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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Guillermo Tupper. Diario de Campaña. 1823-1828
I. Campaña de Nuestra Expedición Auxiliadora del Perú en 1823

I. Campaña de nuestra expedición auxiliadora del Perú en 1823.

Las tropas dejaron Santiago el 4 de octubre de 1823, al mando del coronel don José María Benavente, tan famoso por su participación en las campañas del general [José Miguel] Carrera. La división estaba mejor equipada de lo que es usual en Chile. Consistía en dos cuerpos de infantería y uno de caballería, a saber: el batallón Nº 7, mandado por el coronel [José] Rondizzoni, italiano que sirvió largo tiempo en los ejércitos franceses y hombre de buena reputación en este país; el batallón Nº 8 (del que soy capitán de granaderos), mandado por el coronel [Jorge] Beauchef, oficial francés que se ha distinguido mucho en la guerra patriota; un regimiento de Húsares, encabezado por el coronel [Benjamín] Viel, compuesto de unos cuatrocientos hombres. La reputación de Viel, nacido en Francia, no está aún bien establecida; hay algunos pros y contras en la estimación de su carácter militar. Esta campaña probablemente le pondrá en luz clara. Las dos terceras partes de los soldados de estos cuerpos son reclutas, con apenas dos o tres meses de servicio. Aborrecen el clima del Perú y, por consiguiente, se muestran muy descontentos de alejarse de Chile.

Llegamos a Valparaíso el 9 de octubre, con pérdida estimada de cuarenta desertores en cada regimiento, a despecho de la gran vigilancia de parte de los oficiales y del miedo a un cuerpo de milicia que marchaba a nuestros flancos.

Los contingentes fueron embarcados el 10 en la mañana, mostrándose más animosos de lo que habría cabido esperar. A bordo se sumó a cada batallón de infantería un total de cien reclutas novicios.

Se dispuso que una compañía de Dragones saliese desde Concepción para juntarse al coronel Viel, pero en el camino desertó hasta reducirse a cuatro hombres.

Salimos de la bahía de Valparaíso el 15 de octubre de 1823 y tuvimos hermosas brisas del sur hasta el 20, en que la goleta Moctezuma hizo señales para que el coronel Beauchef se trasbordara a comer con Benavente. Me convidó a que lo acompañara. Estábamos entonces a 24°48’ latitud S. y a 71º 5’ longitud O.

Pasamos una tarde agradabilísima en pleno Océano Pacífico, junto con Viel y Rondizzoni. Formábamos un curioso grupo de ingleses, franceses, italianos y criollos, naturales de América, navegando con alegría y sintiendo unánimemente el deseo de terminar con los conquistadores del Nuevo Mundo.

El coronel Benavente nos informó que tenía intención de hacer escala en Cobija, a fin de obtener noticias antes de continuar para Arica.

Al día siguiente la Moctezuma se separó de nosotros, dirigiéndonos hacia Anca.

Arribamos a Arica el 26 de octubre. Teníamos hecho el ánimo para encontrar la causa patriota en el Perú en un estado floreciente. Fácilmente se puede concebir nuestra sorpresa cuando se nos informó que el general Santa Cruz había sido completamente derrotado por el general español Jerónimo Valdés, sin disparar un solo tiro. Los restos de su ejército se habían retirado a Ilo, [Francisco Antonio] Pinto y otros oficiales, con otra división de patriotas, estaban retirándose hacia Lima. Se decía que los españoles ocupaban la ciudad de Arequipa con cinco mil hombres. En una palabra, la causa patriota, al revés de lo que nosotros esperábamos, atravesaba por un estado desanimador.

Como el 29 de octubre la goleta Moctezuma se dirigió a Lima para traer órdenes de Pinto. Este Pinto es un general chileno al mando de las tropas de su país y que vino al Perú en la primera expedición. El coronel Benavente tiene órdenes de colocar nuestra división bajo su mando, obrando él mismo como mayor general.

El 31 de octubre, la Prueba, donde viaja el almirante [Jorge Martín] Guise, levó anclas hacia un destino desconocido.

Al llegar aquí encontramos al peruano [Mariano] Portocarrero, Gobernador General de Arica, en condición de arrestado a bordo del bergantín Congreso, que forma parte de la escuadra de Guise. Hay versiones de que el general Santa Cruz ha capturado correspondencia de Portocarrero al enemigo.

