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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Mariano Egaņa. Cartas a Juan Egaņa. 1824-1829
36. Londres, 22 de Mayo de 1825. Reservada.

LONDRES, 22 DE MAYO DE 1825. RESERVADA.

Amadísimo padre,

Continúo mi carta de ayer, porque el correo se ha demorado. Fui a mi conferencia con Mr. Canning, y a desengañarme nuevamente del funesto resultado del desorden en que aquí se cree que están las cosas de Chile. Repito ahora por la trigésima vez, que jamás recibió la patria herida más cruel que la revolución última, o a lo menos ninguna que la haya causado tan graves perjuicios.

Ya Ud. sabe que la política de Mr. Canning con respecto a mí ha sido demorar y dejar pasar tiempo sin querer verme, hasta no recibir mejores noticias de Chile, y para evitar la necesidad de darme contestaciones desfavorables. En fines de marzo me expuso Mr. Planta (por medio de un conducto muy reservado de que varias veces me he valido) que Mr. Canning se ocupaba de la formación de un tratado de comercio con Chile y así lo avisé entonces al gobierno, aunque encargándole que no lo divulgase, por la reserva con que se me había confiado. Con este motivo insté nuevamente por la conferencia pendiente; y últimamente mandé hacer presente con mi secretario, que yo necesitaba una contestación categórica para satisfacer a mi gobierno. No pudo ya diferirla M. Canning, y me avisó que para el 21 del presente a las dos y media de la tarde tendríamos una entrevista en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Llegada la hora fui introducido con la atención y decoro competente saliendo el mismo Mr. Planta a recibirme a la primera antesala, y manifestándome Mr. Canning la benevolencia que siempre acostumbra. Nuestra conferencia fue en francés.

Le encontré perfectamente instruido en las cosas de Chile; y lo estaría mucho más que yo si no fuera por las cartas de Ud. Mi gobierno nada ha querido decirme de cuanto ha ocurrido en Chile. Será tal vez por que crea que para negociar aquí no se necesita saber el estado del país. Me preguntó cómo le iba al Congreso: me dijo que sabía era constituyente, que qué le decía del hado de la Constitución; y si tenía yo noticias de algunas nuevas disposiciones del Congreso. Contestéle que el citado Congreso continuaba muy bien en sus sesiones: que había declarado insubsistente la Constitución porque había encontrado en ella algunos artículos de difícil ejecución, y que presentaría una nueva reformando la primera: que hasta ahora se había ocupado de algunos negocios graves del Estado hasta fines de enero, fecha de las últimas comunicaciones de mi gobierno; pero que luego habría seguido a dictar la Constitución, o ley orgánica. Me preguntó en seguida si aun usaba el Director de facultades dictatoriales. Díjele que S. E. las había usado en virtud de un acuerdo del Senado que constitucionalmente le autorizaba al efecto; pero que a la reunión del Congreso había éste reasumido la potestad legislativa. Luego con un aire de malicia y socarronería, me preguntó si yo aun pensaba permanecer mucho tiempo en Londres. Respondíle que mi destino no tenía tiempo determinado sino aquél por el que mi gobierno quisiese mantenerme. Entonces se divagó en una multitud de preguntas sobre la situación geográfica de Chile: su población, clase de sus habitantes y otras mil noticias estadísticas.

Viendo yo que trataba de evitar el punto principal, llamé su atención a él y le expuse que mi gobierno me ordenaba le hiciese presente los deseos que le asistían de cimentar sobre un tratado las relaciones de amistad y comercio que existían entre los súbditos de las dos naciones; y que este tratado proporcionaría mutuas ventajas, etc., etc. Me contestó que hiciese presente a mi gobierno las buenas disposiciones y deseos que animaban así al gabinete inglés, como al mismo Mr. Canning personalmente, de cultivar estas relaciones y entrar en un tratado; pero que aguardase un poco hasta saber las resoluciones del Congreso y qué organización establecía éste, o qué forma daba al gobierno de aquella república: por que la Inglaterra no trataba sino con gobiernos ya constituidos: que el Ministerio tenía que proceder en estas materias con mucho tiento, porque se veía en la necesidad de dar al Parlamento una razón fundada de sus pasos: y que no conceptuaba en el día al gobierno de Chile constituido. Yo le manifesté que Su Excelencia estaba equivocado en la idea que formaba de Chile por las razones que le hice presente. Me replicó que mi relación no iba de acuerdo con otras que se le habían hecho; y que aun se veía en la precisión de decirme que hacía algún tiempo se le había presentado una persona que daba a entender tener autorización del gobierno de Chile, y ésta le había dado informes desfavorables en cuanto al estado de orden interior de aquel país. Tuvo la cautela de anticiparme que no se acordaba de nombre de la tal persona.

