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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Bibliografía.

Don Roberto Hernández C. y el Centenario de Benjamín Vicuña Mackenna

(Terca Ignota.-Crónicas Viñamarinas.-Crónicas de Valparaíso.-Algunos Proverbios, Refranes, Motes y Dichos Nacionales, o sea cuatro volúmenes de contribución para el Centenario de Vicuña Mackenna).

Con motivo de la centuria, el atrayente y querido recuerdo del ilustre y popular escritor ha sido objeto de numerosos homenajes de afectuoso recuerdo y de admiración del uno al otro confín de la República. Descuellan entre ellos cuatro libros de don Roberto Hernández, el estudioso Director de la Biblioteca Severín, escritor él mismo, investigador prolijo y de conciencia, a quien deben las letras chilenas no pocas obras, que destellan sobre interesantes circunstancias de la vida de Valparaíso y Viña del Mar, que han de ser necesariamente consultados con provecho por cuantos vengan a estudiar en adelante esta progresista región del Chile de la segunda mitad del silo XIX y del primer tercio del siglo en que vamos bogando.

El temperamento artístico del señor Hernández tenía que simpatizar francamente con el temperamento artístico del gran Vicuña. De ello dan buena, prueba, entre otros, cuatro volúmenes, -a los que hay que agregar, para ser justos, los dos sabrosos volúmenes del libro Los Chilenos en San Francisco de California, del mismo señor Hernández, «recuerdos históricos de la emigración por los descubrimientos del oro, iniciada en 1848»  que caen su parentesco con el libro Terra Ignota de don Benjamín Vicuña Mackenna, libro con el cual el señor Hernández rompió el fuego en su contribución para el centenario en referencia, y que es «recopilación de los artículos publicados en 1878 con este mismo título, seguidos de la polémica que se originó entre el autor y don Zorobabel Rodríguez».

No temo que haya quien tache de redundancia que yo añada que estos cuatro volúmenes han necesitado de conscientes y prolijas buscadas en los diarios El Ferrocarril y El Mercurio, de los años 18'78 a 1880, y que los resultados de ella han sido de satisfacción sin reservas, y también de sorpresas hasta para los viejos como yo, pretensiosos de haberse leído y de recordar aquellos artículos del más fecundo y ameno de los escritores chilenos, viejos a quienes el señor Hernández, de buenas a buenas, ha venido a refrescarles la memoria, pues asimismo para ellos, algunas de las joyas que ha exhumado resultan tener el sabor de lo nuevo, a más del encanto del estilo del imponderable artista que era don Benjamín Vicuña Mackenna.

Pero, justicia habrá en reconocer que algo de este sabor a cosa nueva se debe al joyelero que es don Roberto Hernández, que a su sabia ordenación de aquéllas ha unido, cual artísticos engastes de avezado orfebre, sus oportunas y eruditas anotaciones, que suelen traer a la mente no pocas cosas, cuando no las enseñan de veras, o, como suele decirse, importan como que viniesen a ser descubiertas en mares surcados por muchos que no las vieron.

Difícil sería acordar preferencias a uno de estos cuatro volúmenes; de sentirlas habrían ellas de ser ocasionales. Así ocurre respecto de Tersa Ignota por cuanto, en la situación que al presente vamos cruzando, encontramos en este libro buenas y útiles lecciones que aprovechar. Sabiamente ha sido completado,-como antes se dijo, con los bellos artículos de don Zorobabel Rodríguez y las réplicas que motivaron, sobre materias económicas, destinados a combatir los ideales de moderado proteccionismo oportunista de que la obra de Vicuña Mackenna, Terra Ignota, se encuentra empapada, como resultante de las observaciones que su autor había hecho en la progresista California, y en cuya discreta aplicación a Chile, divisara una segura corriente de bienestar hacia el progreso industrial del país.

