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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Vicuña Mackenna juzgado por los intelectuales de 1931.

Nada más difícil que clasificar a don Benjamín Vicuña Mackenna, hacer entrar su genio desbordado y multiforme en alguno de los cánones literarios. Este hombre ha saltado por encima de todos los preceptos y rompiendo las barreras de todas las rutinas, se ha hecho a sí mismo un género, una categoría personal y única.

La revelación del genio periodístico indudable de Vicuña Mackenna está en esos dos caracteres: en su sensibilidad y entusiasmo de artista y en que no rehusa asunto alguno de cuantos puedan interesar al público.

Vicuña Mackenna es lo que más se acerca al genio, facultad capaz de crear cosas nuevas y admirables, que hayamos tenido en Chile. Y no sería difícil probar que es el único chileno de cuantos sobreviven en la historia nacional que ha mostrado una fuerte imaginación. Ha dicho un pensador que el genio se caracteriza por la facultad imaginativa y creadora, unida a una ardiente sensibilidad y a la capacidad de realizar con voluntad y perseverancia, ¿Hay otro escritor chileno u otro de cualquier orden a quien se pueda aplicar esa definición?.

Vicuña Mackenna es ilimitado, es un océano, es una fuerza de la naturaleza.

Su admirable síntesis de lo que eran las convenciones presidenciales en los Estados Unidos contiene ideas que podrían considerarse como una visión exacta del desastre de 1891, no previsto por nadie entonces, pero cuyas causas estaban ya acumulándose y eran señaladas por Vicuña Mackenna.

Mucho antes de que nadie hubiera imaginado el sentido histórico de esa frase (¡No soltéis el morro!) Vicuña Mackenna levantaba la opinión chilena a la conciencia del valor de Arica y creaba con el solo esfuerzo de su alma, con su elocuencia y su pasión patriótica la doctrina que más tarde la opinión pública había de imponer a los Gobiernos de Chile durante medio siglo. A justo título está esa frase grabada en el pedestal de su estatua al pie del Morro de Arica.

El futuro creador del Santa Lucía, el hombre que caminó cincuenta años delante de sus conciudadanos e ideó todos los progresos que, arrastrándonos y con torpeza, hemos ido obteniendo después y los que todavía esperamos, se mueve dentro de esos planos (1) con una fe inquebrantable en los destinos de la ciudad y la ve crecer y la desea bella y sana y digna del prodigioso asiento que su fundador le dió.

Entre la masa oscura del pueblo estaba el que ahora escribe estas palabras preliminares del libro que El Mercurios le consagra (2). Oía en la niñez su nombre bendecido, aclamado, evocado como un conjuro contra los peligros de la patria, como la esperanza única de las madres que habían perdido a sus hijos en las batallas, de las viudas y los huérfanos y los mutilados de la guerra.

Y un día se derrumbó porque se había dado todo a sus semejantes, todo a su patria, todo a sus ideales de libertad, a su sueño de un Chile mejor y nada había guardado para sí en el sublime descuido de una generosidad que los mercaderes de su tierra y de todos los tiempos llamaron imprevisión y locura.

Y lo llevamos nosotros, los pequeños, los que lo entendíamos, el pueblo que lo amaba. Lo llevamos a la roca donde se había labrado su sepulcro y su monumento con una emoción que iba sacudiendo a los humildes desde el Morro, que por orden suya no hemos soltado, hasta el Cabo de Hornos que dobló un día camino del destierro.

Cuando para conmemorar los cien años exploramos los cimientos de la obra fundada por su padre (1a) y en que él mismo fué vida y fuerza de progreso por tantos años, nos deslumbraron las magnificencias de su genio.

CARLOS SILVA VILDOSOLA.

 

Es necesario dignificar la memoria de los hombres que, como Vicuña Mackenna, todo se lo dieron a la patria y nada pidieron para sí.

JUAN ESTEBAN MONTERO.

