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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Mariano Egaņa. Cartas a Juan Egaņa. 1824-1829
62. Londres, 12 al 20 de Abril de 1827.

LONDRES, 12 A 20 DE ABRIL DE 1827.

Mi amadísimo padre,

Acaba de llegar el correo de Buenos Aires con una carta de Ud. de 22 de noviembre. Este atraso resulta principalmente de que se ha dado orden para que todos los paquetes destinados a aquella carrera toquen en Río Janeiro, así en su ida como en su vuelta, hasta nueva orden, que es decir hasta que se acabe la guerra entre Buenos Aires y el Brasil; lo que produce una retardación de veinte días a un mes. En la presente ocasión ha sido de treinta y dos días sobre los dos meses ordinarios que se calculan para el regreso de uno de estos paquetes. Pero aún, contando con esta demora, el 7 de enero, día en que se despachó la correspondencia de Buenos Aires, debía existir aquí buenamente carta de Ud. más reciente que del 22 de noviembre. El resultado es que estoy desconsolado, porque noticias con cuatro meses y medio de atraso no dejan a uno satisfecho.

Observo que ha recibido Ud. juntas mis cartas de julio y agosto que han salido de Londres con un intervalo de un mes, y probablemente llegaron con el mismo intervalo a Buenos Aires. En este último país creo que está el daño; y no tengo la menor satisfacción de la administración de Buenos Aires. Es verdaderamente digno de compasión ver que nuestros pueblos sólo imitan de Europa lo malo; y ni siquiera lo que efectivamente hay malo en este viejo mundo, sino el mal ideal que queremos imputarle. Esto es, suponemos que política, ciencia de gobernar, profundo estadista, son sinónimos de corrupción, impudencia, hombre sin sentimientos de virtud ni consideración a ningún deber moral, y por tales principios arreglan nuestros hombres públicos su conducta. Violar pues una correspondencia sin necesidad y por vía de entretenida perfidia; acordar en una logia un asesinato y tener buen cuidado de que se ejecute; falsificar un documento, aunque resulte el más horrible perjuicio a un tercero; expedir habitualmente decretos, fundados en las más atrevidas calumnias; escribir con aquel descaro con que se dice v. gr.: que “una minoridad facciosa en el Congreso sancionó la Constitución de 1823”, son rasgos de destreza administrativa, que hechizan a nuestros políticos, y que un Irisarri, un Pinto, etc., no tienen embarazo en adoptar. No exagero, porque en el pacato Chile, en el país donde el jubileo de la Porciúncula y las estaciones de Jueves Santo son demostraciones sinceras de la religiosidad del pueblo, Ud. lo ha visto verificado al pie de la letra, por vía de medida gubernativa, adoptada por el gabinete, sin necesidad y por pura ostentación política. El asesinato de Rodríguez fue propuesto, discutido y resuelto en la logia de que era ministro de Estado. Probablemente o seguramente lo fueron también los inutilísimos asesinatos de Pasquel y Coronel Palma. Uno de los doctores de esta asociación (el facineroso Fuentecilla) me dijo cara a cara, y con satisfecha complacencia, que la reunión decretaba hasta pena de muerte; y por cierto que tenía todos los medios de cumplir tales decretos, pues los mismos individuos que componían el gobierno, formaban también la logia. El mismo señor Irisarri (gracias a Dios que no era chileno) tuvo frente serena para falsear aquella real orden que se suponía dirigida por el Ministro de guerra español, Eguía, al virrey del Perú para que auxiliase a los Carrera. Lo he sabido aquí por el instruidísimo e intachable testigo don Juan García del Río, quien me ha contado que Irisarri y Guido fueron los autores de esta falsificación. Ya estaba impresa la parte del tomo 2º del Chileno [1], en que Ud. inocentemente cita aquel documento como efectivo; y no pude suprimir esta cita. Y de paso advierta Ud. cuánto la ignorancia e inexperiencia de nuestros malvados aumentan los efectos de crimen. Un ministro de Europa, aun del gabinete más corrompido, no habría, en su carácter oficial, forrado este documento para publicarlo en nombre del mismo gobierno; y garantiendo su certeza con la dignidad de éste. Se tiene aquí la idea justa y precisa que conviene tenerse del respeto debido al sagrado carácter de un gobierno, y jamás se le expone ni a sospechas de un atentado de esta clase. Es casi seguro que Pitt fraguó el asesinato de Pablo I y la conspiración de Pichegru; pero el Ministro jamás habló con los conspiradores,  jamás extendió un documento, jamás dio un indicio por donde directamente se le pudiese suponer cómplice; por el contrario, en los mismos periódicos franceses aparece una carta de Fox a Talleyrand, para que se prevenga al primer Cónsul esté precavido, porque un hombre de tal y tal señal ha propuesto al gobierno inglés asesinarlo, y se ha repulsado con indignación su propuesta. Pero nuestro general Irisarri (Coronel se tituló aquí en Londres, y usó uniforme) puso el documento al examen individual de un gran pueblo, para que no pudiese recaer duda sobre el crimen (y consiguiente oprobio y descrédito de un gobierno que se valía de tales medidas) descubierta que fuese, como era natural, la falsificación. Vamos a otro punto que tal vez me ofrezca digresión más larga.

