ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

La Aurora de Chile
Número 7. Jueves, 25 de Febrero de 1813. Tomo II.
Sin título ["Un autor ilustre se tomó la fatiga..."]. Relativo a los abusos a que fueron sometidos los indígenas americanos durante la conquista.

Un autor ilustre se tomó la fatiga de tejer una larga serie de atentados atroces, que tituló Conspiraciones Contra los Pueblos. En la numeración de tantos horrores, coloca entre los más notables doce millones de hombres destruidos en la vasta extensión del Nuevo Mundo. Esta proscripción, dice él, es respecto a todas las otras lo que sería el incendio de la mitad de la tierra comparado con el de algunos lugares oscuros. Hasta entonces este globo infeliz no había sufrido una devastación más horrible, ni acompañada de peores circunstancias. Tampoco hubo jamás crimen más probado; el está consignado en todas las historias de aquellos tiempos, y el venerable [Bartolomé de] Las Casas, habiendo recorrido por más de treinta años las islas de Tierra Firme, testigo ocular de estos treinta años de desolación, se trasladó a España en su vejez a exponer estos horrores a Carlos V y a Felipe II. Él presentó su memoria en nombre de un hemisferio entero, y se imprimió en Valladolid. Se defendió solemnemente delante del Emperador la causa de más de cincuenta naciones proscritas, de que sólo quedaban algunos restos miserables. Las Casas dice que los pueblos destruidos eran afables, dóciles e inocentes, incapaces de dañar y de resistir. Yo he recorrido, dice, todas las pequeñas islas Lucayas, y sólo he encontrado once habitantes, reliquias de más de quinientos mil. Éstos son aquellos infelices a quienes trasladó a Haití el pérfido [Nicolás de] Ovando, haciéndoles creer que allí estaba el lugar de la bienaventuranza de sus mayores, pero sólo hallaron la esclavitud y la muerte en las minas, que habían acabado con los de Haití. Las Casas numera después más de un millón de hombres destruidos en Cuba, y más de diez millones muertos en el continente. Él no dice "lo he oído decir”, sino "yo lo he visto, yo he visto quemar a cinco caciques por haber huido con sus vasallos; yo he visto matar inocentes a millares; y en fin, en mi tiempo, se han destruido en América más de doce millones de hombres”.

No se le negó esta destrucción asombrosa, aunque parece tan increíble; los datos eran muy positivos; el Doctor Sepúlveda se contentó con decirle que todos los indios merecían la muerte por los delitos que se les imputaron. Entonces dijo Las Casas que él ponía a Dios por testigo de que calumniaban a aquellos inocentes después de haberlos degollado. No, decía él, no se habían introducido entre ellos las abominaciones de la Europa: ni en Cuba, ni en Jamaica, ni en la isla Española, ni en las otras islas que he recorrido, ni en el Perú, ni en México, tuve noticia de estos crímenes, aunque hice las investigaciones más prolijas. Vosotros sí que sois más crueles que los antropófagos, pues yo os he visto en América cazar a los hombres con perros como si fuesen fieras. Yo os he visto alimentar a los perros con la carne de los indios. Yo os he oído decir unos a otros: dame una lonja de indio para que coman mis perros, que yo mañana te daré un cuarto. En fin yo sólo en vuestras casas vi colgada la carne humana. Todo esto, decía él, consta por el proceso.

Las naciones cultas de Europa se persuadían difícilmente que cupiese en pechos humanos tal sed de sangre y tanta fiereza; y atribuían aquellas atrocidades a la superstición y al fanatismo. Los españoles, se decía entre los sabios, creían que matar a sangre fría a los indios era una acción santa, porque eran infieles: así Simón de Monfort derramó ríos de sangre bendiciendo a Dios; así las tropas de Godofredo en el Oriente se encaminaron, descalzas y en hábito de penitencia, a venerar al santo sepulcro, después de degollar a los niños, mujeres y ancianos. Así, en fin, hallamos escenas de carnicería y furor en los atentados cometidos por la supersticiosa emperatriz Teodora en Constantinopla, por los que siguieron a Pedro el Ermitaño, por la revocación del edicto de Nantes, etc. ¿Pero a qué funesta disposición del ánimo atribuiremos las crueldades cometidas contra nuestros compatriotas en la actual coyuntura?, ¿será a un odio implacable?, ¿a un fanatismo político?, ¿a una venganza insaciable? Resuelvan estas cuestiones nuestros filósofos. Quito, La Paz, Cochabamba, México, Venezuela, han visto reproducirse todos los horrores de la conquista. En Quito fueron asesinados en un momento, en la cárcel, diez y siete personas ilustres y cuatrocientas del pueblo de toda edad y sexo. ¡Cuántos han perecido en los otros puntos!, ¡cuántos hombres de un mérito distinguido han sido arrastrados al patíbulo! Matos, en el Alto Perú, en México los celebres mineralogistas Chovel, Valencia, Dávalos, tan elogiados por Humboldt... Calleja en Guanajuato mata en dos horas catorce mil niños, mujeres y gente desarmada, que salían en tropel a favorecerse del ejército de los realistas. En 8 de Noviembre de 1810, el Edecán Trujillo trajo por engaños a los parlamentarios de Hidalgo hasta la boca de sus cañones, y recibida de su mano la bandera con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe como gaje de seguridad, les mandó hacer fuego para librarse (como él dijo), de aquella canalla. En Patzquaro, Calleja hace tal matanza que casi perecieron diez mil personas. Cruz incendia a Irapuato y degüella multitud de pueblos. Consta por un documento auténtico, que por donde quiera que pasaban las tropas realistas colgaban de los árboles a millares de indios y no indios con menos miramiento que si fuesen bestias. En fin, se asegura ya como cosa muy cierta que en la revolución de México han perecido más de doscientos mil patriotas, sin contar los que han muerto en los patíbulos, en los pueblos y ciudades, pasadas a cuchillo, y son innumerables los que han sido víctimas de la perfidia.

