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La Aurora de Chile
Número 37. Jueves 22 de Octubre de 1812. Tomo I.
Señor editor de nuestra "Aurora Chilena". Artículo suscrito por F.J.M.B. (Fray José María Bazaguchiascúa), relativo a la influencia ejercida por la Providencia en la suerte de la revolución e incitación a redoblar los esfuerzos.

¡Con qué majestuosa bizarría se nos van presentando sucesivamente cada día los más felices momentos de nuestra exaltación! ¡Qué indumentos de honor y gloria el de sus adornos! ¡Qué semblantes tan halagüeños, con los que nos prometen la seguridad eterna de nuestra fortuna! Respetemos pues con dignidad los decretos de la sabia Providencia, pero al mismo tiempo gravémoslos en nuestros corazones en desempeño de la más obsecuente gratitud. Repasemos el registro de los acontecimientos de nuestra época chilena, y en el instante nos hallaremos aprisionados de esta prodigiosa cadena, cuyo primer eslabón pende de aquel dedo infinitamente poderoso. Pero sobre todo reflexionemos con profunda meditación aquella hora de las 2 de la tarde de ayer l2 de Octubre, de aquel dulce momento en que la plausible noticia del memorable triunfo del pabellón del Río de la Plata sobre las armas impías de Goyeneche, de aquellas armas aún melladas ya de tanto envasarlas en los virtuosísimos pechos de innumerables peruanos, y no trepidaremos en convenir que esta última beneficencia es el sello, con que igualmente ratifica su divina disposición que asegura nuestra suerte.

Mas no por esto le dejemos todo el costo a su Providencia. Sigamos nuestro destino al trabajo; inflamemos nuestras almas; conquistémonos todos: unamos nuestros votos; desenrollemos nuestras ideas. Todas son iguales, si no son unas mismas; y si hubiesen algunas divergentes, rectifiquémoslas, y manos a una obra hasta ahora adormecida. Pues no supo electrizarse ayer tarde y noche esta ciudad tanto, que cuando unos se saludaban recíprocamente con sola la festividad de su semblantes medio abstractos. Otros vertían líquido de placer su corazón por ojos; todos con fuegos artificiales, iluminaciones, músicas, vivas y aclamaciones exteriorizaban sus nobles sentimientos, hijos legítimos de sus generosas almas.

Sí. Pues sírvanos de estímulo la memoria de tan justas demostraciones. Sobre todo dígnese vuestra merced, señor autor de la Aurora, predicarles, y aún conjurar a nuestros paisanos en sus escritos, no ya con tanta contemplación y política como hasta aquí su prudencia le ha dictado y bien practicado según las circunstancias ocurrentes, sino en un tono de maestro político-civil general del reino, como lo es por su empleo. Hágales ver, vuestra merced, que en verificar con prontitud lo resuelto está el acierto y la seguridad de este; que si el consejo es conveniente, lo que se tardare en la ejecución, se perderá en la conveniencia; que no debe haber dilación en aquellos consejos, que no son laudables, sino después de ejecutados, según Tácito. Presto, dijo Aristóteles, se ha de ejecutar lo deliberado, y tarde se ha de deliberar para dar a entender que después de bien consultada una cosa, se ha de ejecutar sin perdida de tiempo. Jacobo, Rey de Inglaterra, aconsejaba a su hijo que fuese advertido, y atento en consultar, firme y constante en determinar, pronto y resuelto en ejecutar. Consultores políticos y ejecutores celebérrimos los hay en nuestro país; pero entre todos, hay dos de este género, decorados con esos preciosos dones, que se descuellan sobre los demás. Todos los que sepan recorrer el planisferio desde el Boreal al Austro han de encontrar sus cunas casi en los extremos del mundo moderno.

Del mérito sobresaliente de ambos está satisfecha la patria; por lo mismo agradece sus oficiosidades cerca de ella. En estos héroes tiene afianzada su esperanza. La Aurora próxima del 8 de Octubre, Número 35, ha inflamado demasiado la nación para que no se decida a este oportuno tránsito. Por lo mismo, sería importantísimo inspire vuestra merced nuevas convincentes demostraciones a tan amable objeto.

Reconvenga vuestra merced con lo que decía Saavedra: que cuando un maduro consejo y una pronta ejecución se hallan en un príncipe, no se aparta de su lado la fortuna, la cual nace de la ocasión, que ahora tenemos nosotros, y ésta pasa presto y nunca vuelve. Por esto reprendía Demóstenes a los atenienses, diciéndoles que gastaban el tiempo en el aparato de las cosas, y que las ocasiones no aguardaban a sus tardanzas. La celeridad es de príncipes, porque todo lo vence el poder. Porque los romanos fueron considerados y prontos, todo lo vencieron. En las grandes monarquías es ordinario el vicio de la pereza en ejecutar, nacido de la confianza en el poder despótico, como según Tácito, sucedió al Emperador Othon; en el gobierno monárquico lo que es flojedad se tiene por prudencia, como fue tenida la del Emperador Galba. Así creyeron, dice Tácito, todos conservarse y se perdieron. La juventud de los nuevos gobiernos se hace robusta con la celeridad hasta que después llegando a edad de consistencia, el respeto y autoridad adquirida es bastante a mantenerlos, aún cesando el ardor de la fama y el apetito de gloria, como el mar conserva algún movimiento, aún después de calmado el viento.      

Fray José María Bazaguchiascúa.