Siempre me pego chascos con mi gobierno; porque su criminal abandono e ignorancia son en cierta manera infinitos, pues exceden a toda la extensión que uno se ha propuesto darles. ¿Quién por más preparado que estuviese a esperarlo todo del gobierno de Chile, podría sin embargo creer que no ha escrito hasta la fecha una sola palabra relativa al empréstito? ¿Y quién podría perjudicarse que hubiese esa admirable fortaleza de sufrir indefectiblemente en cada correo las más amargas y urgentes reconvenciones, y no contestar? Si en materias como la presente hubiera lugar a reírse, nada sería tan divertido (por supuesto después de ver los progresos y tino político de Infante) como observar a Gandarillas censurando la conducta de su antecesor en no contestar, y siguiéndola él con más descaro y mayor responsabilidad, porque en cada nuevos oficios míos que recibe, se descubren nuevos apuros y nuevos desastres. Si ya no tengo qué decir sobre este particular; y me he de volver loco. Ninguno de los que no han estado en Europa, ninguno de los que no han tomado el peso a la seriedad con que aquí se miran los negocios de un gobierno, y principalmente las materias de interés en Inglaterra, ninguno de los que no han visto a Londres en las presentes circunstancias, comprende lo que es no pagar los dividendos; el mal irreparable que se causa a la patria, el descrédito de cuántos llevan el nombre chileno; y las angustias en que me veo aquí. No es posible prescindir de estas angustias; ni para desentenderse de ellas bastaría la calma de un Tocornal; porque los males que la producen son inmensos y de tal trascendencia que tendrán que llorarles nuestros últimos nietos. Tiene Ud., en primer lugar, convertido en odio y desprecio el entusiasmo e interés que había tomado el pueblo inglés en nuestro favor. Aquella simpatía y deseo de nuestros buenos sucesos que predominaba generalmente en la masa de los pueblos de Europa, no es ya hoy sino un sentimiento de desprecio, porque nos suponen incapaces de gobernarnos, y, sobre todo, bellacos. Nuestros amigos, nuestros periodistas, que ponderaban nuestras virtudes y nuestros recursos, están ya avergonzados. Nuestras incesantes revoluciones, los crímenes que se cometen en ellas, la ignorancia de los primeros principios de gobierno, y aun de sentido común, la grosera inexperiencia que descubren nuestros gabinetes, todo esto depone contra la falta de penetración de los que nos creyeron otra clase de hombres. En Guatemala se arden; algunos estados no reconocen al gobierno central; el estado mismo de Guatemala armó un ejército contra el Presidente de la República; y aun se dice últimamente que éste ha sido asesinado, y ya otro había sido depuesto. Estamos actualmente viendo en Europa una misión diplomática de la más alta trascendencia, despachada por uno de los estados, inconsulto el Gobierno central; y el ministro se ha presentado a negociar en Roma como enviado del Estado de San Salvador. ¿Qué dirán de tal desorden estos gabinetes viejos, y qué consecuencias deducirán con respecto a toda la América, cuando vean por una parte la Constitución de la República de Centro América y observen, por otra, las circunstancias de esta misión? El estado de Chiapa, usando de su soberanía, se separó de la confederación y se agregó a México. En México, en estos días anteriores, el Estado de Texas se declaró en nación independiente de los Estados Unidos Mejicanos, con el título de República Fredonia, y ha sido necesario irlo a batir. México es de todos los países americanos el más atrasado en política y en ilustración, generalmente hablando; lo que tal vez parecería increíble, si no se considerase que era el país que estaba más bajo el influjo español; el que participaba más de todas las cualidades de la península, en el que la gran masa de la población, compuesta de indios vivía en suma abyección y abandono, y la parte decente y visible se componía de peninsulares, parientes de Alcérreca y Lambarri; y en el que las restricciones y la incomunicación con los extranjeros se verificaban con más puntualidad. Acabo de leer una carta, escrita por su querido de Ud. Presidente Mier (alias don José María Guerra), que se halla de diputado al Congreso general, y dice: “aquí estamos en una anarquía moderada”. En efecto, creo que cada estado hace lo que le da la gana, y que no se entienden. Tal es el aspecto que presentan las dos repúblicas federadas. De las otras ya Ud. sabe lo que hay.

En tales circunstancias, y hallándose la América aislada, porque no hay ya que contar con los auxilios, la opinión, ni el afecto del único pueblo de Europa que hasta aquí se había manifestado su amigo, el rey Fernando y sus Apostólicos de Francia y España, que no ha cesado de hacer esfuerzos para conquistarla, tratan hoy de tentar con más empeño la empresa y no dejar pasar la ocasión en que la ve, no diré abandonada a sí misma, sino abandona hasta de sí mismo. El pago de los empréstitos habría sido un lazo que uniese al pueblo inglés con el americano; y Fernando había concurrido a fortificarlo, declarando que no reconocería ningún empréstito contraído por autoridades ilegítimas; pero nuestros gavilanes han querido romperlo; han hecho más; han querido convertirlo en un lazo que ate los intereses de España en subyugar la América, con los del pueblo inglés. Si aun cuando la contienda está sin decidirse, y cuando (como no lo desconocen y lo publican los diarios de Londres) necesitábamos todavía de auxilios, han manifestado nuestros gobiernos tan mala fe (y no hay que pensar que los ingleses lo atribuían a otro motivo) ¿qué hay que esperar que hagan después, cuando se miren en seguridad? Las continuas revoluciones, los malvados que por medio de ellas, se suceden unos a otros, ¿ofrecerán certidumbre, o siquiera probabilidad del pago? Persuadidos pues los ingleses de que no serán satisfechos por los nuevos gobiernos americanos, y atribuyéndolo esto exclusivamente a la incapacidad tan completa que hemos manifestado para gobernarnos con orden y honor; pues, por otra parte, están convencidos de que aquellos países tienen recursos suficientes para pagar, desecharán las propuestas que les haga España de restituir la América a un gobierno ordenado y tranquilo, único que puede ponerla en disposición de llenar con exactitud sus empeños; reconocer estos hasta la extinción total de la deuda, garantiéndola mancomunadamente toda la nación española; reconocer asimismo, ya que se aumentaban los recursos de la nación, la deuda extranjera de la Península, y por consiguiente los empréstitos de las Cortes (lo que le ganaría mucho partido y opinión); y por último conceder el comercio libre a todas las naciones por igual, cual hoy lo gozan? El pueblo inglés, dirigido casi exclusivamente por el interés, el cual sofoca todas las ideas de pura magnanimidad, principalmente si éstas se hallan en oposición con el bolsillo, no creo que buenamente desechase tales proposiciones y sepa Ud. que en el gabinete de Saint James es donde verdaderamente reina la opinión pública, y a buen seguro que un ministerio no se opusiese a lo que pedía la voz del pueblo.

