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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Mariano Egaņa. Cartas a Juan Egaņa. 1824-1829
34. Londres, 22 de Abril de 1825.

LONDRES, 22 DE ABRIL DE 1825.

MI amadísimo padre,

La falta de carta de Ud. en cada proporción que se presenta para poderla recibir, es para mí la mayor calamidad, no sólo porque me asaltan los cuidados consiguientes acerca de la salud y bienestar de los de mi casa, sino también porque no tengo otra guía ni luz para dirigirme que las noticias que Ud. me comunica. Aislado, sin correspondencia ninguna en Chile (hasta ahora nadie me ha escrito sino Ud.), sin que aquí haya chilenos que reciban cartas de ese país, sin aviso ni la más ligera insinuación del gobierno, y desconfiando altamente de mi inexperiencia y de cuantos aquí trato porque me parece que quieren engañarme y comprometerme, sólo cuento con los consejos y [sic] ideas que me ministra Ud. en sus cartas. ¡Cómo echo menos aquella proporción que tenía de consultar con Ud. cuanto me ocurría, y quién podría suplir alguna vez la falta de mi padre, de mi maestro y de mi amigo!

Después de haber pasado por el sentimiento de no haber recibido carta de Ud. en el paquete que llegó aquí en febrero, la acabo de tener en el que llegó ayer 18 con fecha 2 de enero. Veo por ella que ya Ud. había recibido tres mías. Aun no han llegado a mis manos, los impresos y ejemplar del Código Moral que me debían entregar Renard y Javier Rosales, y temo que tal vez no lleguen, lo que sería muy sensible, porque en cuanto al Código, hacía ya mucha falta para la impresión; y en cuanto a los impresos me son muy necesarios para instruirme de las providencias y otros actos oficiales, y la carta de Ud. ha aumentado mi curiosidad. Ud. se olvidó de su máxima de que no deben dirigirse cartas ni papeles con pasajeros. Es seguro que de cien, no entregan 90, y más vale pasar por el sacrificio del costo del porte, que exponerse a que no lleguen a su dirección. Sin embargo: aun es temprano para desahuciarme de recibirlos.

En cuanto a nuestro Chile ¿qué he de decir a Ud.? Ud. sólo ve ahí las causas. Yo aquí siento los efectos, que son infernales. Lo digo sin ostentación porque no la he de tener con Ud. Si yo no hubiera venido a Londres, Chile me parece que tendría hoy el mismo crédito que algunas de las tribus del interior del África. Añado más: he estado temiendo mucho que la Inglaterra entrase en un tratado con España en que, reconociendo la independencia de México, Colombia y Buenos Aires, garantiese a ésta la posesión de Chile y el Perú. Hágase Ud. cargo que Mr. Canning, no sólo recibe en cada paquete los papeles públicos de Chile y noticias exactas de cuanto ocurre con sus correspondientes explicaciones y comentarios, dictados por hombres acostumbrados al orden y respeto inalterable a las leyes y que no han visto revolución ni facciones; sino que está instruido hasta en la más menuda chismografía. Sé por boca del mismo que no se confía sólo de las noticias del Cónsul, porque dice, y muy bien, que estos agentes interesados en obtener un rango superior en la carrera diplomática y revestirse del carácter del Ministro Plenipotenciario, y por otros motivos, propenden naturalmente a que se reconozca la independencia del Estado cerca del que residen, y a dar por consiguiente buenos informes. Tiene pues otros agentes privados, que le avisan de todo. Ud. me dice ahora que hay facciones en Chile; y ya Mr. Planta (el Subsecretario de Relaciones Exteriores) había dicho al secretario de la legación que aquél era el único país de América donde se hallaban ahora en su mayor aumento y se fomentaban. Las publicaciones de artículos dirigidos a hacer ver que Chile está pacífico, lleno de excelentes instituciones y mejorándolas cada día y otras cosas que he hecho insertar en los papeles, y sobre todo las especulaciones sobre Chile han excitado el espíritu de esta nación y dado crédito a aquel país.  En esta parte es increíble el beneficio que han producido las compañías de minas. Ellas empezaron a llamar la atención pública contraída exclusivamente a México, Colombia y Brasil, hacia un país cuasi olvidado; y tienen interesado un gran número de casas respetables de comercio y otros muchos individuos para quienes tocar hoy a Chile sería tocarles a ellos en las niñas de los ojos. Aquí el comercio da la ley al gobierno. Ha nacido un entusiasmo en favor de aquel país. Se ha traducido a Molina [1] para el uso de los que especulen en minas, colonización y tráfico chileno; se ha formado un plano topográfico de Chile, y en cada paquete tiene Ud. una porción de hombres que vienen a saber qué noticias hay de Chile y cómo van los negocios de aquel país. Aquí entran mis apuros para contestar. A ellas he debido las propuestas sobre Banco, sobre colonización, sobre empréstito, sobre trabajos de minas de azogue, sobre el de las de hierro, sobre fábrica de armas, de pólvora, de fundición de cobres, etc., en que ahora estoy entendiendo. Todos se hacen el cargo siguiente. Pierdan o ganen las compañías de minas, el país gana porque se difunde en él una nueva riqueza, crece la industria y se aumenta la población con los nuevos trabajadores que van, pues tratemos de aprovechar estos nuevos canales de utilidad. Ahora han decaído mucho estas asociaciones de minas, sea porque se habían aumentado en extremo (lo que para nosotros lejos de ser un mal era un bien), sea porque el gobierno ha entrado en celos. Las últimas que se habían levantado para el Perú (para donde había ya cinco) no han podido completar sus subscripciones. Lord Bathurst, Ministro de las Colonias y comercio, escribió a Hullet un oficio, diciéndole que levantase una compañía de minas para el Canadá, porque era más racional proporcionar a las mismas colonias inglesas las ventajas que se franqueaban a los extranjeros; y el Lord Canciller ha hecho mociones en el parlamento sobre la necesidad de contener estas compañías que sacaban los capitales y la industria nacional.

