de un pueblo. Cuanto digo a Ud. en mis cartas, y que tal vez Ud. mismo lo tendrá por exagerado es lo que aquí se piensa de Chile. Los hechos lo están indicando; y para que Ud. vea mejor que no miento incluyo a Ud. copia del artículo que ha publicado el New Times (uno de los periódicos de más crédito en Europa) del 28 de abril último. Y hablando con sinceridad, ¿hay mérito para que en Europa se forme otro juicio del estado político de Chile? ¿Podrían sus mayores amigos salir a la defensa? Tres años ya de tanto desorden unido a tantos crímenes; de tanta ignorancia unida a tanto abandono de todos los principios de honor y moral pública, un sistema constante de absurdos en todas líneas, que sólo se deja exceder por la impudente prostitución de sus autores, ¿qué podía producir sino el eminente y universalísimo desconcepto en que nos vemos?

El 25 de abril se celebró la reunión que había quedado emplazada para aquel día, en la primera tenida el 19 del mismo. El objeto de este emplazamiento había sido citarme para que yo concurriese (así como también los Hullets) a dar razón de los motivos por qué no había pagado el gobierno de Chile sus dividendos. Una de las cosas que me ha costado más trabajo, más meditación, y más perplejidades ha sido la contestación que debí dar al oficio en que el Chairman (Presidente) de la reunión, Mr. Robinson, miembro del Parlamento, me acompaña copia de la resolución por que se acuerda citarme. Magüer que Ministro de Chile, soy Ministro; y desde el principio concebí que era altamente degradante a mi carácter público concurrir al llamado de unos comerciantes, y en clase de reo o deudor quebrado, tal vez a responder a preguntas indiscretas y sarcásticas; y seguramente a oír insultos contra mi patria y mi gobierno. Mi dictamen coincidió admirablemente, no sólo con el de cuantas personas consulté sobre el particular, sino lo que es más con el de varios amigos que vinieron oficiosamente a aconsejarme que no asistiera, fundados en las mismas razones. Coincidió, sobre todo, en el de los mismos tenedores de obligaciones, pues observará Ud. que el Chairman les dijo en la reunión del 25 “que no era racional esperar que yo hubiese asistido” y ningún concurrente hubo que lo extrañase. Aquí hay un hábito de decoro y de experiencia en el manejo de todo negocio público, que hasta las clases inferiores de la sociedad ceden satisfechas a todo lo que es conformarse con él. En Chile se creería acaso que yo había cometido un error en no presentarme personalmente a vindicar al gobierno en semejante reunión; aún dejando aparte con qué clase de razones se le vindicaba, y si esto no podría hacerse por escrito. De los Hullets sí se extrañó; porque ellos están en la esfera de comerciantes. Mi contestación la dirigí en inglés, para evitar el peligro de que alterasen su sentido en la traducción.

Remito a Ud. una traducción (mal hecha) de la relación, todo lo ocurrido en la reunión cual se publicó aquí en los periódicos. Tendrá Ud. la satisfacción, como lo ha sido para mí, de que estos feroces comerciantes, irritados (y no sin justicia) contra todo lo que es Chile y sus funcionarios, me han exceptuado de su ira, y me han proclamado hombre de bien, que no es poco en tales tiempos y en tan tristes circunstancias. En la primera reunión del 19 de abril dijeron que el individuo con quien en Londres tenían que lidiar era perfectamente lleno de honor (perfectly honorable); en la segunda del 25 que Mister Egaña era hombre del más intachable carácter (a man of the most unimpeacheable character). Y por cierto que no sólo no conozco, ni aun sé qué figura tienen los que tal dijeron; pero ni alguno habló despachado por mí. Con un gobierno como el que hay en Chile, ¿qué parte podía yo tomar en este negocio, o qué promesas o seguridades podía yo ofrecer a que no se faltase allá? Muchas diligencias he practicado y muchos pasos he dado para calmar la efervescencia y cortar mil males; mas no he podido salir a la parada comprometiéndome con proposiciones positivas. No ha sido poco conseguir que no tomen por sí ni aún indiquen medida positiva para pagarse, sino que se sometan a la voluntad del gobierno para que él vea en qué forma le sea más conveniente hacer el pronto pago de lo atrasado y la puntual satisfacción de los sucesivos dividendos. Siendo todavía más admirable el haberse conseguido que pidan siquiera lo que está expresamente estipulado en el contrato original del empréstito, esto es, que los productos de diezmos y de la Casa de Moneda (ramos especialmente hipotecados) se separen de las demás rentas públicas, y se mantengan intactos en una caja aparte, para aplicarlos al pago de los dividendos y amortización.

