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Fuentes Bibliográficas
Julio Bañados Espinosa. La Batalla de Rancagua. Sus Antecedentes y sus Consecuencias
Capítulo XII

CAPÍTULO XII
Análisis del plan de defender el paso del Cachapoal.- Este río es vadeable y de difícil defensa.-  Defensa en la Angostura de Paine.- Descripción del terreno.- Hay dos caminos más que unen a Rancagua con Santiago.- La defensa en la Angostura es inaceptable.- Defensa en el río Maipo.- Batalla campal en el llano del mismo nombre.- Ambos proyectos son contrarios a la estrategia.- Paralelo de ambos ejércitos beligerantes.- Opiniones de algunos escritores sobre estos puntos.- Defensa en Rancagua.- Estudio de esta localidad.- Es preferible este lugar al de Angostura.- Paralelo de ambos puntos.

 

1º. Defensa del Cachapoal.

Como lo hemos dicho, esta idea fue aceptada principalmente por Carrera casi incidentalmente por O’Higgins.

El Cachapoal es un río larguísimo, que de ordinario lleva poco caudal de agua y que es vadeable aun en el rigor del invierno. Es preciso que haya creces muy abundantes, que las lluvias hayan caído con suma frecuencia y que el deshielo de las nieves de la cordillera haya sido muy violento, cosas todas excepcionales cuando se habla de este río, para que el paso sea difícil, peligroso y en consecuencia fácil de interceptar. El cauce es poco profundo; la anchura cerca de Rancagua no es excesiva, ni aun en la estación más cruda del año. Su corriente, aunque estrepitosa a veces, de ordinario no es rápida. Su lecho se abre sobre valles anchurosos y sólo en su nacimiento se desliza encajonado entre montañas escarpadas. Nosotros hemos atravesado a caballo este río indistintamente en los meses de agosto, setiembre, octubre y diciembre, sin que jamás hayamos trepidado ni encontrado tropiezo digno de mención.

En los días que iba a verificarse el paso del Cachapoal por Osorio y la defensa de los patriotas, el río, para mayor desgracia, arrastraba poco caudal de agua y su cauce tenía naturalmente poca profundidad. En balde Carrera mandó cerrar las bocas-tomas de los canales de regadío que tenían su punto de arranque en el río; porque el crecimiento de las aguas fue casi imperceptible.

En aquel entonces, se podía cruzar el Cachapoal por tres vados distintos: el de la Ciudad que casi enfrenta al pueblo de Rancagua, el de Robles que está ubicado como a tres millas más al sur del anterior y el de Cortés o las Quiscas que se inclina al oeste a gran distancia de los otros. Pero no hay que olvidar que el río, no sólo poseía tres vados violentamente separados por la naturaleza, sino que a causa de que el derretimiento de las nieves no comenzaba aún en esa época, era vadeable sin peligro por cualquier punto de su dilatado cauce.

Conocidos estos hechos y sabido que los patriotas contaban apenas con 4.122 hombres, en su mayor parte reclutas, para contrarrestar a 5.000 soldados casi todos veteranos y bien acondicionados, se puede llegar a la conclusión que la defensa del Cachapoal era un error estratégico de alta trascendencia.

Hay que tener muy presente, que es un principio de táctica que no admite discusión y de aquellos que se miran como axiomas, el que no deben defenderse ríos vadeables por cualquier punto y de dilatada extensión como el Cachapoal cuyos pasos principales están desparramados en un radio de cerca de tres leguas de largo. Tampoco aconseja la previsión militar que se pretenda impedir a viva fuerza el paso a un ejército veterano, lleno de elementos de movilización, dotado de excelente artillería y ágil caballería, con otro formado de milicias, sin recursos, sin Estado Mayor organizado y sin la disciplina que puede indistinta mente convertir a un cuerpo de tropas o en ave que vuela o en trinchera que resiste.

Estas consideraciones sencillas y claras nos inducen a estimar desacertado el plan de defender el paso del Cachapoal.

2º. Defensa en la Angostura de Paine

Esta fue propuesta por Carrera y sostenida con tesón y porfía inauditos.

La Angostura de Paine, que con más poesía que verdad llaman las Termópilas de Chile los señores Amunátegui, es una estrecha planicie de 45 a 50 metros de ancho encerrada entre dos ramales de cerros bajos que arrancan su nacimiento, el uno de la cordillera central y el otro de la cordillera de la costa. Es una garganta de tierra que comunica los fecundos y dilatados llanos de Santiago y Rancagua. Uno de los brazos de montaña que casi la circundan y que forma uno de sus flancos trae su origen del cordón sur del gran macizo central del Maipo.