Pero de lo que estoy ahora más satisfecho es de mi colonización. En ese paquete va al gobierno el contrato celebrado con la primera compañía de esta clase, y que incluyo a Ud. en copia. Nada he estipulado en él para que no esté autorizado por mis instrucciones en el artículo 14 y en el acuerdo del Senado a que se refiere dicho artículo de instrucciones. No tengo tiempo para copiar a Ud. el largo oficio con que acompaño al gobierno este contrato, y en que expongo los motivos y conveniencias de cada artículo. No sé qué le parecerá al gobierno; yo aquí he asegurado que me parece se ratificará completamente. El Quiroga que subscribe es el General español que hizo la revolución de España y que se halla aquí refugiado. El no toma parte en la compañía ni sospecha por este lado, sino que el comité de comerciantes empresarios le nombró por su mayor respetabilidad y facilidad de entenderse conmigo en las conferencias hablando un mismo idioma. No puede Ud. figurarse cuántas sesiones, disputas, vueltas y revueltas me ha costado este contrato. Varias veces se suspendió porque no nos conveníamos. En fin, al cabo se allanó todo. Me persuado que merecerá la aprobación pública en Chile. Yo verdaderamente me admiro cómo he podido conseguir tanto a vista de las ventajas que se han anticipado a proponer los otros gobiernos de América a sus colonos, y de lo incomparablemente más difícil que es la colonización en Chile por su distancia. Una transacción secreta ha habido de que no doy parte al gobierno. En un artículo del contrato se había estipulado que las familias que se transportasen debiesen ser precisamente del culto católico. El comité me hizo presente que empeñaba su palabra de honor en cumplir con aquel artículo; pero que no podía pasar porque le pusiese en el contrato, respecto a que esto se miraría con escándalo por el pueblo inglés, desacreditaría [a] la compañía, y aún más a Chile cuyos proyectos de colonización arruinaría. Al fin convinimos en que el artículo se omitiese, pero que yo les pasaría un oficio expresándoles que la religión del Estado era constitucionalmente la católica con exclusión de todo otro culto, y que conforme a esta ley procediesen a la colonización; a que ellos me contestarían que quedaban instruidos de aquella ley: que conforme a ella procurarían hacer su colonización; y que si no podían verificarla así, quedaría disuelta la compañía. Su ánimo según entiendo es ocurrir a Chile por la ratificación y al mismo tiempo pedir libertad de cultos para las colonias manifestando la traba que yo les he puesto. Allá se las avengan. Ud. vea qué es lo que se hace y dice ahí sobre esto. Yo pasaré por un gran supersticioso y bigote. No me pesa.

