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La Aurora de Chile
Número 46. Jueves 24 de Diciembre de 1812. Tomo I.
Discurso sobre la traición, rebelión y revolución, inserto en el periódico "Register of Baltimore", de 28 de Marzo de 1812. Sobre temas indicados en el título. Traducción de Camilo Henríquez.

La mayor parte del género humano juzga del mérito de una causa por la fortuna y el éxito. Hancock y Adams, de gloriosa memoria en la historia de su patria, y que ocupan un lugar tan distinguido en los corazones americanos, proscritos por el Rey de Inglaterra, habrían expiado su noble osadía en un cadalso como traidores, si la revolución no se hubiese proseguido con tan gallarda constancia, y no hubiese sido coronada por la victoria. La posteridad habría leído el carácter y los hechos de estos hombres ilustres en las historias de nuestros conquistadores, y ellos los hubieran colocado entre los malvados y pérfidos.

Si quisiéramos traer a la memoria algunos pocos sucesos de la guerra de la revolución, ocurrirían los cobardes homicidios de Paoli, Wyonung y Puerto Egg, que sufrieron los nuestros como rebeldes. Aún viven algunos que vieron las crueldades cometidas en los buques que servían de cárceles en Nueva York; existe el monumento erigido por piadosas manos en las orillas del Wallabout; él cubre los huesos de once mil y quinientos Americanos que perecieron de hambre y miseria. Se les amontonó en las bodegas de los buques como haces de leña, se les impidió toda comunicación, se les privó de la luz del cielo, y de la respiración del aire libre; no nos fue posible darles un pedazo de pan mohoso, ni un poco de agua podrida. La historia de los tiempos modernos no ofrece ejemplares de tanta y tan deliberada crueldad, perpetrada por los generosos ingleses a bordo de sus buques. La carnicería de Suswarrof  tiene alguna disculpa porque sucedió al calor de un combate. Los horrores de la Revolución Francesa pueden atribuirse a la efervescencia fiera de los tiempos; pero en las atrocidades cometidas con nuestros paisanos vemos una crueldad meditada y fría, desusada en el mundo. Ella duró algunos años... las víctimas eran rebeldes.

No es mi ánimo individualizar horrores: ellos están frescos en la memoria de muchos... pero el pueblo de las colonias era rebelde, y era la voluntad de los Lores que nuestra patria se desolase por el fuego y por la espada. En el Sud, el ignorante esclavo es incitado a que degüelle a su amo, a que mate su familia, y queme su casa. En el Norte, se provoca, se solicita con dádivas al salvaje para que nos sorprenda y destruya. ¡Qué sentimientos, qué intenciones tan dignas de una nación cristiana! Pero la rebelión es alto crimen, y justifica todas las cosas. La naturaleza aprueba contra los rebeldes todos los atentados, y aún la perfidia. Por eso no se les guarda la fe de los tratados; se violan para con ellos los pactos más solemnes. No recordamos estas cosas para despertar animosidades antiguas, sino porque son semejantes a las de la época actual; bien que nada hay nuevo en el mundo, pero todo es contradicción. Los Ingleses, que se opusieron tan cruelmente a nuestra revolución, destronaron a un rey, lo juzgaron como a un malhechor, y lo pusieron en un cadalso.

El pueblo francés, enfurecido por sus largos sufrimientos, condenó a muerte a Luis XVI, que era un buen hombre, aunque la administración estaba muy corrompida. Estableció un gobierno republicano, y llevó el estandarte tricolor triunfante entre la sangre y la muerte, y humilló hasta el polvo a los reyes confederados para dividirse su territorio, y los castigó como a rebeldes. Aquellos grandes movimientos en medio de los sucesos pasmosos, que siguieron sus armas, se llamaron revolución, y los que permanecieron adictos a los Borbones, se declararon rebeldes. Contra esta forma de gobierno, sellada con arroyos de sangre, se rebeló Napoleón. Olvidado de todas sus profesiones en favor de la libertad, él aspiro a la corona y tuvo fortuna. Millares de aquellos mismos que al tiempo de su usurpación hubieran querido atravesar su pecho con un puñal, no solo bendicen ahora en su presencia el trono y la monarquía, sino que pidieran la destrucción del republicano animoso, que profiriese que la asunción de Napoleón al trono no había sido una revolución gloriosa. Si el designio de Bonaparte se hubiese frustrado, su cabeza hubiera expiado el crimen de alta traición.