En vista de lo expuesto puede decirse con el autor de las Conspiraciones Contra el Género Humano: "La historia, que acabo de hacer ¿es la historia de las serpientes y de los tigres?  No; es la de los hombres. Los tigres y las serpientes no son atroces con sus semejantes. Se habla de las pestes, de los temblores, de las inundaciones que han desolado al globo; ¿Por qué no se habla de estos hombres de sangre?, ¿Cómo han habido bárbaros que hayan mandado hacer tales crímenes, y han [ha] habido otros aún más bárbaros, que les han obedecido? Los hombres moderados no conciben que haya habido en la especie humana bestias feroces sedientas de sangre, pero menos comprenden que estos monstruos hayan tenido ejecutores de sus decretos horribles. Está en el orden que las tropas mercenarias corran al combate al [a la] orden de sus jefes; pero que sin examen asesinen a sangre fría a pueblos indefensos, es una cosa que no osarían imaginar las furias infernales. Este cuadro de horrores toca de tal modo el corazón de los que se penetran de lo que leen, que por poco que sea uno inclinado a la melancolía, siente haber nacido, y se indigna de ser hombre”.

En medio de tanta amargura, lo único que puede consolar es el triunfo de la libertad y la virtud, y la confusión y destrucción del crimen. Tal es el delicado placer que se siente en la tragedia cuando caen sobre la cabeza de los perversos todos los males, de que son dignos ellos solos. Aunque las noticias relativas a México están más adelantadas según los últimos buques ingleses que arribaron a Buenos Aires, podernos decir que tenemos su confirmación por el ventajoso aparato que presentaban las cosas el año pasado, según una nota de la segunda Carta del Americano al Español en Londres, cuyo extracto es el siguiente:

"El Español en su número 26, ha insertado la carta fidedigna de un europeo respetable; yo he visto otras, y a la llegada de la fragata Cártor en el mes de Junio, todas las gacetas de Londres, y aún el Times, parcial de los españoles, se las dieron infaustísimas. El 19 de Febrero Calleja fue rechazado y batido con pérdida considerable, aún de oficiales de rango, por el cura General Morelos. Al mismo tiempo, otra división de este General derrotó a Llano con 1.900 hombres de los 2.300 de España de Izucar. El Virrey mandó reunir las reliquias de estos que eran 5.000, y era toda la fuerza disponible del gobierno, para sitiar a Cuauhtlan. Este es un lugarejo fortificado por Morelos, y extremamente enfermizo. En él había enfermado peligrosamente Calleja, y tenía gran mortandad en su Campo. Carecía de víveres no pudiendo ser socorrido de [desde] México, donde era tal la carestía por el sitio, que un tomate valía 6 reales. El número de los patriotas armados en Cuauhtlan ascendía según unos a 10 mil, según otros a 12 mil, con algunos oficiales angloamericanos, y dos mil y quinientos fusiles. El cura Tapia había entrado a socorrerlos con mil hombres: tenían 16 cañones, fuera de los tomados en el fuerte Vira.

Otro ejército númerosísimo estaba en Taneplanta, [a] 2 leguas de México, y daba mucho cuidado desde que se le habían pasado algunos oficiales, un Canónigo y otras personas visibles de México. Otro ejército había intermedio entre esta Capital y la Veracruz. Otras fuerzas americanas atacaban a Orizaba. La junta nacional se  había fortificado en Sultepec; otras fuerzas tenían encerrado en Toluca al Brigadier Porlier. La gaceta de Nueva York, de 23 de Mayo, asegura que el camino para Veracruz estaba interceptado, y que los patriotas habían tomado un convoy de ocho millones que iba a embarcarse para España. Venegas, a más de un empréstito forzado de dos millones, había gravado con un impuesto todas las casas de México, y extorcido toda la plata labrada de los particulares, porque la de las iglesias ya se había dado. Si tales coacciones las hiciese un gobierno americano, nuestros enemigos pondrían los gritos en el cielo contra su rapacidad.

Del resto de las provincias sólo se sabe por las Gacetas de México hasta Enero, que su insurrección es general hasta en las más internas. En éstas se yo que el Coronel Bernardo, vuelto de Estados Unidos con planes e instrucciones, ha establecido una Junta cerca de la cual hay un Comisario angloamericano, con quien fueron trescientos oficiales”.