Las resoluciones que adoptó la reunión, y que no se han incluido en la relación copiada, son: declarar que el gobierno de Chile ha faltado a su contrato; que la exactitud en cumplir sus obligaciones es el fundamento de la probidad y del honor, cualidades sin las que no puede existir un gobierno; representarle los términos de su contrato, las formales estipulaciones a que se obligó y la pintura tan seductora que se hizo de los medios de pagar que tenía Chile, y de las seguridades que para ello ofrecía; hacerle presente igualmente los perjuicios que ha causado a los individuos que, movidos de estas promesas, invirtieron sus capitales en obligaciones chilenas y están privados de arbitrios de subsistencia; pedirle que les pague prontamente por aquellos medios que tenga por más conveniente, y disponga por los mismos medios el puntual pago de los futuros dividendos; que se pase copia de lo resuelto a mí, al Ministro de Relaciones Exteriores de la Gran Bretaña, y a los Hullets. No se dice que se pase copia al Cónsul inglés residente en Chile, lo que conviene que se tenga presente en ésa, porque si algunas manos ocultas quieren, como lo estoy previendo, jugar en ésa alguna maniobra, el Cónsul ha de ser la persona de quien tal vez se valgan para que figure un papel principal. Los accionistas o tenedores de obligaciones se han portado bien, al menos con una modestia y decencia mayor de la que yo esperaba. Pero, tomando ahora el nombre de los accionistas, y revistiéndose de los derechos que éstos no han querido hacer valer con violencia, y para cuya satisfacción no han exigido medidas determinadas, no dudo que haya quien quiera hacer su negocio: representar acaso la segunda jornada del drama de Cea y Portales. Sobre este punto, pues, y necesario y de la más alta importancia, que estén a la mira, no diré Gandarillas y sus socios, porque éstos revenderán por lo que se les quiera dar, y si de su mano pende, tendremos otra vez empréstito, segunda compañía de Estanco, Comisarios Ingleses, y aún si conviene a la empresa, una acta o tratado declarándonos Nueva India Oriental y esclavos de unos mercaderes ingleses; sino las personas que tienen que perder en la ruina de la patria, y que aun por su probidad conservan influjo, o aptitud siquiera para representar los males. Es por cierto superior a toda ponderación la suerte miserable de Chile. Ve uno males inmensos actuales, y otros que amenazan; y lejos de poder concebir alguna esperanza de remedio, observa que la presente administración es el camino más derecho para que se verifiquen todos los posibles.

