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Fuentes Bibliográficas
Julio Bañados Espinosa. La Batalla de Rancagua. Sus Antecedentes y sus Consecuencias
Capítulo XVIII

CAPíTULO XVIII
Al amanecer del día 2 de octubre O’Higgins observaba los movimientos del enemigo.- Los realistas emprenden el cuarto asalto general.- Son rechazados.- A las diez de la mañana llega la 3ª división en momentos que Osorio ordena el quinto asalto.- Progresos de José Miguel Carrera.- Las caballerías de la 3ª división obligan a retirarse a las del enemigo.- Después de estas ventajas, Carrera se queda estacionado.- O’Higgins hace una salida para ayudar a Carrera.- La 3ª división emprende la retirada y abandona a su suerte a Rancagua.

 

Los destellos de la aurora del aurora del día 2 de octubre, al clarear los cielos, dejan ver el campanario de la Merced, vigía de los patriotas, a un hombre bajo de cuerpo, cara llena, frente ancha, tez sombreada, pelo crespo y en desorden, ojos azules y mirada ardiente. Sus espaldas son anchas, su pecho turgente sus mejillas rojas. Viste uniforme sencillo. Su casaca y kepi está cubiertos de polvo y ennegrecidos con el humo del incendio y de la pólvora. Sus visuales están dirigidas fijamente a los Graneros de la hacienda de la Compañía. Lleno de emoción persigue las sombras que se diseñan en lontananza, creyendo encontrar en ellas las avanzadas de las 3ª división.

Penetra con las pupilas de la imaginación los bosques que circundan la ciudad y que estrechan el radio del horizonte que está al alcance de su vista. Ilusionado con los espejismos que, como el mar y el desierto, tienen el deseo y la esperanza, había olvidado por un instante que cerca de sí el ejército realista tocaba sus clarines y emprendía un asalto general, cuarto del sitio.

Aquel atalaya que silencioso y meditabundo escudriñaba el espacio, era Bernardo O’Higgins. Las descargas simultáneas que contra el enemigo hicieron las trincheras, lo hicieron bajarse del campanario para subir a caballo y dirigir de nuevo el combate.

Al abandonar la torre de la Merced, dejó en su lugar a un oficial encargado de darle cuenta en el acto que divisara alguna polvareda que anunciase la llegada de la 3ª división.

Entretanto los fuegos del enemigo y de las trincheras patriotas llevan la muerte y la desolación por doquier. La ciudad se ve envuelta en un doble círculo de llamas y de bayonetas. La tierra tiembla con el estruendo de la artillería y de la fusilería. El bombardeo no cesa un momento. Hay ocasiones que algunos valientes sitiadores llegan hasta las mismas barricadas con el ánimo de escalarlas para clavar los cañones y rendir la plaza; pero allí son recibidos a culatazos y tienen que volver cara ante las afiladas bayonetas de los heroicos defensores.

Por cuarta vez los sitiadores se ven rechazados con grandes pérdidas. Esto no impide que a lo lejos sigan dando fuego y sigan su obra de destrucción en las casas de la ciudad.

Poco antes de las diez de la mañana el vigía dejado en la torre de la Merced, al divisar por el lado de los Graneros nubes de polvo que se agitan alrededor de masas en movimiento, grita con toda la fuerza de sus pulmones:

- ¡Viva Chile!

- ¡Viva Chile!

La fausta nueva de la aproximación del general en jefe se esparció con la ligereza del rayo por la plaza, despertando en el corazón de los intrépidos defensores las fugaces alegrías de la esperanza.

Igual entusiasmo tuvieron Napoleón I y su ejército, cuando en las horas más críticas de Waterloo vieron en lontananza un punto negro que se ensanchaba y acercaba gradualmente y cuando creyeron que esa nube era Gruchy que venía con su división a decidir la batalla. En Rancagua como en Waterloo aquel regocijo y aquel júbilo iban a vivir lo que viven los devaneos de un sueño.

Los realistas aprovecharon esos instantes para emprender a las diez de la mañana un quinto asalto. En éste como en los anteriores fueron derrotados por los patriotas que se batían con la indomable fiereza de Leonidas. Morían a los pies de sus banderas y de sus cañones con el rifle empuñado, mordiendo los cartuchos o con el lanzafuego en la mano. Al caer, todavía conservaban la amenaza en el ceño y el relámpago en la mirada. Así morían los espartanos en las Termópilas.

Un sol ardiente y hermoso baña a esas horas con raudales de luz los cielos y la tierra. El calor es sofocante. Los floridos campos que alfombran el ancho valle de Rancagua, libres del hielo del invierno, ostentan los colores y poesía de la primavera.

¿Qué hace por su parte José Miguel Carrera?

En cumplimiento de su promesa, al amanecer del domingo 2 de octubre se puso en marcha hacia Rancagua, estacionándose en la Quinta de la Cuadra a una milla del pueblo. En el acto envió su vanguardia al mando de Luis Carrera con dos cañones para tomar posesión de los callejones que desembocan en la Cañada de la ciudad. Al recibir esta orden Luis Carrera, joven tan simpático e hidalgo como valiente y desprendido, avanzó por los senderos mencionados, rompió los fuegos contra “una batería que los españoles habían levantado en la boca de la cañada y sostuvo a pie firme un mortífero fuego de metralla” (1).

