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Fuentes Bibliográficas
Julio Bañados Espinosa. La Batalla de Rancagua. Sus Antecedentes y sus Consecuencias
Apéndice

APÉNDICE

 

NÚMERO 1. Proyecto de tratado aprobado por el gobierno de Lastra y el Senado Consultivo y que sirvió de base a los plenipotenciarios patriotas O'Higgins y Mackenna.
“Por la prisión de Fernando VII quedaron los pueblos sin rey en libertad de gobierno digno de su confianza, como lo hicieron las provincias españolas, avisando a los de ultramar que hiciesen lo mismo a su ejemplo.

Chile deseoso de conservarse para su legítimo rey, y huir de un gobierno que los entregase a los franceses, eligió una Junta Gubernativa compuesta de sujetos beneméritos. Esta fue aprobada por la regencia de Cádiz, a quien se remitieron las actas de instalación: siendo ella interina mientras se formaba un Congreso general de estas provincias, que acordase y resolviese el plan de administración conveniente en las actuales circunstancias. Se reunió efectivamente el Congreso de sus diputados, quienes en su apertura juraron fidelidad a su rey Fernando VII, mandando a su nombre cuantas órdenes y títulos expidieron, sin que jamás intentasen ser independientes del rey de España libre, ni faltar al juramento de fidelidad.

Hasta el 15 de noviembre de 1811 quedó todo en aquel estado, y entonces fue cuando por fines e intereses particulares y con la seducción de a mayor parte de los europeos del reino, fue violentamente disuelto el Congreso por la familia de los Carrera, que hechos dueños de las armas y de todos los recursos, dictaron leyes y órdenes subversivas de aquel instituto, sin que ni las autoridades, ni el pueblo, ni la prensa pudiesen explicar los verdaderos sentimientos de los hombres de bien, ni opinar con libertad.

Así es como durante el tiempo de aquel despotismo se alteraron todos los planes, y se indicó con signos alusivos una independencia que no pudieron proclamar solemnemente por no estar seguros de la voluntad general. Sin duda aquella anarquía y pasos inconsiderados movieron el ánimo del virrey de Lima a conducir a estos países la guerra desoladora, confundiéndose así los verdaderos derechos del pueblo, con el desorden y la inconsideración. Atacado el pueblo indistintamente por esto, le fue preciso ponerse en defensa, y conociendo que la causa fundamental de la guerra eran aquellos opresores, empleó todos sus conatos en separarlos del mando, valiéndose de las mismas armas que empuñábamos para defendernos de la agresión exterior.

Puesto así el Gobierno en libertad y deseando elegir un gobierno análogo a las ideas generales de la monarquía, confió la autoridad a un gobernador, llamándole supremo por haber recaído en él la omnímoda facultad que tuvo la primera junta gubernativa instalada en 18 de septiembre de 1810; y se propone ahora restituir todas las cosas al estado y orden que tenían el 2 de diciembre de 1811, cuando se disolvió el congreso.

Por tanto, aunque nos hallamos con un pie muy respetable de fuerza, que tiene al reino en el mejor estado de seguridad, que diariamente se aumenta y aleja todo recelo, conviniendo con las ideas del virrey por la mediación e influjo del señor comodoro Mr. James Hillyar y para evitar los horrores de una guerra, que ha dimanado de haberse confundido los verdaderos derechos e ideas sanas, con los abusos de los opresores, propone Chile lo siguiente:

“1º Que supuesta la restitución de las facultades y poder del gobierno al estado que tuvo cuando fue aprobado por la regencia, debe suspenderse toda hostilidad, y retirarse las tropas agresoras, dejando al reino en libre uso de sus derechos, para que remita diputados a tratar con el Supremo Gobierno de España el modo de conciliar las actuales diferencias.

2º No se variará el poder facultades del gobierno de la manera que fue aprobado por la regencia, esperando el reino el resultado de la diputación que ha de enviar a España.

3º Se darán todos los auxilios que estén al alcance del reino, para el sostén de la Península.

4º Se abrirán los puertos a todos los dominios españoles, para que continúen las relaciones mercantiles mutuamente.

5º Se ofrece al señor comodoro Mr. James Hillyar, mediador de las diferencias entre el señor virrey de Lima y este gobierno, una garantía suficiente para el cumplimiento de esta transacción.

6º Siendo notorio, tanto en Chile como en Lima, el eficaz deseo del señor comodoro y comandante de la Phoebe, de terminar las diferencias pendientes en dos estados unidos por naturaleza religión, aceptamos su laudable mediación entre ambos gobiernos, y ofrecemos garantir los tratados que por ella se hagan, con la seguridad que esté en nuestra facultad, y siendo esto conforme sustancialmente con los sentimientos que en conversaciones particulares ha manifestado el señor virrey al señor Hillyar, a excepción de quedar sujetos a guarnición extraña, nos ofrecemos también a reponer esta falta de garantía con rehenes equivalentes. Por tanto, espera Chile no se ponga el menor embarazo en la salida de las tropas de Lima; en cuya negativa nunca podrá convenir este reino, así para hacer una elección libre de sus diputados como para evitar una anarquía, las disensiones interiores que probablemente se originarían, quedando alguna fuerza exterior; sobre todo porque garantidas las proposiciones de un modo seguro, es inútil, y podría ser muy perjudicial mantener en el reino aquella fuerza.

7º Quedarán olvidadas las causas, que hasta aquí hayan dado los vecinos de las provincias del reino, comprometidos por las armas, con motivo de la presente guerra.

8º El gobierno deja a discreción y voluntad de los generales de nuestro ejército restaurador, acordar y determinar el punto o situación en que han de discutirse y decidirse los tratados y demás ocurrencias de que no se haya hecho mérito, y también el que perdonen la discusión, o en su lugar nombren plenipotenciario que desempeñe a satisfacción tan importante encargo; y para este nombramiento se autorizan en bastante forma.

Convenidos los generales de ambos ejércitos en los antecedentes artículos, sin variación sustancial, volverán a este gobierno para su ratificación que se hará en el término que acordasen.

Santiago, abril 19 de 1814.

Francisco de la Lastra - doctor José Antonio Errázuriz - Camilo Enríquez - doctor Gabriel José de Tocornal - Francisco Ramón de Vicuña - doctor Juan José de Echeverría, secretario”.

 

NÚMERO 2. He aquí el tratado definitivo aprobado en Lircay por Gaínza y los plenipotenciarios patriotas, O'Higgins y Mackenna.
Convenio celebrado entre los generales de los ejércitos titulados nacionales y del gobierno de Chile:

Artículo 1º Se ofrece Chile a remitir diputados con plenos poderes e instrucciones, usando de los derechos imprescriptibles que le competen como parte integrante de la monarquía española, para sancionar en las cortes la Constitución que éstas han formado, después que las mismas cortes oigan a sus representantes; y se compromete a obedecer lo que entonces se determinase; reconociendo, como ha reconocido, por su monarca al señor don Fernando VIl y la autoridad de la regencia por quien se aprobó la junta de Chile, manteniéndose entretanto el gobierno interior con todo su poder y facultades, y en libre comercio con las naciones aliadas y neutrales, especialmente con la Gran Bretaña, a la que debe la España, después del favor de Dios y su valor y constancia, su existencia política.