La reunión de tenedores nombró por último un comité de cinco de entre sus individuos para que procurase llevar a efecto las resoluciones, y hubiese un cuerpo permanente que pudiese dar cuenta a dichos tenedores de las ocurrencias. Un tal Mr. Easthope, el amigo, compadre y corredor de los Hullets, fue uno de los nombrados. Este Easthope es también el desvergonzado (como Bohórquez lo era de Campos) o dechado de éstos; y los demás individuos del Comité, supongo con fundamento que sean sus cumpas [3]. En suma el hecho es que Hullet se tiene ya en el bolsillo al Comité, a quien hará pensar, hablar y obrar a su voluntad. Por otra parte: hombres sin conocimiento de Chile y sin grande interés personal que les impela a sacrificar mucho de su tiempo, porque sólo son unos de tantos entre los tenedores de obligaciones, cederán fácilmente a la inimitable astucia de Hullet que les representará su profundo conocimiento del país, sus relaciones en él, y su experiencia en este mísero negocio. La siguiente anécdota manifestará a Ud. la intimidad en que ya están. Había yo encargado a Hullet que me ayudase a indagar con tiempo antes de la salida del paquete, qué pasos daba este Comité, y si pensaba tener alguna sesión. Me prometió averiguarlo, así (según lo entendí) como quien tiene que hacer pesquisas para informarse. Volví a saber el resultado de la indagación y le sorprendí en actual reunión en su misma casa con los del Comité; y me expuso con una suavidad lamelina, que ya llevaban dos sesiones; que se celebraban en su escritorio; y que en la presente se estaba acordando que el medio de que el Gobierno de Chile hiciese el pago, fuese que se nombrasen dos interventores, uno por el mismo gobierno, y otro por el Comité (pregunte Ud. qué facultad tendría este comité para hacer tal nombramiento, cuando no se han dado sus constituyentes; aun suponiendo que el gobierno consintiese semejante medida); que éstos percibiesen mensualmente los productos de las rentas destinadas a este pago; y que se remitiesen a Londres, sin duda por el interventor que nombrase el Comité. Yo le dije que me parecía muy mal que el Comité solicitase lo que era seguro que el gobierno no había de conceder, y que entendiese que éste por ningún título, ni en ningunas circunstancias, había de convenir en admitir interventores, comisionados ni ninguna clase directa o indirecta de contralores, que fuesen a presenciar y mucho menos a intervenir en el modo, circunstancias o tiempo en que colectaría las sumas o las remitiría a Londres; que para el manejo de sus negocios financiales, cualquiera que fuese el objeto que pensase dar a sus rentas, no reconocería ni menos pagaría empleados o agentes, en cuyo nombramiento tuviese el más pequeño influjo cualquier autoridad o personas extranjeras; que me asombraba que aquí hubiese quien supusiese a un gobierno capaz de tal degradación; que el de Chile no tenía más obligación con respecto a su deuda extranjera que pagar en cada seis meses los dividendos, tomando por sí mismo, y sin intervención de nadie, las medidas necesarias; y que satisfecho yo de la opinión universalísima de los chilenos, estaba cierto de que no llegaría jamás el caso de que su gobierno sufriese restricciones en el más ilimitado uso de todas sus facultades. Le hablé en suma con tal energía y decisión, que calló. Pero al día siguiente (y esto comprueba más la estrecha intimidad en que está con el Comité) me manifestó en borrador, y con enmendaduras de su mismo puño la petición o memorial que dicho Comité pensaba dirigir al gobierno de Chile, y se repetía en ella la especie del interventor, o fideicomisario como se le titulaba, nombrado por el Comité. Volví a decirle lo mismo; y no sé si la habrán enmendado. Me parece que no.

El pensamiento es soberano, y digno, por las grandes ventajas que trae, de que un hombre práctico emplee toda su destreza en conseguir que tenga efecto. Suponga Ud. al socio de una casa de comercio, que para no tener ni que gastar en comer se sitúe allí con su buena venta (a costa del gobierno por supuesto) y que luego entre en posesión de un capital anual de 360 mil pesos pagado por meses, y para girar con él por todo el tiempo que medie entre las épocas de hacer los pagos. Como es socio de una casa de Londres, esta casa hará aquí el cubierto de los dividendos para no interrumpir el giro. Y si la casa quiebra, o el giro ha producido pérdidas, o quieren hacer una Cea y Portalada, el Gobierno la sufre, porque de su cargo es hacer el efectivo pago. Entretanto no sólo se utilizará en grande, sino que también se procurará ganar en detalle con las comisiones, los fletes, los embarques, etc. Hay además otras mil fuentes de ganancia, que conozco muy bien, y que no tengo tiempo para exponer.