Arica es una miserable dudad de como mil quinientos habitantes. La comarca es montañosa, árida y estéril. Los habitantes son todos zambos o negros. Se dice que la fiebre o calentura es común aquí.

El 3 de noviembre llegó la fragata Lautaro con los animales para la caballería y unos pocos reclutas. El 4 arribó la Minerva desde Coquimbo, con el coronel Aldunate del batallón Nº 2 y doscientos reclutas. El 5 llegó desde Valparaíso la India, trayendo más reclutas, que fueron distribuidos entre nosotros y convertidos en dos batallones de seiscientos hombres cada uno.

Se reforzaba la noticia de que las tropas del general Santa Cruz se habían sublevado en Ilo y se estarían dirigiendo hacia Lima.

El 9 de noviembre llegó de Lima un buque con la noticia de que [Simón] Bolívar estaba aún en esa ciudad, lo que provocó entre nosotros bastante sorpresa porque creíamos que se hallaba persiguiendo al general español [José] Canterac. Empezamos a sentir nos abandonados.

El 10 llegaron noticias desde Tacna de que el general Jerónimo Valdés [se] estaba acercando a esa ciudad una fuerza de número desconocido. Nuestra división había caído en algún desorden; los oficiales de caballería estaban embarcando aún sus animales. Esto en realidad es bastante pequeño y trivial.

Nuestro embarque continuó el 11 y 12.

La fragata Prueba había vuelto algunos días antes.

Era opinión general de que debíamos dirigirnos a algún puerto vecino a Lima para intentar salvar las diferencias que había entre el marqués de Torre Tagle y Riva Agüero. Durante el mando de este último la expedición encabezada por Santa Cruz había dejado Lima y poco después de su partida fue depuesto José de la Riva Agüero, siendo electo Torre Tagle en su lugar como Presidente de Lima.

Como la fuerza que dirigía el general Santa Cruz debía habérsenos juntado viniendo desde Ilo, y todavía no había aparecido, la prolongación de nuestra permanencia en Arica se hizo innecesaria. El coronel Benavente ansiaba evitar un combate que no nos sería favorable.

El 12 de noviembre estaban a bordo de los buques todas las tropas chilenas. Fui enviado con mi compañía de granaderos a bordo del Santa Rosa, navío de guerra peruano alquilado. Aquí encontré al infortunado general Portocarrero, quien, pese a la acusación levantada contra él, estaba de un ánimo excelente. La casi adoración con que se mira a este hombre en Arica se vuelve interesante. Un Gobernador que obtiene una porción tan grande de cariño y estimación no puede ser un hombre detestable. Según parece, este sujeto ha sacrificado gran parte de su considerable fortuna patrimonial en la causa del Perú, por eso encuentro raro que por un momento siquiera hubiese olvidado sus excelentes principios por cualquiera oferta vil de los españoles. Siendo, por otra parte, desesperada la causa de éstos.

En la mañana del 13 vino un bote de la Protectora (conocida también como la fragata Prueba) a sacar del bergantín Congreso al general Portocarrero, pues el almirante Guise estimaba que no debía ponerse en contacto con los oficiales de Chile. Este es un acto de despotismo semejante a todos los que últimamente acostumbra permitirse este comandante, quien se está haciendo muy impopular.

Circulan muchas noticias respecto a los españoles; se dice a veces que se están acercando a Arica, otras que se están retirando a la Sierra.

Zarpamos de Arica el 17 de noviembre de 1823, dirigiendo nuestro rumbo hacia el norte, sin saber exactamente a dónde íbamos. Anclamos de noche y en la mañana siguiente, temprano, nos alcanzó un navío anunciándonos la derrota de Canterac a manos de los generales Sucre y Miller. Ciertamente nos sorprendimos mucho con esta noticia, que cambiaba enteramente el aspecto de la contienda. Nuestra ansiedad por llenar al puerto que nos es destinado resulta insoportable.

El convoy en que viajo consiste en dieciocho buques. El general Santa Cruz nos acompaña con cerca de trescientos hombres. El almirante Guise, en la fragata Protectora, obra como nuestro comodoro.