2º Cesarán inmediatamente las hostilidades entre ambos ejércitos; la evacuación de Talca se ejecutará a las treinta horas de ser comunicada la aprobación del gobierno de Santiago sobre este tratado, y la de toda la provincia de Concepción, esto es, las tropas de Lima, Valdivia y Chiloé en el término de un mes de recibida dicha aprobación, franqueándoseles los auxilios que estuviesen al alcance de Chile, y dicte la regularidad y prudencia y quedando esta última plaza de Chiloé sujeta como antes al virreinato de Lima: así como se licenciarán todos los soldados de la provincia de Concepción y sus partidos, si lo pidieren.

3º Se restituirán recíprocamente, y sin demora todos los prisioneros que se han hecho por ambas partes sin excepción alguna, quedando enteramente olvidadas las causas que hasta aquí hayan dado los individuos de las provincias del reino comprometidos por las armas con motivo de la presente guerra, sin que en ningún tiempo pueda hacerse mérito de ellas por una ni otra parte. Y se recomienda recíprocamente el más religioso cumplimiento de este artículo.

4º Continuarán las relaciones mercantiles con todas las demás partes que componen la monarquía española, con la misma libertad y buena armonía que antes de la guerra.

5º Chile dará a la España todos los auxilios que estén a su alcance conforme al actual deterioro en que ha quedado por la guerra que se ha hecho en territorio.

6º Los oficiales veteranos de los cuerpos de infantería y dragones de Concepción, que quisiesen continuar su servicio en el país, gozarán el empleo y sueldo que disfrutaban antes de las hostilidades; y los que no, se sujetarán al destino que el excelentísimo señor virrey les señalare.

7º Quedarán la ciudad de la Concepción y los puertos de Talcahuano; y no siendo posible al señor brigadier don Gavino Gaínza dejar todos los fusiles de ambas plazas, se conviene en restituir hasta el número 400 para su servicio y resguardo.

8º Desde el momento que se firme este tratado estará obligado el ejército de Chile a conservar la posición que hoy tiene, observando religiosamente el no aproximarse más a Talca, y caso que, entretanto llega su ratificación del excelentísimo gobierno de Chile, sobreviniere algún temporal, que pueda perjudicarle, será de su arbitrio, acamparse en alguna hacienda en igual o más distancia de dicha ciudad; bien entendido que para el inesperado caso de volverse a romper las hostilidades, que será con previa noticia y acuerdo de ambos ejércitos, no podrá cometer agresiones el nacional sin haberle dado lugar de restituirse a la posición que tiene en esta fecha.

9º Se restituirán recíprocamente a todos los moradores y vecinos las propiedades que tenían antes del 18 de febrero de 1819 declarándose nulas cualesquiera enajenaciones que no hayan precedido de contrato particular de sus dueños.

10º El excelentísimo gobierno de Chile satisfará con oportunidad, de su tesoro público, treinta mil pesos como en parte del pago que debe hacerse a algunos vecinos de la provincia de Concepción de los gastos que ha hecho el ejército que hoy manda el señor general brigadier don Gavino Gaínza, quien visará los libramientos que expida la intendencia.

11º Para el cumplimiento y observancia de cuanto se ofrece de buena fe en los artículos anteriores, dará Chile por rehenes tres personas de distinguida clase o carácter, entre quienes se acepta como más recomendable, y por haberse ofrecido espontáneamente en honor de su patria, al señor brigadier don Bernardo O’Higgins, a menos que el excelentísimo gobierno de Chile lo elija para diputado se sustituirá su persona con otra de carácter y representación del país.

12º Hasta que se verifique la total evacuación del territorio de Chile se darán en rehenes por parte del ejército nacional luego que esté ratificado el tratado, dos jefes de la clase de coroneles, así como para evacuar a Talca, que deberá ser el inmediato, se darán por el ejército de Chile otros dos de igual carácter quedando todo el resto del mes para que vengan a la inmediación del señor general del ejército nacional los rehenes de que habla el artículo anterior, o un documento de constancia de haberse embarcado para Lima.

13º Luego que sea firmado este tratado, se expedirán órdenes por los señores generales de ambos ejércitos para que suspendan su marcha cualesquiera tropas que desde otros puntos se dirijan a ellos; y que sólo puedan acogerse, para librarse de la intemperie, a las haciendas o pueblos más vecinos donde les llegaren dichas órdenes, hasta esperar allí las que tengan a bien dirigirles; sin que de ningún modo puedan las auxiliares del ejército nacional pasar el Maule, o entrar en Talca, ni las del ejército de Chile el río de Lontué.

14º Si llegare el caso (que no se espera) de no merecer aprobación este tratado, será obligado el señor general del ejército de Chile a esperar la contestación de esta noticia, que ha de comunicar al del nacional, quien deberá darla al cuarto de hora de recibida.

15º Reconociendo las partes contratantes que la suspensión de las hostilidades, la restitución de la paz, buena armonía e íntima amistad entre los gobiernos de Lima y Chile, son debidos en gran parte al religioso y eficaz empeño del señor comodoro y comandante de la Phoebe, don Santiago Hillyar, quien propuso su mediación al gobierno de Chile manifestándole los sentimientos del señor virrey, y no ha reparado en sacrificios de toda clase, hasta presenciar a tanta distancia de su destino todas las conferencias que han precedido, y este convenio, le tributamos las más expresivas gracias como a mediador y principal instrumento de tan interesante obra.

16º Se declara que la devolución de sólo 400 fusiles a las plazas de Concepción y Talcahuano a que se refiere el artículo 7º es porque el señor general don Gavino Gaínza no tiene completo el armamento que el ejército de su mando introdujo al reino.

Y después de haber convenido en los artículos anteriores, nos el general en jefe del ejército nacional, brigadier don Gavino Gaínza, y el general en jefe de Chile, don Bernardo O’Higgins y don Juan Mackenna, plenipotenciarios nombrados, firmados dos ejemplares de un mismo tenor, para su constancia, en las orillas del río Lircay, a dos leguas de la ciudad de Talca, cuartel general del ejército nacional, e igual distancia del de Chile, en 3 de mayo de 1814.

Gavino Gaínza.

Bernardo O’Higgins.- Juan Mackenna.

 

NÚMERO 3. I. Parte oficial que Mariano Osorio pasa sobre la batalla de Rancagua al Marqués de la Concordia, Virrey del Perú, don Fernando de Abascal.
Santiago, 12 de octubre de 1814.

Excelentísimo Señor:

El 30 de setiembre pasado, reuní el ejército en la hacienda de don Francisco Valdivieso distante de la villa de Rancagua tres leguas: teniendo de antemano puestos a la orilla izquierda del Cachapoal los Escuadrones Carabineros de Abascal, Húsares de la Concordia (cuerpo levantado nuevamente), Lanceros de los Ángeles, y dos partidas de caballería sueltas, cuyo total era 650 caballos; emprendí la marcha a las 9 de la noche, y en la formación de columna por divisiones en esta forma: a la cabeza 50 granaderos al mando del capitán don Joaquín Magaflar; 200 pasos a retaguardia, el subteniente de Talaveras don Domingo Miranda con 25 zapadores; a iguales intervalos seguían los Húsares, cuatro piezas de artillería, vanguardia, sus municiones, cuatro piezas. 1ª división con las suyas; 4 piezas; 2ª división y sus municiones 4 piezas; 3ª división y las suyas, escuadrón de Carabineros, y partida de dragones; a los flancos de la cabeza de la columna y a distancia de un cuarto de legua las partidas de caballería, caminé hacia los vados de las Quiscas o de Cortés distante de la citada hacienda dos leguas, y otras tantas de la villa. Se pasó el río, y al amanecer ya todo el ejército estaba del otro lado:

inmediatamente se formó en batalla en dos líneas apoyando la derecha al río; la partida del teniente coronel don Pedro Asenjo y del capitán don Leandro Castilla, cada una de 100 caballos, empezaron a tirotearse con el enemigo por nuestra izquierda, en el interín di un pequeño descanso a la tropa, y luego se dirigió en batalla hacia la villa; como una legua distante de ella, corriéndome hacia la izquierda, en donde hice alto; viendo que el enemigo cargaba sobre ella, mandé reforzar las indicadas partidas, e incontinenti hice desfilar a vanguardia al mando del coronel don Ildefonso Elorreaga, compuesta de los batallones de Valdivia y Chillán al cargo de sus comandantes los coroneles don Juan Carvallo y don Clemente Lantaño; 1ª división mandada por el coronel don José Ballesteros, compuesta de los batallones voluntarios de Castro y Concepción a las órdenes del mismo y el teniente coronel don José Vildósola, y la 2ª división a cargo del coronel don Manuel Montoya, con los dos batallones de su mando Veteranos y Auxiliares de Chiloé, con 4 piezas cada división al cargo del subteniente don Lorenzo Sánchez, el capitán graduado de teniente coronel don Bruno Basán y el capitán don José María Flores, y además el escuadrón de Carabineros mandado interinamente por el teniente coronel don Antonio Quintanilla, hacia los callejones de los Cuadras, previniendo a la vanguardia pasase al callejón de Chada, con el fin de cortar los caminos que de la villa salen para Santiago; en seguida mandé a la compañía de cazadores de Talavera con su capitán don José Casariego, los Dragones con su jefe don Diego Padilla y dos obuses al cargo del teniente coronel don Alejandro Herrera tomasen la salida de la calle que mira al oeste de la villa, cuya artillería como todas las demás se inutilizó a poco tiempo excepto dos cañones de montaña, unas por el fuego del enemigo y otras por el repetido que hacían. La compañía de granaderos mandada por su capitán don Miguel Marqueli atacó por el punto que media entre la anterior calle y la que va al sur, a la cual se dirigió el regimiento de Talavera y partida del Real de Lima, división mandada por el coronel de aquel cuerpo don Rafael Maroto, y comandante de ella el sargento mayor del mismo don Antonio Morgao, y el teniente don Pedro Barrón, y el escuadrón de Húsares mandado por su comandante el teniente coronel don Manuel Barañao; el de Lanceros al cargo del teniente coronel don Antonio Pando que había dejado a la orilla izquierda del río, pasó éste luego que se circunvaló la villa, en la cual mandaban a más de los 1,400 hombres de todas armas, y de sus decantadas tropas los cabezas Bernardo O’Higgins y Juan José Carrera; antes de acercarse el ejército a la villa había ya batido y dispersado más de 1,000 hombres de milicias con fusil y lanza; durante su sitio sucedió lo mismo con más de 700 y cuatro piezas por el camino de Santiago y a su cabeza José Miguel (presidente de la Junta) y Luis Carrera su hermano, venían en socorro de los sitiados, treinta y dos horas de fuego sin intermisión en donde el enemigo tenía doce piezas de artillería de todos calibres puestas y colocadas en diez trincheras que había en otras tantas calles al rededor de la plaza principal y plazuela de la Merced, teniendo las tres cuartas partes de su tropa colocadas en los tejados, campanarios de San Francisco, parroquia y mercado. Toda su artillería con muchas municiones, doce cajas de guerra, cinco banderas (cuyas cintas negras así como la faja del mismo color, era la señal que llevaban para no darnos cuartel) más de 1,500 fusiles, cerca de 900 prisioneros inclusos 282 heridos, y entre aquéllos el mayor con divisa de coronel don Francisco Calderón, 31 oficiales y 6... sacerdotes entre curas y frailes, más de 400 muertos, contándose en este número muchos oficiales, la dispersión total de esta reunión de insensatos, la entrada en la capital el 5 del actual, ser ya dueñas las armas del rey, de Valparaíso y otros puntos con todos sus efectos que tenían, ella son el fruto por ahora de esta victoria: O’Higgins y Carrera huyeron con muy pocos a favor del pelotón que salió de la plaza confundidos con las muchas caballerías que echaron por delante y denso polvo.

Las cuatro banderas pequeñas cogidas en Rancagua que pudieron salvarse del justo enojo de los bravos soldados, y la grande, tomada en esta ciudad, he dispuesto las presenten a V. E. dos valientes de cada división del ejército para que acompañados por V. E. (si gusta) y de las tropas de esa guarnición, tribunales y demás cuerpos de ella, las conduzcan con la mayor pompa posible al convento de Santo Domingo y se coloquen a los pies de Nuestra Señora del Rosario, Patrona del ejército, como justo y debido homenaje que rendidamente le hace por el singular favor que le he merecido en la víspera y día de su advocación, en la cual y a las tres y media de la tarde tuve el gozo de pisar la plaza de la Villa.

Los muchos asuntos que me rodean consiguientes al desarreglo en que he hallado esta capital, el perseguir sin detenerme, después de poner el orden posible en ella, a los cabezas O’Higgins, Uribe, Muñoz los tres hermanos Carrera, que con un puñado de locos como ellos se han refugiado a los Andes, camino de Mendoza, después de haber saqueado a estos vecinos, iglesias, y hecho un cincuenta de atrocidades, y el deseo de no retardar un momento, dar a V. E. tan agradable noticia, no me permiten extenderme como quisiera, para informarle de la conducta y valor de todos los oficiales y soldados de este ejército, que aunque corto en el número es muy grande por aquellas circunstancias, entusiasmo y subordinación.

Una marcha de siete y media leguas por terrenos llenos de agua y fangosos; un silencio tan profundo que no se oía otro ruido más que el del carruaje de la artillería, la que traían desde Concepción a pie, atravesando más de veinte ríos, sin fumar en toda la noche, desde el jefe hasta el último tambor. La alegría al formarse en batalla, los deseos de batirse, su desnudez y falta de calzado y los vivas al rey repetidísimos aun en medio del horroroso cuadro que presentaba Rancagua, ardiendo por todas partes por las llamas, el hierro y el plomo; le hacen acreedor a las gracias de nuestro augusto rey don Fernando VII habiéndoselas yo dado ya en su real nombre. Luego que el tiempo lo permita daré a V. E. la noticia correspondiente, ciñéndome por ahora a recomendar a V. E. a los jefes de las divisiones, al valiente Barañao que a la cabeza del escuadrón, con el fusil a la espalda y sable en mano entró a escape por la calle que mira al sur, en donde fue herido grave mente por una bala de metralla en el muslo izquierdo, habiéndolo sido antes su caballo por una de fusil; al subteniente de artillería Sánchez que fue herido en la mano derecha; a los tenientes de Talavera, don Juan Vázquez Novoa, don Francisco Reguerra y don Juan Álvarez Mijares, el primero herido en la misma mano, el segundo en el brazo izquierdo, y el tercero en un muslo, todos de bala de fusil; al sargento mayor de dicho cuerpo don Antonio Morgao que al frente de su regimiento y al toque de ataque entró por la referida calle del sur; al capitán don Vicente San Bruno que a fuerza de mucho trabajo construyó una trinchera en ella para contrarrestar la del enemigo; al coronel Lantaño que rechazó por tres veces a los de afuera, y luego cargó sobre los que huían; así como los tenientes coroneles Quintanilla, Asenjo, Pando y el capitán Castilla que, con su caballería completaron la derrota. El mayor general coronel don Julián Pinuel, el coronel don Luis Urrejola, mis ayudantes, los capitanes, teniente de navío don Joaquín Villalva y don Manuel Matta, los tenientes don José Butrón, don Vicente de Nava los subtenientes don Manuel Quesada y don José Rueda, desempeñaron cuantas comisiones y órdenes les di los recomiendo así mismo a V. E. Nuestras pérdidas son 1 oficial 3 muertos, y 113 heridos incluso 7 oficiales.