Pues, señor: sepa Ud. también que el conde de Ofalia (alias Heredia) se halla hoy en París, en camino de Madrid para Londres, a donde es destinado por Fernando con una misión extraordinaria, y para proponer (según hemos sido informado por repetidas cartas de Francia, escritas por personas que toman interés por América) semejantes partidos. Los españoles magüer que tontos han aguaitado la buena oportunidad. Se dice que el señor Ofalia exige, no que la Inglaterra tome parte alguna en favor de España, sino que deje a ésta obrar por sí misma y aprovecharse de los auxilios que pueda encontrar en alguno de sus aliados. No es posible saber cuáles sean las verdaderas instrucciones comunicadas a Ofalia, porque lo que se nos ha escrito no pasa de conjeturas muy fundadas, y con algunos motivos especiales de ascenso; pero es cierto que en Canarias se está formando un ejército a la dirección y mando del célebre Morillo en Colombia, que subsisten las fuerzas acumuladas en La Habana, a donde ha ido Loriga; y que en la Península, con pretexto de las ocurrencias de Portugal, hay el ejército que se llama de observación, que continúa aumentándose y disciplinándose; y varios de sus cuerpos se hallan al mando de Monet, Rodil y otros jefes que han hecho la guerra en América. Ofalia ha sido antes Ministro de Estado, y de Gracia y Justicia, y es mirado (dicen que con razón) como el primero o uno de los primeros diplomáticos de la nación. Ello es efectivo que a su misión se ha dado grande importancia; que el Rey mismo le escribió llamándolo de Granada donde se hallaba, para confiarle este encargo; y que se le ha dispensado suma atención, de que es prueba el que habiendo expuesto que necesitaba para emprender su misión, que le acompañase como secretario un tal Zamorano, que se hallaba declarado impurificable, el rey inmediatamente, sin trámite le declaró purificado.

Nuestros temores deberían ser los más terribles si a motivos tan graves como lo[s] referidos se hubiese unido el de que hubiesen acertado capítulo los anti-liberales, o los torys del gabinete inglés; pero por fortuna ha venido Mr. Canning, y ha sido nombrado primer ministro y primer Lord de la Tesorería; para lo cual ha sido necesario botar a la mayoría del gabinete, esto es a siete de sus miembros, los más caracterizados y precisamente los amigos personales del Rey, quienes se oponían a la elevación de Canning, por diversidad de opiniones. Canning es el protector declarado de la libertad de ambos mundos y de los católicos en Inglaterra: los otros eran partidarios hasta cierto punto de las ideas de la Santa Alianza. Y observe Ud. aquí de paso cuánto pueden en este feliz gobierno la opinión, el decoro público y el amor a la patria. No habrá individuo a quien personalmente aborrezca más el rey que Canning, ni hombre a quienes conserve más adhesión y aún cariño que al respetable Lord Canciller, con cuarenta años de servicio y el primer jurisconsulto de Inglaterra, al Duque de Wellington, su criatura y orgullo de la nación; a Mr. Peel excelente y amable Ministro del Interior, y todos partidarios de la autoridad real un poco avanzada, y de las ideas que más halagan personalmente al Rey. Pues, sin embargo, conociendo éste que no había talentos iguales a los de Canning, que éste es reputado el primer político de Europa, que el pueblo lo deseaba, y que era necesario para el bien de la patria, se sobrepuso a sus afecciones privadas, y lo nombró primer ministro a pesar que de los restantes once miembros del gabinete, siete le significaron que renunciarían sus empleos. Hizo más: el Duque de Montrose su gran Chambelán, el Marqués de Graham su vice-chambelán y el Duque de Dorset su caballerizo, expusieron que también renunciarían; y todos ellos se conformaban con que Canning siguiese como siempre de Ministro de Negocios Extranjeros; su oposición era sólo a que fuese primer Ministro; a todos contestó que hiciesen lo que gustasen, que él hallaba necesario nombrar a Canning, quien ha obtenido el empleo sin intriga ni solicitud alguna, y siendo además de un nacimiento muy oscuro y sin relaciones. Y no es esta bondad particular de Jorge IV, pues su padre hizo lo mismo varias veces, manteniendo a la cabeza del gabinete a Pitt, su enemigo personal. He aquí cómo no puede haber en Inglaterra Ministros Gandarillas, Benaventes, Pintos ni Novoas; porque bajo esta forma dichosa de gobierno y bajo el imperio de las costumbres políticas en que ha sido educado el pueblo, un sagrado respeto a la decencia pública y el convencimiento de que los ministros son para dirigir la suerte del estado y para acertar, impiden, o que de propósito se elija a los malvados e ignorantes por motivos de negociación particular, o que se crea que todo hombre es a propósito para cargos tan arduos. Y he aquí también cómo puede explicarse ese que a nosotros parece prodigio, de ver una serie de ministros, todos aptos, y todos concurriendo en su vez a aumentar la prosperidad de la patria. Si por descuido, o por una de aquellas intrigas que no siempre pueden precaverse, resulta electo un bribón como un Vizconde Melville, que robó pitanza en el departamento de marina, éste no sale del Ministerio para ser gobernador de Coquimbo, o para retirarse a su haciendita a gozar de los bienes que hizo devolver por sus decretos ministeriales, sino que es acusado por los inexorables Comunes, juzgado y sentenciado; o tal vez él mismo, temiendo la opinión pública, se ha degollado, como Castlereagh.