Si hay algún pueblo a quien las leyes de la naturaleza, leyes sacrosantas, esculpidas en los corazones humanos por el Dios de la naturaleza, autorice a romper los lazos que lo ligan a otro pueblo, es el comúnmente llamado América Española. ¡Cuántos ultrajes, cuántos insultos se han acumulado sobre las cabezas de estos infelices!, ¡Pobres en medio de las producciones mas preciosas!, ¡Sin agricultura, rodeados de campos en que la naturaleza se complace de sonreírse, y de ser madre!, ¡Sin industria en medio de la abundancia de las materias primeras! Un monopolio infernal lo hacía todo estéril. Un gobierno estúpido y opresor inutilizaba todas las ventajas naturales. Los ingenios más bellos, la imaginación más florida, el ánimo profundo... condenados al ocio innoble, privados de la luz de las verdaderas ciencias, del gusto y talento de las artes. Un enjambre de empleados devoraba su substancia, semejantes a las langostas que de los áridos desiertos se precipitan sobre las fértiles regiones del Asia. Si ya que se les despojaba de la libertad de acción, se les hubiese dejado la del pensamiento... pero se les negó el comercio y trato con todos los pueblos de la tierra, para que no se les hiciese sensible su infeliz condición, e intentasen variarla. ¿A qué hombre se le prohibe el tratar con los sabios? ¿a qué pobre se le prohibe el prender de quien sabe, para ganar un pasar honesto y cómodo? Pero a estos infelices se les prohibió el trato con los pueblos ilustrados, y adelantados en las artes. La estupidez llegó a tal punto, se introdujo tanto en los espíritus, que estos pobrecitos llegaron a temer y a mirar con horror el trato con los extranjeros. Como si o el infierno, o el error se hubiesen puesto de parte de la opresión y de la política dura y barbara, hubieron [hubo] hombres que se dedicaron a fortalecer en los ánimos estos miedos y estos horrores. En fin casi todas estas colonias se han revolucionado; algunas ocupan ya su lugar, y han tomado su nombre entre las naciones; otras combaten por sus derechos. La guerra se ha encendido entre republicanos y realistas, entre americanos y godos [23], entre oprimidos y opresores. Las Cortes y la Regencia de Cádiz, que se han llamado a herederos de los Borbones, apellidan rebeldes a los americanos al mismo tiempo que los franceses, y los  españoles adictos a José, llaman a las Cortes, a la Regencia y a todos los de su bando, sean Generales, jefes, etc., rebeldes, insurgentes, asesinos, ladrones, y cabecillas. Entre tanto Hidalgo, Camargo, Carrasco, Allende, Jiménez, y otros muchos generales y oficiales de las tropas revolucionarias de México, han perecido en los cadalsos. Si el Emperador de los Franceses condenase al último suplicio a Blake, y a los innumerables oficiales españoles que tiene prisioneros, y sentenciase a otros a presidios, clamara por la venganza todo el mundo, y se conjurara al cielo, a la tierra, y hasta los infiernos contra tan infame tiranía, contra este hecho de sangre y de atrocidad; pero los patriotas mexicanos, hombres de ánimo esforzado y sublime, y de intentos ilustres, descendieron al sepulcro sin que nadie los haya llorado; y si sus paisanos no hubiesen jurado vengar su muerte, quedaría sin venganza.

Si la santidad de su causa les hubiese asegurado el suceso, estos ilustres no hubieran perecido. Empero, el revés de aquella fortuna que preservó de la muerte a Hancock y Adams, precipitó a Hidalgo y a sus fieles amigos. Sin tan adversas circunstancias ya fuera México una república augusta; y es de creer que Hidalgo hubiera sido puesto por sus compatriotas a la frente de los negocios, encargado como Washington de conducir su país a destinos nuevos y felices. Pero mientras lamento su pérdida, doy gracias al cielo por la luz de esperanza que ofrecen las últimas noticias, que aseguran que el asiento de la autoridad sanguinaria se estremece y bambolea en el centro de México y que en breve pagarán los perversos sus atrocidades. Entonces se rendirán honores a la memoria de Hidalgo; se erigirán mausoleos a los manes de los difuntos ilustres; se consagrarán monumentos a los venerables nombres de los despreciados rebeldes; se les citará en las generaciones futuras como ejemplos de patriotismo, de virtud y de constancia; mientras los nombres de sus enemigos estarán condenados a una inmortalidad infame.

H.N.

Baltimore, 28 de Marzo de 1812.

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[23] En México se da este nombre a los enemigos de la libertad.
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