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La Aurora de Chile
Número 42. Jueves 26 de Noviembre de 1812. Tomo I.
Discurso político moral. Sobre que peca mortalmente todo el que no sigue el sistema de la Patria. Materia indicada en el título. Texto de Fray José María Bazaguchiascúa.

Omnis anima potestatibus sublimioribus subdita sit.
Divi Pauli epist. Ad Rom. Cap. 13, v. 1.

En todo gobierno legítimamente establecido, ha sido una obligación esencial de todos los ciudadanos la subordinación a las leyes emanadas de la superioridad. Sin esta obediencia todo el orden social se trastornaría, todo sería una confusa Babilonia, nada se podría mandar con seguridad, porque nada se obedecería con fidelidad. Cuando no atendiéramos más que a la razón humana, ella nos diría que así como los superiores abusando de su poder atropellan y oprimen los derechos de los derechos de los súbditos, de la misma suerte estos, desobedeciendo a los mandatos justos de los superiores, faltan gravemente a  su obligación, contradiciendo a  la legítima potestad que reside en ellos.

Quitad la subordinación en los individuos de una república; será una sociedad confusa, y por explicarme mejor, un hormiguero alterado, que careciendo de jefe conductor, gira por diversas partes, ya corre por aquí, ya huye por allí, ya topan unos con otros los desatinados insectos, ya van, ya vienen, sin rumbo, sin tino, aturdidos, inquietos y espantados. ¿Qué será de un pueblo si consta de hombres rebeldes y contrarios a las autoridades? ¿Qué de una ciudad, si los que la forman pierden el respeto a  sus jefes, censurando sus disposiciones y mofándose de sus providencias? ¿Cuáles serán sus producciones para con Dios, para con la religión, y para con sigo mismo?  Las de un ejército de disidentes, y enemigos de la patria, aunque mandado por un General experto y valeroso; las de un pueblo indócil y sin lealtad, aunque dominado por un Gobernador sabio y equitativo. Tanta verdad es que la subordinación es absolutamente necesaria para la felicidad pública.

Cuando se sacude el yugo de la obediencia, sea clara, o pálidamente, Dios es el primer ofendido. Él es el que ha puesto a los mandatarios por sus Vice-gerentes en la tierra; ellos son espejos donde reverberan los rayos de la Divinidad, bustos animados de su dominación suprema.

Pero no es sola la razón humana, la que nos enseña esta saludable doctrina; también la vemos dictada por la Divinidad. La religión de Jesucristo toda pura, toda santa, toda perfecta, elevando los preceptos naturales a una clase superior por la Divina revelación, nos lo propone como mandatos expresos de su voluntad, a quien debemos la subordinación más ilimitada. Ella nos habla; escuchémosla. El Apóstol San Pablo, órgano del Espíritu Santo queriendo penetrar a  los romanos, y en ellos a nosotros de su sagrada política, les dirige una carta, cuyo capítulo trece todo está formado de las cláusulas más prudenciales, y ungidas de la más inflamada caridad. Ya empieza [16]:

"Toda criatura racional está sujeta a  las altas potestades; no hay autoridad que no dimane de Dios; y así las que existen, por él son ordenadas. Por tanto, el que resiste a la potestad, resiste a  la ordenación de Dios, haciéndose de consiguiente reo de eterna condenación. No ha puesto Dios a las tales autoridades contra los buenos, sino contra los malos".

Ahora pues, la excelentísima Junta, el muy respetable Senado, e Ilustre Cabildo ¿no son las altas potestades a  que debemos los chilenos estar sujetos? ¿Vosotros mismos no lo habéis constituido con vuestros sufragios? ¿No dimana de aquí su legitimidad? Sí. Luego, estas son las potestades de que habla el Apóstol cuando dice: "que las que existen, son ordenadas por Dios". De consiguiente, el que resiste a estas potestades, resiste a  la ordenación de Dios. ¿Y el que se opone a un precepto de Dios en materia grave como es la obediencia y reconocimiento a  estas autoridades, no cometerá pecado mortal? Es innegable. Porque si no fuera pecado mortal, no tuviera ligada sentencia de condenación eterna, pues sólo este pecado, y no el venial, se castiga con suplicio eterno; luego, los que resisten esta ordenación de Dios, que son las autoridades constituidas, pecan mortalmente, y se hacen reos de eterna condenación.