En donde pensaba fortificarse Carrera y situar su ejército, era en las laderas que caen sobre el plano de la Angostura.

El fin estratégico que se perseguía con ahínco, era defender la entrada de la capital, haciendo cruzar los fuegos de cañones colocados sobre trincheras naturales o artificiales y de fusiles apuntados a mampuesto, sobre el enemigo que tuviese la suficiente petulancia y osadía de atravesar por el estrecho desfiladero.

Este plan de operaciones sería magnífico si no pudiese ser burlado por el enemigo de un modo fácil y hacedero. Carrera olvidaba colocar en la ecuación de su proyecto, dos factores de absoluta importancia: olvidaba que cerca de la Angostura de Paine había dos caminos que seguían en su curso las líneas mas hondas de dos bajíos de los cerros vecinos. Esos pasos eran el de Aculeo y el de Chada. El ejército realista tenía, pues, medios cómodos o para caer sobre Santiago sin disparar ni recibir un solo tiro o bien para atacar a discreción a los patriotas atrincherados en Paine, ya por sus flancos, ya por retaguardia, ya por ambos puntos a la vez, pudiendo en este último caso amagar la vanguardia con guerrilleros ágiles y expertos.

¿Podía escaparse esto a los realistas que en su mayor parte eran chilenos de nacimiento y que habían vivido muchos años en el país?

Imposible. El señor Barros Arana, condensando una conversación que tuvo con Manuel Barañao, jefe del escuadrón de Húsares del ejército de Osorio y que se cubrió de gloria en Rancagua, dice en su Historia general de la Independencia lo que sigue:

“El sitio de la Angostura, en efecto, presentaba grandes ventajas para la resistencia; pero don José Miguel olvidaba que podía verse colocado entre dos fuegos, sin poder evitar su derrota, si el enemigo tenía la precaución de flanquear sus posiciones, haciendo desfilar sus infantes por las serranías inmediatas; y era preciso que los jefes realistas fuesen muy torpes para que no aprovechasen esta circunstancia.” En una nota puesta a este acápite, el señor Barros dice lo siguiente: “conversación con el señor don Manuel Barañao”.

Así lo pensaba O’Higgins, al enviar a Carrera la nota fechada el 14 de setiembre que hemos copiado antes y que en lo que hace referencia a este punto decía:

“Las Angosturas de Paine no son suficientes para contenerlo (al enemigo). Hay otro camino por Aculeo, que aunque difícil para artillería gruesa no lo es para la de montaña, y dirigiéndose por él pueden dejar burlada la división de las angosturas”.

¿Que exclamaciones no habría empleado O’Higgins, si hubiese recordado que además del camino de Aculeo, existía el de Chada?

Es incuestionable, pues, que el lugar elegido por Carrera choca con los más claros principios de la estrategia, y con el propósito que perseguía de impedir a los realistas que tomasen la capital sin que previamente librasen un combate con los patriotas, estando éstos en posición mas ventajosa que la de los asaltantes.

El señor Vicuña Mackenna expresa iguales ideas en una de las notas puestas la Memoria del señor Benavente y que dice:

“Mayores ventajas ofrecía indudablemente la Angostura de Paine; pero esta posición, que era fuerte ficticiamente, tenía dos caminos por sus flancos que permitían al enemigo burlarlo completamente; a saber, el de Aculeo de que habla O’Higgins y el de Chada por el lado opuesto”.

Estos antecedentes nos conducen lógicamente a considerar esta parte fundamental del plan de Carrera como contrario al arte militar y al objetivo que se perseguía al adoptarlo con preferencia. Allí habría sido despedazado nuestro ejército de un modo lastimoso y sobre todo cuando se sabe que carecía de buena infantería, de poderosa artillería y de sólida disciplina, base de una defensa o de un ataque.

Los patriotas se habrían colocado en una situación lamentable, por cuanto dejaban expeditos al enemigo dos caminos: el primero, de poderse tomar a Santiago sin disparar un tiro cruzando por los caminos laterales que se abren en los flancos de la Angostura de Paine; y el segundo, de dar plenas facilidades al enemigo para envolver entre dos fuegos a los patriotas de los cuales no se habría escapado uno solo ni siquiera para contar lo sucedido.