No dudo que uno de los primeros arbitrios de que se valdrán los que agiten esta empresa, será cohechar a nuestros ministros; y tal vez el año entrante haya que leerse en una reunión pública de tenedores la partida siguiente: “Por tantas mil libras o pesos dados a don N. N. porque extendiese el decreto o convenio de tantos de tal mes”. Esto añadiría una tilde más al honor que ya se hace a nuestro gobierno. Pero cuénteles Ud. siquiera, que lo que reciban se ha de publicar aquí. No se les dará mucho, porque ya han visto el ejemplo en Chile (yo testigo) de libros de caja ingleses presentados en los Tribunales con partidas iguales. Mas aquéllas no salieron en gacetas. Cuidado, mi padre, cuidado, todos los hombres de bien: no consigan estos insignes bribones el triunfo de volver a representar las escenas de Cea y Portales. Quien lo sufre es el pueblo, que tiene que cubrir de nuevo lo que con tan absoluta impunidad deja robar. De Peñalolén, de la casita, del miserable charquicán que Ud. coma, ha de salir el gasto de los que continúen teniendo la paciencia de dejarse limpiar. ¿Pudo creer algún hombre de seso, que por más artes que se usasen había material en el pobrísimo Chile para robarse en dos años un millón largo de pesos? Pues ya se ha visto con la bufonada del Estanco y ministerios de Benavente y Gandarillas. Ya se ve que esto ha sido por medios que no habrían podido tener lugar en otros países que en Arabia, y Chile bajo el imperio de Benavente y Gandarillas.

Hace más de dos años, así como suena, que he estado meditando qué arbitrio podría tomar Chile para cubrir puntualmente como debe y no puede excusarse de hacerlo, sus dividendos. El único que se presenta excelente por todos aspectos es el establecimiento de un Banco Nacional; no cosa parecida ni aún parienta de nuestra Caja de Descuentos, si no como el de Londres, París, Nueva York, Río Janeiro, y aún Buenos Aires. Este se haría cargo de poner en Londres el dividendo, y recibiría en Chile el dinero. El sería un establecimiento público, nacional, seguro, y si alguna ventaja le reportaba el recibir allá y entregar aquí, ella se refundiría en el país y en chilenos. Pero es excusado, en el día, hablar de Banco, porque en Chile no hay capitales con que formarlo; y han de pasar muchos años para que pueda formarse con capitales extranjeros, pues el crédito perdido no se recupera en poco tiempo. Hacer un contrato con una casa de Londres, o arrendar alguna de las rentas del Estado, sería lo que ya he repetido tanto en esta carta, continuar la comedia de Cea y Portales; y por cierto que a dos tiradas de éstas, nos dejan sin capa, pues ya sin fraque debemos quedar, si en el supuesto (que doy casi por seguro) de que Cea y Portales se queden con lo embolsicado, el pueblo ha de gastar por un medio extraordinario 720 mil pesos que urgentemente debe aprontar: a saber 360 mil pesos de los dos dividendos atrasados; y otros 360 mil de los que se adeudan en septiembre y marzo siguientes, que al recibo de esta carta deben ya estarse pensando en remitir. El proyecto de consolidar dos dividendos, y después otros dos, y así en lo sucesivo cuantos se vayan debiendo, era admirable para no pagar jamás, si pudiera ser asequible, y es digno de un Ministro de Hacienda de Chile, a quien no importa saber si esto podrá hacerse sin la voluntad de los prestamistas, y si éstos consentirán. Ya se ve, tales consolidaciones se pueden fabricar en el mismo cuño en que se amplió el término a que debían cubrirse las letras de Barclay, sin consultarle; y después de cometido este vergonzoso atentado, no se le pagó. Esto es un ejemplo de lo que al pie de la letra sucedería con los dividendos. Cada dividendo que se adeudase se iría consolidando, por más que se dijese, como con las Constituciones, que ya aquélla era la última travesura, y el empréstito de Chile no se habría contratado, como los demás para irse sucesivamente disminuyendo, sino para aumentarse cada día. Regla indefectible que no debe apartar de su consideración todo el que en Chile tenga camisa. El empréstito se ha de pagar; y estas bufonadas y los robos que se toleran, sólo servirán para hacer más penoso el pago. Si la cosa es amarga, como lo es seguramente, no nos queda a los pobres chilenos otro recurso que llorar sobre el legado que nos dejó Irisarri; y al arrancar el pan a nuestros hijos, para entregarlo a estos orgullosos cartagineses, no olvidarnos del señor [Ramón] Freire, que aprobaba todo lo hecho por Irisarri, y le llamaba a continuar sus beneficios en el Ministerio de Estado.