Es curiosa la circunstancia tan coincidente con la de hoy día, que anotaba Vicuña Mackenna cuando escribía (p. 269) no estar afiliado en ninguna escuela, «sino que, reservándose la plenitud de su humilde criterio, se ha propuesto en la cuestión de crisis universal que aflige a Chile, y una de cuyas más deplorables fases es la absoluta crisis del patriotismo, marcar con unos improvisados potes y señales, pero sin pretensión dogmática de ningún género, aquellos senderos que pudieran alejarnos del abismo. Nada más ni nada menos, simple guía de la montaña, calzado de burda zuela, para marchar sobre los hielos, y que viajando por una terror ignota voy preguntando a los que encuentro a mi paso cuál es el camino que lleva a la cumbre». Y luego, (p. 275), «no siendo nosotros ni ingleses ni yankis, ni rusos ni eslavos, ni alemanes ni suizos, ni siquiera suecos, sino castellanos de la Mancha e indios de Rupanco, ¿cómo quiere Ud. que sin alguna limitada y cuerda protección lleguemos a hacer vivir nuestras fábricas tísicas o lograr que nazcan otras robustas y con las mejillas repletas de rica sangre desde la cuna? ¿Cómo quiere Ud. que prosperen o se mantenga siquiera a las fábricas de papel, por ejemplo, bueno, excelente o mediano, para la impresión del Diario Oficial, o los borradores y los sobrescritos de los ministerios? ¿Cómo quiere Ud. que se cultive el cáñamo y se abarate la exportación de los cereales en su envase, si el gobierno, es decir, el verdugo, hostiliza directamente la implantación de fábricas de sacos, y aún la cuerda con que ha de ahorcarnos no la compra en las fábricas de jarcias de Limache y San Felipe, sino que la pide por telégrafo a su predilecta Inglaterra?».

El segundo volumen de esta «Contribución para el centenario de Vicuña Mackenna» lleva el título Crónicas Viñamarinas; está dedicado a mi sobrino Manuel Ossa S. M., -que al tiempo de la publicación era el Primer Alcalde de Viña del Mar- a quien el señor Hernández atribuye haber «venido a ser el ejecutor de muchos trabajos y proyectos de interés público que esbozó y alentó para esa localidad, con la rica inventiva de su genio y el poder de su pluma inagotable, el más brillante y el más popular de nuestros escritores y publicistas nacionales: don Benjamín Vicuña Mackenna». El libro, preparado a virtud de un acuerdo de la Municipalidad, trae una Advertencia seguida de un artículo muy interesante, Mirando al Pasado, del señor Hernández (La inauguración del «camino de hierro» entre Valparaíso y Viña del Mar en 1855. Con motivo de la inauguración del Camino Plano. La fe de bautismo de Viña del Mar. El trozo de ferrocarril inaugurado hace sesenta y siete años. Las ceremonias de entonces con la bendición de las locomotoras y del camino. Relatos contemporáneos, autorizados y pintorescos). Este artículo termina rememorando la laboriosa administración del Intendente de Valparaíso, don Joaquín Fernández Blanco, que con tesonera energía abrió en 1903, el camino plano que une a Valparaíso con Viña del Mar (1).

El tercer volumen Crónicas de Valparaíso por Benjamín Vicuña Mackenna, es una bella selección. Las primeras 48 páginas son muy interesantes: su autor, el señor Hernández, explica, así, (pág. 31), su propósito respecto de ellas: «estos perfiles anecdóticos que trazamos, tocan únicamente a lo que dice relación de Vicuña Mackenna con la localidad. Las ocho últimas páginas son una relación de la piadosa «visita (de su autor) a Santa Rosa de Colmo; en ellas sé formula una idea digna de un gran pueblo: hacer de las casas de Santa Rosa de Colmo un sitio de paseo, de recreo y de peregrinación instructiva que tenga por base el culto del recuerdo de uno de los chilenos de más acendrado patriotismo y de más noble espíritu; más que luchador, héroe de la pluma, como fué don Benjamín Vicuña Mackenna, en el horizonte intelectual de Chile».

