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Fuentes Bibliográficas
Julio Bañados Espinosa. La Batalla de Rancagua. Sus Antecedentes y sus Consecuencias
Capítulo XIX

CAPÍTULO XIX
Razones que da José Miguel Carrera en su Diario para justificar su retirada.- Las que da Diego J. Benavente en su memoria.- Las que dan a su vez los señores Amunátegui.- Análisis del argumento de que la plaza estaba en silencio a las 12 y que sólo se oían repiques de campana.- Carrera se contradice.- Tuvo poca previsión.- Estudio de su segunda disculpa.- No es admisible.- Su avance no debió ser sólo para reconocimiento.- Hay diferencia en las órdenes de viva voz y en las que dio en el papel que mandó a O´Higgins.- No debió moverse hasta la rendición de la plaza.- Era un proyecto censurable según la estrategia, pensar volver a Paine con tropas ya diezmadas.- Estudio de la tercera disculpa.- El enemigo no podía tomarse a Paine sin haber sido notado.- Aunque se lo hubiesen tomado, Carrera no debió abandonar a Rancagua a su suerte.- Análisis de la cuarta disculpa.- Aunque hubiese temido ser derrotado, Carrera debió entrar en auxilio de la plaza.- El honor militar y la salvación de la patria así se lo exigían.- Calumnias que se han lanzado contra Carrera por su retirada.- No hubo traición ni perfidia.- Le faltó energía y audacia.- Paralelo entre O’Higgins y Carrera.

 

José Miguel Carrera, en verdad, estuvo estacionado a un paso de Rancagua por largo espacio de tiempo, hasta que al fin, a las doce del día, dio orden de retirarse y volverse a la Angostura de Paine.

¿Por qué el general patriota abandonó su puesto?

¿Por qué dejó entregada a su suerte la plaza de Rancagua?

¿Por qué, después de hacer despertar bellas esperanzas a los defensores de la ciudad sitiada, los deja envueltos en las sombras de amargas decepciones y de triste desamparo?

Como este es un punto de los más graves de la historia de la Revolución de la Independencia, creemos útil exponer en extenso las opiniones sustentadas por el mismo José Miguel Carrera y por todos los principales escritores que han estudiado este problema, causa directa de la ruina de Chile, antes de dar nuestro humilde fallo.

Comenzamos por transcribir íntegras las páginas que Carrera destina en su Diario a todas las operaciones ejecutadas en el día 2 de octubre por la 3ª división.