Estoy tratando actualmente sobre dos compañías más de colonización en iguales términos o parecidos. Me parece que se realizarán. Una de ellas es la primera compañía de minas, que quiere constituirse en compañía de minas y colonización, con lo cual se hará más útil al país y más acreedora a la protección del gobierno. Colonización admitiré por cuantas compañías y medios se presenten. A la segunda compañía de éstas en jerga (que me parece la más respetable y pudiente) hice presente cuánto la [sic] convendría que los agentes principales que nombrase fuesen del país. Ella me lo prometió, y si se realiza será Ríos agente.

Ahora he sabido que Arcos escribió a medio mundo en Chile (luego que supo el establecimiento de compañías de minas) para que le mandasen poderes de algunos dueños de minas para venderlas aquí en Londres, lo que se podría verificar a muy buen precio. No dije mal en aquel tiempo; pero ya ahora ha pasado aquí enteramente la moda de estas negociaciones; y las compañías han ido a contratar allá con los dueños de quien sin duda alguna estará mejor negociar allí con ellas ahorrando el corretaje y mayor precio que tomaría Arcos para sí. Tampoco sé si el gobierno permitirá que los extranjeros adquieran la propiedad entera de las minas. Para ellos creo que es indiferente esto con tal que las contraten arrendándolas o trabajándolas entrando en parte de las utilidades como en México. Ud. no se olvidará de su mina del Huasco para un contratito lucroso. Con la segunda compañía creo que se puede sacar más que con la primera. A Echeverría (don Juan José) le he escrito cómo se forman estos contratos, y que es preciso no asustarse y pedir bastante. Sirva de ejemplo que un vecino de Pasco que había aquí, y que no había hallado quién le diese por su mina 3.000 pesos, la vendió aquí en una de las compañías peruanas en cien mil.

Sobre empréstito he desechado cuantas proposiciones se me han hecho: 1º. Porque no tengo poderes; 2º porque jamás sería cómplice en lo que creo la ruina de mi patria. De estas resultas sé que se han dirigido dos proposiciones distintas al gobierno, una por Arcos, y otra por una casa de comercio de que va de agente don Luis López Méndez. Temo de la de Arcos, porque sé que ha movido todos los resortes que él sabe jugar muy bien para obtener estas negociaciones; pero yo he cumplido con mi deber demostrando al gobierno matemáticamente lo ruinoso de esta empresa, y manifestándole el estado de Nápoles y de Colombia de quienes por causa de los empréstitos puede ya decirse Etiam si Deus velit salvam facere Rempublicam, non potest. Mi oficio horroriza. Chile hoy con la paz debe minorar sus gastos, y su erario ha de incrementar sucesivamente mucho con el impulso tan grande que van a recibir su minería, su agricultura, su industria, y su comercio con las compañías de minas, colonización, Bancos y exportación de frutos que hagan las compañías de colonización.

Volviendo a nuestro Chile, ¿qué quiere Ud. que le diga? El hado de la Constitución estaba determinado desde que hubo un congreso tan digno del movimiento del 19 de julio y las opiniones de Cordovéz y Lazo bien valen la anulación de la ley fundamental de la nación. ¿Y Argomedo, miembro de la comisión de Constitución del año [18]23, votaría ahora por su abrogación? Y esos señores Elizondo, Ovalle, Eyzaguirre miembros del anterior congreso, ¿qué dijeran ahora? Cuando escribo ésta habrá Ud. recibido ya la disertación de Blanco. Felizmente va concebida en términos que no la supondrán parcial ni negociada por mí. El señor Vera del ludibrio, ¿qué dirá cuando la oiga llamar en Londres la mejor que se ha visto en esta época de constituciones? El Abate Pradt está ahora tan ocupado en la Cámara de Diputados de Francia, que no sé si publicará los elogios con que la aplaudió cuando la leyó.

Lo que me admira es la política de desacreditar el mismo gobierno a su Enviado, y no acordarse de él siquiera para revocarle sus poderes y llamarlo si no es de su confianza. ¿Qué concepto formarán Mr. Canning y mis compañeros los Enviados de América de un hombre de que [quien] se ha dicho en los papeles ministeriales de su país “que su salida del Ministerio de Estado mejorará la administración” y a quien su mismo gobierno acusa de monarquismo, esto es de ideas traidoras? Yo absolutamente no he traído instrucciones de monarquismo, ni cosa parecida. En el Consejo de Estado se discutió un día sobre qué haría el enviado si reunidos todos los gobiernos de Europa proponían a los nuevos estados de América esta alternativa: o constituirse en monarquías, o volver a ser esclavos de España; y se acordó que no se tuviese presente tal caso en las instrucciones, y que si ocurría diese yo cuenta. Opiné entonces, como lo haría ahora, que la independencia nacional era mayor bien que nos ahorcasen los españoles.