El 20 de noviembre de 1823, nos encontramos con un bergantín que saludó al almirante con dieciséis cañonazos, respondiendo éste con diecinueve. Nos habíamos quedado atrás del convoy esperando a varios oficiales peruanos que venían en una embarcación dejada especialmente en Arica para recogerlos. Nos alcanzaron de noche. Todos eran oficiales de tierra que se habían separado de Lanza, jefe que está en La Paz. Después de la retirada de Santa Cruz frente a los españoles, estos oficiales fueron enviados para juntarse a Lanza, a quien engañaron mucho, lo que me pareció mal.

Lanza, que ha vivido en La Paz como nueve años, no puede ser un oficial tan incompetente como ellos lo pintan, y es mucho más probable que estos fugitivos le culpen para atemperar la cobardía de haberle abandonado.

Alcanzamos al convoy en la mañana del 21. El capitán Bonchard fue a bordo de la fragata almirante con los oficiales peruanos que habíamos sacado de la corbeta que venía de Arica. Al volver nos informaron que el general Pinto y [Rudesindo] Alvarado habían llegado a Pisco.

Cruzamos durante cinco días el Morro de Zama, hasta que fuimos interpelados por la fragata Protectora, indicándosenos que tomáramos rumbo para Arica, adonde llegamos el 26 de noviembre.

Pronto se nos reunió el resto del convoy. Algunos buques se habían dirigido a Ilo para buscar noticias y abastecerse de agua, y no habiéndolas encontrado se vinieron para Arica.

Con gran sorpresa supimos que el general Pinto había dado órdenes para que todos los buques chilenos que se proveyesen de agua en Arica o Ilo se dirigieran a Coquimbo. No tenemos informes fidedignos acerca de los motivos de esta extraordinaria vuelta de la expedición.

Se dice por muchos, en este sentido, que habiendo suplicado Bolívar a Pinto que lo ayudara en sus esfuerzos contra Riva Agüero, y habiendo rehusado el segundo, le habría dicho Bolívar que los chilenos podían volverse a su país. Hay algunos que atribuyen a Pinto designios de naturaleza muy seria, pero es de esperar que su ambición no le hará olvidar enteramente su deber.

La pérdida material causada por la decisión de retornar es inmensa; han sido muertos cerca de doscientos caballos; se han fletado nuevas embarcaciones de transporte. Las tropas enemigas con esto mejoran su reputación y, en verdad, la causa patriota en Perú ha degenerado en insignificante.

Durante nuestra estación en la bahía de Arica fui casualmente a bordo del bergantín Balcarce, donde ví al general Pinto y a Alvarado. Pinto es bajo de estatura, de continente expresivo y modales políticos y agradables. El general Alvarado es un hombre alto y delgado, de rostro fino; no le he hablado pero encuentro algo interesante en su exterior.

Los españoles no nos han molestado. Sabemos que una pequeña tropa de ellos está en la ciudad de Tacna, bonita población, no muy grande, a unas catorce leguas de Arica y de unos cinco mil habitantes.

Nos dejaron las tropas peruanas el 4 de diciembre. Zarparon el Congreso, que manda el capitán Young, a cuyo bordo estuvo Portocarrero; el Balcarce, conduciendo al general Alvarado, etc. Entiendo que su destino es el Callao. El coronel Sánchez viajó también hacia aquel puerto, con órdenes de llevar a Coquimbo las pocas tropas chilenas que aún quedan en el Perú.

Dejamos Arica el 6 de diciembre, convoyados por la fragata Lautaro, que había echado al mar ciento ochenta caballos y montado en su lugar a veintiocho cañones.

Cuatro días después de nuestra partida de Arica nos separamos del convoy, permaneciendo durante todo el viaje muy escasos de provisiones y agua. Debido a ello perdí a dos de mis granaderos. Arribamos a Coquimbo el 17 de enero de 1824.

Aquí encontramos a la Providencia, capitán Gurd, con el batallón Nº 7, y a la Lautaro que había llegado con sus caballos en buena condición, trayendo también nuestra compañía de cazadores. La Sesostris había zarpado a Valparaíso con el coronel José María Benavente. Estamos muy inquietos por La Paz, la que al salir tenía muy poca agua y provisiones, y que ha permanecido ya treinta y cuatro días en alta mar.

Llegó La Paz el 15 de enero, habiendo sufrido en el trayecto menos desastres que los esperados. Sus tropas habían sido puestas temprano a ración de agua y provisiones, de tal modo que éstas duraran hasta la llegada. Traía, sin embargo, muchos enfermos.