Testigo ocular de todo, espero interponga V. E. su poderoso influjo para el correspondiente premio de estos fieles vasallos, que es la única recompensa que deseo si merecen algo mis servicios desde que tengo la satisfacción de mandarlos.

Dios Guarde a V. E. muchos años.- Cuartel general en Quinta de Sánchez. 12 de octubre de 1814.-

Excmo. señor.

Mariano Osorio.

Excmo. señor marqués de la Concordia, Virrey del Perú.

 

II. Parte de Osorio sobre los hechos que se siguieron a la batalla de Rancagua.
Excmo. Señor:

El enemigo en precipitada fuga, abandonando todo y con muy poquísima gente, pues quizá no llegarían a cien hombres; pasó la cordillera la noche del 13 al 14. Desde Colina a la cumbre de los Andes, hasta donde se le pudo perseguir, se les tomaron nueve piezas de diferentes calibres con algunas cureñas que no tuvo tiempo de quemar; muchas municiones particularmente de cañón, más de trescientos fusiles, más de doscientos prisioneros, sin contar más de treinta y seis muertos que tuvieron en la pequeña acción que quiso sostener en la altura más arriba de la ladera llamada de los Papeles, dentro de la cordillera; la bandera del batallón del Ingenio con la misma divisa negra (que era el de los esclavos, a quienes por un decreto de la junta última se les mandó los dieran sus dueños para tomar las armas); dos banderas y gallardete con el escudo de las armas reales, pertenecientes a la plaza de Valparaíso; y la tricolor que había en la misma, pero sin la parte blanca que se la quitaron antes, ésta y la primera las presentarán a V. E. los mismos individuos, que las tomadas en Rancagua, para el fin que dije en mi oficio del 12.

Permítame V. E. haga algunas observaciones particulares acerca de esta expedición, que he tenido la satisfacción de mandar. Primera: a los dos meses justos de haber desembarcado en Talcahuano salí de Santiago para los Andes e hice pasar la cordillera a los Carrera y demás individuos de la junta, el mismo día del cumpleaños de nuestro augusto monarca y de la renovación del juramento de fidelidad en la capital. Segunda: en el mismo sitio y a distancia de un tiro de fusil donde José Miguel Carrera presidente de la junta en 1803 mató asociado con otro al correo de Buenos Aires para robarle 24,800 pesos que llevaba en oro, encontré 19 y media cargas de plata y de aquel metal que había saqueado en Santiago, ya en dinero, ya en alhajas de las iglesias hechas ya barras. Tercera: al mismo tiempo que por tierra entraba el parlamentario que llevaba la rendición a Valparaíso, lo verificaba la corbeta Sebastiana por mar, procedente de Talcahuano y Juan Fernández, a donde condujo la tropa, artillería, municiones y demás efectos necesarios para volver a posesionaros de aquellas islas que el enemigo había abandonado.

Dios guarde a V. E. muchos años.- Cuartel general en la guardia de los Andes, 15 de octubre de 1814.-  Excmo. señor.

Mariano Osorio.

Excmo. señor marqués de la Concordia virrey de Lima.

 

III. Orden del señor general del ejército del Rey en el reino de Chile, al señor gobernador intendente de Concepción.
Publique V. E. en este pacífico vecindario, que haciendo de trasnochada una marcha de cinco leguas, pasando el Cachapoal al amanecer el día de ayer, y sosteniendo un fuego vivísimo sin cesar, sin comer ni dormir por espacio de treinta y tres horas y media, logró este heroico ejército que tengo el honor de mandar, la victoria más memorable que ha visto este reino. 600 prisioneros, 500 muertos incluyéndose en ambos muchos oficiales, 200 heridos, más de 1,000 fusiles, 14 piezas de artillería de todos calibres y un abundante parque, son el fruto por ahora de este completísimo triunfo debido a la visible protección de la virgen del Rosario, como que comenzó la víspera de su festividad y se concluyó en su día. Es muy justo y de nuestra obligación tributarle el más humilde reconocimiento y para ello disponga V. E. se le cante una misa de gracias con solemne Te Deum, que se repique y haya iluminación por tres noches consecutivas.

Dios guarde a V. S. muchos años.- Cuartel general de Rancagua, 2 de octubre de 1814.

Mariano Osorio.

Señor gobernador intendente de Concepción.

 

IV. Oficio enviado por el ayudantamiento de Concepción al Virrey del Perú felicitándolo por el triunfo de las ramas del Rey en Chile.
Excmo. Señor:

Aún no se había desembarazado este pacífico vecindario de las más afectuosas festivas demostraciones con que celebraban la deseada restitución de nuestro augusto monarca el señor don Fernando VII a su trono, que V. E. se ha servido participarle, y en que por los medios más expresivos ha vertido la ternura de su corazón en testimonio de su incontrastable lealtad, cuando la gloriosa victoria de nuestras armas obtenida completamente en la villa de Rancagua contra los ilusos protectores de la revolución, le hace continuar sus placeres y después de tributar al Dios de los ejércitos sus más ingenuos homenajes de gratitud los convierte a V. E. asegurándole de su eterno reconocimiento por la incomparable beneficencia con que ha sabido protegerlo hasta sacarlo de su opresión.

El día 2 del corriente, octubre, entraron nuestras tropas en la villa de Rancagua, después de treinta y tres horas de acción continua en que los enemigos tentaron resistir nuestras fuerzas. Fueron generalmente derrotados con la resulta de 700 prisioneros, 500 muertos, 200 heridos, todo el parque de artillería que constaba de 14 piezas de diferentes calibres, 1.000 y más fusiles con abundante provisión de víveres y municiones que dejaron a nuestro ejército, y de cuyo poder sólo escaparon con muy corto número de tropas los caudillos que la mandaban.

El 4 del mismo mes continuó nuestro ejército su marcha desde este punto a la capital de Chile distante veinte leguas, y el 6 tomó posesión de aquella ciudad sin alguna resistencia; y habiéndose fugado de ella con trescientos hombres de su tropa y considerables caudales los promotores de la revolución, cuyo alcance ha dispuesto nuestro benemérito general, según todo lo ha participado por su comunicación del mismo día.

Ya llegó Excmo. Señor, el momento feliz en que deben renacer las dulces ideas de fraternidad y de unión, que por tantos siglos han causado la felicidad de la América. Ya no soplará el fuego abrasador de la discordia, que con la ilusión de una soñada libertad ha derramado en este ameno país la desolación con la misma sangre de sus hijos. Este cabildo no acierta a expresar a V. E. cual es su gratitud por el inefable celo con que ha restituido a estos pueblos la tranquilidad y el bien entendido uso de sus derechos. Sólo sabe asegurarle que ningún sacrificio será costoso para detestar la dura esclavitud de que ha salido i que ajustándose a los superiores designios de V. E. pedirá incesantemente al cielo prospere sus benéficas ideas y le llene de sus bendiciones.

Nuestro Señor guarde a V. E. muchos años.