 

Predomina sobre sus méritos el de gran escritor. Tenía el arte supremo de interesar al lector en cualquier tema que tratara, aún en el más abstruso porque sabía amenizarlo salpicándolo con un dicho gracioso, con una palabra de efecto, con una comparación oportuna o con una chuscada que hacía fruncir el ceño de la vieja escuela doctoral y solemne de una generación que no sabía reirse y que deseaba que el escritor se mantuviera siempre en las alturas, sin bajar al plan. Y además de amena, su pluma tiene a veces rasgos de la más alta elocuencia, con discursos a lo Tito Livio, como el de Carrera en vísperas del patíbulo.

A la vez que gran escritor, fué gran historiador. Pocos en América rivalizan con él en el arte de reconstruir una época resucitándola, haciéndola resurgir del fondo oscuro del tiempo, tal como era.. . Lo llamo gran historiador porque tenía el ojo y la visión del pasado. Le bastaba un dato, una anotación cualquiera, para comprender una época y penetrarla con su profunda mirada genial. Y es así como las líneas matrices de sus escritos, sus juicios fundamentales sobre un período y sus hombres, no han sido refutados. Porque supo siempre distinguir lo grande de lo que tiene sus apariencias, el consistente mármol del frágil y quebradizo yeso.

Y con ese don de adivinación descubrió a San Martín cuando estaba condenado al ostracismo del olvido, describiendo su personalidad en un folleto de pocas páginas. Ese folleto colocó los rieles en que han corrido después casi invariablemente la investigación y el elogio sobre el gran prócer argentino. Y así como descubrió a San Martín descubrió a O'Higgins, que estaba oscurecido, salpicado con el barro de las pasiones, porque es de advertir que cuando Vicuña Mackenna escribió su Ostracismo y su Vida de O'Higgins para hacer justicia a O'Higgins era rebelarse contra la historia consagrada por el carrerismo del primer período de nuestra vida independiente, desde Benavente y don Carlos Rodríguez hasta los hermanos Amunátegui.

Vicuña Mackenna tenía gran atracción personal. Cariñoso con todos, de una franqueza campechana, igualaba las categorías y suprimía las distancias.

GONZALO BULNES.

 

Vicuña Mackenna nos ha dejado en sus libros una imagen poetizada de la raza que puede tener gran valor educativo.

PEDRO GODOY.

 

No es raro, pues, que los que hemos conocido a Vicuña Mackenna nos forjemos la ilusión de que el eminente geógrafo francés (1) le tuvo delante de sí al fijar en líneas generales el espíritu genial del pueblo de Irlanda.

En su Diario de Viajes descubre las variadas dotes que le acreditaron como uno de los primeros literatos americanos: facilidad de elocución; brillo; intensidad en el colorido; prontitud para encontrar el rasgo característico, ya en el paisaje, ya en las costumbres; variedad de tonos; amenidad en el relato.

DOMINGO AMUNATEGUI S.

 

Vicuña Mackenna es el tumulto, la voluntad titánica, la imaginación exasperada por una fuerza en constante tensión. Cuando se penetra en su obra, se sienten los llamados excitantes del frenesí creador: voces ardientes y rebeldes, grandes tropeles en desorden, fulgores y delirios, adivinaciones estupendas que abren anchas zonas de luz en el espesor de nuestra mudable psicología, signos de voluntad sobrehumana. Causa estupor la muchedumbre inmensa de hechos y conocimientos sobre los sucesos y los hombres de nuestra historia que él animó en páginas vibrantes y en las que se oye, en cada recodo, el poderoso grito de la vida. Hay, además, en Vicuña Mackenna, la grandeza del revolucionario. Aún en la cárcel, a donde lo lleva a empujones el hierro de la tiranía, su cólera de hombre libre, estalla en altivas condenaciones. Cada etapa de su existencia inquieta y romántica, es un libro. Está hecho para la acción y el movimiento, para el combate contra todas las tiranías. Conspira contra los déspotas. Lo destierran, pero no calla. Su alma se hincha de indignación. Y su indignación se convierte en arengas, en libros, en campañas, en obras de belleza. Es el hombre para el que existe una patria y por cuya libertad él ha hecho el don supremo de su vida. Pero lo persiguen, además, la envidia y el veneno de los infecundos. Es escritor y las tribus raciales de esta tierra no perdonan al hombre que tiene una pluma libre en la mano.

DOMINGO MELFI.