Vamos ahora a  los teólogos y doctores de almas, ya fuera, ya dentro de los claustros, causas del atraso de nuestro reino chileno. ¿Qué me responderán ahora? ¿Seguirán sembrado siempre la semilla exterminadora de la obediencia, y de la caridad característica de su estado en aquellas tierras vírgenes de sus inocentes corazones? ¿Aún no cesarán de instruirlas en la aversión y odio implacable a los patriotas, como subversores del gobierno monárquico? ¿Ya que antes no les hacía fuerza la razón, tampoco les hará el oráculo Divino tan terminante? ¿O será necesario para que se convenzan el colocarlos en los empleos? Algunos se cuentan acaso contrarios, porque no les alcanzó este favor. Por lo mismo, si los trasladaran a las primeras sillas. ¡Oh, que Santo fuera el sistema! Como ni a  la razón jamás han tenido que responder, y ahora menos a  la revelación, han de saltar precisamente, con su antigua cansada cantinela: que los mandatarios del nuevo sistema en Chile, Buenos Aires, Caracas, Bogotá, Quito, México etc. son herejes, sanguinarios y ladrones. Y sobre todo, que nadie está seguro; que todos están sobresaltados, llenos de temores, esperando continuamente el golpe en vidas y haciendas. A esto os respondo en primer lugar que aún cuando fueran tan inicuos como decís, debíais en conciencia obedecerles y respetarlos. Acordaos de lo que dice el Príncipe de los Apóstoles sobre esta materia [17]: "Hermanos: obedeced a vuestros Prefectos, no sólo modestos y buenos, sino también malos". De forma que por el camino de la hipocresía hay menos escapatoria. A más de esto, aún cuando fueran tan inicuos, decidme ¿qué cuenta tiene el sistema con ellos? ¿Conque por que han habido, y hay tan malos cristianos, infinitos en número aún, abjuraremos, y aún perseguiremos el cristianismo? ¡Jesús!, ¡que desatino! Pues veislo igual.

En cuanto al miedo tan grande, y sobresalto continuo de que os quejáis, respondo en segundo lugar: que vosotros mismos sois los autores de él; con el agregado que vuestro pecado, ese pecado mortal de inobediencia y contrariedad a la causa pública, y a sus primeros próceres, lo forja todo.  Todo hombre que tiene delito experimenta lo mismo, aún cuando nadie le haga, ni diga cosa, como acontece en nuestro Chile.  No hay contrario al sistema que no se salga con cuanto se le antoja. De palabra, o por escrito no cesan, ni cesarán atentando aún contra las mismas referidas autoridades tan recomendadas. De sólo lo que escriben a  Lima se puede llenar resmas. Escriben las menudencias más rastreras, hasta contra las señoras, sean del rango que se fueren, como sean patriotas, las que se leen allí con sumo gusto. Todo esto practican, con tanta grosería y poca educación; y luego se quejan, sin que haya quien les diga una palabra. ¿Y por qué temen? ¿Por qué tanto mirar a todas partes azorados? ¿Por qué tanto mudar de semblante cada momento? ¿Sabéis por qué? Por el pecado; por ese pecado mortal que os acusa la conciencia. ¿Queréis pues remedio para tan gran mal, como es ese temor de que os quejáis tanto, que os no deja comer, ni dormir a  gusto? Pues oíd al Apóstol, vuestro director y maestro especial desde ahora, quien en el mismo capítulo trece de su epístola trae también vuestro remedio, así como trae el descubrimiento de la enfermedad. Enseguida prosigue; son sus palabras formales [18]: "¿Queréis no temer la potestad de los que mandan? Obrad bien y conseguiréis alabanza por ello. Pues Dios  (prosigue en el versículo 4)  ha puesto  a estas autoridades para que por ellas tengáis protección contra los malos y mayor facilidad en el camino de la virtud. Mas si obrárais mal, temed entonces con justicia; por que no en vano llevan espada como ministros de Dios, para castigar a  los delincuentes".

