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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Guillermo Tupper. Diario de Campaña. 1823-1828
II. Primera Expedición a Chiloé. 1824

II. Primera expedición a Chiloé. 1824.

Debo apuntar que el 8 de enero de 1824 llegó de Valparaíso a Coquimbo la Independencia, capitán Délano. Traía como pasajero al comodoro Forster, que había retornado al servicio de Chile ostentando el grado de Comandante en Jefe de la Escuadra. Vino a izar su insignia de tal en la fragata Lautaro, y dijo que traía órdenes de llevar las tropas a Talcahuano, desde donde suponía que habría de zarpar otra expedición para conquistar Chiloé. Se comentó que a lo mejor la mandaba el Director Freire.

Otro pasajero que venía en la corbeta Independencia era el teniente coronel Ramón Picarte, que había sido nombrado Gobernador de Valdivia y se encaminaba a su destino.

A su arribo a Coquimbo el general Pinto fue designado Intendente de la ciudad y provincia, colocándose a su disposición enteramente todas las rentas percibidas y acumuladas durante algún tiempo, que no eran nada despreciables. Los cuerpos del ejército y las tripulaciones de los buques recibieron dos meses de paga.

Coquimbo es una pequeña y floreciente ciudad de ocho mil habitantes, poco más o menos. El paisaje de la comarca circunvecina no es agradable, pero hay, sin embargo, algunos valles fértiles en las cercanías. Dicen que las rentas de esta provincia sobrepasan los 15.000 dólares anuales, y que salen principalmente de la exportación del cobre. El tráfico de este artículo está casi enteramente absorbido por los buques ingleses.

La bahía es hermosa y bien amparada, pero el puerto, que dista como tres leguas de la ciudad, no tiene agua. Los barcos usan la que sacan de un lugar a mitad del camino desde el puerto a la ciudad; de vez en cuando resulta agua salobre.

Coquimbo tiene una sociedad más bien atrasada; creo que las mujeres no son por lo general tan bien educadas como las de Concepción. Por cierto, no tienen punto de comparación con las de Santiago. Hay, no obstante, algunas familias tan agradables como hospitalarias, entre éstas la de mi compatriota el señor George Edwards ocupa el primer lugar. Es éste un caballero establecido en Coquimbo durante unos veinticuatro años; su esposa es una amable mujer y su familia perfectamente bien educada. Mantiene una casa bastante amplia y se cuenta que ha juntado considerable fortuna en el trabajo del cobre. Mientras permanecimos en esta ciudad tuvimos un baile; las asistentes eran más lindas que elegantes; me pareció que las mujeres poseían mucha simpleza y poca finura.

En el intertanto se hacían preparativos para nuestro alejamiento. Se nos informó entonces que mi batallón, el Nº 8, debería embarcarse junto con el Nº 7 hacia Talcahuano, y salir de allí a la conquista de Chiloé mandados por el Director Freire. Efectuada ésta deberíamos volvernos inmediatamente a Coquimbo, según se decía, donde el general Pinto estaría encargado de reorganizar un ejército de seis mil hombres para emprender nuevamente la emancipación del Perú.

Nos embarcamos hacia Talcahuano el 27 de enero de 1824. Mi batallón, el Nº 8, a bordo de la corbeta Independencia y el Nº 7 en la fragata Lautaro.

El 11 de febrero llegamos a la isla Quiriquina. Encontramos en ella muy pocos preparativos, aunque estaba convencido de que el pueblo de Concepción era muy activo. Por regla general los oficiales parecían tener pocas esperanzas lisonjeras sobre la campaña contra Chiloé. El Director Freire era secundado apenas como debía serlo.

La fragata Lautaro llegó como el 15, necesitando de todo, según dice el comodoro Forster. La Guardia de Honor y el batallón Nº 1 arribaron de Talcahuano a Quinquina el 16, no alcanzando a constituir la primera un cuerpo de doscientos hombres y el segundo bordea los cuatrocientos cincuenta.

El 18 de febrero pasó por Quinquina la corbeta Voltaire, capitán Simpson, dirigiéndose a Valdivia. Conducía a bordo al coronel Picarte con su familia y al mayor Young, quien venía a unirse al segundo batallón de la Guardia de Honor.