“Al amanecer, dice, se puso en marcha la 3ª división, y no paró hasta que tomó posesión de los puntos que ocupaba la guardia nacional (es decir la vanguardia de Luis Carrera), la que no perdonaba momentos para incomodar con guerrillas al enemigo. Antes del ataque escribí al gobierno el oficio número 125. Determiné hacer lo único que se podía con una fuerza de 368 fusileros. Desmontando parte de los fusileros nacionales, se formó una división de 250 infantes que tomó posesión de una venta que está a tres cuadras de la Cañada. La guardia nacional se formó en los potreros que están a la derecha de la venta. El enemigo colocó atrincherados en las tapias 200 fusileros para contener la guardia nacional. Destacó igual fuerza sobre la infantería y otra igual por la izquierda de nuestra línea, que corrió sobre nuestra retaguardia haciendo un fuego vivísimo: el teniente coronel Benavente la sostuvo. El coronel Carrera rechazó a los que le atacaban y avanzó una pieza de artillería, que batía la que el enemigo tenía puesta en la boca de la Cañada. La guardia nacional obligó a retirarse a las guerrillas enemigas. No podía hacer más nuestra débil división: rechazó por todas partes al enemigo contra quien se mantuvo por cuatro horas a la defensiva. La guardia nacional no podía romper a lanza y pecho de caballo, los tapiales que abrigaban al enemigo, y yo no podía permitir que 250 fusileros tomasen a viva fuerza un puesto atrincherado y sostenido por fuerzas muy superiores. Lo que únicamente se podía hacer fue lo que se hizo: llamar la atención del enemigo para que los sitiados pudieran cumplir mis órdenes, incorporándose a la 3ª división, que distaba de ellos seis cuadras. Sabían muy bien los sitiados que mi división constaba de bastante caballería y de muy pocos fusileros. ¿Cómo podían presumir que yo atacase la Cañada, cuando todo el ejército enemigo estaba en posesión de ella? Si algún ignorante dice que debí hacerlo, es preciso confiese que la 3ª división podía haber batido el ejército de Osorio en campaña, por dos razones: 1ª porque en campaña podía obrar mi caballería con ventaja, y 2ª porque el enemigo en el campo no tendría casas, tapias ni trincheras en que ponerse a cubierto. Para exigir que la 3ª división atacase la Cañada es preciso confesar que debió haber seguido hasta la plaza, porque una vez vencido el punto fuerte ¿por qué no abrazar a nuestros hermanos que hacían la heroicidad de mantenerse encerrados, mientras nos dispensaban todas las glorias? Confesará también que teníamos algún objeto para encerrarnos en Rancagua dejando al enemigo en libertad para irse a la capital, si le daba ganas. Últimamente confesará una de dos cosas, o la 3ª división olvidada de las fuerzas que tenían las dos primeras, debió haber entrado a sacrificarse, por ahorrar la sangre de los que tenían obligación y necesidad de salir, o la 3ª debía conocer que la cobardía, ignorancia y abandono de los de la plaza era tal que veían la ruina de Chile con frialdad. ¡Cuál sería mi admiración cuando en cuatro horas de fuego no observábamos el menor movimiento de parte de los sitiados! El enemigo hacía movimientos sobre nuestra retaguardia, y nos presentaba fuerzas muy superiores; nada era esto, lo espantoso para nosotros era ver que mientras más nos empeñábamos los de la 3ª división, menos fuego se hacía de la plaza, llegando al extremo de callar enteramente. Me persuadí y todos creyeron que la plaza estaba capitulando o iba a capitular. ¿Qué hacer en tales circunstancias? Estoy satisfecho de haber llenado mis deberes ordenando la retirada a la Angostura, para fortificamos en aquella ventajosa posición llamando en nuestro auxilio 191 fusileros y artilleros que había dicho al gobierno se llamasen de los diferentes puntos en que no eran ya necesarios. La retirada se verificó con orden y muy despacio; en el cerro Pan de Azúcar hicimos alto y los centinelas de la altura avisaron que volvía a hacer fuego la plaza. Mandé un propio para que apresurasen la marcha de 116 fusileros, que mandaba el capitán José Antonio Bustamante, y mayor fuerza el teniente coronel Serrano, con el fin de volver en auxilio de la plaza. En estas circunstancias se me avisó que el enemigo estaba posesionado de la Angostura y marchamos a atacarlo, se falsificó la noticia y los fuegos de la plaza volvieron a cesar. Determiné pasar la noche en la Angostura, recibir allí el refuerzo y obrar al día siguiente en vista de las circunstancias. Poco duró este proyecto porque el teniente don Gaspar Manterola, del batallón de Granaderos, llegó a nosotros anunciando la rendición de la plaza, de la que se habían escapado muchos oficiales y soldados de los que tenían caballos”.

Benavente, en su Memoria, da como disculpas de la retirada las mismas de Carrera, como que toda su obra es sólo un extracto del Diario de dicho general.

Los señores Amunátegui en su Reconquista Española, en el fondo reproducen los argumentos de Carrera, diciendo:

“Carrera, después de haberse mantenido un largo espacio de tiempo en su puesto, escuchó dentro de la plaza en lugar del estruendo del combate, repiques de campana, con los cuales los sitiados pensaban dar a entender su angustia, y en vez de dar este sentido a aquella señal, creyó al contrario que era un indicio de que se habían rendido.