Entretanto las caballerías de la 3ª división capitaneadas por los hermanos José María y Diego José Benavente, se lanzan a escape a detener los escuadrones de Elorreaga y Quintanilla que venían a cargar sobre los patriotas. El avance de los Benavente hecho con intrepidez y pericia hizo retroceder a los realistas y aún más, Diego José “rechazó un escuadrón que los atacó por retaguardia” (2).

José Miguel Carrera, como pudo formó una pequeña división de 250 fusileros y con ella tomó posesión “en una venta que está a tres cuadras de la Cañada”.

El enemigo para impedir el progreso de dichas fuerzas apostó en la boca de la Cañada un cañón y algunos infantes que esparció por las casas vecinas y murallas.

Aquí quedaron los avances y tentativas de la 3ª división para marchar en socorro de la plaza. Por el momento se estacionó sin pensar más en emprender un ataque a fondo, una escaramuza o siquiera enviar guerrillas que tiroteasen la retaguardia enemiga (3).

Las maniobras de la 3ª división eran seguidas con ansiedad indescriptible por los que estaban en la plaza. Una vez rechazado el quinto asalto, O’Higgins se subió a los tejados del Cabildo para observar tranquilamente las evoluciones y adivinar los propósitos del general Carrera, a fin de secundario en la medida de sus fuerzas.

Cerca de las once del día, al ver O’Higgins que los patriotas habían hecho retroceder las caballerías realistas y al imaginar que el plan del general en jefe era penetrar en Rancagua por la calle de Cuadra, creyó llegado el momento de protegerlo en lo posible y de prestarle apoyo con los pobres recursos de que podía disponer. Al efecto ordenó una salida por la trinchera del Poniente que enfrentaba a la calle de Cuadra, para despejarla de un piquete de soldados que Montoya había mandado para apoderarse de una casa de mucha importancia para la defensa y el ataque. Inmediatamente salió el capitán Molina a la cabeza de un puñado de bravos y cargó con ímpetu irresistible. Los realistas tuvieron que huir, no antes de haber sido acuchillados sin piedad (4).

“A las 11,30 de la mañana del 2 de octubre, dice Juan Thomas, Rancagua es una victoria”.

Los defensores de la plaza al contemplar la estoica impasibilidad de José Miguel Carrera, comienzan a llamarlo con repiques de campana, salvas y señales que, como luego se verá, fueron interpretados en otro sentido.

Preocupado O’Higgins con el capitán Molina que en esos instantes se replegaba a las trincheras, había dejado de observar a la 3ª división. En ambas filas había la calma de un armisticio. Los fuegos habían cesado. Los beligerantes estaban preocupados tan sólo en lo que sucedería en la Quinta de la Cuadra.

Fue entonces cuando O´Higgins oye a su lado las exclamaciones de:

- ¡Ya corren! ¡Ya corren!

En el acto vuelve bruscamente la cabeza y pregunta:

- ¿Quién corre?

-La tercera división, le responden.

¿Qué pasaba?

 

Notas.

1. Señores Amunátegui en la Reconquista española.

2. Palabras dichas por él mismo en su Memoria tantas veces citada.

3. “A pesar de haber alcanzado tan importantes ventajas en los primeros momentos, el general Carrera no avanzó de ese punto. Desde allí no podía incomodar a los realistas, y ni aún alcanzaba a dividir su atención para favorecer a los sitiados, que en ese momento se batían con una heroicidad y denuedo superiores a todo elogio. Fuera del alcance de los fuegos del combate, don José Miguel permaneció a la entrada de los callejones que conducen a la Cañada de Rancagua, sin intentar ataque alguno”. --Barros Arana.-- Historia General de la Independencia.

4.  “O’Higgins, sin embargo, dice el señor Barros Arana, creyó que le había llegado el caso de cargar sobre el enemigo. En la calle de Cuadra, en donde los realistas habían hecho muchos destrozos, se presentó una partida de éstos en columna a posesionarse de una casa. El general O’Higgins despachó inmediatamente en contra de ellos al capitán Molina, a la cabeza de un piquete de fusileros. Cargaron éstos a la bayoneta, hicieron grandes estragos entre los enemigos, y, temiendo que fuesen reforzados, volvieron precipitadamente a la plaza”.

O’Higgins, en las Memorias que se le atribuyen, hablando de la salida que hizo el capitán Molina dice que la “verificó con buen suceso, cargando a la bayoneta a 150 Talaveras (este es un error porque los Talaveras estaban en la calle de San Francisco) que se habían refugiado en una casa, en la que habían hecho una carnicería del señor de ella y su familia, dejando pasados a cuchillo allí mismo 50 de esos infames chapetones, y poniendo en fuga los demás”.

Juan Thomas en los Apuntes citados, da cuenta de un incidente del sitio que no hemos visto confirmado; pero que, salvo errores de nombre y de detalle, ha de referirse al narrado por los señores Barros Arana y O’Higgins. Helo aquí:

“El general O’Higgins no duda ya de la victoria y que el enemigo huye (se refiere al momento que las caballerías de Benavente habían hecho huir a las realistas); desciende a toda prisa a la plaza y da orden instantáneamente que monten los dragones y salgan por la trinchera del sur y del oeste contra el enemigo que cree en fuga. El capitán Ibáñez y el teniente Maruri se lanzan entonces por la trinchera del capitán Astorga y acuchillan a los Talaveras en su propio parapeto. El ayudante Flores, que ha salido con otro piquete por el costado del oeste, sorprende un destacamento enemigo ocupado en saquear una familia, y lo pasa a cuchilla”. El ataque de Ibáñez y Maruri fue en el primer asalto.