Concepción, 15 de octubre de 1813.

Excmo. Señor:- José María Martínez.- Manuel Rioseco.- Vicente Antonio Bocando.- Miguel González.- José Cruz de Urmeneta.

Excmo. Señor marqués de la Concordia, virrey del Perú.

 

V. El Ilustre Ayuntamiento de Santiago de Chile congratula y da las gracias a Su Excelencia por los triunfos de las armas de Su Majestad y ocupación de aquella capital.
Excmo. Señor:

La esclavitud y la opresión habían tomado en este reino todo el incremento de que son capaces en su línea: un corto número de sediciosos libertinos supo desenfrenar la plebe, armarla, hacerla instrumento de su insurgencia y general desolación; la tiranía despotismo había subido a un grado insoportable, y los pueblos en la dura posición de sufrir y ejecutar, no tenían libertad de sufrir su exasperación. En su mayor abatimiento conocía Chile que sólo V. E. podría desnudarle la cadena y obligado a pelear contra su lisonjera esperanza, llegó el momento feliz en que fuésemos a un mismo tiempo vencidos y vencedores. Derrotado el tirano, se restableció improvisamente la quietud, el orden y la tranquilidad: recibimos a nuestros libertadores con los signos más expresivos de contento, y no hay quien no celebre la renacencia al antiguo vasallaje de nuestro amado monarca. El cabildo penetrado de los sentimientos comunes, tributa a V. E. las más reverentes gracias; y no cesará jamás de conocer que V. E. ha sido el héroe de la América, el Aquiles de su felicidad, su pacificador su libertad misma, restando únicamente para complemento de nuestra suerte, gozar las benignas influencias de un digno jefe. En la actualidad sólo llenaría nuestros deseos el señor general coronel don Mariano Osorio. Las Circunstancias críticas de este suelo, sus cualidades amables, y los conocimientos que ha tenido necesidad de adquirir exigen imperiosamente un beneficio que impone temor a los prófugos revolucionarios opresores, y conduce a la conservación de nuestra Serenidad.

Dios guarde a V. E. muchos años.- Sala capitular de Santiago de Chile y octubre 21 de 1814.

Excmo. señor: Gerónimo Pizana.- Juan Antonio de Fresno.- Francisco Ruíz Tagle.- José Manuel Arlegui.- Juan Manuel de la Cruz.- Lucas de Arriarán.- Domingo Ochea de Zuarola.- Manuel María de Undurraga.- Manuel de Figueroa.- Tomás Ignacio de Urmeneta.

Excmo. Señor Marqués de la Concordia, Virrey, Gobernador y Capitán General del Perú.

 

VI. El Ilustrísimo señor Obispo electo de Santiago al Excelentísimo señor Virrey.
Excmo. Señor:

Muy venerado señor, y todo mi respeto: llegó por fin el día señalado por la Divina Providencia, para la plena efusión de las misericordias del Señor sobre este desgraciado reino, y su afligida capital, a la que se dirigió con la rapidez del rayo a los pocos días de haber desembarcado en Talcahuano el señor coronel don Mariano Osorio, destinado últimamente por el inapurable celo de V. E. para general en jefe del ejército que debía venir a redimirnos del odioso yugo que nos ha oprimido por tanto tiempo. Después de repetidas intimaciones llenas de humanidad, que hizo infructuosas la obcecación y protervia de los pérfidos insurgentes, cayó sobre ellos en la villa de Rancagua, en donde habían reunidos sus indisciplinadas tropas para hacer los últimos esfuerzos de su impotente despecho, escarmentado con una completa derrota cuyo resultado fue la absoluta dispersión de los pocos que no tuvieron la suerte de quedar prisioneros o tendidos en las calles de Rancagua, y la inevitable de aquel pueblo. Desde aquel momento los infames caudillos de la rebelión no trataron sino de ponerse en salvo con precipitada fuga, seguidos de la execración de sus compatriotas, acompañados de su rabiosa desesperación, agobiados con el monte de ignominia que carga sobre sus hombres, y aterrados con sus remordimientos, y el destino horrible que se les espera.

Conseguido este triunfo se encaminó el señor general en jefe con sus victoriosas armas a esta capital para evitar su devastación a que la habían condenado los tiranos usurpadores de su gobierno: esos monstruos sin alma y sin conciencia, que no se han negado a ningún delito, y en sus últimos apuros cometieron el sacrilegio execrable de despojar los templos de sus alhajas, y cuanto conducía a la solemnidad del culto. De la catedral sólo se robaron más de dos mil marcos de plata, en las demás iglesias sólo dejaron lo preciso para la celebración de los oficios divinos; habiendo cometido otros horrores y crueldades que me impide referir la consternación de mi ánimo afligido. El señor general en jefe con una actividad que asombra, no omite diligencia para perseguir a los infames traidores, y ver si se puede recuperar los frutos de sus robos y rapiñas.

En medio de los inmensos cuidados que ocupan su atención, yo le merecí la de que a las pocas horas de haber entrado en esta capital remitiese una escolta de doscientos hombres para seguridad de mi persona, nuevamente confinada desde el día en que hizo la primera intimación a un lugar distante diez leguas de esta ciudad, situado en la ruta del camino de Mendoza, por donde meditaban fugar en caso de una derrota; con el depravado designio de asesinarme, según se me anunciaba por las personas interesadas en mi conservación, o el de hacerme pasar violentamente la cordillera, como ya otras veces lo habían intentado, cuyos inicuos proyectos se frustraron por las medidas y precauciones que tomó el señor general en jefe para evitar mi última ruina, habiéndome hecho conducir a esta capital con decoro, y dado sus providencias para que se me ponga en posesión del gobierno del obispado en cumplimiento de las soberanas órdenes de S. M. lo que se verificará el día de mañana.

El de hoy acaba de hacer avisar al señor general que esta noche salen los últimos despachos para que dé inmediatamente vela para el Callao uno de los buques detenidos en Valparaíso, no malogro esta primera ocasión que se presenta, para cumplir con la obligación de rendir a V. E. mis respetos y tributarle la más cordial felicitación por los triunfos de sus armas victoriosas, que enlazan las glorias de V. E. con los imponderables beneficios de nuestra libertad, a incomparable dicha de ver restituido este reino, oprimido con la más negra tiranía, a la amable dominación de nuestro desgraciado monarca el señor don Fernando VII.

Poseídos de las ideas que ofrecen sucesos tan felices, no ceso de tributar al cielo las más tiernas acciones de gracias por sus misericordias, y pedirle que con sus bendiciones cubra y proteja las empresas de V. E. para consuelo de nuestras desgracias, y que guarde la preciosa vida de V. E. muchos años. Santiago de Chile, 12 de octubre de 1814.

Excmo. Señor.- B. L. M., de V. E. su más reverente atento servidor afectuoso capellán.

José Santiago, Obispo electo de Santiago.

Excmo. Señor, marqués de la Concordia.

 

VII. Relación de la artillería, municiones y demás pertrechos tomados al enemigo en la plaza de Rancagua.
Cañones de bronce de calibres regulares.
Culebrinas de a 8: 1.
Cañones del calibre de a 4, de batalla, largos: 4.
Cañones del calibre para montaña: 2.
Cañones del calibre de hierro: 1.
Carronadas de calibre del calibre de a 8: 3.
Obús de 7 pulgadas, de bronce: 1.