“Algún tiempo después de haber abandonado don José Miguel Carrera las cercanías de Rancagua, el estampido de los cañones que retumbaban de nuevo le advirtió que la ciudad no había sucumbido. Iba a dar orden de volver a ocupar la posición que acababa de dejar, cuando se le trajo la noticia de que el enemigo marchaba a apoderarse de la Angostura de Paine. Se sabe la importancia que asignaba a este puesto; así no vaciló en correr a defenderlo. Apenas se había convencido de la falsedad del aviso, supo que habían escapado de Rancagua con los dragones O´Higgins, don Juan José y algunos otros”.

Conocidas las defensas principales que se han hecho para justificar la orden de retirada que dio José Miguel Carrera con dirección a Paine, podemos ya discutirlas a la luz de los hechos, y sin pasión de ningún género (1).

Los argumentos los discutiremos uno a uno.

1º. Que a las 12 M. había profundo silencio en la plaza y que sólo se oían de cuando en cuando repiques de campana, lo que hizo creer a Carrera que la ciudad se había rendido.

Esta disculpa es inadmisible dentro del honor militar, dentro de la previsión que debe tener un jefe y dentro de la verdad histórica.

Antes de todo ¿por qué no cargó antes de esa hora, cuando los tales repiques no existían y cuando la suspensión de armas que siguió al quinto asalto de los realistas no tenía lugar?

¿Por qué permaneció, según propia confesión, cuatro horas al frente del enemigo sin emprender un ataque definitivo, sin jugar el todo por el todo?

¿Por qué después de las ventajas obtenidas por sus caballerías no prosiguió su marcha?

Sombras y siempre sombras.

Si los repiques y el silencio de la plaza podían autorizar la sospecha de una rendición, no podían autorizar que la 3ª división abandonase el campo sin que previamente de un modo claro y efectivo se hubiera constatado la capitulación.

¿Qué hechos confirmaron tal sospecha?

Ninguno.

Los realistas permanecieron en sus puestos, ninguna de sus divisiones marchó en persecución de las tropas de José Miguel Carrera, ningún movimiento ofensivo anunció con su realización la existencia de una victoria por parte de ellos.

Además, si el general patriota abrigaba esa sospecha ¿por qué no envió partidas de reconocimiento para cerciorarse de la verdad de lo acaecido?

¿Por qué no esperó que los acontecimientos por sí solos le revelasen la causa de ese silencio y de los repiques de campana?

La táctica militar, la lógica y el buen sentido no pueden aceptar una contramarcha y un repliegue al frente del enemigo, tan sólo porque se presume o se malicia que la plaza a que se iba a socorrer se ha rendido.

Pero, aceptemos en hipótesis que fuera fundado ese motivo, aceptemos que el silencio de Rancagua y los repiques de campana pudieran haber autorizado con justicia a José Miguel Carrera a abandonar a su suerte las dos principales divisiones del ejército patriota, ¿por qué entonces, preguntamos, no volvió volando en auxilio de los sitiados, cuando a los pocos minutos de haberse puesto en camino hacia Paine sintió, según también lo confiesa, el ruido de los cañones que anunciaban que los defensores de Rancagua todavía estaban en pie y toda vía tenían bríos para reanudar el combate.

Desde que Carrera declara haber sabido en el cerro de Pan de Azúcar la renovación de la batalla, debió necesaria e indefectiblemente correr en socorro de sus compañeros, aun a costa de su vida.

Esta confesión echa también por tierra la disculpa fundada en el silencio de la plaza y en los repiques de campanas que le hicieron sospechar una rendición.

2º. Que el objeto que tuvo la marcha de la tercera división hasta llegar a los callejones que desembocan en la Alameda o Cañada de Rancagua, fue tan sólo para proteger la salida de los sitiados y después dirigirse todos juntos a la Angostura de Paine.

También es inaceptable.

Según Carrera, la contestación que dio a O’Higgins cuando éste le escribió pidiéndole municiones y la carga de la tercera división constó de dos partes: una escrita y otra verbal.

La escrita fue:

“Municiones no pueden ir sino en la punta de las bayonetas. Mañana al amanecer hará sacrificios esta división. Chile para salvarse necesita un momento de resolución”.

¿En qué parte de esta esquela dice que se moverá, no para socorrer a los sitiados, sino para proteger la retirada de ellos?