El 27 llegaron de Valparaíso la corbeta Chacabuco y un transporte, trayendo ambos buques las provisiones que tanto habíamos necesitado y de cuya llegada habíamos empezado a desesperar.

Nuestra fuerza había sido distribuida en tres divisiones, a saber:

a) Todas las compañías ligeras, al mando del coronel Beauchef. Segundo jefe el mayor Godoy y en tercer lugar el mayor Young. Esta división formaba la guardia avanzada.
b) Las compañías centrales, al mando del Coronel Pereira. Segundo jefe el coronel Thompson.
c) La reserva con todas las compañías de granaderos, al mando del coronel Rondizzoni. Segundo jefe el capitán Tupper.

Mi nombramiento por encima de tantos mayores y coroneles causó asombro.

El 29 de febrero de 1824 vinieron los buques de la escuadra a recogernos a la Quiriquina. En la tarde había llegado una orden general de que las divisiones se pusieran en movimiento, y se nombró a mi batallón Nº 8 para que tomara el avance. Las tropas se embarcaron el 1º de marzo, saliendo de aquí pasado el mediodía. Cuatro compañías del Nº 8 a bordo de la Independencia; el batallón Nº 7 a bordo de la fragata Lautaro, en que iba también el Director Freire. El batallón Nº 1 de la Guardia fue conducido en diferentes transportes.

El 4 de marzo fuimos a reconocer la isla Santa María, porque se corrió la noticia de que había en ella un corsario. Pero sólo encontramos un marinero americano, y en consecuencia seguimos inmediatamente para alcanzar el convoy en Valdivia.

Arribamos a Valdivia el 10 de marzo, después de un viaje muy fastidioso. Encontramos anclados en la bahía al bergantín Galvarino y a la Voltaire. Al llegar me dirigí luego a la ciudad, donde vi a todos mis antiguos amigos.

Dejamos a Valdivia el 16 de marzo, componiendo el convoy los siguientes buques de guerra: la Lautaro, la Independencia, la Chacabuco, la Voltaire y el Galvarino, y los siguientes transportes: el Valparaíso, el Pacífico, el Ceres y el Tucapel.

Nuestra fuerza consistía de los seiscientos hombres que hacen el primero y segundo batallón de la Guardia, de los cuatrocientos hombres del Nº 1, los trescientos del Nº 7 y los cuatrocientos treinta del Nº 8, según la mayor exactitud posible. De todo este contingente los más eran reclutas. Estaba depositada la máxima confianza en el batallón Nº 8.

Fondeamos en Chiloé el 24 de marzo de 1824. Los buques habían sido separados por una tormenta y se reunieron esa mañana.

El 25 fue desembarcado el Nº 8 con la compañía ligera de la Guardia. Habiendo marchado vigorosamente para tomar el fuerte Chacao, llegamos como a las ocho de la mañana ante la fila de sus cañones. Se nos dispararon siete tiros de a 24; los dos primeros pasaron junto al coronel Beauchef y a mí, los otros cinco fueron considerablemente lejos.

Un capitán Quinteros del Nº 7 fue enviado adelante a parlamentar con el comandante del fuerte, y según entendí ambos eran hermanos. Hicimos alto mientras volvía. Retornó pronto y nos informó que su hermano había abandonado su puesto. Avanzamos en seguida y tomamos el fuerte sin ningún obstáculo, testificando simultáneamente la partida de siete piraguas que contenían las fuerzas del Quinteros realista. Este fuerte se hallaba sin ninguna defensa por el lado de tierra. Montaba dos cañones de a 24, que por su posición elevada dominaban todo lo que se extendía ante su frente. Los buques, con sus cañones, no habrían podido resistirlos.

En la misma mañana del 25 de marzo fondeó la escuadra junto a la batería de Chacao. Esa noche todavía fue tomada otra por el capitán Cobbett, a la cabeza de cuarenta o cincuenta soldados de la Guardia.