Finalmente, un cuarto volumen, Algunos Proverbios, Refranes, Motes y Dichos Nacionales, tienen la amenidad que su título y las condiciones de la portentosa imaginación y el estilo inimitable de su excelso autor dan derecho para esperar.

Curiosas e inesperadas son las mudables significaciones de algunos de esos dichos, y los artículos en Vicuña Mackenna que de ellas nos dan noticias al referirnos su origen histórico, con esa su manera de tanta amenidad, tan pintoresca, despiertan vivísimo interés: «El pago de Chile», «A las mil y quinientas», «Ya llegó charqui a Coquimbo», etc„ se leen con deleite y tienen el sabor de la novedad, con ser cosas del pasado, pero caídas en esas preciosas impresiones en que don Benjamín relata «Los grandes temporales y naufragios de Valparaíso», en las cuales nos dice que de las tres potencias del alma, que en común con los demás mortales tienen los chilenos, la más débil es la retentiva; «tienen entendimiento y tienen voluntad, pero no tienen memoria; «lo olvidan todo; «Olvidan la historia, las desventuras, las felicidades, los malos gobiernos, las leyes detestables, las mujeres bonitas, las picardías en las elecciones, las quiebras, el amor, las trampas y hasta la gloria, los terremotos y los temporales»,

Intercala el señor Hernández, entre las producciones del inagotable e ingenioso don Benjamín Vicuña Mackenna, algunos artículos de la propia cosecha y que bien encuadran en la materia y le aportan comento oportuno y, a las veces, el complemento de mayores antecedentes o de más modernidad. En todo esto, don Roberto Hernández C., autor de ese libro tan bien inspirado como justiciero y patriótico, El Roto Chileno, que es una magnífica reacción contra el torpe e inmerecido desconocimiento de lo que es nuestro pueblo, «el roto de la ciudad y de los campos, basterdeado no sólo con el alcohol, sino con los efectos de una propaganda tenaz y disoluta, que repugna a su naturaleza íntima», desconocimiento que es un triste efecto de la «notoria decadencia del civismo chileno, (con la cual) se ha pretendido desconocer la importancia del bajo pueblo, base eterna, sin embargo, de la fuerza nacional, don Roberto Hernández, recuerda que: «cuidando esa masa, qué de transformaciones no habríamos podido haber operado en su beneficio, con honra de nuestro credo republicano y democrático (Pág. 6)», ha demostrado, una vez más, cómo comulga también en este lógico y patriótico sentir con el gran Vicuña Mackenna en cuya abundante producción periodística, folklórica y de historiador, palpita el sentimiento de justiciero afecto para con el hombre del pueblo, para con el roto, a quien, en sus actividades de genial funcionario, procuraba levantar y dignificar en toda forma.

SAMUEL OSSA BORNE.

 

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Nota

1

Yo recuerdo cual si fuera ayer, como la comitiva del intendente Fernández blanco llegaba al punto entonces termino del camino, donde era esperado por el subdelegado y el alcalde de viña del mar con su comitiva, un inspector de policía y alguna tropa. El intendente era además acompañado por el prefecto don alberto acuña. El señor Fernández blanco, empinándose en los estribos de su montura, interpelo con voz vibrante: " Señor alcalde de viña del mar, dígame si acaso S.S. ha concedido autorización para que se establezca y trabajen las canteras que hay en este cerro " La respuesta del alcalde fue un terminante negativa. El intendente, exclamo el señor Fernández, tampoco la ha concedido; así lo declaro en representación del Supremo Gobierno, y, volviéndose al señor Acuña, ordeno: señor prefecto, haga Ud. Despejar las canteras. Dirigióse en seguida al alcalde de viña del mar y su comitiva: Señor alcalde de viña del mar, señores, a nombre de S. E. El presidente de la republica declaro entregados estos terrenos del Estado para que se destinen al camino publico que una Viña del mar con Valparaíso.
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