¿Dónde le avisa que la protección consistirá sólo en llamar la atención del enemigo, a fin de facilitar a O’Higgins la salida con sus divisiones?

La parte verbal de la contestación se contiene en la siguiente frase del Diario de Carrera:

“Premié al soldado (el dragón) con dos onzas de oro y le repetí muchas veces, dijese a O’Higgins y a Juan José que no quedaba otro arbitrio para salvarse que hacer una salida a viva fuerza para reunirse a la 3ª división que los sostendría a toda costa”.

Advertimos que no hay comprobación de ningún género acerca de que el dragón haya dado el recado verbal.

¿Pero, por qué no se escribió la orden fundamental?

¿Por qué se dijo de viva voz, algo que se contradice con lo escrito?

¿Por qué de palabra se dice: salgan ustedes de la plaza, y en el papel se dice: al amanecer hará sacrificios esta división, es decir, marcharemos en socorro de ustedes?

Puntos inexplicables, manchas negras que oscurecen la verdad de lo sucedido.

Supongamos que el dragón hubiese cumplido al pie de la letra las instrucciones, hecho que no está demostrado.

¿Qué habría pensado O’Higgins?

¿Qué camino habría escogido?

¿A qué le habría hecho juicio y dado más crédito, al papel o al recado?

Apuremos todavía más la hipótesis.

Supongamos que Carrera hubiera estado íntimamente persuadido de que O’Higgins había recibido la orden tal como la escribió ¿qué línea de conducta debió observar?

Debió comenzar por hacer demostraciones encaminadas a facilitar la retirada de los sitiados. Esto se hizo según él.

Pero cuando vio que los de la plaza no salían ¿por qué no procuró investigar lo que podía pasar?

Prima facie, como jefe precavido, debió colocar el secreto de la inamovilidad de O’Higgins en las dos haces del siguiente dilema: o no recibió la orden o si la recibió no la pudo cumplir por no tener medios ofensivos disponibles después de veinticuatro horas de combate.

En el primer caso, hecho por lo demás muy natural porque al ojo de Carrera no podía ocultársele que el dragón pudo muy bien haber sido apresado por el enemigo, debió atacar a toda costa porque no se podía dar cumplimiento a una orden no recibida.

En el segundo caso, hecho también muy posible, debió a su vez atacar, porque era más lógico que cargara el que contaba con tropas más descansadas y frescas.

Aun en la peor circunstancia, aun cuando Carrera se hubiese paralogizado hasta el último extremo; no por ello habría estado autorizado para retirarse. Si su error de concepto podía atenuar la falta de cargar, no podía ni puede autorizar un abandono total de sus posiciones y un repliegue que era un desaliento para los patriotas y un anuncio de victoria para los enemigos.

Inútil nos parece agregar que la idea de acercarse a Rancagua para concentrar las divisiones y volverse a la Angostura de Paine, es un error militar de los más graves y trascendentales que se pueden cometer. Para demostrar este aserto nos basta referirnos a las alegaciones que hemos hecho antes cuando discutimos los planes de ambos caudillos, en donde probamos hasta la evidencia las fatales consecuencias que habría producido el hecho de ejecutar maniobras muy peligrosas y hacer defensas sucesivas con tropas en su mayor parte reclutas, desmoralizadas y sin elementos de movilización.

3º. Que José Miguel Carrera, cuando en el cerro de Pan Azúcar quiso volver en protección de Rancagua por habérsele dicho que el combate había comenzado de nuevo, no pudo ejecutar su proyecto porque “en estas circunstancias se le avisó que el enemigo estaba posesionado de la angostura y marchó a atacarlo”.

¡Ah! ¿Conque esa garganta, “las Termópilas de Chile”, que era más inexpugnable que Rancagua y que, si se hubiese colocado allí el ejército patriota, habría sido la tumba de los realistas que contaban cinco mil nombres disciplinados, iba ahora a ser atacada por 966 soldados bisoños con esperanzas de éxito?

