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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Guillermo Tupper. Diario de Campaña. 1823-1828
III. Segunda Expedición a Chiloé. (1825).

III. Segunda expedición a Chiloé. 1825.

Después de la célebre batalla de Ayacucho, que efectuó la emancipación del Perú y de toda América meridional, sólo quedaba el Archipiélago de Chiloé en que flotase aún la bandera del despotismo. La inmediata vecindad de Chile a esas islas le señalaba su papel natural como libertador. Independientemente de las ventajas materiales que se esperaban del acrecimiento del Estado por la adquisición de esta clave del Pacífico, cada chileno sentía en lo íntimo cuán honroso sería para su país el expulsar a los españoles del último retiro de la monarquía.

El Director Freire ansiaba borrar su reciente desgracia y, en verdad, toda la nación estaba unánime en cuanto a la necesidad de emprender esta expedición.

Se habló de preparativos en junio, intentándose salir en noviembre de 1825. Sin embargo, no se observó actividad alguna en ningún departamento hasta el mes de octubre, haciéndose con ello más notable aún la inactividad característica del Director. No recibimos reclutas sino como tres semanas antes de nuestra partida de Santiago, y éstos eran hombres que requerían por lo menos tres meses de disciplina para llegar a semejar soldados.

Dejamos a Santiago el 13 de noviembre de 1825. La división consistía del batallón Nº 4, con seiscientos hombres; del batallón Nº 7, con trescientos setenta y cinco; de la Artillería, con sesenta; y ciento cuarenta y dos guías de Caballería.

Al segundo día de marcha el Nº perdió a dos hombres por haber bebido agua en un estado de violenta transpiración; realmente jamás he visto una muerte más repentina. Entre las once y las doce del día habíamos traspasado la inmensa montaña, llamada Cuesta de Zapata, con un sol quemante. Como a una legua de Lo Bustamante pasamos un riachuelo, donde algunos soldados del Nº 7 se inclinaron para beber, descansando y refrescándose un poco antes de hacerlo, pues conocían por experiencia cuán peligroso era proceder de otro modo. Yo mismo me coloqué junto al agua y obligué a todos los soldados de nuestro batallón Nº 8 a cruzar sin tomar una sola gota. Al cabo de un cuarto de hora se me dijo que habían sido encontrados dos hombres del Nº 7 muy enfermos, y todo por haber bebido agua. Me dirigí adonde ellos y llegué en el momento justo en que ambos expiraban.

Como a las cuatro de la tarde fue fusilado un desertor del batallón Nº 4, quien cayó preso veinte minutos después de su huida y condenado por una corte marcial formada al instante.

Llegamos a Valparaíso el 18 de noviembre, habiendo perdido toda la división el insignificante número de dieciocho desertores, lo que no es nada en consideración al volumen de las fuerzas de Chile. Se embarcó la totalidad de éstas inmediatamente.

Obtuve mi rango efectivo de mayor del Nº 8 el 28 de octubre de 1824, y sigo manteniendo este grado y puesto.

28 de noviembre de 1825.

Dejamos a Valparaíso ayer 27 de noviembre. La escuadra consistía de la fragata insignia O’Higgins (la María Isabel), en que viajaba el almirante [Manuel] Blanco [Encalada], conduciendo además al cuerpo de guías; la corbeta Independencia, estando a su bordo una compañía del Nº 7, su capitán es Henry Cobbett, pariente del célebre [William] Cobbett; el hermoso bergantín de guerra español Aquiles, traído últimamente al servicio de la patria, capitán Wooster; el bergantín de guerra Galvarino, capitán Winter; la fragata Lautaro, que sirve ahora de transporte, conduciendo al Nº 7, y la Resolución, transporte, conduce al Nº 8.

Oficialmente, las tropas que salieron de Valparaíso son:

 

Cuerpo

Contingente

Comandante

Mayor

Artillería

59

Mayor Amunátegui

 

Batallón Nº 4

583

Teniente Coronel Gana

Asagra

Batallón Nº 7

371

Coronel Rondizzoni

Maruri

Batallón Nº 8

378

Coronel Beauchef

Tupper

Guías

142

Teniente Coronel Borcoski

 

Total

1.533

 

Los transportes Ceres e Infatigable habían salido previamente de Valparaíso hacia Concepción y Valdivia, para recoger en esos puntos a los batallones Nº 1 y Nº 6. El 14 de noviembre la corbeta de guerra Chacabuco se había dirigido también a Chiloé para introducir proclamas patrióticas y desembarcar algunos isleños. Estos, que han sido desterrados por Quintanilla a causa de sus principios patrióticos, habían ofrecido voluntariamente sus servicios para sembrar la semilla de la independencia entre sus connaturales. Tal es una medida que considero extremadamente antipolítica, pues había de dar a Quintanilla conocimiento oficial de nuestra proximidad.