Son tan impuras las manos que han de intervenir en cualquier medida que se tomase para el pago de los dividendos; y hay además tan gran falta de conocimientos en estas materias, que debemos temblar de cualquier proyecto que se ocurra a la actual administración, y yo no he encontrado otro por ahora que el más sencillo, y el que está indicado en el contrato original del empréstito: establecer una caja y oficina de crédito público. La estructura de esta oficina debe ser muy simple. Bastan por todos empleados un Superintendente, un oficial interventor, y un amanuense, o portero. Esta caja recibe mensualmente las sumas destinadas para el pago de la deuda extranjera, las custodia, compele al gobierno y a toda clase de oficinas y funcionarios a que entreguen puntualmente las sumas que deben ingresar a la Caja; impide que por ningún pretexto ni autoridad alguna se saque el dinero de la Caja, para otro objeto que para remitirlo a Londres para el preciso pago de los dividendos; cuida de esta remesa en las épocas oportunas, y del modo más seguro y menos costoso; vela sobre su exacta inversión en Londres, y precave los abusos que pueden cometerse por la casa contratante con perjuicio de los interesados y descrédito del gobierno; cela sobre todo por medio de su correspondencia, de sus órdenes y de encargados ad hoc que puede nombrar, sobre la amortización semestre [semestral] que debe practicarse en Londres, y que es, si lo quiere la casa contratante y no hay quien se lo ataje, un manantial perenne de defraudaciones; propone al Gobierno las nuevas medidas o mejoras que pueden adoptarse para el manejo de los negocios que están a cargo de la Caja o los contratos en que podría entrarse con nacionales o extranjeros para hacer al Estado menos gravoso este pago, o más indefectible, individualizando todas sus circunstancias, indicando los modos de precaver las defraudaciones, y esclareciendo con sus conocimientos y experiencia las ventajas e inconvenientes; presenta a la Nación, por semestres, un estado detallado de la deuda extranjera, con individual especificación de las sumas sucesivamente amortizadas hasta la fecha; abre dictamen al Gobierno sobre las ocurrencias que pudiesen acontecer relativas al empréstito o reclamaciones que pudiesen hacer los accionistas; rinde cuenta semestral al Gobierno para que se pase a la legislatura, de las cantidades recibidas y remesadas, a la Contaduría Mayor cuenta anual de su entrada, salida y estado actual, y sufre mensualmente corte y tanteo. Últimamente, como en Chile no hay más crédito público que este empréstito, liquida sus cuentas, produce los cargos legítimos contra quien[es] resulten, y procura cancelarlas definitivamente. Este no será uno de sus pequeños trabajos.

La grande obra es ver qué dinero entra a esta Caja, para que con él se haga el pago. Si al efecto se destina un solo ramo, v. gr. el Estanco, nos expondríamos a que su producto no alcanzase, por los desórdenes y fraudes que ha de haber en su recaudación. El mejor arbitrio es disponer que el día 1º de cada mes, se viertan en la Caja del Crédito Público veinte mil pesos de la Aduana de Santiago, y diez mil del ramo de diezmos (derecho que está especialmente destinado al pago de los dividendos, por el contrato original del empréstito); y que esta versión sea de tal modo indefectible, que ni la Aduana ni los diezmeros puedan hacer otra entrega, sin que conste que la Caja del Crédito público ha sido enterada completamente de la cantidad señalada. ¿Y se podrá verificar esto? ¿Se cumplirá el decreto que lo establezca? Donde no hay honor ni obediencia a las leyes, no se puede verificar nada; y no se habla de Chile bajo este supuesto.