¿Conque este proyecto absurdo, que no puede justificarse jamás por la estrategia y la previsión militar, es disculpa bastante para entregar a su suerte a Rancagua que hacía ya cerca de treinta horas que resistía heroicamente?

¿Conque más valía para los intereses de la patria lanzarse con un puñado de reclutas a tomarse a viva fuerza la Angostura de Paine en poder del enemigo, que salvar las divisiones que sucumbían dentro de la ciudad?

En todo esto hay contradicción y falta de buen sentido.

Además, ¿cómo es imaginable que Carrera pudiera creer en la superchería de que los españoles se habían posesionado de Paine?

¿Por dónde habrían cruzado sin que antes hubiesen tenido que chocar con la 3ª división?

Carrera que había escogido esa garganta para punto de defensa, a despecho de la opinión contraria de O’Higgins ¿no sabía que para ocupar a Paine, viniendo del sur, era preciso tomar caminos que él mismo ocupaba o, por la inversa, era necesario hacer un larguísimo movimiento circular y marchas diagonales por ásperos cerros que no podían ejecutarse ni en horas, ni en uno o dos días?

Doblemos la hoja por respeto a la lógica.

4º. Del fondo de la argumentación de Carrera se desprende que no cargó por que no se encontraba con las fuerzas suficientes para hacerlo con probabilidades de éxito. Que si hubiese atacado con su división habría sido derrotado.

¿Es aceptable esta razón?

Siendo cierto positivo que él y sus soldados habrían sido despedazados al emprender el asalto ¿aun así estaba obligado a tentar un socorro?

Sí, sí y mil veces sí.

En Rancagua los patriotas, defensores de una gran causa, jugaban el todo por el todo. Si vencían, su victoria habría puesto sobre bases inconmovibles la independencia nacional; si eran derrotados, la patria sucumbía con ellos.

En tal circunstancia no se podía adoptar otro plan que el que se encierra en el lema legendario del ejército chileno: vencer o morir.

Por eso la obligación de Carrera era entrar por la razón o la fuerza, aunque fuera preciso quedar en la demanda en compañía de todas sus tropas.

La guerra en que el país estaba envuelto no era una guerra común, como las que de tiempo en tiempo tienen las naciones, se trataba de una lucha revolucionaria, desesperada, resuelta. Esta clase de luchas exigen heroísmo, sacrificios superiores, resoluciones supremas.

Los defensores del país y de los principios revolucionarios, en aquellas horas de angustia y de prueba, estaban divididos en dos partes: los que morían en Rancagua y los que rodeaban a José Miguel Carrera. Las probabilidades de victoria descansaban en la unión de las dos. El descompaginamiento era una ruina segura, infalible.

Si hubiera existido en Santiago o en cualquier otro punto del país algún cuerpo de ejército patriota, Carrera habría tenido cierta aparente razón para haberse retirado por serle imposible vencer, a fin de unirse al cuerpo mencionado y volver a vengar a los hermanos que habían sucumbido en Rancagua. Pero esto no sucedía en el caso en cuestión; luego estaba de todos modos constreñido a volar en socorro de los sitiados.

Como se ve, ninguna de las alegaciones resiste al más ligero examen.

Esto ha hecho que los enemigos de Carrera se hayan atrevido a sostener que fue un traidor, que lo que se propuso fue dejar morir a O’Higgins y que si no atacó fue por cobardía.

Nada creemos y todo lo rechazamos con indignación.

Pero lo que es innegable, lo que flota sobre el mar de opiniones encontradas, lo que nadie podrá conmover jamás por jamás, es un hecho que fluye de por sí, y es que José Miguel Carrera no tuvo la audacia suficiente para lanzarse con su división en auxilio de Rancagua y estrellarse con las bayonetas de Osorio. No fue un cobarde; pero no quiso ser un héroe. No fue ni traidor ni desleal, pero le faltó en ese momento la llama de inspiración que tantas veces después, en el curso de su agitada existencia y hasta en el patíbulo, ardió en su corazón e iluminó su mente. Pudiendo haber decidido la victoria, aun a costa de su vida, como Desaix, prefirió desempeñar el modesto papel de Gruchy que por cuestiones de ordenanza y de táctica, sin quererlo, dejó que ingleses y prusianos destrozasen en Waterloo la corona de Napoleón el Grande.