 

En La Guerra a Muerte, de Vicuña Mackenna, hay elementos para todas las artes literarias, para los poetas, para los novelistas, para los dramaturgos, para los cuentistas; considero este libro como la matriz de diez obras que no se han escrito y que quizás ya no se escribirán.

MANUEL ROJAS.

 

Lo que para tantos constituye la parte débil de Vicuña Mackenna, para mí representa la expresión de su vigor como escritor: la espontaneidad.

Escribía, escribía, a vuela pluma, según lo indica su propia escritura; sin darse tiempo para conformar las letras de su caligrafía, de esas líneas que son los renglones de sus originales, donde la atención se confunde para descifrar el sentido de las palabras.

Pero, casualmente, en todo eso reside su fuerza, esa deliciosa espontaneidad tan suya, que le hace tan adivinativo.

No se podría escribir una historia seria de nuestro movimiento intelectual, sin asignarle un sitio de honor a libros tan fuertes y tan nuestros como su Portales, EL libro del oro o la Historia de Santiago, cuyo último capítulo fué concebido por un intuitivo genial.

ARMANDO DONOSO.

 

Después de un siglo, Vicuña Mackenna sigue imponiéndose a las generaciones actuales como una fuerza desbordante de nuestra nacionalidad. Todos los elementos que componen el carácter y la psicología chilena enriquecen los múltiples resplandores de su personalidad de luchador, de hombre de acción, de escritor y de ciudadano.

En vano la mano fría de la historia pretenderá inmovilizar sus rasgos. Vicuña Mackenna vive y adquiere, a través del tiempo, esa influencia animadora de los hombres símbolos, modeladores de razas, arquetipos de las más altas y vigorosas virtudes de un pueblo. Su obra sigue en pleno desarrollo y proyecta nuevas irradiaciones morales, espirituales y patrióticas, que se refunden con el crecimiento constante de nuestro país. Alejados de su actuación inmediata, aún no podemos abarcar la órbita integral de su vida. Fué un tribuno, un luchador social, un artista, un visionario clarividente, un portentoso animador de todas las energías latentes de nuestra nacionalidad. Por la riqueza polifacética y multiforme de su personalidad llegó a esa etapa superior de los caracteres que constituyen en sí mismo un sistema. Es imposible vaciarlo en el molde estrecho de una clasificación. Para sus contemporáneos debió aparecer absurdo e incomprensible. La historia que él cultivó con tanto amor, no alcanza a reflejar su influencia, sino en forma fragmentaria. Sólo la patria lo comprendió, desde el primer instante y continúa siendo su amada inmortal. Su misión inspiradora vuela hacia el porvenir en las alas espirituales de nuestra nacionalidad. Las voces dormidas de la leyenda y del romance popular lo proclaman en el corazón de todos sus conciudadanos, como el primer poeta de la chilenidad.

J. SCHNEIDER LABBE.

 

Leemos en Salustio que « muchos hombres son elogiados, unos por haber hecho grandes cosas; otros por haberlas escrito». Don Benjamín Vicuña Mackenna lo ha sido por ambos motivos. Testimonio de ello dan los monumentos eregidos en homenaje a su excelsa memoria, en el bronce, en el libro y, mayormente, en el alma chilena.

Era notorio el afecto admirativo que en la juventud inspiraba don Benjamín el hombre que como escritor habría de llegar al alma de los muchachos y las muchedumbres, interpretar sus ansias, ser su paladín, conmover en grado máximo las fibras más hondas del patriotismo.. .

En todo y por todo, sus libros hacen pensar en Walt Whitman: "Esto que tienes entre las manos no es un libro: Quién vuelve sus hojas toca un hombre».

Enrique Heine recuerda que -los héroes franceses que yacen enterrados en las pirámides, en Marengo, en Austerlitz, en Jena, en Moscú, habían escuchado los versos de Racine, y su emperador los había oído de la boca de Talma», y Heine se pregunta: -Quién sabe cuantos quintales de fama corresponden a Racine de la columna de la plaza de Vendome?» Asimismo, cabe pensar de don Benjamín Vicuña Mackenna ante las glorias que dieron a Chile Arturo Prat, Patricio Linch, Manuel Baquedano, Juan José Latorre, Eleuterio Ramírez y sus legendarios compañeros.