3º. Defensa en el río Maipo y batalla campal en el llano del mismo nombre.

Plan subsidiario sostenido por Carrera, según lo aseguran los señores Benavente y Amunátegui, y además el mismo José Miguel en documentos irrefragables.

El señor Benavente dice que el plan de operaciones de Carrera se descomponía en cuatro fases: 1ª defensa del paso del Cachapoal; 2ª forzado este paso por los realistas, dar combate en las Angosturas de Paine; 3ª vencido aquí, sostener la línea del río Maipo; y 4ª “en último caso el llano del mismo nombre, y sobre el que podíamos presentarnos más fuertes en caballería”.

Los señores Amunátegui, explicando con el anterior escritor los detalles del proyecto de Carrera, agregan:

“Si eran obligados a abandonar estas posiciones (las de Angostura), podía aún hacerse en el río Maipo un último esfuerzo para contenerlo (al enemigo), y dar la batalla en el llano del mismo nombre, que presenta campo y anchura para las maniobras de la caballería en que abundaba el ejército. Quien conozca la destreza en el caballo de nuestros campesinos, concebiría que con 363 dragones y 1.900 milicianos armados de lanza había para una carga que los realistas se habrían visto apurados para contrarrestar”.

Antes de pasar adelante, permítasenos decir que la serie de defensas y luchas sucesivas, en el Cachapoal primero, en seguida en Paine, después en el río Maipo y en fin en el llano del mismo nombre en el que se daría una batalla campal, —y todos estos combates, avances, repliegues, concentraciones y cambios, verificables con reclutas de treinta días en buena parte y además desmoralizados y divididos: --no pasa de ser un sueño de artista, una de las mil ilusiones que brotan de la fantasía de un jefe que se entrega en brazos de la imaginación. Ni con tropas como las prusianas y al mando de Moltke, se podrían con éxito ejecutar a tiro de pistola del enemigo evoluciones tan trascendentales y movimientos tan complicados.

¡Defender un río, batirse en una garganta, defender otro río y después presentar una batalla campal, y esto con 4.122 soldados contra 5.000!...

Descartemos también de la discusión la defensa del paso del Maipo, por adolecer con creces de los defectos de estrategia del Cachapoal antes especificados, para concretarnos a la batalla campal en el llano del mismo nombre. Para mayor abundancia, supongamos que no existen los anteriores proyectos y supongamos que no está en tabla más que éste, pura y llanamente.

¿Habría sido acertado y plausible?

No vacilamos al sostener que este proyecto, siendo menos expuesto a percances y adoleciendo de menos errores militares, si es cierto que habría cubierto la bandera de Chile con aureola de luz y de gloria, no por ello habría dejado de entrañar noventa probabilidades por la total destrucción del ejército patriota.

Basta, para llegar a esta conclusión, comparar los elementos que habrían decidido el combate, los que se descomponen como sigue:

Posiciones: iguales para ambos combatientes a causa de que el terreno era plano:

Armamento: muy superior en número y calidad el de los realistas.

Número de soldados: mil más los invasores.

Moralidad: excelente la del enemigo, pésima la nuestra.

Disciplina: irreprochable la del ejército de Osorio, pésima en general la de los insurgentes.

Infantería: realista 4.352; patriota 1.506.

Artillería: realista 18 cañones; patriota 15.

Caballería: realista 500; patriota 2.364.

Del cuadro anterior se desprende que para una batalla campal los patriotas no contaban más que con caballería; pero, en esta materia era más el número que la calidad. Contaba apenas con 280 dragones aguerridos y veteranos, los restantes, es decir, 2.084 eran milicianos de Aconcagua, de Santiago y de pueblos vecinos, con malos sables, sin cuadros completos de oficiales, sin pericia alguna, sin más arma que el lazo y la lanza, sin rudimentos de táctica, sin organización, y reclutas hasta decir basta. Era una gran masa de huasos traídos de los campos y de las haciendas, muchos de los cuales conocían por vez primera la capital. Menos podrían conocer el manejo de las armas, las evoluciones de caballería reunidas en cuerpo, los peligros de un combate, los secretos de una carga a tiempo, la oportunidad precisa para concurrir a proteger la línea en los puntos que cede, flaquea o se rompe, los misterios y problemas, en fin, que tiene una gran batalla en sus múltiples cambios y repentinos vaivenes.

Además, ¿qué habría podido ejecutar la caballería contra cañones bien colocados y contra cuadros de infantería erizados de bayonetas?