Mucho convendría que nuestros publicistas viniesen a Europa, con ánimo sencillo y voluntad dispuesta a observar, comparar y aprender (porque en Pinto creo que no concurrieron estos requisitos y por eso no aprovechó). Recibirían aquí lecciones prácticas porque no hacen impresión las que sólo se leen en los libros, y mucho más en los que tienen la costumbre de leer no más que los títulos. Siquiera tendrían a su vuelta algún pudor de obrar mal, de ser tan ignorantes y al mismo tiempo tan descarados. No verían aquí ese constante ejemplo de inmoralidad en un pueblo habituado ya a mirar lo mismo lo bueno que lo malo.

Llegó el día 30 de marzo. Es inútil referir las angustias y vergüenzas que precedieron, porque mi alma está tan lastimada que se resiente de revolver estas cosas; y Ud. las calculará. Antes y después me escribieron algunos tenedores de obligaciones cartas insultantísimas (no me tocan personalmente en sus injurias, sino que las dirigen contra el gobierno) preguntándome por sus dividendos. Para muestra remito a Ud. copia de una, con una respectiva contestación; por ella conocerá Ud. cuál es la opinión pública sobre este particular, y si presagia males. Otros me hicieron visitas por los mismos términos que las cartas. Ea, pues; aquí imploro la atención de todo hombre que no sean Gandarillas e Infante. Hubiera yo puesto a Ud. detrás de un tapiz a oír mi diálogo con uno de estos visitantes. Ya Ud. sabe que mi incomparable gobierno no ha escrito una sola palabra en que ni directa ni indirectamente se toque empréstito. Esto no es creíble; pero es así: testigo Gandarillas. Aún hay más: uno de los mismos tenedores de obligaciones me presentó un medio pliego de papel, impreso en Santiago, en la Imprenta de la Biblioteca que tiene por título “Ley del Soberano Congreso Trasladando el Estanco al Fisco”, y comprende un decreto de 2 de octubre, decreto de que ni noticia tenía yo, aunque no lo creyó así el tenedor, porque lo más político de la tragedia es que no pudiendo persuadirse los acreedores que el gobierno no me escriba, ni me comunique los decretos, porque ellos creen que es gobierno, una vez que toma este nombre, suponen que yo les hago misterios de mis comunicaciones, y ¿quién sabe qué dirán de mí? Mis conflictos son terribles. No me atrevo a decir que el gobierno nada me ha escrito, porque ¿cómo he de hacer pública tan infame conducta, peor todavía que el mismo no pagar? Por otra parte, si dejo entender que me ha escrito, ¿qué derecho tengo para ocultarlo de los legítimos interesados y por qué me culpo injustamente? Gandarillas, el ínclito Gandarillas, el sucesor del nefando Pinto, podrá acaso explicar esto. En fin, para abreviar materia tan odiosa, diré a Ud. que mis respuestas se han reducido en sustancia a decirles que tenían mucha razón en quejarse y que nadie sentía este accidente (y es cierto) más que yo; pero que el gobierno no tenía culpa, porque habiendo tomado las medidas que creyó más acertadas, y que según las reglas de la prudencia humana parecían indefectibles, para pagar con exactitud, había sido burlado, y no tenía tiempo para afrontar un pago a que no estaba dispuesto de antemano; que en Chile había recursos para pagar la deuda y que no podía menos que creerse se practicasen actualmente en aquel país activas diligencias para remitir los dividendos. Hágase Ud. cargo que no tengo qué decir, y que los momentos que dura una conversación de éstas son los más angustiados para mí por los sentimientos de pudor, cólera y embarazo que alternativamente me ocupan. En fin: como me parecía difícil que siquiera en el correo que aguardaba próximamente, no recibiese algún aviso, alguna noticia, principalmente cuando Ud. en su última carta