Durante nuestra permanencia aquí fue enviado el mayor Godoy como parlamentario, con bandera de paz, hacia la ciudad de San Carlos. Volvió el 27. Los había intimado a rendirse pero sin éxito.

El país es hermosísimo y muy parecido a Inglaterra. Parece que el Gobernador Quintanilla se había afanado mucho por el adelanto de estas islas. Están cubiertas de ovejas, hay mucho cultivo, y las papas crecen casi espontáneamente.

El 29 de marzo fue embarcada en la Chacabuco, y el Ceres una división bajo el mando del coronel Beauchef. Se componía de los batallones números 7 y 8, junto a la compañía de granaderos del Nº 1. Su destino era dirigirse a San Carlos por el camino de Dalcahue, para evitar de ese modo el estero de Pudeto que estaba muy crecido.

Desembarcamos en Dalcahue el 31 de marzo y el 1º de abril empezamos nuestra marcha. Como a las doce hicimos alto en las ciénagas de Mocopulli, que es un inmenso pantano. Reiniciamos nuestro camino a la una y media. La vanguardia estaba aún cerca de mi división de granaderos. Apenas habíamos avanzado veinte pasos cuando un oficial de la vanguardia avisó que divisaba al enemigo tomando puntería  arrodillado. Le terminaba de decir el coronel que cargase cuando fuimos asaltados desde todas partes por un pesado fuego de mosquetería. Inmediatamente fuimos puestos en la mayor confusión. El Nº hizo alto y se formó en columna cerrada. Todos los oficiales del Nº 8 llevaron sus compañías al combate del modo más bello; la línea del enemigo estaba apenas a diez pasos de distancia de nosotros. El coronel mandó a los granaderos que cargasen; nos echamos sobre el enemigo apoyados por el solo fuego de cinco o seis soldados, y, naturalmente, nos vimos obligados a retirarnos al punto.

El coronel Beauchef me mandó sostener el fuego mientras iba a dar órdenes al Nº 7. Sin embargo, ese batallón no juzgó propio el avanzar y estuvimos así expuestos durante hora y media al mortífero efecto de un fuego bien dirigido, perdiendo en ese lapso como doscientos hombres entre muertos y heridos.

Me aventuré a una nueva carga, pero fui apoyado sólo por tres hombres; al llegar a la línea del enemigo uno disparó su arma en mi costado izquierdo, estando yo en ese instante ocupado en llamar a mis soldados con mi espada. La bala, sin embargo, no hizo más que raspar el hueso de mi hombro izquierdo, pero el adversario prosiguió su embestida con un ataque de bayoneta y me hirió ligeramente en la pierna derecha. Un valiente soldado que estaba conmigo recibió una herida de bayoneta en la cara. Otro fue muerto. Con todo, los arbustos favorecieron nuestro escape.

Al volver donde mis hombres noté que su número disminuía muchísimo y, observando a alguna distancia al coronel que procuraba formar a los de nuestro batallón que se habían retirado del fuego, ordené volver atrás en el mejor orden posible, estando entonces casi enteramente rodeado por el enemigo. El Nº 7, que se había mantenido hasta ese momento a retaguardia en buen orden, se retiró sin ninguna razón aparente y nos dejó entregados a nosotros mismos; todo mientras me juntaba a los restos de mi batallón Nº 8. El coronel Beauchef, encontrando las cosas casi desesperadas, tomó la atrevida resolución de atacar al enemigo en columna cerrada. Su conducta nos animó a todos, y, aunque estábamos en completo desorden, nos formamos y quitamos su posición al enemigo con la punta de las bayonetas, casi sin resistencia, pues probablemente se apoderaría de él un terror pánico al ver la intrepidez de este puñado de hombres.

Debo observar que mientras nos estábamos formando, la caballería del enemigo intentó cargarnos, pero fue rechazada del modo más bizarro por el capitán Rodríguez y la segunda división, que se estaba retirando y se encontraba por lo tanto entre el enemigo y nosotros.

Perseguimos al enemigo como media milla y nos formamos sobre una pequeña colina en que el enemigo había dejado un cañón de a 4.