Pero lo que sucumbió en Rancagua, Waterloo de Chile, no fue un imperio deleznable: fue todo un país.

Rancagua fue la tumba de la patria vieja. Allí cayó envuelta en sus banderas y salpicada con la sangre de sus mejores hijos. Luego, muy luego, como Lázaro volverá a la vida al sentir sobre su corazón yerto el calor de nuevo heroísmo y de nuevas luchas.

Hay algo curioso de observar en los caudillos principales de la patria vieja, O’Higgins y Carrera.

O’Higgins en las batallas, en medio de los peligros, tomaba las proporciones de un jinete; sus faltas y debilidades se borraban como por efecto de magia; el hombre desaparecía para dar lugar al león de agitada melena, de quemantes miradas y de aspecto majestuoso. Nunca en los combates se le vio flaquear, siempre fue el primero, y su gorra de soldado, como el alba pluma del casco de Enrique IV, se ostentaba siempre en donde el peligro era mayor, en donde se decidía la victoria o la muerte.

En cambio, en el poder, influenciado por consejeros que no siempre fueron buenos, sofocado en la atmósfera maligna del palacio, aguijoneado por sociedades secretas y por diplomáticos que muchas veces abusaban del noble corazón de él y de sus ingenuidades, se dejó arrastrar por senderos extraviados y levantó odios y resentimientos que apenas han amortiguado la pesada lápida de la proscripción primero y del sepulcro después.

En José Miguel Carrera, hay dos personalidades distintas y muy bien caracterizadas: el hombre de poder y el perseguido en su patria y fuera de su patria.

En el poder, sea dictador, miembro de Junta de Gobierno o General en Jefe, no figuró en toda su majestad, no desplegó las fuerzas ocultas del genio poderoso con que lo dotó la naturaleza. En sus cortos períodos de poder fue donde cometió los grandes errores militares y políticos que se llaman sitio de Chillán, sorpresa del Roble, revolución contra Lastra, desconocimiento de los tratados de Lircay y retirada cerca de Rancagua que a nuestro juicio es el mayor.

Pero, libre de mando, perseguido, odiado, proscrito, revolucionario, en la prisión, puesto fuera de ley, víctima de las dos tremendas fatalidades que se llaman mala estrella y enemigos, errante por doquier, perdido entre salvajes, sin más regazo que la pampa, sin más techo que los cielos, sin otra esperanza que un patíbulo y sin otro pan que el amargo del destierro: entonces el hombre se cambia en titán o en su persona se refleja algo del genio de César perdido con sus legiones entre los ríos, bosques y montañas de las Galias.

Ambos querían la independencia de su patria; pero por diversos caminos.

Carrera anhelaba conseguirla estando él y sólo él a la cabeza; para O’Higgins era lo mismo el puesto de capitán de la nave que surcaba mares procelosos, que el de cabo de cañón.

Carrera no admitía ni superiores ni iguales; O’Higgins los admitía y los buscaba.

Carrera era orgulloso hasta la altanería; O’Higgins modesto hasta la humildad.

Carrera había nacido para mandar sin ser mandado; O’Higgins para mandar y ser mandado.

Carrera era ambicioso hasta el delirio; O’Higgins sin pretensiones.

Carrera, en fin, quería engrandecer a la patria para engrandecerse él; O’Higgins deseaba con todo el entusiasmo de su alma engrandecer y libertar a su patria, aunque personalmente quedase pequeño y esclavo.

 

Notas.

1. Sostiene el señor Vicuña Mackenna en nota puesta a la Reconquista Española de los señores Amunátegui y en otra colocada en el Ostracismo del general O’Higgins, que el heroico coronel Luis Carrera rompió su espada en la Alameda de Rancagua al recibir la orden de contramarchar. No hemos encontrado un justificativo de esto; pero no extrañarnos tal acción en un joven tan valiente y pundonoroso como Luis Carrera.