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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Guillermo Tupper. Diario de Campaña. 1823-1828
VI. Sublevación Militar de San Fernando en Julio de 1828.

VI. Sublevación militar de San Fernando en julio de 1828.

Julio 7.
Los llamados liberales suscitaron una sublevación de tropas en San Fernando, que estalló el día sábado 28 de junio de 1828. El batallón Maipú, acuartelado en otra villa, y que consta de trescientas catorce plazas, se amotinó, puso preso a su comandante don Patricio Castro y proclamó por Intendente de la provincia de Colchagua a un deudor del Fisco: don Pedro Urriola.

Se cree generalmente que el objeto de esta sublevación sea el llevar a don José Miguel Infante a la Presidencia de la República. La desenfrenada ambición de este hombre no permite titubear que él aprovecharía de un motín militar para colocarse en la cima del Gobierno, aunque para llegar allí tuviera que rasar por encima de los cadáveres de la mitad de sus conciudadanos.

El gobierno tuvo aviso de la sublevación del batallón Maipú o Nº 6 el 3 de julio por la tarde. El día 4 de julio el batallón Concepción o Nº 7, fuerte de doscientas plazas, salió de Santiago con dirección a Rancagua. El virtuoso y eminente general [José Manuel] Borgoño salió para el mismo destino con el carácter de General en jefe del Ejército de Operaciones. Lo acompañaron el coronel Rondizzoni, comandante del batallón Concepción, el señor don José Villarroel, comandante general de las milicias de Rancagua, el comandante Tupper y el mayor Sutcliffe, su edecán.

El general Borgoño llegó a Rancagua el día 6 de julio, habiendo encontrado en el camino y hecho contramarchar al comandante Castro, a quien los sublevados habían despedido de San Fernando; al coronel Ibáñez, comandante de las milicias de caballería de San Fernando; y al capitán Cancino, comandante de las milicias de infantería de la misma villa. Estos señores huían para la capital y nos informaron que la plaza de Rancagua quedaba totalmente indefensa. En ella existe un armamento considerable.

La división de operaciones salió de Rancagua el día 12 de julio y alojó por la noche en la hacienda de don Francisco Valdivieso. Consistía en el batallón Concepción, fuerte de doscientas plazas; trescientos milicianos de caballería de Rancagua y ochenta milicianos de infantería. En la noche el General en Jefe recibió una comunicación del coronel Quintana, del regimiento de Dragones, en la cual prometía estar con su cuerpo en la orilla del río Tinguiririca el 13 de julio y alababa mucho la disciplina y lealtad de su contingente.

El día 13 de julio alojó la división muy temprano en las casas de don Valentín Valdivieso. A la una del día se dio aviso de que el enemigo se hallaba en marcha para atacarnos. Nuestra división se puso sobre las armas y el comandante Porras avanzó con una partida de milicias de caballería hasta el portezuelo de Pelequén; tuvo algún tiroteo con un piquete de los sublevados y, en seguida, se retiraron estos a las casas de Guzmán que ocupaban.

El día 14 de julio nuestra división se puso en marcha. Pasó por el río Claro temprano en la mañana. El batallón Maipú quedaba siempre en las casas de Guzmán y dominaba el camino del portezuelo de Pelequén. El General en Jefe determinó evitar un choque con estos amotinados, en primer lugar, porque la fuerza de ellos era muy superior en infantería a la nuestra, y, también, porque ocupaban una posición fuerte, circundada de barriales. No faltaban señas que indicasen que la intención de los sublevados era dirigirse sobre la capital. Y, efectivamente, esa dirección era la única que todavía les ofrecía alguna esperanza. Sin embargo, esta noticia causó poca inquietud al general porque sabía que en Santiago no existía partido alguno que favoreciera a estos miserables.

Con este motivo nuestra división marchó por los cerros de la izquierda, dejando Pelequén a la derecha, y alojó en los Lingues. La intención del General en Jefe era restablecer las autoridades en San Fernando y marchar inmediatamente en busca de los sublevados, destacando de antemano al comandante Tupper con cincuenta fusileros del batallón Concepción montados; una compañía de Dragones y cincuenta milicianos de tercerola, con el objeto de inquietar las marchas del batallón Maipú e impedirle el paso en los caminos.

El día 15 de julio la división salió de los Lingues y marchó sobre San Fernando. El General en Jefe adelantó al comandante Tupper con sesenta soldados de infantería para posesionarse del pueblo. Este, a media legua de ese punto, recibió por un paisano la noticia de que el cuerpo de Dragones se había sublevado y que estaba pasando el río Tinguiririca. Habían mandado preso en la mañana a San Fernando al coronel Quintana. El comandante Tupper, con intención de libertar al coronel Quintana, estando todavía sin sospechar de la infame conducta y doble manejo de este jefe díscolo e indecente, llegó con sus fuerzas hasta la plaza de la villa sin oposición ninguna y formó en cuadro. Mas, incesantemente, una pequeña partida de milicianos que se había mandado a reconocer fue cargada en las calles por la vanguardia de los Dragones. Llegó ésta en persecución de los milicianos hasta la plaza, de donde fue inmediatamente desalojada por la infantería. Perdieron un hombre y tuvieron varios heridos.

En este ínterin llegó el General en Jefe con la división y mandó cargar del lado de la torre de San Francisco, que estaba ocupada por una pequeña partida de sublevados, creyendo que los Dragones se hubiesen refugiado bajo sus fuegos. Mas, visto lo contrario, se retiró la fuerza otra vez a la plaza, con pérdida nuestra de dos soldados muertos y tres heridos. Entre los últimos el mayor Boza del batallón Concepción y el capitán de granaderos Rivera. Estas desgracias fueron ocasionadas por el fuego de la torre.

