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La Aurora de Chile
Número 44. Jueves 10 de Diciembre de 1812. Tomo I.
Discurso de Jorge Washington al Pueblo de los Estados Unidos, anunciándole sus intenciones de retirarse del servicio publico. Materia indicada en el título. (Continúa en Tomo I, Nº 45, Jueves 7 de Diciembre de 1812).

Amigos y conciudadanos:

Estando ya cerca el período de la nueva elección de un ciudadano que administre el poder ejecutivo de los Estados Unidos, y debiendo ya emplearse vuestros pensamientos en designar [a] la persona sobre quien ha de reposar tan importante confianza, me parece oportuno manifestaros mi resolución de retirarme, si me consideráis en el número de los que pueden ser electos.

Yo os suplico me hagáis la justicia de estar seguros de que no he tomado esta resolución sin considerar todas las relaciones que ligan a un obediente ciudadano de este país, y de que en esta tierna despedida, que pronuncio con dolor, conservo las intenciones de influir en vuestros futuros intereses, y guardaré siempre la memoria de vuestra antigua amistad, llevando una convicción plena de que pueden unirse la amistad y el respeto.

La aceptación y continuación hasta aquí en el oficio a que me han llamado dos veces vuestros sufragios, han sido un sacrificio uniforme de mi inclinación a la opinión de mis deberes, y una deferencia a vuestros deseos.

Hubiera yo querido que hubiese sido posible, sin desatender a graves razones, volverme más temprano a aquel retiro de que me separé con dolor. La fuerza de mi inclinación había, antes de la elección pasada, preparado un discurso en que os declaraba esto; pero una madura reflexión del estado dudoso y crítico de nuestros negocios entonces con las naciones extranjeras, y el parecer unánime de personas de mi íntima confianza, me impelieron a abandonar aquella idea.

Las impresiones con que el primero de todos tomé sobre mí vuestra ardua confianza, se expusieron en ocasión propia. Al exonerarme de esta confianza, quisiera que dijesen todos si con buenas intenciones he contribuido a la organización y administración del gobierno, exceptuadas las faltas de que es capaz un juicio falible. La experiencia de mi mediocridad, grande a mis propios ojos, y tal vez a los ojos ajenos, ha mantenido los motivos de desconfianza de mi mismo; y el peso de los años, que crece con los días, me amonesta más y más que la sombra del retiro me es tan necesaria como deseable. Llevo la consolación de creer que mientras la elección y la prudencia me invitan a abandonar la escena política, no lo desaprueba el patriotismo.

Contemplando el momento que está señalado para terminar mi vida pública, mis sentimientos no me permiten suspender la manifestación del reconocimiento profundo de aquella deuda de gratitud que debo a mi país por los muchos honores con que me ha decorado; mucho más por haberme conservado su confianza, la que me ha proporcionado ocasiones de mostrarle mi inviolable afecto por servicios fieles y continuos, aunque siempre inferiores a mi celo. Si de ellos resultaron a nuestra patria algunos bienes, recuérdense siempre para vuestra gloria, como un ejemplo instructivo en nuestros Anales de que en circunstancias en que las pasiones, agitadas de todos modos, exponían al engaño en medio de apariencias a las veces dudosas, en situaciones de fortuna a las veces desolantes, en vicisitudes en que la falta de suceso favorecía la censura, la constancia de vuestro apoyo sostenía mis esfuerzos y los planes que los dirigían.

Penetrado profundamente de esta idea, la llevaré hasta el sepulcro, y su memoria me hará siempre rogar al cielo que continúe en favor vuestro las más preciosas demostraciones de su bondad, entre las cuales es la primera el que vuestra unión y cordial afecto sean inalterables; el que la liberal constitución, obra de vuestras manos, se conserve religiosamente; el que su administración en cada departamento se haga con sabiduría y virtud; el que en fin, la felicidad del pueblo de estos estados, bajo los auspicios de la libertad, sea tan completa, que por el uso prudente de esta libertad se adquiera este beneficio la gloria del aplauso, y el afecto y adopción de las naciones que no la conocen todavía.

Aquí debía tal vez terminar mi discurso, pero la solicitud por vuestra seguridad, que sólo se acabará con mi vida, y la aprehensión del peligro, natural a esta solicitud, me impelen en la ocasión presente a ofrecer a vuestra solemne contemplación, y a recomendar a vuestra memoria algunos sentimientos; ellos son el resultado de la reflexión y de una larga experiencia, y me parecen sumamente importantes a la conservación de vuestra felicidad como un pueblo. Os los expondré con tanta mayor libertad, cuanto está más al descubierto ser los desinteresados avisos de un amigo que se despide, en cuyos consejos no pueden influir motivos personales.

Hallándose el amor de la libertad tan profundamente esculpido en vuestros corazones, no son precisas mis palabras para fortificarlo.