Asombrado yo con esta última noticia le dije que no había (como Su Excelencia sabía) otra persona autorizada por Chile sino yo, y antes de mi llegada a Londres mi antecesor Irisarri; me dijo que no era éste el nombre. Le pedí me permitiera preguntarle qué tiempo hacía a que había hablado esta persona: me contestó que como cosa de cuatro meses ha. Le hice presente que esta época coincidía con una de las veces que el Secretario de la Legación había conducido un oficio mío y con este motivo había hablado sobre Chile en la Secretaría de Relaciones Exteriores; pero que no podía haber dicho cosa distinta de lo que yo repetía ahora. Me respondió que no había sido el secretario. Entonces Mr. Planta (que se hallaba presente) le dijo que tal vez se equivocaría S. E., aplicando a Chile lo que se le había expuesto acerca del Perú. Contestó que no. La conferencia se hacía ya pesada, y la hora importuna. Tuve que retirarme. Debo pasarle dentro de tres días una memoria sobre el estado actual de Chile, y ampliar mis contestaciones tenidas en la entrevista.

Dejo al juicio de Ud. cuánto deba deducirse de esta conferencia de que puntualmente doy parte al gobierno. No sé si alguno de los Ministros americanos, por descuido o por una envidia baja, habrá dicho a Mr. Canning algo sobre el desorden interior de Chile, pero sólo los papeles públicos que de allá llegan aquí bastan para indicarlo. Aun se me ocurre si el señor Rivadavia autorizado con cartas de sus amigos de Chile a quienes él en cierto modo encontrará olor de gubernativas, habrá pintado con feos colores el estado de aquel país. Hablando desapasionadamente yo hallo razón a Canning porque en vísperas de establecerse una forma de gobierno, ¿cómo ha de entrar en tratados sin aguardar a que ella se establezca? Era sumo, muy grande el interés que la Inglaterra tenía en tratar con México, así por su importancia política, pues se le supone el primer estado de América, como por las inmensas sumas de libras que hay allí de capital inglés, y las ventajas que resultan al comercio de Inglaterra en aquel país. Con todo fue necesario aguardar que viniese la Constitución que estaba formando el Congreso, para dar la orden de celebrar tratado. En cuanto a Buenos Aires, expuso Mr. Canning que mientras no se reuniesen las provincias y decretasen la organización de un gobierno general, él no podía tratar; y ya Ud. verá que así se verificó y cuál el celo de Heras para conseguir tal reunión y organización aunque provisoria. Yo entiendo que a Chile ha ido la autorización condicional al Cónsul para que estableciendo el Congreso una constitución o ley fundamental u orgánica, proponga al gobierno que ella establezca la formación del tratado; y esta orden la creo ida en el paquete que salió de aquí en abril, porque en fines de marzo dijo Mr. Planta que Mr. Canning se ocupaba de la formación de tratados con Chile, no creo que ha querido engañar; y el tiempo en que dijo esto Mr. Planta coincide perfectamente con la época en que Mr. Canning debió recibir la noticia de la instalación y primeras operaciones del Congreso, lo que sin duda le decidió a expedir semejante orden, y el que a mí no me lo haya dicho con franqueza en esta entrevista, nada arguye porque en el cúmulo de dignidad, circunspección y reserva del Ministerio Inglés, no estaba el que me hablase de una orden reservada por su calidad de condicional, y que podía no tener efecto. Basta que me haya dicho su plan de aguardar la organización que el Congreso dé al gobierno, que es lo mismo.

Lo admirable es que el Congreso, ya que anuló la Constitución, no se ocupase inmediatamente en dar otra o algo que la supliese para no dejar al país en el estado que lo pinta Mr. Canning. Pero contraerse con preferencia a tratar de los negocios ordinarios, que deben dejarse para la Legislatura que se establezca, es lo más bárbaro que puede ocurrirse.

Para colmo de desgracias: aquí se ha pintado en los papeles públicos la noticia de la deserción de la tropa de Chillán a Pincheira, como un movimiento excitado por un partido de oposición que tiene el gobierno. Considere qué idea inspirará esto del estado de quietud interior de Chile. Todo esto viene de la falta de cautela con que se imprime allí cuanto hay capaz de perjudicarnos. En Buenos Aires, así en las gacetas como en las cartas particulares, se aumenta malignamente todo esto, y así llega aquí. También escribo sobre este particular al gobierno. Discúlpeme Ud. siquiera con las gentes de juicio. ¿Qué he de hacer si todos los males vienen de allá? Y tal vez me echarán la culpa.

Soy mi amado padre, su

Mariano.

A mi madre, Dolores, Luisita, Juan, Ríos que me acuerdo mucho, mucho de ellos.