Y sépase que estas consideraciones han sido hechas en la hipótesis que los realistas se hubiesen lanzado a campo abierto, al medio de un vasto llano; pero, a nadie se le oculta que, conociendo el fuerte de los patriotas, habrían tenido cuidado de escoger las faldas de algún cerro o un terreno escarpado para colocar el centro de las operaciones. En tal emergencia los enormes escuadrones de los insurgentes, se habrían visto perplejos y habrían sido el blanco escogido de los diez y ocho cañones de Osorio (1).

Para que se mida mejor la situación adelantaremos un episodio del combate que se acerca. Cuando el comandante Portus con sus 1.253 milicianos de caballería, al comenzar la batalla de Rancagua, se acercó al pueblo con la intención de unirse a la 1ª  y 2ª división que comenzaban a encerrarse en la ciudad, bastaron unos cuantos cañonazos y unos pocos disparos de la infantería realista para hacerlo huir en confuso desorden en medio de un pánico indescriptible, llegando los soldados despavoridos y dispersos, unos al campamento de la 2ª división y otros a los campos de alrededor.

Aquí llega el caso de preguntar a los señores Amunátegui, si creen que las enormes caballerías patriotas habría podido batirse en la Angostura de Paine. Si dan tanta importancia a una carga de los dos mil y tantos caballos que a sus órdenes tenía Carrera ¿cómo pueden sostener la defensa en Paine? ¿Qué habrían hecho las caballerías en una garganta cruzada por un estero y que apenas tiene cincuenta metros de anchura?

Iguales consideraciones pueden hacerse respecto de Rancagua; pero los hechos y la práctica probaron que en aquella defensa los trescientos caballos con que pudo contar O’Higgins hicieron prodigios y permitieron ejecutar una de las retiradas mas heroicas que recuerda la historia americana.

Pero si en el horizonte no había una esperanza efectiva de victoria a campo raso, dados la organización y elementos de los beligerantes, ¿qué convenía más?

Creemos que para el ejército patriota no cabía, dentro de la estrategia, dentro de la lógica inflexible de los hechos y dentro de la conveniencia del momento, más camino que buscar un punto fortificado para equilibrar con barricadas la diferencia en el número, en el armamento, en la disciplina y en las facilidades de movilización.

De acuerdo con nosotros están los planes de campaña, en sus partes dominantes, de los dos caudillos: O’Higgins señalaba Rancagua para salvar a la patria; Carrera la Angostura de Paine.

En el fondo ambos se atrincheraban.

4º. Defensa de Rancagua.

Esta idea es, como se sabe, de O’Higgins.

Nos toca analizar este plan que por la corriente veloz de los sucesos, fue el que se puso en práctica.

Halagamos la idea de haber probado que una batalla campal era imposible dentro de las probabilidades de victoria que había en aquellas horas de discordia y desorganización en el ejército patriota. Tampoco podía sostenerse a lo serio, la cadena de defensas, marchas, repliegues y combates que ideó Carrera a fin de que se verificasen sucesivamente, unos después de otros, en no interrumpida solución de continuidad.

¿Qué es lo único, pues, que flota sobre tantos proyectos generosos, sobre tantas ilusiones de estrategia, sobre tantos sueños que muy luego la mano helada de la realidad disipaba al nacer como disipa el viento de la mañana las brumas de la noche?

El atrincheramiento y nada más que el atrincheramiento.

Había sonado la hora de cumplir al pie de la letra el legendario lema del soldado chileno: vencer o morir.

La ciudad de Rancagua mirada como centro militar para establecer un sitio y resistir el empuje de un grande ejército, es a todas luces malo. No había fortificaciones que merecieran tal nombre, se le podía bombardear por los cuatro puntos del compás, había como cortarle el agua con suma facilidad, los edificios eran de material ligero y en consecuencia inflamables, era según se llama en táctica un cul-de-sac, como espiritualmente lo recuerda el señor Vicuña Mackenna en la Vida del General O’Higgins.

Esto es muy exacto: pero dada la imposibilidad en que estaba el ejército patriota para presentar una batalla campal, dada la carencia completa de me dios de locomoción, dada la tremenda disyuntiva impuesta por la fatalidad de vencer o morir; francamente creemos que para empresa de esa magnitud Rancagua proporcionaba ciertas ventajas.