Cureñas y armones.
Para culebrinas de a 8: 1.
Para el de a 4 de batalla: 4.
Para el de batalla de montaña: 3.
Para carronadas de a 8: 3.
Para obús de 7 pulgadas: 1.

Cartuchería cargada para la artillería de sitio y campaña.
Cajones de cartuchos del calibre de a 4, de bala: 42.
Cajones de cartuchos de diferentes calibres: 24.
Barriles con cartuchos: 10.
Retobos con balas del calibre de a 8: 30.
Retobos con balas del calibre de a 4: 12.
Balas sueltas de a 4: 200.

Armas y utensilios para servicio de cañones.
Bota-lanzafuegos: 4.
Guarda-lanzafuegos: 14.
Punzones: 8.
Bolsas: 18.
Cartucheras para estopines: 16.

Fuegos artificiales.
Estopines del calibre de a 4 hasta 8: 1.000.
Lanzafuegos: 300.

Armas para la infantería y piezas sueltas correspondientes a ella.
Fusiles de ordenanza: 1.300.
Bayonetas: 400.
Piezas sueltas para fusil: un cajón.

Municiones para infantería.
Cartuchos de fusil con bala: 7 cajones.
Cartuchos de fusil sin bala: 2 cajones.

Instrumentos de gastadores.
Palas: 121.
Azadones: 40.
Barretas: 26.

Herramientas para armeros.
Tornillos de banco: 4.
Limas de todas menas: un cajón.
Cajón con toda herramienta: 1.

Fierro Platina.
En trozos 4 quilates nuevo.

Efectos de parque.
Tiendas de campaña: 30.
Cajas de medicina: 2.
Cajas de guerra: 12.
Cuerda-mecha: dos cajones.
Cajones con velas de sebo: 4.

Varios efectos no pertenecientes al uso de la artillería.
Cartucheras: 400.
Porta-bayonetas: 400

Cuartel general de Rancagua, 2 de octubre de 1814

Mariano Osorio.

Nota. Con el motivo de tener los insurgentes todos los pertrechos y municiones en diferentes casas que hacían de parque en varias calles que estaban entre sus trincheras, no se pudo encontrar en el momento del asalto, que los que constan en esta relación; pero el comandante militar de aquella plaza avisa estarse encontrando aún más.

 

VIII. Descripción de la gran fiesta que hubo en el Callao y en Lima al recibirse las banderas tomadas a los patriotas en Rancagua, publicada en la Gaceta del Gobierno de Lima el sábado 12 de noviembre de 1814.
El domingo 6 del corriente fondeó en este puerto del Callao la goleta Mercedes, procedente del de Valparaíso, trayendo a su bordo a nueve valientes del ejército de S. M. del reino de Chile, con nueve banderas arrancadas al derrotado de sus infames opresores; y la divina Providencia que mezcla siempre sabiamente los bienes con los males, haciendo brillar los efectos de su bondad cuando más atribulados nos hallamos, nos ha proporcionado este gusto a tiempo que llorábamos la deserción de otra porción de nuestros hermanos. Una guerra tan injusta y alevosa en su origen como despótica arbitraria en el modo con que se ha hecho por los insurgentes caudillos de Chile, se mira en el día terminada con la mayor rapidez y cordura, no habiéndose apartado el jefe a quien fue encomendada, del camino trazado por el genio de nuestro virrey, y concurriendo con su más infatigable constancia y buen deseo a la consumación de los vastos planes que le habían sido confiados; y como una de las obligaciones más dulces que tiene el hombre es la de tributar su reconocimiento a los autores de su fortuna, al mismo tiempo los jefes de los facciosos de aquel reino han puesto con sus baladronadas y vocinglería en tanta expectación al mundo, que no ha hecho más que despreciarlas, conviene publicar la nueva de su aniquilamiento con alguna más extensión de la que quisiéramos, para los ilusos que existen todavía y acaben de entender que no es sino un relámpago la dicha del impío, y que el patrocinio del cielo sólo se dispensa a la combatida virtud.

Luego que S. E. tuvo noticia de que se hallaba surta en el Callao la expresada goleta con tan precioso cargamento, expidió sus prontas órdenes para que se depositase a bordo del navío de guerra de S. M. Asia, mientras que se preparaban para su conducción a esta capital dos compañías de granaderos del regimiento Real y la Concordia. En efecto, a poco después de haber rayado la aurora del lunes 7 ya se habían reunido 120 bizarros granaderos, que a las seis de la mañana se pusieron en marcha hacia el Callao, donde fueron obsequiados luego que llegaron, por el capitán de los de la Concordia don José Román Idiaguez y luego se verificó el desembarco de las banderas con toda la pompa y orden que eran necesarios para solemnizar el acto más serio y delicioso que ha visto aquella plaza. De dos en dos fueron colocadas las nueve banderas en cuatro botes vistosamente adornados, con una escolta de granaderos de uno y otro cuerpo, con un oficial, y el tambor del navío iba en el medio tocando marcha, y puestas en fila caminando a su retaguardia, todas las embarcaciones menores de la bahía llenas de gentes diferentes en la misma formación, y flameando la bandera española que había servido de pedestal a los insurgentes en el reino de Chile, parecía la flota un ejército bien coordinado, con la sola diferencia que no reinaba aquel profundo silencio que precedió al asalto y al incendio de la villa de Rancagua.

A poco de haber entrado la tarde se puso en marcha para Lima la gallarda comitiva con los gajes del valor de los soldados de S. M. Todo el camino del Callao estaba casi cubierto de alegres espectadores, y particularmente en el tránsito por donde hay a uno y otro lado del camino de a pie, estaba tan lleno de concurso que apenas podía transitarse. S. E. había hecho que las músicas de los dos predichos regimientos fuesen a encontrarse en el camino con sus respectivas compañías, para realzar más la sublimidad de la primera escena de esta clase que se ha representado en dicho sitio, desde la fundación de esta insigne capital. Eran las cinco y cuarto de la tarde cuando se presentó S. E. en el paseo, a tiempo que la comitiva estaba un poco más al norte del óvalo segundo, por lo que formando rápidamente batalla la columna, y tendidos en tierra los pendones, pasó por delante de ellas rodando la carroza del representante de nuestro augusto monarca, tantas veces maldecido en la cautiva capital de Santiago; y aunque S. E. jamás ha sabido complacerse en la ruina de sus semejantes ni pagar las injurias sino con beneficios, su noble pecho palpitaba fuertemente de placer por la alusión de tan magnífica ceremonia, y a un mismo tiempo eran agitados de iguales conmociones todos los circunstantes: pues no es creíble que alguno de los malos, que por desgracia viven con nosotros, quisiese ser el objeto de la justa indignación del público en esos momentos.

Al entrar en la ciudad el acompañamiento comenzó sin precedente orden superior, un repique general de campanas que duró por el espacio de dos horas. Las calles del tránsito, hasta llegar a la plaza mayor, estaban tan cubiertas de gente como lo había estado el camino del Callao; y como la mayor parte de los concurrentes quisiere presenciar el último momento de este día gloriosísimo: cuando se presentaron en la galería del Ayuntamiento las banderas con su escolta, se hallaba reunido en la plaza un concurso cual nunca se ha visto. Entonces comenzaron los viva el rey, viva la nación española, viva el marqués de la Concordia, viva el general Osorio, mueran los insurgentes; y así permaneció la muchedumbre hasta que el sol se puso. Por la noche se iluminaron el palacio de S. E., y el del excmo. Señor arzobispo, la casa consistorial, y algunas de este vecindario, y al siguiente día volvieron a presentarse en el mismo sitio las banderas para saciar la curiosidad de todos los que concurrían a verlas.