En este momento el coronel Quintana, que había salido de San Fernando en el instante en que se había aproximado el comandante Tupper, se acercó al general y trató de justificar la conducta de los Dragones y su propio maquiavelismo. El general le ordenó que siguiera a la división en clase de arrestado.

Tuvimos luego aviso de que los Dragones estaban atravesando el río de San Fernando. Los perseguimos inmediatamente. Sin embargo, no fue posible alcanzarlos. Confiscaban todos los caballos que encontraban y hacían el viaje como en posta, evidentemente con el designio de incorporarse al batallón Maipú.

Nuestra división alojó en la noche del 15 en los Lingues. En la noche del 16 en las casas de don Francisco Valdivieso. Desde este punto llegó la división, sin parar, a la Calera. Se había hecho montar al batallón Concepción en los caballos de los milicianos, en Rancagua, quedándose éstos en este punto, menos una partida de veinticinco de tercerola y sable al mando del comandante Porras. Pasamos el río Maipo en el vado de Lonquén.

Llegamos a la Calera el 18 de julio por la tarde. Nos dieron la noticia de que se habían sentido unos tiros de artillería y fusil del lado de Santiago. Se mandó un huaso a indagar. Volvió en la noche diciendo que las fuerzas del Gobierno habían sido derrotadas y que los sublevados se hallaban en las casas de Ochagavía.

El 19 nuestra división se puso en marcha a la una de la mañana con dirección a Santiago. Por equivocación del baqueano tomamos el camino de Melipilla y cuando amaneció nos hallábamos cerca de las casas de Espejo. Aquí nos informaron que la fuerza del Gobierno había sido derrotada; que el comandante de Coraceros había muerto; que no se sabía del paradero del Presidente Pinto; que Fontecilla o Infante habían usurpado la autoridad suprema; que la fuerza de los sublevados estaba en la Maestranza; y, en fin, que la autoridad legítima del país ya no residía en la capital.

El general llamó a los jefes de la división a Junta de Guerra. Se expuso que nuestra fuerza no pasaba de ciento ochenta hombres de fusil; la de los sublevados pasaba de cuatrocientos soldados de caballería e infantería. Se resolvió marchar sobe Valparaíso a poner la división a las órdenes del Congreso Nacional. Nos pusimos en marcha sin pérdida de tiempo y llegó nuestra división a la Cuesta de Prado a las doce del 19 de julio.

Poco después de nuestra llegada al pie de la Cuesta, se acercaron dos comerciantes ingleses de Santiago, quienes nos informaron del verdadero estado de las cosas. Nos refirieron todas las circunstancias de la escaramuza del 18 de julio; que el Presidente se hallaba todavía en la capital; que los sublevados ocupaban la Maestranza, sin que se hubiese tratado de defender este punto tan importante, pues encierra todas las municiones de guerra y armamento que existe en el país; que el pueblo de Santiago mostraba mucho entusiasmo y una noble determinación de defender al Gobierno constituido contra los atentados de los amotinados.

Por otro comerciante inglés, don Jorge Smith, que pasaba desde Valparaíso a Santiago, el General en Jefe mandó aviso al Presidente que aguardaba sus órdenes en el punto que ocupábamos. En la tarde un criado del general le trajo la noticia desde Santiago que el Presidente debía venirse a las casas de Espejo para verse con él. Luego el general salió acompañado del comandante Tupper y del mayor Sutcliffe para las casas de Espejo. En la noche llegó a ellas el Edecán de Gobierno don Agustín Gana trayendo la orden para que por la mañana la división pasara a ocupar la chacra de Prado, distante una legua de la capital. Se transmitió esto inmediatamente al coronel Rondizzoni.

El general con su comitiva pasó la noche en las casas de Espejo y por la mañana del 20 de julio se incorporó a la división en Pudahuel. En la noche anterior había llegado a este punto el comandante Gutike con unos cuarenta Coraceros a ponerse a las órdenes del general Borgoño. La división pasó el día en la chacra de Prado. Al caer la noche pasó a la quinta de Portales y en seguida a las rasas de Pólvora en La Chimba, en cuyo punto amaneció el día 8 de julio.

A las doce del día tuvo el general una entrevista con el Presidente en el Palacio. Al caer la noche llegó una orden del Presidente a las casas de Pólvora para que el batallón Concepción, o Nº 7, y el escuadrón de Guías o Coraceros pasasen a ocupar sus respectivos cuarteles, pues se habían hecho tratados con los sublevados. Efectuóse este mismo y pasaron igualmente los del Estado Mayor a sus casas.

En la Orden del Día del 22 de julio se publicó un indulto en favor del batallón Maipú, o Nº 6, y del regimiento de Dragones, incluyendo en él a don Pedro Urriola y a todos los paisanos y milicianos que acompañaron a la división sublevada desde San Fernando hasta la capital.

De este modo han concluido todas las sublevaciones en Chile. Y por este motivo hay una cada año, ya sea puramente militar como ésta o suscitada por medio de pobladas de facciosos, acompañados de los votos de la capital.

En todo tiempo los Gobiernos, deseosos de paliar el mal y no cortarlo en su raíz con enérgico proceder y un debido castigo, han tratado de comprar la paz y la tranquilidad de estos malvados por medio de indultos y premios de todas clases. De consiguiente, el remedio empeora el mal. Las autoridades constituidas se hallan sin prestigio entre los ciudadanos y las leyes yacen en una nulidad absoluta.

Santiago, julio 37 de 1828