Uníos, por este mismo Dios, con nosotros, hermanos nuestros, aunque vosotros no queráis serlo; aunque nos aborrezcáis de muerte; a pesar vuestro, os hemos de amar, os hemos de buscar, os hemos de perseguir valiéndonos del consejo del Apóstol [19], rogandoos, arguyéndoos y reprendiendoos, procurando atraerlos a  la pura, a  la sana, y más saludable doctrina como es la caridad, resultante de la unión. Ello es, que a fuerza de importunaros, algo hemos de conseguir. Tenemos presentimientos de que habéis de corresponder a  nuestro amor; que habéis al cabo de distinguir en nosotros la proximidad y caridad con que Jesucristo, vida nuestra, nos unió a  todos bajo un bautismo y una fe.

Sí, si lo espero; pues yo no puedo persuadirme que habiendo entre vosotros, así eclesiásticos como seculares, tanto hombre provecto, virtuoso, circunspecto, sabio, y por lo mismo digno del glorioso título de patriota, descubriendo al mismo tiempo esta divina exhortación bajada del cielo, con unas promesas tan dignas, y tan misericordiosas para con nosotros, y al contrario, con unas sentencias tan terribles para vosotros, nada menos que de condenación eterna, repito, que no es persuasible, por terquedad y puro capricho, y como dicen por no dar su brazo a  torcer, queráis padecer esas incomodidades: vivir en inquietudes, sin paz, sin unión, sin amistad, y lo que es más en pecado mortal, confesando y comulgando sacrílegamente, por resistir a la ordenación de Dios en no amar el sistema de la patria, y obedecer de corazón a sus autoridades; remachandoos la otra chaveta de esclavitud eterna, como es la del Demonio: qui auten resistunt, ipsi sibi damnationem adquirunt. "Por lo mismo, prosigue el Santo Apóstol, de necesidad debéis obedecer a estas autoridades, no tanto por temor de sus castigos, cuanto por la consideración de que estáis obligados en conciencia por orden de Dios. Por esto mismo tenéis obligación de pagar los tributos en señal de reconocimiento, y para que os defiendan como ministros constituidos por Dios, a  quien sirven en esta administración. Sed pues exactos en dar a  cada uno lo que debéis: a quien corresponda tributo, tributo; a quien Alcabala, Alcabala; a  quien temor, temor; a quien honor, honor". ¡Eh! ¿Qué decís ahora? ¿Puede el Doctor de las gentes hablar más terminante a  nuestro favor? ¿Puede comprometer de otro modo más expreso vuestras almas, vuestras conciencias? No. No podéis negarlo. Pues voy a  haceros otra gracia que os convenza mejor, para que todo vaya de gracia, porque justicia, confesadlo, que no la tenéis. Ya no quiero que el Santo Apóstol hable precisamente del gobierno popular. Supongo que habla de todos los gobiernos con esta calidad: que donde quiere el pueblo reyes, habla de la obediencia a los reyes; donde se avienen con zares y emperadores, de ellos habla; en donde con gobierno aristocrático, por consiguiente; y nosotros, que queremos el gobierno que tenemos, habla de nosotros. Por tanto, resulta siempre lo mismo. El que resiste a este gobierno, contradice la ordenación de Dios, contrayendo por este medio el reato de pecado mortal. Así es que, mientras no den estos testimonio de su arrepentimiento en este pecado por los mismos medios y modos que enseñan los moralistas, deben darlo los que viven en ocasión próxima, o en algún hábito vicioso no deben ser absueltos en la confesión, bajo la misma, y so cargo de responsabilidad los confesores que lo practiquen, porque a más de que se supone la gran dificultad en el verificativo de su promesa, causa males incalculables en el resto de la comunidad. Conque es necesario que realicen primero pruebas de verdadero arrepentimiento, aborreciendo de todo corazón al tal pecado mortal.