me decía que Gandarillas pensaba contestarme, les expuse que aguardaba resoluciones de mi gobierno en el paquete que por momentos debía arribar. Los tenedores, así los que se dirigieron a mí, como los que vieron a Hullet, insistieron unánimes (porque ya estaban entre sí convenidos) en dirigirse a Mr. Canning para que éste tomase en consideración la necesidad de obligar al gobierno a pagar. Yo les hice presente que este paso parecía violento, y aun poco fructuoso; porque Mr. Canning qué había de hacer, que al menos sería mejor aguardar el paquete, y que yo luego que éste llegase, según los avisos que por él recibiese, propondría un arreglo o convenio para el puntual pago sucesivo, que fuese satisfactorio. Cedieron al cabo y consintieron en aguardar el paquete. Pero, ¿cuál sería mi disgusto cuando me encontró sin una sola letra y, lo que es más, sin cartas siquiera? Ya no me fue posible contener a estos tenedores; y sin más verme, ni más trámites, ni atenciones, han citado para una reunión pública. No he podido evitar este paso, por más esfuerzos que he hecho por mí y por medio de aquellas otras pocas personas que conozco. Temo las donosuras que pudieran decir del gobierno; porque al fin él es el gobierno de Chile y yo soy chileno. Me han prometido sin embargo algunas personas que creen obtener influjo en la reunión, que procurarán con el más exquisito empeño que no haya insultos, y que todo pase tranquilamente y se venga a reducir a que reunidos los tenedores nombren un comité de cuatro a seis personas que legalmente represente a toda la masa de propietarios de obligaciones chilenas, y que se entienda ya sea conmigo, ya con el gobierno, para los arreglos, propuestas y solicitudes que fuere conveniente practicar. Si sólo hacen esto, harán lo que yo mismo he sugerido, y lo que en las actuales circunstancias es más benéfico al gobierno y a la partecita de honor y reputación que todavía puede quedar a Chile. Cuantos pasos, cuantas andazas, cuantas visitas, cuantas incomodidades de todo género me haya costado todo esto (y aun no estoy seguro de lograrlo), déjolo a la consideración de los que quieran hacerse cargo de mi situación y de las circunstancias del negocio: que por lo que hace a agradecimiento ni directo, ni indirecto, ni grande ni chico, ni próximo, ni remoto, cuento con él, todavía menos que con la contestación del gobierno. Mucho será que no digan que yo tengo obligaciones del empréstito, o que me pagan los tenedores, porque haga empeño en su favor; porque aunque sólo el decir esto me da asco, tal es sin embargo la bajeza con que piensan unas almas sin elevación, sin talento y sin experiencia de las cosas. Yo he dado pruebas muy heroicas, no digo de fidelidad, porque a eso estoy obligado; pero de un desinterés de que en Chile, lo digo con orgullo, no se tiene ejemplo, y tal vez idea; en fin, he tocado en el extremo de insigne mentecato, aun para el concepto de los hombres de bien. Mas ni quiero que las sepan ni que se digan. ¿Para qué? Un asiento en el Congreso o en el gabinete lo creerán mejor ocupado por los que contrataron el Estanco con Cea y Portales, o por la mano que ha firmado el tratado con Buenos Aires. Tampoco excita ambición el aprecio de un pueblo que ha llamado héroes a los Carrera, Freire, Fuentecilla y el Presidente Arce. Vamos a otra cosa: a reunión citada tendrá lugar mañana 19 y como felizmente se ha demorado el correo, podré decir a Ud. algo de su resultado. Entre tanto, advierto que la carta de que incluyo copia, se me mandó litografiada; que es decir ha circulado por el que me la remitió (que es un Sollicitor, o agente de negocios) entre todos los interesados. Hasta hoy no ha replicado una palabra a mi contestación.