SAMUEL OSSA BORNE.

 

 

Conocí a don Benjamín Vicuña Mackenna, en casa de mi tío Diego Barros Arana, poco antes de la revolución del 58. Aquella casa era entonces centro revolucionario, en donde se reunían muchos caballeros de gran valer personal que discutían con vehemencia; pero la palabra vibrante y sonora de Benjamín no producía alarmas porque la suavizaban su mirada plácida y su sonrisa afable que reflejaban su bondad. Chiquilla entonces de pocos años, no era capaz de apreciar sus condiciones superiores, pero sí su simpatía. Tenía un aspecto tan juvenil que yo lo llamaba Benjamín sin respeto alguno; su carácter jovial y su alma de niño, con entusiasmos desbordantes y alegrías infantiles, me fascinaban. Las alternativas de la vida nos alejaron más tarde y dejé de verlo durante muchos años.

En Enero del 73 publiqué en la Revista de Santiago una traducción del libro de Stuart Mill, La esclavitud de la mujer, precedida de un prólogo con mi firma. Como esto era entonces un hecho insólito, despertó cierta animosidad en contra mía, disimulada, pero muy visible para mí. A pesar de esto, me sentía tranquila y entusiasta con el aplauso que me envió aquel joven con alma de niño con quien compartí las alegrías de mi niñez, y que entonces me escribía desde la Intendencia de Santiago, pidiéndome excusa por la libertad que se tomaba al dirigirse por carta a una señorita. ¡Lo que va de ayer a hoy!

En esa carta de Vicuña Mackenna, que conservo como reliquia, dictada por el entusiasmo de su alma en favor de un esfuerzo juvenil extraño en la mujer de esa época, me prodigaba elogios con su natural espontaneidad, y entre éstos me aplaudía «el tacto admirable con que había logrado tratar un tema sumamente difícil y atrevido», lo que le agradecí profundamente. Ese aplauso de un hombre cuya sinceridad me era muy conocida y cuya superioridad intelectual ya sabía apreciar en todo lo que valía, colmó mis expectativas.

Este recuerdo lo llevo vivo en el alma y hoy, que se evoca su memoria para rendirle homenaje a sus méritos, no puedo resistirme a tributarle mi testimonio de gratitud por aquellas palabras de aliento y de estímulo en favor de mis ideales.

MARTINA BARROS DE ORREGO.

 

Nada más apropiado para inspirar a un artista que un libro de Vicuña Mackenna.

]OSE FERNÁNDEZ SALDAÑO.

 

La extraña mezcla de fantasía inventiva, de pasión ardiente e incontenible, de poética sensibilidad evocadora, de espíritu a veces visionario y positivo, de idealismo libertario y de acción decidida y acentuada, que caracteriza en sus rasgos culminantes y esenciales el alma de Vicuña Mackenna, tiene ciertamente, bien poco de común con la idiosincracia chilena, fría y reflexiva, ajena a las grandes emociones, serena cuando lucubra con la imaginación y las ideas y ponderada hasta en su propio egoísmo individualista. Y tampoco hay en este hombre brillante, lleno de fe en sus grandes anhelos, que hará suyo el siglo con el poder de su pluma y de su obra, con el imperio de su verbo y constante inspiración, nada que lo identifique con sus antepasados paternos de pura y limpia ascendencia vasca... Son las características esenciales del pueblo irlandés las que se anidan en su alma, mejor que en ningún otro caso de herencia psicológica...

Así y todo, es el más chileno de los escritores nacionales. Es el que mejor ha comprendido el alma inestable, versátil y tornadiza de nuestro pueblo, Es el que mejor ha buseado en el alma nacional. Desde el Pililo-creación suya-pasando por el roto, deteniéndose en el siútico hasta llegar al buen burgués rural de nuestra aristocracia, las cuatro escalas de la estructura social chilena, Vicuña Mackenna las ha comprendido todas, las ha sentido en el rol de sus singulares manifestaciones, reuniendo un considerable aporte para hacer con estas observaciones un libro que hace falta entre los suyos: el Idearium de un pueblo (1).