He dicho que no deben ser absueltos en la confesión. Os parecerá temeridad, y aún herejía, hija legitima del sistema. La pasión os ciega; no lo creo: el capricho es el único promotor en materias de tanto interés así espiritual, como temporal. Y de no, decidme ¿de estas diferentes teorías y prácticas en ambos partidos, qué resultará pues sino trabas a cuanta medida benéfica se tome cerca de la patria? Lo que el uno determina, el otro lo entorpece. Necesariamente las personas contrarias al sistema en todos momentos están a la mira para eludir cuanta idea contemplen opuesta a la suya. No hay, por impotente que parezca para obrar con perjuicio, quien no tenga su facultad especial a proporción de su rango; y de consiguiente voluntad para la ejecución, a las veces que con disimulo pueda maniobrar, y así es inconcebible el daño que resulta. Muchas veces echamos [de] menos la ejecución de un orden expedido muchos días antes; lo esperamos; se retarda; prevenimos su falta, y no advertimos que es muy dificultoso el penetrar las tinieblas que ocultan la mano maestra que tiene tirante la cuerda, que impide el progreso de orden tan ansiado del pueblo. ¡Ah! Y entonces que magisterio, destreza, que ojos de lince no se necesitan para acertar a cortar con feliz éxito aquel vínculo, cuya tirantez iba a causar ese, y otra cadena de males aún capitales. Corte pues de un golpe el excelentísimo gobierno, que es el único árbitro todas esas manos maestras; concluya con la divergencia de opiniones; acabe los partidos e imponga silencio. Porque, o se debe mandar que volvamos nosotros al sistema antiguo, y seamos unos con aquellos; o que aquellos se coadunen con nosotros. Si el pueblo, que es el Soberano, quiere lo primero, bien lo puede hacer y mudar de sistema cuantas veces quiera; no es necesario que alguno lo diga. La libertad civil es la base del sistema, pero no conviene por principio alguno el permitir desunión, enemistad, y aún contrariedad, la menor entre unos y otros por los gravísimos perjuicios y males que resultan igualmente espirituales que temporales. Acábese de una vez esta distinción popular. ¿Hasta cuando permanecemos en esta inmoralidad escandalosa? Si el pueblo mañana hallase por conveniente que fuésemos todos monárquicos, sería un crimen irremisible el vivir desunidos; luego mientras este soberano quiera conducirse bajo sus leyes actuales, aunque provisorias todavía, dictadas por sí, es igualmente su renuencia delito imperdonable. La caridad es el fruto de la unión, y aquella virtud la mayor de todas, es el vínculo con que nuestro Soberano Creador quiso ligarnos, y de que tan difusamente nos habla nuestro sagrado político maestro autor del capítulo trece bajo la pena de condenación eterna.