Convencido cada día más de que la patria, como he dicho a Ud. otra vez, ya no existe sino en el corazón de media docena de hombres de bien, a quienes respeto como sus únicos actuales magistrados, hágame Ud. favor de convocar a cuatro de ellos, y leerles la cuenta que les doy de estas transacciones.

¿Y qué dirá Ud. si todavía se presenta otra cosa que queme más la sangre, y que manifieste en igual punto de vista la ignorancia y la corrupción? Pues de aquí que la hay. Anoche con gran misterio y con cien mil reservas, he visto copia de un tratado celebrado en 20 de noviembre último, entre los plenipotenciarios de Buenos Aires y Chile, don Ignacio Álvarez y don Manuel Gandarillas, y cuyas ratificaciones debían canjearse a los cuatro meses de la fecha. No debe quedar duda a ningún chileno de que la mano que por parte de Chile firmó este tratado, está muy dispuesta a suscribir el tratado del absoluto sometimiento al Rey de España, y para el preciso objeto de que nos ahorque a todos, si se le regalan veinte mil pesos. Profunda, groserísima, inexplicable es la ignorancia de Gandarillas; pero ignorancia aún de esa suerte, no alcanza a responder de la celebración de tal tratado. ¿Y qué otro pueblo existe sobre la tierra, condenado así a pasar por una sucesión de ministros, dispuestos cada uno a vender la patria, por cuantos respectos puede? ¿Será tolerable esta suerte? El mal más grave es ciertamente el perjuicio que recibe el estado en arruinarse por medio de estas ventas; pero el mal inmediato a éste, es el deshonor de que nos cubrimos. Hágase Ud. cargo de cómo se reirán en toda América y en Buenos Aires mismo de nuestro talento político y de nuestra virtud. Ya dije a Ud. en otra los sentimientos que me manifestó uno de Buenos Aires, que habiendo conocido allí a Gandarillas, supo que se hallaba de Ministro en Chile. Y si ha habido alguna untadura de manos, algún regalillo diplomático: ¿cómo no se reirán de ver esta bajísima prostitución? Recién llegado aquí, me hizo temblar el haber oído que en la Bolsa de Londres se reían comerciantes ingleses, no tanto de que hubiesen admitido cohechos miembros de la administración de Colombia, por ratificar el contrato del primer empréstito, sino de la pequeña pitanza con que se contentó cada uno. Recuerdo muy a menudo, porque Gandarillas me da que pensar sino que yo lo desee, la mala opinión que tenía en esta materia su padre don Santiago, quien por eso, se me dijo, no había ascendido jamás en la espantosa elevación de los empleados de la Aduana; y no hay duda que los defectos morales se pegan. Chile, echándose encima la guerra con el Brasil, y después con Bolivia, y después con el Paraguay, por garantir límites a Buenos Aires; ¡Chile a quien nadie disputa límites, ni puede jamás tener guerra por este motivo! ¡Chile rebajando de un 20% las introducciones de efectos extranjeros por Buenos Aires, para disminuir su propio tráfico, el arribo de buques a sus puertas, las ventajas que producen las estadas de éstos, los ingresos de su erario, y el fomento de su marina y navegación! Me dicen comerciantes inteligentes que han hecho el comercio en Chile y Buenos Aires, que subsistiendo tal convenio, los artículos valiosos y de poco volumen se introducirán por Buenos Aires, y sólo los voluminosos pasarán a los puertos de Chile, pues en Buenos Aires no tienen que pagar derechos, yendo de tránsito. A Buenos Aires resulta la gran ventaja de ser la factoría de Chile y que queden allí todos los gastos del tránsito. El tratado manifiesta todavía otro rasgo de la pericia diplomática de Gandarillas. Estos tratados se hacen siempre por número determinado de años para experimentar los resultados, y precaver los males que ofrecería una variación de circunstancias; pero nuestro político no nos ha dejado más recurso que una guerra para romper el tratado. No creo que uno sólo pueda alucinarse con la circunstancia efímera de estar hoy cerrado el puerto de Buenos Aires. En fin, no quiero tocar más sobre otros artículos, ni sobre este particular. Y ahora quiero preguntar, ¿qué motivo tuvo su pelucón de Ud. don Agustín Eyzaguirre para nombrar por ministro a Gandarillas? ¿Pudo creerlo siquiera con mediana aptitud? En su manejo del Ministerio de Hacienda, coludido tan escandalosamente con Cea y Portales, ¿no dio prueba de lo que era? Por esto miro los males de Chile como desesperados. No se divisa por dónde venga el remedio. ¡Capitulando el jefe supremo con los gavilanes, desde su ingreso al gobierno! Si quedaría prendado de la conducta de su dignísimo antecesor don Fernando Errázuriz, cuando empezó a hacer la corte a Benavente y a Zegers, para conservarse en la dirección, y seguramente para empezar a madurar el negocito de los tabacos; cuando él y sus hermanos empezaron a proclamar el sublime talento y conocimientos financieros y políticos de aquel nuevo Sully. Era por cierto digno de risa el empeño de alabar la sabiduría de un miserable que educado en el cuartel de Dragones de Concepción y guardia nacional, tenía a vuelta de varios defectos, la modestia de confesar él mismo su ignorancia. Y a quién no llenaría de indignación y de rubor, el ver al Director Supremo del Estado ir a hacerle por las noches la tertulia a Campino, y rodeado allí de Carlos Rodríguez, Luco, Muñoz. etc., etc., que me recordaban la idea de aquel cuarto dichoso que nos describía mi escribiente de antaño don Ignacio Díaz, levantarse a tener, puesto en pie, la vela en la mano, para que el Padre Camilo tendido en el sofá leyese una gaceta; y todo esto en señal de rendimiento al gavilanismo, y para captarse su partido. ¿Y nuestro insigne Argomedo que desde que observó esto, ya en las discusiones del Consejo de Estado, miraba la cara a Benavente para opinar conforme al dictamen de éste? Qué miseria, que a donde quiera que uno vuelva los ojos, sólo encuentre seres de esta clase. Si me da pena que mis cartas parezcan una filípica contra tantos individuos; pero yo no exagero; y tales son ellos. Bastante nos desprecian ya en Europa; mas todavía podemos decir como Ayos: si conocieran todo el gálico que tenemos. Dejemos ya cosas tan tristes.