Desde que surge en el campo de las letras y especialmente desde que Vicuña se consagra al cultivo de la historia, aparece en la literatura chilena un contingente nuevo: la imaginación. Es la suya una imaginación de artista que, sin desnaturalizar la realidad, sabe darle una interpretación de color... Vicuña Mackenna irrumpe con su fantasía, que sabe darle color alas cosas; evoca con sensibilidad, con arte, con esplendor, porque en su cerebro todo toma luz y brillo. Ha introducido, pues, un valor nuevo en nuestras letras: la sensibilidad y la fantasía.

La grandeza moral de América fué hecha por hombres iguales, pero en ningún caso superiores a Vicuña Mackenna.

La obra de Vicuña Mackenna nos parece más vasta que la de sus contemporáneos. Sin ser hombre de derecho, lucha por el derecho. No hay problema de interés público que no hiera su interés. Su mejor tribuna está en el diario y de ella hace una palanca poderosa con que mueve y excita la opinión pública. Buscaba en la historia lo que presentía su visión; iba a ella como a fuente de enseñanza. Con ser tan chilena su acción, fue también netamente americana. ¿Quién levantó más alto la voz para consagrar el ideal de Bolívar de la América Unida?

Nadie ha sentido con más fuerza entre los escritores del Pacífico, nadie la grandeza democrática de la combinación política, la fraternidad etnológica que le sirve de estrechísimo vínculo, el vértice piramidad de la empinada confluencia de intereses comunes, los raudales de armonía que de allí descienden al campo autonómico de las nacionalidades congregadas. Examínense las compilaciones impresas sobre la materia y otros escritos congruentes que corren por separado. La gran unión y confraternidad hispanoamericana vive cuerpo y alma en la mente de Vicuña Mackenna, habla por su boca, y encuentra en esta voz el eco más potente de sus ensueños generosos y de sus aspiraciones más razonables. ¿Quién habló más fuerte contra las tiranías?

No se debe confundir la exuberancia con la riqueza: y nada iguala a la riqueza de su estilo, preñado de intuiciones, evocaciones y remembranzas de toda especie, que de paso prorrumpen en un reguero de luces de mil colores sin ofuscar jamás ni apagar la lámpara central de la unidad. Sus pensamientos alientan y discurren en ambiente tan puro y si decimos tan vibrante, que hasta los más fútiles y falsos alientan al contacto y se incorporan animosos en las ondas que se suceden a las ondas y a las ondas como raudal circulatorio en el organismo del escrito. La gentileza de su habla castellana, que en los últimos años ha tocado, por fin, a un raro primor de vocabulario y corrección a la moderna, no es gentileza elegante sino desenvuelta, que coloca a este prosador muy sobre encima de los puristas esmerados, faltos a menudo de calor, de espontaneidad y de brío.

Hay en la manera de concebir la historia por Vicuña Mackenna una tendencia que no es posible olvidar, y que nos revela cuanta importancia daba el escritor al desarrollo de la personalidad humana en el desenvolvimiento de los sucesos históricos. Este punto de vista suyo es el biográfico.

Algunas de sus obras llevan el sello de lo genial e imperecedero. La Historia de Santiago, por ejemplo, será el libro amable de siempre, el fiel evocador de un Santiago que se fué. No podrá ser superado. Don Diego Portales, acaso el más humano, comprensivo y meditado, quedará como piedra angular de nuestra historia.

GUILLERMO FELIU CRUZ.

 

Se ha dicho con acierto que nuestros prohombres de la pasada centuria Lastarria, Santa María, Barros Arana, Tocornal, Amunátegui, Vicuña Mackenna -no sólo fueron los historiadores de nuestra nacionalidad, sino que ellos mismos trazaron, con su vigorosa acción cívica y cultural, las más brillantes páginas de nuestra vida independiente.

Pero ninguna personalidad tal véz más múltiple y de actividad más fecunda que la de Vicuña Mackenna: montonero, periodista, funcionario, historiador. viajero, orador parlamentario, polígrafo, en todos los campos que abarcó su potente espíritu dejó honda huella de su genio innovador, atrevido y audaz.

