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La Aurora de Chile
Número 3. Jueves, 21 de Enero de 1813. Tomo II.
Sin título ["Cuando un complejo inesperado de circunstancias..."]. Sobre la influencia de las lenguas vulgares en los progresos de la ciencia y de la ilustración.

Cuando un complejo inesperado de circunstancias va causando una revolución en los espíritus, y nos esforzamos por sacudir absurdas y bárbaras costumbres, conviene hacer ver el influjo que tienen las lenguas vulgares en los progresos de las ciencias y de la ilustración. La historia de la literatura prueba que en todos los siglos florecieron las ciencias estudiándose en lengua vulgar. Los griegos, aunque las recibieron de los caldeos y egipcios, se las apropiaron y se hicieron famosos con sus progresos aprendiéndolas en su idioma nativo; y los romanos que fueron discípulos de los griegos, no cultivaron más que aquellos conocimientos que se hicieron familiares en su propia lengua; tales fueron la bellas letras. Mientras el latín era el idioma general, subsistió la bella literatura. Corrompido el latín por la mezcla de los dialectos septentrionales desde el siglo V, dejó de ser vulgar, sucediéndole las lenguas modernas, incultas y bárbaras por entonces, y esta fue la época en que decayeron las ciencias, y comenzaron los siglos de la ignorancia y barbarie. Corramos un velo sobre aquellos tiempos, oprobio de la razón y del ingenio humano; las escuelas concentradas en un latín infeliz, solo trataban fruslerías escolásticas. En el siglo XVI tomaron un nuevo aspecto las ciencias, pero los progresos de los conocimientos sólidos fueron inferiores a los que hicieron la elocuencia y la poesía, cultivadas en los dialectos vulgares ya depurados y pulidos. La ilustración del siglo XVII no se debió al progreso de las escuelas, sino al estudio de la naturaleza, a la aplicación de las matemáticas a la física, a la perfección del álgebra y geometría, a la invención de las máquinas y de instrumentos físicos y astronómicos, a los viajes, y a los establecimientos literarios, como academias, periódicos, etc. Pero los estudios de las escuelas quedaron muy atrasados entre tinieblas dialécticas hasta que cayeron en descrédito con la ilustración universal del siglo XVIII.

Este es sin duda el siglo de las luces. En él, los monumentos de las ciencias y las artes se multiplicaron de tal modo que la barbarie de los siglos futuros trabajará mucho para destruirlos enteramente. Las ciencias llegaron a su mayor auge, acercándose a su última perfección, adquiriendo más consistencia, mejorándose y haciéndose más útiles los conocimientos anteriores. Un gusto más delicado, un modo de pensar más filosófico y más profundo, hacen que puedan considerarse como ciencias nuevas la física experimental, la historia natural, la política, la economía pública, la ciencia del comercio, etc. En fin, la ilustración y la cultura se difundieron con maravillosa celeridad por todas las naciones, dilatándose el imperio del gusto y de la razón. Pero ¿a qué se ha debido esta revolución en la literatura, esta universal propagación de conocimientos? Sin duda a la feliz libertad y costumbre, que han abrazado los pueblos cultos, de escribir originalmente en las lenguas vulgares, y traducir a ellas todas las obras de la antigüedad y de los escritores apreciables de los tiempos modernos. De este modo, cada pueblo se ha apropiado los conocimientos de todos los siglos y de todas las naciones, que sienten y que piensan. De este modo, la Francia domina por sus luces mucho más allá de lo que se extienden sus victorias. Sus escritores, siempre amenos y elegantes, han esparcido flores sobre los asuntos más áridos y espinosos. Su lengua, que sirve de intérprete a todas las otras, y de instrumento a todas ideas, ennoblecida por el genio y embellecida por las gracias, se ha hecho en fin universal y dominante.

A la verdad, la sabiduría y la literatura tuvieron que vencer muchos obstáculos para extenderse y llegar a este grado de elevación. Uno de estos obstáculos fue el estudiarse en latín las facultades en las escuelas. Por eso Abril decía a Felipe II: "El primer error es enseñar las ciencias en una lengua apartada del uso común y trato de las gentes. Porque en los tiempos antiguos no hubo nación tan bárbara que tal hiciese, sino que enseñaron los caldeos en caldeo, los hebreos en hebreo, y lo mismo hicieron las demás naciones, cada una en la lengua que le era natural". De aquí ha resultado mayor trabajo para los discípulos, mandando a la memoria lo que no entienden; recitarlo sujetándose a la letra del cuaderno, por no saber sabrogar expresiones equivalentes; juntar al trabajo de coordinar las ideas, si alguna vez han de producirse de suyo, el de una composición penosa, añadiéndose siempre al estudio científico, por sí mismo arduo y difícil, mayores dificultades. Hay cosas de la mayor importancia, principalmente en el día, y que se han descuidado por ser incompatibles con el método actual de nuestros estudios. Por eso salimos de los colegios sin los conocimientos indispensables para el uso de la vida después de consumir inútilmente los mejores años. Así mismo, cuantos sistemas hay, cuantos descubrimientos y luces de los últimos tiempos, principalmente en las ciencias naturales, que no se hallan en los libros latinos que se estudian, y si se hallan, es tratados de un modo oscuro, imperfecto e [in]feliz. Así dejamos de aprender lo mejor que se halla en las lenguas vulgares: y si hubiese de reducirse a tratados latinos, saldrían siempre oscuros e imperfectos, después de un trabajo ímprobo.

El traductor de Jaquier es de opinión de que además de las ventajas que habría en las ciencias, el estudiarlas en lengua vulgar reformaría los malos estudios que hacen malbaratar el tiempo más florido. Porque cuantas cosas extravagantes y ridículas hay en latín con el pomposo título de ciencia, que si se hubieren publicado en idioma vulgar habrían sido silbadas por el pueblo, que las respeta como sublimes y misteriosas. ¿Como es de creer que hubiesen faltado hombres, cuyo juicio sólido y claro no conociese la inutilidad, vanidad y ridiculez de los cuadernos y libros en que sus hijos malgastaban tiempo?

A pesar de la solidez y evidencia de las razones expuestas hasta aquí, se han opuesto a la deseada reforma dos obstáculos, bien difíciles de vencerse. El primero ha sido el falso y común concepto de que es necesario estudiar en latín para conservar el mismo latín. Pero el latín no se conserva por su uso en las escuelas, sino que en ellas se vicia, corrompe y desfigura bárbaramente. E1 que quiera hablar una lengua, decía Verney, debe tratar con los hombres que la hablan bien. Los que hoy hablan bien el latín son esos cuatro libros que nos dejó la antigüedad, y con ellos es necesario tratar tanto que aprendamos lo que se puede aprender. La lengua latina tiene demasiadas gracias, y vivirá en el mundo mientras vivan las letras. Además, el uso eclesiástico asegura su conservación. El segundo obstáculo que se ha opuesto a la reforma de los estudios es la costumbre, o como decía el apreciable don Ramón Feliú, la adhesión tenaz a ciertas practicas, que se admiten sin examen, y se conservan por capricho. Mas la razón reclama para que no sacrifiquemos la universal ilustración a los usos antiguos.