Hasta aquí solo se descubre una serie de circunstancias, que aunque interesantes por su misma naturaleza, han dejado el corazón casi vacío, por faltarles la unión santa de nuestra religión adorable que es la que perfecciona nuestras dichas y hace que se disfrute sin disgusto las satisfacciones más inocentes de la vida humana. La filosofía de este desventurado siglo puede llenar muy bien las cabezas de sus incautos sectarios, de palabras insignificantes, y hacerles creer que los grandes acontecimientos de la guerra son obra de solo la prudencia y el valor; pero como quiera que no ha consolado hasta ahora a ningún desgraciado, y el hombre naturalmente en los peligros reconoce la impotencia de su brazo, nuestro invicto Osorio así lo ha confesado en el momento mismo de estar hollando, salpicado con la sangre de sus propios enemigos, un sin número de trofeos; y al encargar a S. E. que se tributen alabanzas y acciones públicas de gracias a la Santísima virgen del Rosario, en cuyo santo día logró volver a Chile la felicidad perdida, ha dado la prueba más sobresaliente de la religiosidad de sus sentimientos y la rectitud de su corazón. Tales votos han tenido el debido cumplimiento; y los valientes que condujeron desde el mismo campo de batalla las insignias del triunfo, fueron los que las llevaron el miércoles por la mañana hasta los pies del trono de la soberana imagen, con la misma escolta con que vinieron al Callao.

S. E. quiso que entrasen en la capital aquellos guerreros con los mismos vestidos, que el polvo y la fatiga de tan laboriosa campaña, habían bastamente injuriado; mas, luego, en solo el día que hubo de intermedio entre el de su entrada y el de la acción de gracias, ostentó con ellos toda la magnificencia que acostumbra, dándoles otros lucidísimos, para que fuesen a entonar en su compañía el Te Deum en el templo sacrosanto del Señor de los ejércitos, cuya función se verificó con la suntuosidad correspondiente; y después de haberse celebrado el incruento sacrificio de la misa, durante el cual hicieron tres saludos las compañías de granaderos que habían quedado en la plazuela de la iglesia de Santo Domingo, con asistencia de todas las corporaciones, jefes del ejército y oficiales de los cuerpos militares, regresó S. E. a su palacio; y luego comió con los nueve valientes y con los principales personajes de la milicia, haciendo ver a todos que es un verdadero padre de sus súbditos y un justo apreciador del mérito doquiera que lo encuentre. S. E., brindó primero por la salud de nuestro soberano, después felicitó a los guerreros que le correspondieron brindando por el constante acierto de sus determinaciones; y luego un amante de las glorias de la España, de S. E. y del general Osorio, dijo lo siguiente:

De Chile en vano fiero parricida,
De ingratitud y desamor hinchado,
Mortífero puñal ha levantado
Contra el seno infeliz que le dio vida;
Y con placer mirando la honda herida,
Y henchido de la sangre que ha brotado,
Su triunfo canta, y corre despiadado
Y el ¡ay! doliente de su patria olvida.
Que Osorio se presenta con sus bravos
Y blandiendo la espada vengadora,
El negro polvo muerden los tiranos,
los viles pendones, sus esclavos.
Del héroe ante la planta vencedora
Temblando rinden con sus propias manos.
De V. E. señor es esta gloria;
De vosotros, guerreros, la victoria
Un brindis y otro sea, compatriotas,
Oprobio eterno para los patriotas.

Concluido el espléndido y delicado banquete, felicitó S. E. a todos los concurrentes, se despidió con aquella urbanidad cortesía que le son tan familiares.

El jueves 10 solemnizó la real brigada de artillería los triunfos de su coronel, con toda la pompa, profusión y gusto posibles. El lltmo. Señor obispo de la Paz celebró de pontifical la misa de acción de gracias en la Capilla del Parue, y después del evangelio se dijo un breve pero enérgico discurso, muy propio de las circunstancias. Las salvas de la artillería y el primoroso adorno de todo el cuartel, y la abundante exquisita mesa a que asistieron los principales jefes de la guarnición, y otras muchas personas de carácter y los nueve valientes, pusieron el sello a las glorias del marqués de la Concordia, del vencedor de Rancagua, y de la ilustre brigada del real cuerpo de artillería.

Estas demostraciones de gozo no son arrancadas por la fuerza, como acostumbraban poco ha vuestros tiranos, ¡oh pueblo redimido de Chile! Nada tienen de violento odioso ni traen a la memoria extorsión ni injusticia, sino la gloriosa historia de los sucesos que prepararon la ruina de vuestros opresores, bajo la sabia conducta del intrépido y activo general que te ha sacado de la servidumbre. ¡Qué no vuelva jamás a turbarse el reposo de tus pacíficos hogares, con los suspiros que exhalaba bajo el yugo de la tiranía, sin lograr más que pasar de uno a otro tirano! ¡Cúbranse otra vez esos feraces terrenos, de plantas y frutos saludables, y cuando trueques por el fusil la azada, que sea para sostener el orden, la justicia y la tranquilidad y no para insultar a nuestro amado monarca y a sus legítimos representantes! Las convulsiones políticas dejan huellas tan profundas como las de la naturaleza:  ¡ellas os dicen que debéis ser en adelante más obedientes y circunspectos para poder ser más afortunados; entretanto bendecid conmigo a la paz que habéis empezado a disfrutar.

¡Salve decilda, madre bienhechora,
Del linaje mortal: cándida hermana
De la santa virtud! ¡De polo a polo
Rija un día tu mano vencedora!
No abandones jamás! ¡Pueda contigo
Comenzar el imperio afortunado
De la fraternidad, en que el malvado
Es el solo enemigo,
Y la tierra piadosa
Una sola familia virtuosa.

Cienfuegos.

Oda a la paz entre España y Francia.

 

IX. Proclama del Virrey del Perú a los habitantes del reino de Chile.
Desde las primeras conmociones que bajo el velo de seguridad, suscitaron en ese país almas inquietas, ambiciosas o alucinadas con las máximas de una mal entendida política, de una libertad e independencia quimérica e impracticable; preveía yo con sumo dolor los horrores que iban a producir en los bienes y en las personas de su inocente vecindario. Para precaver he alzado mi voz en distintas ocasiones, procurando descubrir a los engañados el plan de males que no estaba distante de suceder, a fin de que cooperasen con su influjo, poder y relaciones a detener su impulso. Pero desgraciadamente la seducción triunfó entonces de la verdad, y la buena fe quedó sometida a la malignidad y al engaño. Cerrar enteramente la comunicación con ese reino, habría sido castigar de un mismo modo a los buenos que a los malos; y negarse al justo clamor con que los leales interpelaban mi autoridad para reponer el orden y la tranquilidad en esos pueblos, hubiera sido como un crimen que atormentaría mi corazón, tanto como ahora me son sensibles las calamidades de la guerra que os han hecho padecer los sediciosos, apoderados del gobierno por la fuerza.

El atrevido desenfreno de sus pasiones, con que han escandalizado y vejado al virtuoso pueblo de esa capital, pesando en mi consideración más que los males físicos con que se le ha oprimido, me decidieron al fin a tomar parte en la defensa: pero de un modo lento, cual me pareció que debía convenir para evitar los desastres de una guerra empeñada con el mayor calor por los malvados, desde el principio; dando lugar a que el arrepentimiento y el destierro de las sombras con que estaban alucinados millares de hombres incautos, hiciese mas estragos que la bayoneta y el cañón.