Su actividad se extiende en más de un cuarto de siglo de la pasada centuria, caracterizándose toda ella con rasgos bien definidos. ¿Qué aporta Vicuña Mackenna a la vida publica? Ante todo un entusiasmo juvenil, que siempre lo acompañó en todas sus empresas, que no lo abandonó nunca, y que las mudanzas de la perecedera arcilla en que alentaba su fuerte espíritu, no lograron quebrantar. Este aspecto de su personalidad bastó a darle cierta singularidad en el país en que el tipo de gravedad especifica de las gentes serias de la república, como él con ático acierto decía, es la carreta. A la ardorosa vehemencia que ponía en sus actividades se sumaban condiciones de laboriosidad extraordinarias, que hicieron de él el más fecundo de los escritores chilenos y americanos,¿y por qué no de todo el mundo de habla hispana?-y una imaginación ardiente, que dió a sus obras un sello único e inconfundible.

Tanto o más interesante que las empresas del hombre son las obras del escritor, que testimonian las cualidades de su espíritu. Fué Vicuña Mackenna escritor desde que se abrió su alma a la vida de la conciencia, hasta la postrera hora en que rindió la existencia, con una espontaneidad, una soltura y un encanto que hacen de él el más seductor de los prosistas chilenos. Por su extensión y amplitud, su obra resiste gloriosamente un paralelo con la de los más fecundos ingenios del habla castellana, en particular con la de Lope de Vega, monstruo de la naturaleza, que dijo Cervantes, con expresión que había de recoger Rubén Darío, para caracterizar al escritor santiaguino...

Eminentemente personal, su obra es única e inconfundible: una fuerza de la naturaleza, un genio creador y palpitante, un torrente de vida, de pasión y movimiento.

RICARDO DONOSO.

 

Amaba a Chile con la loca pasión del enamorado joven y entusiasta y creía, con la fé del iluminado en la grandeza de su destino futuro.

En el período, de su formación, el más interesante en la historia de un hombre, percibimos los gérmenes latentes de su grandiosa labor posterior.

De la vida de Vicuña Mackenna podría decirse lo que Alberto Palcos dice de la de Sarmiento, que es una existencia seductora.

MANUEL VEGA.

 

Es necesario que corran aún muchos años para que se escriba la historia de Vicuña Mackenna, porque hombres de semejante altura moral, de tan extraordinario tesoro de virtudes ciudadanas, revieren la perspectiva inmensa del tipo para aparecer en toda su grandeza. El patriota, el publicista, el historiador que hubo en don Benjamín Vicuña Mackenna tiene contornos tan recios que no necesita del recuerdo escrito para vivir como vive en el alma de todo chileno. La admiración venerada que se siente por los hombres que, de tarde en tarde nacen para ejemplo de una nación, más aún, de un continente, es el más alto monumento que el espíritu humano consagra a esos seres de excepción. Y éste es el caso del ilustre historiador de los Carrera; vive en nosotros como esculpido en la carne viva del recuerdo.

ALEJANDRO FLORES.

 

Vitalidad exuberante, no cupo en el molde de su época.

Como escritor, poseyó las cualidades esenciales del poeta, del novelista, del pintor. Si éstas traicionaron al historiador, démoslo por bien empleado, porque deja un montón de páginas empapadas de calor humano, de luz, y su obra máxima: el Santa Lucía.

El autor de La Guerra a Muerte fué además, gran ciudadano y patriota activo y ejemplar.

ALBERTO ROMERO

 

Reformador constitucional, polemista acre, poeta épico de la Guerra del Pacífico, montonero, estadista, orador parlamentario, historiador, Intendente, etc.

¿En qué actividad no ha puesto este hombre extraordinario su entusiasmo sin desfallecimientos?

Ciento noventa volúmenes suman sus obras, sin contar sus artículos periodísticos y su correspondencia.

Sin embargo, siempre que tomo en mis manos la Historia de Santiago, siento un malestar agudísimo. La tragedia de algo que pudo ser y no fué. De sus libros me parece el mejor construído, el más pintoresco, el más rico de sabrosa chilenidad.

Es que pienso en el gran novelista que este hombre habría llegado a ser, si las luchas doctrinarias no hubiesen desviado la natural inclinación de su temperamento.

