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La Aurora de Chile
Número 34. Jueves 1º de Octubre de 1812. Tomo I.
Extracto del "Satélite". Consideraciones sobre la ignorancia política y su utilidad para la monarquía.

¿Sobre qué otros fundamentos más sólidos que la ignorancia pudiera haber cimentado su sangriento trono la tiranía? ¿cómo pudiera explicarse, sino a la luz de este principio, la opresión en que muchos pueblos yacen sumergidos de largos siglos a esta parte? ¿Cómo la ciega obediencia que prestan a la caprichosa voluntad casi siempre contraria a sus intereses, y siempre onerosa de un hombre solo, que generalmente en nada se diferencia de los demás, como no sea en el mayor número de vicios, y medios para satisfacerlos, y en la impunidad con que puede soltar la rienda a sus pasiones, y abandonarse a todo el horror del crimen?

Solamente la ignorancia de los hombres pudiera haber recibido y consagrado en todos tiempos por principios eternos, las absurdas máximas inventadas por la ambición para ejercer libremente el despotismo y perpetuar la esclavitud de los pueblos. Cuando estas máximas son puramente políticas, su imperio no suele ser de muy larga duración: una centella de luz basta para descubrir la falsedad en que se apoyan; mas cuando se envuelven y disfrazan con el velo de la religión. ¡Desgraciado de aquel que intentase correrle! sus ministros clamarían: ¡al blasfemo!, ¡al impío! El pueblo, siempre supersticioso, le calificaría de sacrílego y perturbador de la tranquilidad pública, y una persecución inexorable sería el fruto de tan gloriosa empresa.

A esta clase de máximas pertenece la de que los reyes son puestos por Dios en la tierra. Máxima abominable, que por haberse mirado generalmente entre nosotros como una parte del dogma, labró el vergonzoso yugo que cobardemente hemos sufrido por tan larga serie de años, y que no hubiéramos sacudido tan fácilmente, a no ser por la extraña combinación de circunstancias que han mediado. La ambición no es menos fértil en recursos y medios, que sagaz en aplicarlos. Los reyes, poco satisfechos con el alto honor de ser los primeros hombres del Estado, y aspirando siempre a salir de la esfera de hombres, digámoslo así, y formar otra especie superior aparte, se han valido de todos los ardides inimaginables para romper las trabas de las leyes, y hollarlas a su salvo; que tal es la propensión y natural tendencia que tiene la autoridad a ensanchar sus límites, que no puede sufrir freno ni sujeción alguna. Pero ¿cómo inculcar a los pueblos la obligación de obedecer ciegamente sus mandatos, hora les viniese en voluntad disponer de las haciendas, hora se les antojase jugar con las vidas de los ciudadanos?