Amáis la unidad del gobierno, que os constituye un solo pueblo; y la amáis justamente, por que es la principal columna del edificio de vuestra real independencia, el sostén de la tranquilidad doméstica y de la paz exterior, de vuestra seguridad, prosperidad, y de aquella libertad que apreciáis tanto. Pero como es fácil prever que por diferentes causas, y por varios lados se trabajará mucho, y se emplearán muchos artificios para debilitar en vuestros ánimos la convicción de esta verdad, como en vuestra fortaleza política este es el punto contra quien se dirigirán las baterías de vuestros enemigos interiores y exteriores con constancia y actividad, aunque a las veces oculta y cautelosamente, es de un momento infinito que estiméis el valor inmenso de vuestra unión nacional para vuestra felicidad individual y colectiva; que abriguéis en favor suyo una adhesión cordial, habitual e inmutable; acostumbrandoos a mirarla como el paladium de vuestra seguridad y prosperidad política; desvelandoos por su conservación con una ansiedad celosa, y cortando aún la sospecha de que en algún caso pueda abandonarse; y mirando con la mayor indignación aún las apariencias de los atentados cometidos para separar una porción de nuestra patria de lo restante, o para debilitar los sacrosantos vínculos que a todos nos unen.

La simpatía y el interés nos convidan a esta unión. Ciudadanos de una patria común, o por elección o por nacimiento, el amor de esta cara madre debe concentrar nuestros afectos. El nombre de Americano, que lleva cada uno, y todo el pueblo en general, debe exaltar siempre el corazón y el patriotismo mucho más que todas las denominaciones derivadas de las diferencias locales. Con corta diferencia, nuestras opiniones y costumbres son las mismas, y seguimos unos mismos principios públicos. Peleasteis por una misma causa, y triunfasteis juntos; la independencia y libertad que poseéis, son obras de vuestros consejos y esfuerzos reunidos; corristeis una misma fortuna, sufristeis unos mismos trabajos, lograsteis juntos sin mismo suceso.

Mas aunque estas consideraciones hacen por si mismas una profunda impresión en vuestra sensibilidad, adquieren nueva fuerza por otras que se fundan en vuestros intereses. Cada porción de nuestra patria tiene poderosos motivos que amar y guardar la unión de todo el cuerpo nacional.

El Norte, en su ilimitado comercio con el Sud, protegido por las iguales leyes de un gobierno común, halla en las producciones de este último grandes recursos para negociaciones marítimas, y materiales preciosos para sus manufacturas. En el mismo comercio el Sud, aprovechándose de la actividad del Norte verá el incremento de su agricultura y tráfico. Se alentará la navegación del Norte, y mientras de varios modos contribuye a aumentar la masa de la navegación nacional, promueve la protección y la fuerza marítima para la cual no tiene en sí suficientes disposiciones. El Levante, en el comercio con el Occidente hallará en el adelantamiento progresivo de las comunicaciones interiores por mar y tierra un expendio más útil de los efectos que importa de fuera, y los de su propia industria. El Occidente recibe del Levante subsidios para su incremento y fuerza. Todo reunido contribuye a dar peso, influencia y fuerza marítima a las costas Atlánticas, con tal que se dirija por una unión indisoluble de intereses como una nación. Cualquiera otra ventaja que pudiera esperar el Occidente o por el uso de sus propias fuerzas, o por las alianzas con poderes extranjeros, sería intrínsecamente precaria.

Así pues, mientras cada parte de la patria recibe de la unión un interés inmediato y particular, todas unidas no pueden dejar de hallar en la combinación de medios y esfuerzos un gran poder, grandes recursos, y por consiguiente seguridad y la esperanza de una paz inalterable. De la unión se deriva otra ventaja de incalculable precio, y es no estar las provincias expuestas entre sí a disensiones y guerras, lo que sucedería si faltase un gobierno central. Esto mismo las liberta de la dura necesidad de mantener grandes cuerpos militares, establecimiento que bajo todas las formas de gobierno es funesto a la libertad, y principalmente a 1a libertad republicana.

Estas consideraciones hablan un lenguaje persuasivo a todo ánimo reflexivo y virtuoso, y le muestran la continuación de la unión de las provincias, o estados, como el objeto primario de los deseos patrióticos. ¿Pero un gobierno central puede convenir a tantos estados, puede abrazar una esfera tan grande? Resuelva la experiencia esta cuestión. Aún oír estas especulaciones es un crimen. Estamos autorizados para esperar que la perfecta organización del gobierno central, con el auxilio de gobiernos de los Estados respectivos ha de tener el éxito más feliz. Esta experiencia es hermosa, y capaz de hacer venturoso al género humano. Con tan poderosos y obvios motivos para la unión, que tocan a todas las partes nuestra patria, mientras la experiencia no descubre que un sistema semejante es impracticable, debemos siempre mirar con la mayor desconfianza el patriotismo de aquel, que en cualquiera estado solicite debilitar los vínculos de la unión.

(Se Continuará [21])

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[21] Véase tomo I, número 45, Jueves 17 de Diciembre de 1812 (N del E).
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