El Superintendente de la Caja de Crédito Público debe ser absolutamente independiente en el ejercicio de sus funciones; y por consiguiente, inamovible, si no es por causa legalmente probada y sentenciada y con consulta de la legislatura a quien es especialmente responsable de su manejo. Para poseer esta independencia, porque tiene funciones muy fastidiosas que llenar y continuas luchas que sostener contra el Gobierno, que tres veces al menos en cada semana ha de querer echar mano de los caudales, y porque su más grave crimen sería coludirse con los ministros (y con el mismo hecho arruinar el crédito de la patria) por el interés de la pitanza, o del sueldito, debe ser muy bien dotado, y pagado de los mismos caudales que percibe. Debe últimamente ser un alma fuerte; de una integridad a toda prueba; enemigo de negociaciones que en un día podían acabar con la Caja, en un país de impunidad; de sólido y ardiente amor a la patria, fundado en motivos de conciencia; debe estar penetrado de los graves males que causaría el no llenar cumplidamente todos los objetos de la institución de esta oficina; y sobre todo debe tener conocimiento del empréstito, de todos sus pasos, de cómo se ha dirigido aquí; y bastante experiencia de cómo se han manejado, se manejan y pueden manejarse estos negocios en Londres. De estos últimos requisitos se carece absolutamente en Chile.

¿Y quién parece a Ud. que sería el hombre más tolerablemente adecuado para confiarle este cargo? Bien adivinará Ud. que no le voy a proponer ni a Gandarillas, ni a Benavente, ni a Pinto, ni a Muñoz Bezanilla. Yo mismo me presento por candidato para este destino, y por motivos puramente magnánimos, porque creo sinceramente que la patria sería así mejor servida. En mis circunstancias y en las de Chile no tengo embarazo para decir que podría servir un empleo superior a éste con provecho del Estado. Yo aun no sé si indique esto al Gobierno, porque no se vaya a confundir mi proposición con las solicitudes de Prieto, el gordo, los Luquitos y don Enrique Guzmán. Pero Ud. obre bajo este concepto y dé los pasos que le parezcan oportunos. Mientras yo llegase a ésa, podía servirse interinamente por cualquiera otro. He meditado que no debo tocar nada al Gobierno sobre este particular.

El establecimiento de esta Caja de Crédito Público, que es parecida a la de Inglaterra que se llama Sinking Fund, si se llenaba su efecto sería excelente; pero por de contado traería el inestimable bien de que conociesen prácticamente los tenedores de obligaciones que se tomaban medidas serias y adecuadas para pagarles. El decreto que se expidiese, publicado en los diarios de Europa, restablecería algún tanto el crédito de Chile, y sería un paso para la sucesiva recuperación del que hemos perdido y tanto necesitamos, principalmente si hay alguna enmienda en los desórdenes políticos. Basta ya de incidencias de empréstito, advirtiendo a Ud. que se me había olvidado prevenir que se halla en ésa don Eduardo Wider, hijo de Hullet y compañero de don Onofre Bunster, quien (según lo he entendido siempre) lo es también del mismo Hullet. Estos han de ser los agentes (como ha hecho un poquito más que insinuármelo Hullet) que se propongan al Gobierno por el Comité.

No he encontrado hasta hoy quien quiera dar aquí dinero en cambio de cuarenta peniques por peso, para cubrirse en ésa con letras que yo gire; y lo más gracioso es que no he encontrado, aun cuando las letras sean contra personas particulares. En cuanto al Gobierno, no se hable, porque su crédito se halla en tal pie (y no hay motivo para otra cosa) que no recibirían letras contra él, ni al cambio de diez peniques, y se ríen de la propuesta. Todos los interesados de la Casa de Barclay han divulgado su suceso, ad nostram majorem gloriam et honorem. Yo me hallo cogido; y por otra razón acabo de ver a Barclay para que me dijese si sería cubierta la letra de Cameron, con el objeto de avisárselo a Ud. con tiempo, para que la pudiese cubrir en ésa sin tomarse la menor pensión, y con el dinero que yo ahora libro contra el Gobierno, en favor de García. Pero ha dicho Barclay que la libranza no está girada contra él, sino contra los Directores de la Compañía (ya concluida) de minas; y que es preciso que éstos se reúnan para que decidan si la aceptan o no, aunque a él le parece que no la aceptarán, por haberse ya acabado la compañía. Por consiguiente, así como no les había manifestado yo la libranza hasta ahora, es casi seguro que no la manifestaré más nunca. Mi apuro no es del momento, pero dentro de cuatro meses, o tres, y para mi partida espero verme muy urgido, porque no veo esperanzas de conseguir aquí dinero. Por tanto reitero a Ud. con el mayor empeño mi encargo (aunque ya Ud. lo habrá hecho) de remitirme plata, en la forma que le he indicado.