Es evidente asimismo que el Director se lisonjea de que el Gobernador de Chiloé aprovechará esta oportunidad para entrar a una capitulación, capeando así el temporal que se le viene encima. ¡Cuán mal juzgan de los sentimientos que accionan el pecho de un hombre valiente y emprendedor! Si Quintanilla conserva aún el arrojo que le ha formado su reputación se estimará feliz de haber encontrado otra oportunidad de distinguirse, y no temerá las contingencias de una invasión. Lamento ver cómo el Director procura difundir esta idea y la general aceptación de que no habrá resistencia. La confianza es a menudo benéfica en las tropas, pero es casi siempre perniciosa en el Comandante en Jefe.

17 de diciembre de 1825.
Llegamos a Valdivia el 16 de diciembre, y encontramos a toda la escuadra, excepto a la Independencia y la Chacabuco. La primera bahía sido enviada hacia Chiloé, para sacar a la Chacahuco, que estaba cruzando la boca del puerto. Hoy llegaron estos dos buques. Parece que la Chacabuco ha perdido un bote con un chilote y habrían sido tomados prisioneros un oficial chileno y quince soldados.

El Gobernador no quería recibir ningún ofrecimiento de paz. Mis anticipaciones en torno a su resistencia, por lo tanto, muestran que no estaban tan mal fundadas. Y en caso que encontremos resistencia, por lo que veo en la división, tengo muy poca confianza en el resultado de la campaña. El Director, el almirante y el mayor general han estado los últimos cuatro días en Valdivia (a nueve millas de la flota) y permanecimos entregados enteramente a nuestra propia inventiva.

Jamás he visto tal desorden. No tenemos hospital ni camas para los heridos. El batallón Nº 1, que se compone en su mayor parte de reclutas, ha estado cinco días en la orilla y hasta el momento no ha recibido los fusiles. En una palabra, todo proclama la total incapacidad del Director; realmente es un triste Comandante en Jefe.

23 de diciembre de 1825.
El 18 de diciembre fue desembarcado el batallón Nº 8 en la isla de Mancera para refrescar a los soldados. El Nº 7 ya había llegado aquí. El batallón Nº 4 fue colocado en Niebla y el Nº 1 en el Corral.

Según parece, es general ahora la creencia de que Quintanilla hará una fuerte resistencia, aunque por mi parte estoy convencido de que si obramos con decisión no podrá resistirnos victorioso. Tenemos al menos mil excelentes soldados veteranos; los reclutas son hombres de muy buena pasta y se ha hallan disciplinados tolerablemente. Creo que nos hará más bien falta una cabeza para indicar que manos para ejecutar. En verdad, considero al general Freire enteramente impropio para un mando de esta clase. Mientras más observo sus operaciones más se me acrecienta tal opinión.

Evidentemente se ha dejado engañar por los conceptos de hombres interesados, de modo tal que no se ha dado el trabajo de poner a su división en un pie que le asegure la victoria. Se me ha dicho que sólo nos acompañarán dos miserables lanchas cañoneras, y sabemos que el enemigo tiene seis. Además los hombres están demasiado apilados en todos los buques; las viruelas han hecho ya considerables estragos en el batallón Nº 4.

El almirante Blanco, que manda la escuadra, probablemente tiene miras que, si se cumpliesen, no contribuirían al aumento de la gloria del Director. Aunque por lo poco que de él he visto lo considero demasiado honorable para permitir que sus pretensiones choquen con los deseos de la patria. En sus maneras es realmente un perfecto caballero.

10 de enero de 1826.
Toda la escuadra salió de la bahía de Valdivia entre los días 30 y 31 de diciembre y el 1º de enero. El 8 de enero llegamos a Punta Guapilaqué.

Nuestra fuerza había sido aumentada como por mil hombres de los batallones Nº 1 y Nº 6, teniendo el primero como cuatrocientos cincuenta y el segundo, que fue embarcado en Valdivia, unos quinientos cincuenta hombres. La división está animada de un espíritu excelente y no dudo que si el Director confía principalmente en sus bayonetas encontrará una buena respuesta.