Oídle [20], que prosigue su epístola, y ya concluye: "Procurad, dice, no deber a  nadie más que los oficios de caridad en cuya práctica debéis esmeraros sumamente, porque el que ama a su prójimo, cumple con la ley.  Pues en solo el precepto, que manda amar al prójimo como a sí mismo, se hallan comprendidos los otros, y cuantos más hayan a favor del prójimo. El amor que se debe tener al prójimo no permite que se le haga el menor daño. El que ama pues al prójimo, cumple con la ley a favor de este". ¡Oh Santo Apóstol, el más digno por tu equidad, por tu sabiduría natural, y revelada, de las más dulces emociones de nuestros corazones!, ¡Ah Santísimo! y que claramente nos hace ver el Santo que nuestro sistema es el  más conexo con el del Cielo ¿Y de no decidme qué analogiza más con estos preceptos del Decálogo? ¿Qué ideas se acercan más a la observancia de esta divina ley, que prescribe beneficiarse mutuamente, cuanto más se pueda, los unos con los otros hermanos? ¿Será acaso el monárquico, en el que un solo hombre sea malo o bueno, ignorante o sabio, ha de ser el que ha de mandar necesariamente hasta la muerte? ¿Será aquel sistema en que siendo uno sólo el monarca, hayan tantos árbitros que manden a su antojo y conveniencia, resultando de aquí una confusa Babilonia? ¿Será aquel en que exigiendo el orden natural que los gobernantes sean al gusto de todos, para el logro de la paz, y caridad fraterna, la unción para alcanzar esta virtud sea la de manos? ¡Ah hombres cristianos!  Permitidme que os diga que no procedéis con equidad. ¿Nosotros herejes? ¿Nosotros? ¿Aún os haréis desentendidos de las ventajas de nuestro nuevo gobierno? Pero cuando las habéis de confesar, aún cuando (por imposible) vierais este papel. ¿No es cierto que en este sistema todos parten cuando en el vuestro uno solo se lleva todo? ¿Qué en este nosotros mismos elegimos a los que nos han de mandar; cuando en el vuestro tenéis que tributar con vuestras rodillas parte del culto debido a sola la deidad al feto aún inanimado? ¿Qué aquel dura eternamente, si pudiera, cuando estos son amovibles cuando conviene? ¿Qué en el vuestro se obedece a  un hombre en tamañas distancias tan difíciles de superar, para lograr la suspirada justicia, cuando en el nuestro los tenemos frente, y aún dentro de nuestras mismas casas? ¿Qué en aquel, ni por el retrato si quiera lo conocemos, pues aún a  este nos lo mandan agraciado, como todo lo demás, cuando en este son hermanos, parientes, amigos, paisanos y condiscípulos? ¿Qué últimamente en el vuestro es acaso el que menos lo merece en origen y descendencia, y en el nuestro nosotros mismos somos a un mismo tiempo los vasallos y el soberano?  Vaya: ¡qué dignidad la nuestra!, ¡Qué desigualdad entre unos y otros!  Que uno mismo sea quien ha de mandar y obedecer, merecer y premiar, delinquir y castigar, con solo diversos respectos. ¡Mucho se acerca este a  la raya de Divinidad! 

Fray José María Bazaguchiascúa.

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[16]

Omnis anima potestatibus sublimoribus subdita sit: nonest enim potestas, nisi a Deo: quae antem sunt, a Deo ordinatae sunt. Itaque, qui resistit potestati, Dei ordinationi resistit. Qui antem resistum, ipsi sibi damnationem acquirunt; nam principes non sunt timori bon operis, sed mali. Capit. 13, vv. 1, 2, 3.
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[17]

Obedite Prepositis vestris, non solum bonis, et modestis, sed etiam discolis. Epist. S. Petri I. Cap. II, v. 18.
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[18]

Vis autem non timere potestatem? Bonum fac, et habebis laudem ex illa: Dei enim minister est tibi in bonum. Si autem malum faceris, time: non sine causa gladium portat: Dei enim minister est: vindex in iram ei, qui malum agit. Ead. Epist. vv. 4, 5. Cap. 13
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[19]

Argue, obsecra, increpa, etc.
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[20]

Nemini quidquam debeatis, nisi ut invicem diligatis: qui enim diligit proximum, legem implevit. Nam: et si quod est aliud mandatum, in hoc verbo instauratur: diliges proximum tuum sicui teipsum. Dilectio proximi malum non operatur. Plentitudo ergo legis est dilectio. Ex codem cap. Finit. vv. 9, 10, 11.
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