Satisfecho completamente de que el cambio a 40 peniques, lejos de ser gravoso, es ventajoso al Gobierno, libro pues por el presente paquete, sin escrúpulo alguno la cantidad de siete mil pesos correspondientes al cambio de mil ciento sesenta y seis libras, trece chelines, cuatro peniques en favor de don José Agustín Lizaur comerciante de Londres, quien endosa la libranza en favor de García, a pagarse a cuarenta días vista. Y ésta es la misma libranza segunda que retiré en el correo de marzo último, para ver si conseguía cambio más favorable al Gobierno. Sírvase Ud. leer la adjunta carta para García, y entregársela cerrada.

Estoy de muy próxima marcha a París, y tanto que sólo me ha demorado la obligación de aguardarme a despachar el presente paquete que es tan interesante para mi Gobierno. Allí pienso hacer mi despedida a Europa tentado de emprender una correría rápida por Suiza e Italia según el estado de mi bolsillo. Remitiré a Ud. de París muchos y muy buenos libros; y entre ellos todos los que Ud. me ha encargado o indicado, y que ex profeso no he querido mandar antes por examinar yo mismo las últimas ediciones, ver la encuadernación, etc. De Francia despacharé el complemento de mi equipaje que constará de estas frioleras o tal vez más que frioleras.

Vamos a mi negocio más interesante que Ud. me dispensará por lo novio. Hablo de mi Rosario. No sé qué decir a Ud., porque no sé si aun me pego chasco en reputarla a la fecha mi mujer. Quién sabe qué obstáculos hayan ocurrido. Pero si no fuere así, cuídemela Ud. mucho, y consuélela en mi ausencia. Ella es de un carácter lleno de decoro y delicadeza, y no ha de querer admitir y menos pedir nada de lo que yo le he dicho puede tomar de mi equipaje, o Ud. le ofrecerá. Ínstela Ud. siquiera para que se entretenga con componer su cuarto, y en estas frioleras, hasta que yo llegue.

Al cerrar esta carta recibo una de Hullet (escrita acaso cuidadosamente a esta hora en que ya no da tiempo el correo) acompañándome un memorial dirigido al Presidente de la República por el Comité nombrado en la reunión del 25 de abril, y diciéndome que me lo manda a esta hora, porque no ha alcanzado a ponerlo antes en mis manos. El memorial suprime la petición del interventor nombrado por el Comité, con lo que veo que no fue inútil mi enérgica exposición, y que acaso no se piensa ya en el mal proyecto sobre que he hablado tanto en ésta, o se intenta por otros medios. El memorial coincide con el plan que yo he propuesto al Gobierno en mi oficio Nº 165 (que deseo que Ud. lo vea por varios motivos) y que es al pie de la letra lo que propongo a Ud. en ésta sobre la Caja de Crédito Público. Por consiguiente, es muy fácil y aún necesario admitirlo, siquiera como pedido por los mismos interesados. Doy cuenta al Gobierno acompañándole el memorial con un oficio muy precipitado.

Mil cosas a mi madre, Dolores, Ríos, Juan, etc. A mi madre otras mil cosas aparte sobre recomendarle a mi Rosario.

A Dios mi padre muy amado. Soy su

Mariano.

 

Notas.

1. Localidad ubicada en Honduras.

2. Se refiere a la obra El Chileno Consolado en los Presidios, obra de Juan Egaña, publicada en Londres.

3. Léase “compadres”.