Acaba de llegar la Constitución de Buenos Aires. Está vaciada en el molde consabido a la norteamericana y colombiana, y lo que es más, pésimamente redactada. Sin embargo: por la ley minima de malis, le hallo el mérito de ser corta. Contiene errores groseros. La cláusula “la nación delega su soberanía en los tres supremos poderes legislativo, ejecutivo y judicial” haría soltar la carcajada a los muchachos de una escuela de Londres, aun en el acto mismo de estar dando lección. La prohibición de los ministros de tener plazas en las cámaras, es reputada ya como un contra-principio, porque es quitar la participación e influjo que la administración debe tener en la formación de las leyes. El excluir a los que tengan empleos por el Gobierno, de lugar en las Cámaras, es impedir a todo hombre razonable el ser miembro de la legislatura; porque en países como aquéllos, si la administración es justa, ningún hombre apto podrá hallarse sin empleo. Allí el número de éstos excede al de los hombres a propósito; y en Inglaterra, donde es lo contrario, no hay tal inhabilitación, sin que por eso esté menos asegurada la independencia de las Cámaras contra el influjo y corrupción del gobierno. Aquí queda excluido de la Cámara de los Comunes, ipso facto, el miembro a quien el Rey confiere un empleo; pero no que da inhabilitado; y si, como sucede frecuentemente, el pueblo le vuelve inmediatamente a elegir, ocupa su lugar en la Cámara y retiene a un mismo tiempo su empleo. Por eso ve Ud. entre los comunes a los Ministros, el Procurador general, el jefe de la Moneda, coroneles, almirantes, etc. Un hombre de bien y de talento, debe ser, y es por lo regular, de la confianza del gobierno y del pueblo. Dos Cámaras, compuestas de individuos de una misma clase, con poca diferencia, son menor mal que una sola Cámara; pero no llenan el objeto de esta división, porque no hay contrapeso, y se encuentran agitadas de unas mismas pasiones, intereses y preocupaciones. Temen nuestros legisladores que los gavilanes les quiten pelucones, y se olvidan de que es indispensable poner un dique a las incesantes aspiraciones y pretensiones tumultuosas de los publicistas, y llamar a tomar parte, por separado, en la legislatura a los que tienen más interés en el buen orden y en la permanencia del Estado, a los próceres que no faltan ni entre los hotentotes; porque en todo el mundo hay hombres notablemente más ricos, de más talento, más beneméritos y más ancianos. Esto es mucho más necesario en el estado actual de nuestros países donde la revolución aún no concluida ha desarrollado tal impudencia, que el ente más miserable se erige en demagogo, y por ignorante y ridículo que sea (v. gr.: Infante) tiene otros secuaces iguales a él. ¿Qué pudiera nuestro don Infante, si existiese una Cámara de notables, vitalicios si fuese posible, que no debiesen su elección a un día de intrigas, que tuviese que perder en los trastornos, y que contase con la consideración pública que le merecía su propia respetabilidad? Basta por ahora de disquisiciones constitucionales.

Estoy muy contento con que Ud. se halle reformando la Constitución de 1823. Su restablecimiento, en cualquier forma que sea, me parecería un anuncio de la restitución del orden. Mi grande interés ha sido siempre, que si más no se puede, se conserve al menos su armazón; porque entre sus instituciones fundamentales hay unas acertadas y excelentes, y otras indispensablemente necesarias. Condición sine qua non, las llamaré, para la felicidad de Chile. Tal es la forma de elección de empleos y la censura, acaso ésta un poco más modificada, en un país que es todavía semi bárbaro, y donde la Constitución permite que algunos de los censurantes no sepan ni leer. Este artículo que abre la ciudadanía a los que no saben leer, yo de muy buena gana lo suprimiría. ¿Cómo ha de tener aquel mediano influjo y respetabilidad que se requiere para la ciudadanía, el que no está apto para ningún negocio civil? Yo no he conocido en Chile uno que merezca aun tolerablemente ser ciudadano y no sepa leer. ¿Y por qué no ha de dejarse este estímulo para que aprendan? Es preciso confesar que hasta aquí nos hemos dejado arrastrar excesivamente del torrente democrático y su resultado en pueblos sin civilización general, ¿cuál es? El que estamos viendo en Chile. No importa que haya en actual ejercicio muchos ciudadanos, si a todos se deja abierta la puerta para que puedan serlo. Lo que sí interesa es que todos los habitantes tengan ganas de ser ciudadanos, y de tomar parte en los negocios públicos. Este es el verdadero palladium de la libertad, y al mismo tiempo el principio conservador del orden. Fue mi opinión y es todavía que la Constitución volviese a aparecer en forma de una carta: 1º porque en el triste estado de las cosas era preciso darle otra apariencia, para que fuese admitida, y a toda costa debía tratarse de no privarnos de los bienes que ella con cualquier figura nos había de proporcionar; 2º porque así queda menos expuesta a ataques. Era gracioso ver en los periódicos chilenos de 1824 impugnar la Constitución sin atacar uno solo de sus artículos fundamentales; y que toda la ciencia constitucional gavilánica no pasaba de decir las más vagas insulseces y señalar de paso algún artículo secundario de pura organización; 3º porque las leyes que organizan y reglamentan las disposiciones primitivas, pueden hacerse con más detención, y aun son a mi en tender susceptibles de alguna reforma. Sobre todo se harán como se quieran y sin oposición ninguna. Quede el sistema de la formación de las leyes; quede la expedición e influjo racional que se da al gobierno; quede la forma de elecciones; quede la censura; quede la administración interior enérgica y dependiente del jefe supremo del Estado; queden los consejos departamentales como frenos para contener la anarquía y el federalismo; queden indicados el sistema de moralidad nacional, y de administración de justicia; y es fácil dar a todo esto después una hermosa figura.

Pero en mi plan de restablecimiento del orden en Chile, no entra el transformar la Constitución; sino el restituirla íntegramente a toda la extensión de sus artículos y cual existía antes del 17 de julio de 1824; y después constitucionalmente y por medio del Director con su Consejo de Estado, el Senado, etc., ir proponiendo o alterando cuanto parezca conveniente. Los remedios deben ser radicales, y en males como los que sufre Chile yo no encuentro otro que el que sugieren los dos más grandes políticos de su tiempo: Talleyrand y Metternich: restituir la legitimidad, hacer conocer a los pueblos que cuando se han separado del orden, se retrocede, cualquiera que sea el tiempo que pase, hasta volver al punto legal de donde se partió. Aquellos políticos adoptaron esta medida en una mala causa, nosotros tendríamos la ventaja de seguirla en una buena.