Por fortuna en todos los actos de mi plenipotencia no me creo comprometido en nada, porque en cuanto a las compañías de minas, no les he concedido privilegio, ni excepción alguna de las leyes. He aprobado su formación (sólo de la primera) para que fuesen a contratar con los mineros y trabajar, cosa que ni las antiguas leyes españolas, ni la ordenanza les prohibían, porque ésta sólo impide a los extranjeros trabajar minas propias, y no las que habiliten y sobre cuyos trabajos hagan contrato con los dueños. Por otra parte mis instrucciones me ordenan que me empeñe en atraer al país toda clase de extranjeros útiles, ofreciéndoles protección y toda clase de consideración, obrando en esto (es expreso en ellas) discrecionalmente. El acuerdo o ley a que ellas se remiten añade que a todo extranjero que introduzca algún género de industria en primeras materias del país se conceda no sólo protección sino tierras, relevación de derechos, etc. Además en esto procedí por unánime ejemplo y acuerdo de los demás enviados americanos y por consideraciones políticas de la mayor importancia: incluso el señor Rivadavia (flectamus yenna), prototipo, corifeo, bandera y estandarte de todos los enviados; flor, nata, y luz y norte de todos los Ministros. En cuanto a las de colonización obro por instrucciones expresas, cuyo uso lejos de exceder, he limitado. En cuanto al Banco, sus condiciones y estipulaciones no pueden ser obligatorias, sino después de obtener la libre aprobación del gobierno autorizado para rechazarlas en todo o en parte. Mis transacciones diplomáticas no han tenido hasta ahora resultado alguno.

Mi intención de volver a Chile a [al] cumplir los dos años, no sólo no se ha variado pero ojalá fuera mi vuelta ahora. Me aflijo mucho cuando me considero aquí, y la demora o incertidumbre de la venida de Zañartu de que Ud. me habla, me ha angustiado. En fin mi padre: mi vuelta es obra de Ud. que se ha de empeñar no ya en que venga Zañartu, porque cuando Ud. reciba ésta no habrá tiempo para que yo aguarde aquí el resultado de estas diligencias, sino en preparar los ánimos para que no me apedreen por mi vuelta sin orden competente. Mis instrucciones dicen que si el gobierno no me ha puesto nuevos fondos para mis sueldos, estoy autorizado para regresarme tres meses antes de cumplirse los dos años. A mí me convendría salir de aquí por julio, agosto o cuando más septiembre porque es el tiempo último del año en que es menos peligrosa la salida de los puertos de Inglaterra; pero cuando todo turbio corra, yo cumpliré con las instrucciones aunque tomándome un mes más.

Sobre mi salud si he de decir la verdad lo que tengo es ganas de irme y un corazón muy sensible. Mi cuerpo nada ha padecido, y la estación de la primavera me ha restablecido. El que no digan que hago una deserción criminal, solo me mantiene aquí.

Entre las cosas de Chile que admiro es el silencio de Astorga. No lo hubiera creído. Ninguna suya he recibido. Yo no le dejé encargos ni confianzas de ninguna clase. No entiendo lo del destino de la plata del anfiteatro. Mis sueldos pendientes y una plata que debía darle don Ildefonso Redondo le dije que la entregase por otra tanta que yo había recibido antes de venirme. No me acuerdo si le pude decir algo de la del anfiteatro. Dos le he escrito desde aquí; pero ni a él ni a nadie confianza ninguna. Esté Ud. seguro sobre esto.

Si no se extravía el Código Moral, Renard llevará la impresión de todo inclusos las Pehuenches. No libraré nada contra Ud.

En cuanto al empréstito ya se ha despachado todo el dinero que aquí había, con tal exactitud que no sólo no he dejado un medio más para sueldos (porque en esto me asiste también el interés de irme) pero ni lo suficiente para gastos de Secretaría.

A Dios mi amadísimo padre. Mil cosas a mi madre, Dolores, Juan, Luisita, etc.

Soy su

Mariano.

 

Notas.

1. Se refiere a José Ignacio Molina, el sacerdote jesuita.