Antes del ataque referido, el enemigo se había formado en la posición más ventajosa, pues colocó varias compañías de infantería en figura circular sobre una especie de mordedura oculta por los arbustos. Marchamos perfectamente ignorantes de su vecindad, hasta que nos advirtió de ella la feroz descarga de mosquetería. Como antes mencioné, fuimos inmediatamente puestos en el mayor desorden y confusión y no fue posible formar de ningún modo a los soldados hasta que nOS retiramos.

La conducta de todo el batallón Nº 7 nos sorprendió mucho. Entiendo que los dos capitanes, Correa y Prado, deben ser juzgados por una corte marcial por no haber avanzado cuando se les mandó flanquear al enemigo. El coronel Rondizzoni ha mantenido hasta ahora una reputación distinguida, es un viejo oficial del ejército francés. Parece que las disposiciones que tomó habrían sido buenas si hubiesen sido ejecutadas. Después de ver a nuestro batallón en tal desorden, formó el suyo en columna cerrada, pues probablemente no querría ponerlo en el mismo peligro. Hasta aquí apruebo su conducta.

A pesar de que habíamos batido al enemigo, nuestras tropas estaban aterrorizadas por la inmensa pérdida que sufrimos entre muertos y heridos, y que ascendía a como trescientos veinte hombres. Por lo tanto nos volvimos a la boca del desfiladero para asegurar nuestra retirada durante el día siguiente. La efectuamos en buen orden y nos reembarcamos el 2 de abril como a las tres de la tarde, uniéndonos a los demás buques cerca del castillo de Chacao.

Pocos días después supimos allí la pérdida de la corbeta Voltaire, cuya tripulación se salvó. La Tucapel, que se había soltado también de sus anclas, atravesándose a la proa de la Lautaro, obligó a ésta a cortar sus cables y salir mar afuera. Donde estaban los buques la corriente tiene una velocidad de siete nudos por hora. El Director temía perder toda su escuadra. Y habiendo llegado noticias de Valdivia de que una flota española había cruzado el Cabo de Hornos, todos se llenaron de manifiesta consternación y se resolvió en un consejo de guerra, por los oficiales superiores, que volviésemos inmediatamente a Chile. Parte del batallón Nº 7 fue enviada por tierra a Valdivia.

Las fuerzas dejaron Chiloé corno el 15 de abril y experimentaron mal tiempo en su viaje a Talcahuano.

Aquí nos refrescamos hasta cierto punto. Se mandó invernar en Concepción al Nº 1. El primer batallón de la Guardia, más los números 7 y 8 fueron enviados a Valparaíso, adonde llegó nuestro cuerpo el 5 de mayo de 1824.

Hicimos guarnición en Santiago hasta el 29 de octubre de 1824, día en que marcharnos a la Villa Vieja de Aconcagua, donde sólo estuvimos cuatro días, pues se nos mandó a Quillota, como punto desde donde podíamos acudir a Valparaíso a la menor noticia. Se había tomado esta precaución en razón de aprensiones relacionadas con los buques de guerra españoles Asia y Aquiles, temiéndose que hicieran algún ataque sobre lis embarcaciones y el puerto de Valparaíso.

Habiéndose recibido noticias que avivaban más estos temores, se nos envió a Valparaíso, donde llegamos el 27 de noviembre de 1824. Permanecimos allí durante un mes; sin embargo, no se realizó ataque alguno. Encontré a Valparaíso un desagradabilísimo cuartel; sin ninguna clase de sociedad y las provisiones extremadamente escasas. Dejamos el puerto el 1º de enero de 1825 y llegarnos a Quillota el del mismo mes.

Quillota es una pequeña ciudad de como seis mil habitantes.

Mal edificada en su mayor parte. Las mujeres son agradables y de buen físico. Valparaíso se provee enteramente de frutas y vegetales en este lugar. Dejamos Quillota el 2 de febrero y llegamos a Santiago el 6, con una tropa de trescientos setenta hombres, sin haber hecho reclutas en ninguna parte.

El 23 de junio de 1825 el bergantín de guerra español Aquiles fue apresado y llevado a Valparaíso por un chileno llamado Pedro Angulo.