12 de enero de 1826. Fortaleza de Balcacura.
La escuadra ancló el 9 de enero en la ensenada del Inglés y el 10 fue desembarcado el ejército en la playa de Yuste. Esa misma tarde el coronel Aldunate marchó con doscientos diez soldados a cargar sobre el fuerte de Balcacura, dejando a su izquierda el fuerte de Agüi.

Nos dirigimos hacia Agüi. Los cuatro navíos ligeros de la escuadra, la Independencia, el Aquiles, el Galvarino y la Chacabuco, cruzaron enfrente del castillo de Agüi del modo más hermoso. Por ciertas aberturas del bosque tuve el placer de ver pasar bajo el intenso fuego de Agüi a estos barcos, que lo hicieron con la mayor decisión y sin sufrir el menor daño.

De repente me encontré bajo el fuego de las cañoneras realistas, que estaban alejándose de Agüi para dirigirse a San Carlos. Después del cruce de los buques se acercaron a la costa y nos dispararon diez o doce tiros de bala y metralla, aunque no hirieron a un solo hombre. La venida de nuestros botes las obligó a navegar ligero atravesar la bahía.

Inmediatamente después de pasar por Agüi tomamos el camino que conducía a la costa de Balcacura.

Llegué al castillo de Balcacura como a las diez, con los granaderos y compañías ligeras del Nº 8, que formaban la vanguardia del ejército. El fuerte había sido ocupado ya por Aldunate, quien lo tomó sin resistencia.

Nota: el 11 fue destruida una cañonera al intentar dirigirse a San Carlos y fue muerto el teniente Oxley, del Galvarino.

15 de enero de 1826.
En la tarde del 12 de enero fue embarcado el ejército en los cuatro buques de guerra, para ser conducido al lado opuesto. El 13 por la mañana fue desembarcado cerca del río Paulden sin experimentar ningún contratiempo.

La vanguardia, compuesta de cuatro compañías de cazadores y cuatro de granaderos, fue puesta al mando del coronel Aldunate. De esta avanzada se formaron subdivisiones de dos compañías cada una, encabezadas por un mayor. Personalmente yo mandaba las compañías de granaderos de los batallones Nº 6 y Nº 8; el mayor Asagra las compañías de granaderos de los batallones Nº 4 y Nº 1; el mayor Maruri las compañías ligeras de los batallones Nº 6 y Nº 7, y el mayor Young las compañías ligeras de los batallones Nº 1 y Nº 4.

Una fuerte división central fue formada por los batallones Nº 1, Nº 4, Nº 7 y Nº 8.

La retaguardia la llenaba el Nº 6 y el escuadrón de guías.

Considero estas disposiciones extraordinariamente buenas y creo que no podernos dejar de combatir en procura de una gran victoria.

En la noche del 13 ocupamos ciertas alturas como a una legua de San Carlos, en la chacra de Cuadros. Como a las tres de la mañana del día 14 los botes y lanchas cañoneras, capitaneadas por Bell, hicieron un magnífico ataque sobre los cañoneros enemigos, bastante protegidos por el fuego de dos baterías y por varias compañías de infantería que había en la orilla. Después de un rato de dispararse ambos bandos con eficiencia los nuestros capturaron tres botes y una lancha con dos cañones de a 12 cada uno y los llevaron a los buques. Jamás he presenciado una vista más extraordinaria. Sucedió así: la noche era hermosísima y en un momento determinado todo quedó silencioso, parecía que toda la naturaleza esperaba en callada suspensión el próximo combate. Un instante después todo era tumulto, confusión. Resonaban por las colinas vecinas las rociadas de balas que venían de la orilla, el tremendo rugido de los cañones de a 24, los gritos y aullidos de los abordados y abordadores, y, sobre todo, los tiros del ejército enemigo desde sus elevadas posiciones; el ¡Viva la patria! De un lado era respondido por el ¡Viva el Rey! del otro. Es imposible presenciar un ánimo más completo que el de nuestro pequeño contingente; no dudo por más tiempo de la próxima victoria.

Como una hora después que todo estuvo de nuevo en silencio, fue puesto en movimiento el ejército, que ocupó como a las ocho de la mañana una fuerte posición en la loma de Yauca, con nuestro flanco izquierdo en la playa. En seguida nuestra infantería obligó a las avanzadas enemigas a pasar el estero de Poquillihue.

