Los enemigos de la justa causa, en que estamos empeñados, han hecho uso en todos los puntos de la perfidia, la traición y la atrocidad. En México hacen fuego sobre los parlamentarios que se acercan de paz llevando en la bandera la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, asesinan a los pueblos indefensos, a los prisioneros de guerra, etcétera, etc. Se cubren de tales delitos a infamia, que pasarán siempre por la nación mas corrompida y bárbara. En Caracas envenenan a los patricios partidarios suyos, desconfiando de ellos; y después de entrar en la capital bajo la fe de las capitulaciones, sacrifican a innumerables personas en cuatro horcas que colocaron en la plaza mayor. En Quito, en la primera revolución, son admitidos de paz por el incauto pueblo, y en la alegría de un sarao prenden a los principales nobles, y después los matan a balazos en la cárcel, sin que precediese sentencia, sin que hubiesen sabido la cercanía de su muerte para sus disposiciones cristianas, a pretexto de una conmoción popular. En Huaqui quebrantan un armisticio. etc., etc. Últimamente, después de que el Virrey de Lima en el último oficio que dirigió a este Gobierno, se gloriaba de la buena fe, honor y abertura de sus procederes, sorprende d Concepción prevalido de la traición de Jiménez Navia. En fin, la fragata Perla se ha perdido por la más negra perfidia, sublevándose la tripulación, capitaneada por Aaliano, llamado Antonio Carlos: éste puso una pistola al pecho al comandante Barba, que se había empeñado tanto por llevarlo a su bordo; otro hirió en la cara al padre capellán, hombre anciano, y de quien nada podían recelar. Antes de hacerse a la vela dieron las mayores muestras de patriotismo. Así es como los patriotas fueron víctimas de la confianza.