Por lo que hace a ser Pinto, Benavente y Campino los solicitantes de que vuelva la Constitución, esto manifiesta cuál es la profundidad y sinceridad de su política. En cuanto a los dos primeros, evacuado el negocio del Estanco y la quitada de los frailes, esto es de sus casas y haciendas, que eran los principales proyectos a que servía de obstáculo la Constitución, no es extraño que hoy se contenten con ella, y en suma esto quiere decir que hay un número de malvados de menos que se les opongan. Pero Ud. no olvide que no hay interés ninguno en la tierra, ni aún el más noble, que es el de hacer bien, que pueda impeler a capitular con los malos.

Non tali auxilio, nec defensoribus istis.

Debe procurarse atraerlos; pero no cederles, ni convenir alguna vez los hombres de bien en que permanezcan apoderados del gobierno.

En mi anterior escribí largo sobre preparativos para la casita de las Delicias. Mi viaje a Francia, donde debo tomar estos ornamentos, está suspenso por los motivos que indica esta carta. Las macetas estaban tiempo ha mandadas a hacer; pero había ocurrido un accidente digno de referirse como lo haré a nuestras vistas, en prueba del carácter de los comerciantes ingleses. Por consiguiente puede fácilmente suspenderse su continuación. Siento que Ud. haga encargos a otros; porque nadie debe estar tan en el gusto e ideas de Ud. como yo, y ningún extraño se toma trabajo por llenar completamente la voluntad ajena: compra lo primero que encuentra; y por eso hay tan grande diferencia entre lo que uno busca por sí mismo y lo que encarga.

Me sorprendió la noticia de Ud. extractada de la Estrella acerca del descubrimiento de la luz vehementísima producida por el gas y el alcohol, porque no había oído nada de una cosa tan prodigiosa. Al momento consulté nada menos que al encargado de la compañía de gas para la iluminación de Londres. Me dijo que no tenía noticia de tal descubrimiento, lo que sería imposible si él existiese, porque no podía dejar de haber hecho mucho ruido; que si existiese, el gobierno sin duda la habría adoptado para los faros y señales de tierra por la noche, cuando es cierto que hasta hoy se vale de gas con reverberos de plata; que por la configuración de la tierra es difícil que una luz se vea en ciento veinte millas de distancia, si no es puesta a una altura inmensa; pero que, sin embargo, haría las indagaciones que pudiese y me daría razón de su resultado. Quedó también, en caso de que éstas fuesen vanas, en darme una instrucción del mejor equivalente para luces de señales luminosas, a una distancia de diez millas, y tendrá la casita señales de las [texto interrumpido].

Ud. extrañará con razón el que no le lleguen los ejemplares del Chileno. Casi tan fatales son los menestrales ingleses como los nuestros; y el bribón del grabador a quien adelanté la plata no sólo me ha engañado hasta lo último, sino que me ví en la necesidad de quitarle la obra. Así es que aun no están concluidas las láminas del segundo tomo. Pero me empeño en que marchen prontamente.

Está Ud. suscrito a la Revista enciclopédica, periódico puramente literario, y en esta línea el mejor de Europa. Por el presente correo debe Ud. recibir en la misma administración de Correos de Santiago los números salidos en el presente año; a saber: enero, febrero, y marzo; y en lo sucesivo un número en cada paquete. A pesar del mayor costo es mejor que vayan en cada correo, que no exponerlos a que lleguen irregularmente y atrasados por buques mercantes.

Se ha celebrado la junta de tenedores de obligaciones citada para el 19. No tengo tiempo para remitir a Ud. copia de sus discusiones y resoluciones, porque lo he empleado en traducirlas para dirigirlas al gobierno, a quien incluyo también los periódicos ingleses que las han publicado, y las observaciones que éstos hacen sobre ellas: con más un oficio que no ha de gustar mucho al señor Ministro de Estado. Haga Ud. empeño por verlo todo.

Agradezco las pensiones que Ud. se toma en solicitar que se cubran las letras que he girado de aquí; pero las que más me interesan son la última que he remitido en el correo pasado en favor de García, y la que pienso remitir en el siguiente, lo que he suspendido ahora, porque no he encontrado quien admita letras por mejor cambio que cuarenta peniques y con tanto riesgo que corro en no despachar inmediatamente la letra, no quiero sin embargo que el gobierno diga que gravo al erario. Adviértalo Ud. así a García, por si extraña la falta. Mucho, mucho, mucho me urge que Ud. me remita a Londres, en los términos que insinué en mi anterior, el dinero producto de dicha libranza en favor de García, salvo que Ud. me haya remitido igual o mayor suma de antemano, como lo hizo en el año pasado, recelando mi pobreza.

¿Qué diré a Ud. de mi grave negocio de matrimonio? Si se ha verificado, cuídeme Ud. mucho a mi Rosario.

No tengo más tiempo porque divagué al principio en materias políticas. Mil cosas a mi madre, Dolores, etc. Mucho me alegro que Ud. ha ya practicado la insigne obra de caridad de recoger a la Manuelita Masinela. Esto lejos de embarazar, satisface el corazón, y aun humanamente hablando, compensa cualquier mayor gravamen que resulte de mantener una persona más. No sé como se hallará mamá Rosarito; pero yo en su lugar no trocaría en tales momentos mi suerte por la de Jorge IV.

A Dios, mi padre, soy su

Mariano.

 

Notas.

1. Se refiere a El Chileno Consolado en los Presidios, Obra de Juan Egaña que se publicara en Londres.