El enemigo ocupaba las alturas de Bellavista, sobre San Carlos, como a media legua de nuestro cuartel general, resguardando su flanco derecho por la batería de Poquillihue. Esta posición era extremadamente fuerte y estaba bien amparada por varias piezas de cañón, aparte de los fosos, empalizadas y otras defensas. Según entendí, su ejército lo constituían unos dos mil quinientos fusileros, unos cuatrocientos hombres de caballería de todas las armas y como mil doscientos o mil cuatrocientos esgrimiendo picas.

A las tres de la tarde las cuatro lanchas apresadas se distanciaron velozmente de los buques y empezaron a bombardear a la batería de Poquillihue y a todas las piezas de campaña del enemigo que podían alcanzar. También nuestra artillería de campaña obró vigorosamente con sus cuatro piezas sobre las líneas del contrario. El fuego fue densamente sostenido por ambos lados.

Alrededor de las tres y media observamos a nuestras fuerzas que se retiraban en gran desorden, escapando a una emboscada que el enemigo había preparado junto a la playa. Por ello los patriotas se hallaban muy expuestos al fuego de las lanchas cañoneras.

El general Borgoño juzgó propicio el momento para el ataque y dio inmediatamente las órdenes en ese sentido. Las ocho compañías del flanco izquierdo, que formaban la vanguardia al mando del coronel Aldunate, avanzaron de la manera más gallarda. El mismo Borgoño marchó a través de la playa con dos compañías de granaderos y cuatro ligeras buscando rodear el flanco derecho del enemigo. Me indicó que forzara el estero de enfrente; fui bastante afortunado para tomar esta posición con la punta de las bayonetas, teniendo pocas pérdidas. Me uní luego al coronel Aldunate en la colina que domina a San Carlos.

El enemigo se retiró a una segunda posición fortificada, de la cual fue desalojado por las compañías ligeras, que le atacaron por su flanco izquierdo.

Como a una legua de San Carlos, mientras marchaban las compañías de granaderos rápidamente a ocupar el camino hacia Castro para cortar la retirada a Quintanilla, la caballería enemiga cargó sobre nuestra columna, pero fue completamente derrotada y dispersada por las compañías de granaderos del Nº 8.

Los realistas se corrieron entonces a la última y más fuerte posición en el bosque de los altos de Bellavista, ocupando el camino de Castro. Allí fue sostenido por nuestra infantería ligera un mortífero fuego, sin que consiguiera mucha ventaja. Entonces, el coronel Aldunate me ordenó desalojar al enemigo con mi división de granaderos, lo que tuve la fortuna de ejecutar en seguida con la escasa pérdida de una media docena de hombres. Continué persiguiendo a los que huyeron a través del sendero a Castro como más de una legua, y tomé cincuenta prisioneros, entre otros al coronel Hurtado. Luego recibí órdenes de hacer alto.

Toda la acción duró alrededor de cuatro y media horas. El enemigo no se portó bien, pues en verdad fue completamente derrotado por dos compañías de granaderos y cinco de cazadores (o ligeras), que fueron las únicas tropas de nuestro lado que entraron en batalla. La pérdida total de Chile no debe exceder de ciento cincuenta hombres del ejército veinticinco de la marina. No fu muerto ningún oficial de distinción, salvo el teniente Oxley, siendo heridos unos cuatro o cinco.

El coronel Aldunate se ha distinguido muchísimo y el general Borgoño ha dado grandes pruebas de habilidad.

El 16 de enero envió Quintanilla un parlamentario. Se le prometieron cuatro días de suspensión del fuego. En ese plazo entró el ejército a San Carlos y encontramos allí muy pocos habitantes, pero fueron retornando gradualmente. En el ínterin Quintanilla firmó la capitulación definitiva, en que se nos concedía todo el Archipiélago.

Quince días después volvieron las tropas a Chile, dejando en guarnición a los batallones Nº 4 y Nº 1; este último volvió también a Santiago en marzo. Sólo quedó en Chiloé el Nº 4.

El coronel Aldunate ha sido nombrado Gobernador de la isla con un salario de cuatro mil pesos anuales.

Poco después de mi regreso a la capital recibí los despachos en que se me concedía el grado de teniente coronel (22 de abril de 1826), en consideración a mis servicios en la acción de Bellavista para ocupar las colinas de Pudeto, en donde el enemigo protegía su ala derecha con trescientos de caballería y que tuvieron que ceder a mi ataque.