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La Aurora de Chile
Número 32. Jueves 17 de Septiembre de 1812. Tomo I.
Del honor en los pueblos libres. Consideraciones en torno al tema indicado en el título.

Palmaque nobilis
Terrarum dominos evehit ad Deos.
Hunc si mobilium turba Quiritium
Certat tergeminis tollere honoribus.
Horacio.

El honor, o el deseo de la estimación pública, el celo por una reputación ilustre y una universal fama, es muy digno de los grandes corazones, muy útil a  los pueblos y al engrandecimiento de los estados. No todos los sistemas gubernativos son igualmente ventajosos a la producción de este sentimiento noble. En las monarquías no puede unirse bien, ni subsistir la grandeza de alma con la degradación que se ve en los palacios, y con las humillaciones y bajezas a que es necesario sujetarse para hacer fortuna. Para envilecer a  los hombres, decía Salustio, basta elevar y recompensar la bajeza. En un gobierno arbitrario ninguno incurre en la tentación de adquirir mérito, ni talentos, porque saben que los empleos y distinciones se venden, se reservan para la intriga, y aún se distribuyen por un capricho injusto. Una recompensa, arrebatada a un ciudadano que la merece, priva al Estado no solo de sus servicios, sino de los servicios y talentos de todos aquellos que lo imitarán. No hay verdadera emulación en un país en que la cábala, el favor, la opulencia, destruyen los derechos del mérito y la virtud. En los estados corrompidos se asciende a  la fortuna por medio de la infamia, y la mediocridad, y aún la incapacidad se sostiene en ella por medio de bajezas, adulaciones, robos y otros delitos. Bajo la tiranía, decía un filósofo, un ministro, un hombre que ocupa la magistratura más brillante, no es más que un esclavo astuto que ha tenido habilidad para salir de la tropa de los oprimidos y pasar a la de los opresores. Un príncipe indolente y sin luces, un príncipe preparado para el trono por una educación perversa, es un juez bien incompetente de los talentos y del mérito, y en una corte corrompida, siendo los ministros las más veces malvados, no pueden proteger a las almas nobles que aman la verdad y detestan la adulación; ni favorecer a los talentos que los eclipsarían. El honor acompaña al mérito; el mérito está unido a  la grandeza de alma; y la grandeza de alma se respeta a sí misma. Es, pues, natural que la virtud y los grandes talentos, que rehusan con noble desdén el abatirse, rara vez se vean elevados.

Los pueblos libres, a lo menos en su edad de virtud y prudencia, como todos los ciudadanos influyen en los negocios públicos, deben necesariamente proponerse por objeto en las elecciones la seguridad, la prosperidad, y la gloria de la república que forman ellos mismos; y por esta razón es raro que dejen en un olvido ignominioso a  los talentos y virtudes. En ellos es donde de las profesiones más humildes salen hombres admirables. En ellos es donde existe el honor y la emulación de distinguirse por talentos y servicios útiles, porque no han de quedar en la oscuridad, porque han de ser premiados por el agradecimiento de sus compatriotas. Si la república es guerrera, [y] si está amenazada de un gran peligro, brotan héroes ansiosos de gloria. Así, en los tiempos florecientes de la república romana la esperanza de obtener estatuas, coronas de laurel y triunfos, comunicando a  los ciudadanos una energía y un esfuerzo insuperable, hizo a  Roma la señora del universo, y le adquirió ese nombre colosal que no perecerá nunca.

Las palmas y laureles
de eterna gloria cubren a  los dueños del mundo [6].

Muchos ciudadanos de los más opulentos, con la mira de lograr los sufragios del pueblo, hicieron gastos increíbles en juegos, en fiestas, en teatros, en erogaciones públicas, en monumentos tal vez inútiles.

Aquél se halla dichoso si consigue
espléndidos honores,
que el inconstante pueblo distribuye [7].

Entre los pueblos libres de tiempos más recientes, ¡cuántas obras públicas, cuántos establecimientos, cuántas instituciones ya en favor de los necesitados, ya para el adelantamiento de las ciencias y las artes deben su origen a  aquel noble principio! ¡Principio verdaderamente generoso, digno de un alma sensata! porque ¿En qué puede adquiriese más consideración que en promover la felicidad general, y en hacerse amar de sus conciudadanos? ¿Qué cosa puede haber en el mundo que derrame más satisfacción y consuelo en el corazón del hombre? Pero esta pasión sublime es siempre el fruto precioso de una sensibilidad sabiamente cultivada por 1a educación, y alentada y exaltada por un gobierno ilustrado y benéfico.

El destino provoca ya a los pueblos americanos a probar esta sensación noble y deliciosa, hasta ahora casi desconocida de sus corazones. No puede prosperar la revolución si no se excita en ellos una fermentación de emulación y de celo por el bien general. La causa común, la seguridad y la dicha de todos está necesariamente unida con la seguridad y la dicha de cada uno, y de sus descendientes. La ignominia de la patria habría de envolver a  todos. Tiempo es ya de que el pecho y el espíritu americano se dilate y se engrandezca, de acción a su sensibilidad, y entre en el vasto campo que le abre la fortuna para un eterno renombre. ¡Cuántos elementos para formarse una perpetua fama! Colocar pueblos oscuros en la jerarquía de las potencias, darles reputación y crédito, fijar su prosperidad sobre la base de su constitución y sus leyes, dar nacimiento a las ciencias, a las letras, a  las artes, elevarse sobre los indignos temores de tantos viles esclavos, sobre los absurdos de las preocupaciones, sobre las ideas rastreras de los egoístas, sobre las miras detestables de los malvados... cada uno de estos objetos basta para hacer ilustres e inmortales muchos nombres. Se gloriaba un déspota magnífico haber hecho de mármol la capital del mundo; ¡cuánto más glorioso será haber hecho libre a  su patria, volverla el asilo de la libertad y de los talentos, y la escuela de las virtudes sociales; hacer en fin que su nombre se pronuncie con estimación entre las naciones florecientes y cultas!

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[6]

Horacio.
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[7] Horacio.
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