Es preciso saber y recordar que O’Higgins no pensaba en un sitio como el de Chillán o Talcahuano; lo que buscaba ansioso era un lugar donde batir a los realistas hasta conseguir vencerlos o, en el caso contrario, morir como Sansón envuelto con la mayor parte de sus enemigos.

O’Higgins quería cumplir lo que entrañan las palabras que dijo en una memorable batalla: vivir con honor o morir con gloria.

Ahora preguntamos ¿qué punto sería mejor para ofrecer una resistencia desesperada, la única lógica en aquellos momentos de angustia y amargura para la patria. Paine o Rancagua?

Estimando defectuosos los dos, nos inclinamos y consideramos menos malo el segundo, es decir, Rancagua.

En la Angostura los patriotas podían ser tomados entre dos fuegos, sin oponer resistencias naturales y sin poder hacer grandes daños a los asaltantes; en Rancagua los defensores podían asilarse en las casas, tejados, fosos, calles y plaza, pudiendo en cambio dar fuego a mampuesto y a mansalva.

En la Angostura el combate habría sido cuestión de pocos momentos, tanto porque las caballerías insurgentes no habrían podido batirse a falta de espacio, como porque la infantería encajonada en el fondo o en las laderas que caen a la garganta no habría podido luchar con ventaja sobre guerrillas colocadas en las alturas inmediatas que obrarían simultáneamente y de acuerdo con cuerpos y divisiones que atacarían por vanguardia y retaguardia; en Rancagua el enemigo estaba obligado a romper sus fuegos desde respetable distancia so pena de ser despedazado como sucedió cada vez que emprendió asaltos durante la batalla que se acerca.

En Paine no cabía una resistencia larga y tenaz por carecer de buenas trincheras y porque la naturaleza de las cosas exigía que el problema se resolviese en el espacio de tiempo que bastase para destruirse alguno de los beligerantes; en Rancagua se podía y se pudo luchar cerca de dos días, y se habría podido prestar a golpes habilísimos de manos como los que durante la noche del uno al dos de octubre no quiso emprender José Miguel Carrera, como luego veremos.

En Paine los patriotas habrían perecido o caído prisioneros todos sin poder inferir graves daños a los realistas: en Rancagua, por el contrario, podían morir todos también, pero ejecutando en el enemigo una mortandad espantosa, al extremo de que el triunfo de éste sería igual al que hizo exclamar a Pirro: “otra victoria como esta, y estoy perdido”.

El asalto de la Angostura de Paine no tendría más dificultades que las que se encuentran en un combate común y vulgar; el de Rancagua es de aquellos que rechaza por peligroso la táctica militar, porque el enemigo no resiste en un punto determinado y no se encuentra agrupado en líneas extendidas en un espacio fijo, sino que está desparramado en ventanas, techos, patios, balcones y tejados, circunstancia por demás expuesta a fracaso para el vencedor cuyo ejército tiene que perder su cohesión y su orden para batir en detalle a los adversarios que se defienden y atacan a la vez en cien puntos diferentes.

Resumiendo, nos parece que los planes de ambos jefes adolecían de gravísimos errores militares; pero, en la imperiosa obligación de optar por algunos de ellos, preferimos el que elige para quemar el último cartucho la plaza de Rancagua.

 

Notas.

1. Para reforzar más nuestra argumentación y a fin de refutar la opinión sustentada especialmente por los señores Amunátegui que hacen algún hincapié en la conveniencia de una batalla campal, reproducimos lo que los mismos historiadores sostienen en la misma obra:

“Estamos tan persuadidos de que todos los nuestros cumplieron perfectamente con su deber, que avanzamos más todavía: si la desunión no hubiese existido entre los dos caudillos la acción se habría siempre perdido. Es preciso no dejarse engañar por los nombres. El ejército realista, con excepción de algunos jefes, de los Talaveras, del Real de Lima y de una parte de la artillería, se componía de chilenos, como el ejército patriota. Ahora bien, cuando combaten chilenos contra chilenos ¿qué es lo que podrá decidir la victoria? El número y la disciplina. Los realistas eran más numerosos y más aguerridos; a no ser que hubiera sobrevenido una de esas raras casualidades que todo lo trastornan, suyo debía ser el triunfo. Es verdad que los insurgentes los resistieron por dos días sin interrupción, que hicieron flaquear sus filas, que llegaron a rechazarlos, ¿pero qué puede concluirse de eso? También es verdad que como los otros eran superiores, volvieron a la carga, los repelieron a su turno y les obligaron al fin a ceder”.