Cuando está decidida la causa de nuestra libertad, por las victorias que sobre todos los puntos de nuestro vasto continente ha alcanzado el pabellón de la patria; después que desapareció nuestra desgraciada Península del rango de las naciones por el desamparo en que la constituye la retirada del inmortal Wellington a sus atrincheramientos de Portugal; en el momento preciso [en] que la generosa Inglaterra, desesperada de salvar nuestro continente europeo, inclina su poder a la protección de la América, entonces ciudadanos, invaden nuestras costas cinco miserables embarcaciones, que conduciendo desde Chiloé y Valdivia cuatro forzados mercenarios, provocan más la compasión que la venganza. Estos son los restos impotentes del despotismo expirante, que apenas presentan objeto a las legiones de la patria. Ya sabemos oficialmente, que la generosa Concepción se preparaba con todo el ardor araucano. Hoy mismo parte el Excelentísimo Presidente en turno, con un refuerzo considerable, que a marchas forzadas, y engrosado de los esforzados regimientos intermedios, garante la integridad del reino y su seguridad interior. Ya se han cerrado los puertos del Perú, detenido las propiedades de sus infelices habitantes. Se aseguran con actividad las plazas marítimas, y en pocas horas están en movimiento todos los resortes a nuestro alcance. Descansad en la infatigable constancia de vuestro Gobierno; pero acompañadlo correspondidos en su gloriosa marcha. No manchéis el nombre Chileno con los tiznes de la debilidad, del egoísmo, de la desunión e intriga. No desconocemos nuestros enemigos interiores, a cuya infidelidad sólo pueden fiar los tiranos empresas tan despreciables; pero ya está el cuchillo de la ley sobre sus cuellos; ya se borró del diccionario político de Chile la funesta voz moderantismo, no hay partido con los que han renunciado los de la moderación y prudencia. Sed constantes; conocéis vuestros intereses verdaderos, y esperad sin zozobra del gran Dios de las victorias.