Las proposiciones para una sincera ¡fraternal reconciliación, tantas veces propuestas como desechadas por esos monstruos de iniquidad, y sus continuas depredaciones, os han enseñado, aunque a costa de grandes sacrificios, a apreciar los caracteres diferentes de un gobierno justo y benigno, y el que corresponde dar al ambicioso y tumultario, si es que merece nombre de gobierno el intruso, el devorador de la fortuna de los que por desgracia le obedecen, y del que aspira a elevarse sobre las ruinas de los pueblos.

Los particulares que residen en ellos, sus cabildos, y el mismo general que ha dirigido las tropas del rey a los gloriosos triunfos que acaban de conseguir, me informan del crecido número de fieles que hay en cada uno, del estado miserable a que quedan reducidas sus haciendas, sus casas y todo género de propiedades: sus templos sacrílegamente saqueados, atropellados los ministros del altar y vulneradas su respetable autoridad y facultades. Tal es el fruto de una insurrección, y lo que debéis a sus detestables autores. Mas yo no puedo detenerme en la contemplación de semejante cuadro de infortunios, cuando el deseo y la obligación me llaman a reparar el desorden y las desgracias.

Leales habitantes del reino de Chile, y los que deslumbrados por el artificio de los facciosos, os habéis separado del camino que os dejaron trazados vuestros ilustres ascendientes: volved todos a recoger bajo el suave gobierno del mejor y más deseado de los monarcas, los frutos de vuestra fidelidad y vuestro arrepentimiento. Destiérrense las pavorosas sombras de la enemistad y el error, y una constante unión y voluntad de resarcir vuestro honor y vuestras pérdidas, harán renacer la abundancia la felicidad que os deseo. Contad para ello con mi auxilio. Por lo pronto remito azogues tabacos, que son los artículos que más necesita el reino; y mientras me instruyo de las demás necesidades, os ofrezco a nombre del rey su favor, protección y amparo.

Lima, 9 de noviembre de 1814.

El marqués de la Concordia.

 

X. Correspondencia enviada desde Santiago a la Gaceta del Gobierno de Lima y publicada en ella el 23 de noviembre de 1814, que da detalles curiosos sobre lo que pasó en la capital de Chile a contar desde la batalla de Rancagua hasta la entrada triunfal de Osorio.
Santiago de Chile, 10 de octubre de 1814.

¡VIVA EL REY!

El día 2 del corriente, día de nuestra Señora del Rosario, a las 4 de la tarde se dio la famosa batalla de Rancagua dentro de la misma villa, habiendo conseguido las armas del rey una completa victoria: el ejército de los insurgentes murieron de los patriotas como unos 500: se les hicieron 750 prisioneros: se les tomaron 1.500 fusiles, toda la artillería, etc.

El lunes 3 cuando se supo aquí la noticia, huyó la junta compuesta de don José Miguel Carrera, el clérigo don Julián Uribe y don Manuel Muñoz: se han huido por la otra banda los siguientes:

El diputado de Buenos Aires, Pasos; el doctor Vera, el padre de la Buenamuerte, don Antonio Armida, el señor Plata y su mujer, su hijo Fernandito, don José Antonio Rojas, el canónigo nuevo Eleizegui, el otro clérigo Urivi, don Joaquín Larraín, clérigo que fue padre mercedario, el padre Beltrán capellán de artillería cirujano, don Facundo Indáñez de Charcas, don Juan de Dios Vial, don Andrés Orguera europeo patriota, don Bartolo Araus, don Luis Carrera, don Juan José Carrera, don Juan Franco León de la Barra, don Timoteo Bustamante, don José Meneses capellán de artillería, el padre Alcázar, guardián de San Francisco, el padre Oros de la Dominica, con los padres Videla, Chocano, Obredor y un lego de Santo Domingo, los padres Gallinato, Jara, Guzmán, Noguera, el lego loco y otros infinitos y el padre Maquila.

En el lunes, martes ni aun miércoles, y siguientes han saqueado la ciudad los mismos patriotas, de día claro, con hachas, etc.

De orden de los Carrera pegaron fuego y quemaron toda la casa, fábrica de pólvora, arruinaron la fábrica de fusiles, se robaron todo el dinero de la caja real, el de la casa de moneda, aduana y tabacos.

Destruyeron la casa del director de tabacos, se han robado todas las lámparas de las iglesias, arañas, ciriales, incensarios, frontales, mayas, puertas de sagrarios, y en fin rara es la alhaja que han dejado en los templos.

Antes habían preso varios clérigos y religiosos, como son los padres dominicos Galiano, Acuña, Meneses, Muñoz, Mollea, Amaya: ha estado sentenciado también a destierro el padre Vásquez y el padre Caso, otros muchos seculares de San Francisco, todos los europeos de la Merced, el padre Aguirre, Rojas, Romo y otros muchos de San Agustín, los padres prior Gorriti y N. P. Figueroa, el maestro Echegoyen; el clérigo Cañoi otros.

El lunes luego que se supo la derrota de Rancagua, la gente de la ciudad se huía por los montes, con camas y trastos, a pie, a caballo y en carretones; de suerte que era día de juicio. Yo salí con toda la familia vestido de fraile dominico cerca de Palmilla. En fin, fueron esos días parecidos al día del juicio, porque iban los insurgentes haciendo destrozos por las campañas, saquearon la villa de Aconcagua.

Pero, ¡oh grandeza de Dios! el miércoles por la mañana hubo voladores, repique general y se comenzó a volver la gente: han entrado estos días las tropas del rey en seguimiento de los insurgentes y de lo que se llevan. El regocijo y alegría de este pueblo es inexplicable, pues al golpe se llenaron las torres de las iglesias, todas las puertas de calle, de casas y de cuartos, etc., de las banderas españolas. Ya van cinco noches de iluminación nunca vista. Las Tropas del rey han ido entrando por divisiones: primero entró el señor Osorio, invicto general, con más de mil hombres. Después han entrado toda la artillería tomada al enemigo, muchas banderas tricolores hechas pedazos, cajas, etc. Después han entrado el batallón de Valdivia, el de Chiloé, los carabineros de Abascal, compañías de cazadores de Concepción, de la Concordia, y ayer entró el lucido regimiento de Talavera de la Reina, todo de europeos, mozos bien vestidos, etc.

En fin, el número de tropas que he visto, reguló será de 4.000 hombres: todo está tranquilo por ahora: se han elegido alcaldes a don Juan Antonio Fresno y a don Francisco Tagle, uno europeo y otro chileno, hoy están eligiendo regidores mitad chilenos y mitad europeos. Ya se restituyó con grande acompañamiento el señor Rodríguez obispo electo, a quien habían desterrado, y lo mismo al señor Vargas canónigo; por último, no puedo decir más porque falta tiempo y voces para explicar la paz y la tranquilidad que gozamos.

 

Xl. Copiamos a continuación el estado oficial hecho en Mendoza por José Miguel Carrera, sobre la tropa que cruzó los Andes después de la batalla de Rancagua.

Artillería: 105.
Batallón de infantería de línea, número 1º: 36.
Número 2º: 38.
Número 3º: 22.
Número 4º: 73.
Batallón de ingenuos: 60.
Regimiento de caballería, Guardia Nacional: 164.
Asamblea general de caballería y Dragones: 210.
Total: 708.

Mendoza, 22 de octubre de 1814

José Miguel Carrera.