Es la obra dispersa y exuberante de Vicuña Mackenna, por sobre los documentos y las improvisaciones el novelista asoma a cada instante su cabeza romántica, unidas la acción y el ensueño.

MARIANO LATORRE.

 

Vicuña Mackenna es acreedor a nuestra gratitud, porque al restaurar la historia de Chile afirmó en el pueblo su conciencia colectiva e interrogó su porvenir.

En medio de la anarquía moral de su época, mantuvo su unidad de acción como escritor huyendo de ideas exclusivas, para afirmar la fuerza emocional de una raza, la continuidad histórica de una tradición, el tipo social de una cultura.

La obra de Vicuña Mackenna descubre la influencia secreta de la tierra sobre la vida, incorporando un contenido de nacionalismo a nuestra literatura.

SADY ZAÑARTU.

 

Al contemplar con la perspectiva del tiempo, a Benjamín Vicuña Mackenna, se nos aparece como un ciudadano arquetipo. Ningún problema de interés público le deja indiferente y en ningún momento rehuye su actividad personal al bien común.

Adolescente aún, debido a la política ardiente en que se agita, va a prisiones y al destierro. Vuelto a la patria, todos los conocimientos que, cual abeja laboriosa y selecta, ha ido acendrando en diversos países de Europa, los reparte pródigamente en todas las esferas sociales: la enseñanza primaria y la divulgación de nuevos procedimientos de explotación agrícola, encuentran en él a un verdadero apóstol. Por cien títulos, puede considerársele como un propulsor de la cultura nacional.

Apasionado por la historia, ésta era para Vicuña Mackenna como una hoguera de nobles virtudes, en que encendía cotidianamente su espíritu. De ella sacó, sin duda, su hondo sentido de la tradición. Por eso, gran parte de su obra, está consagrada a la memoria de nuestros hombres representativos y al recuerdo de los grandes hechos que son, moralmente, los puntos de referencia para las nuevas generaciones. En este aspecto, ha sido un plasmador, ha contribuido poderosamente a la formación de la unidad psicológica de nuestro pueblo, le ha hecho sentir como un imperativo un glorioso y noble pasado.

Vicuña Mackenna, a medida que transcurre el tiempo, va tomando contornos más firmes y precisos. Alma impetuosa y creadora, disonaba en su época. Actualmente se han hecho realidades algunas de sus intuiciones que, entonces, movieran a risa. Pero, por sobre todo, quedará el escritor exuberante y vital que, al retratar a un personaje, o al narrar un acontecimiento, nos da, a la vez, las circunstancias y el ambiente, unido todo en un cuadro de plasticidad viviente e inimitable.

Hoy conmemora el país el centenario del nacimiento del transformador de Santiago, del visionario conductor de multitudes y del épico cantor de sus héroes.

ISAAC ECHEGARAY.

 

Vicuña Mackenna tenía la imaginación creadora del poeta--imaginación algo vasta y harto disonante en Chile que hizo del calvero del Cerro Huelén un delicioso retiro suspendido sobre la monotonía cuadricular de Santiago, y que en la árida perspectiva de la historia puso la vibración y el color de la fantasía. Su obra borbotante no debe ser juzgada por el patrón judicial de maestros como Bancroft o Mommsen, sino más bien a la manera de Herder y Parkman. En vez de precisión estadística, búsquese en él calor de humanidad. Su intuición de escritor parece haber presentido la nueva interpretación de la historia como un arte y no ya como ciencia. El plantó su huerto frondoso allí donde la historia confina con la leyenda; y cumplió fielmente su misión hasta lo último, pues que al recrear los sucesos de nuestro pasado, supo, ante todo, recrearnos.

ERNESTO MONTENEGRO.

 

La figura de Vicuña Mackenna tiene en nuestra literatura perfiles únicos: por la cantidad de su obra, por la calidad de su obra, por el fervor de que está impregnada toda su obra. ¡Qué gran novelista se quedó perdido bajo la indumentaria del historiador y la actividad infatigable y cálida del periodista!

RAFAEL MALUENDA.

 

Vicuña Mackenna significa, junto a Pérez Rosales y a Blest Gana, el testimonio mejor del Chile Viejo con sus peculiares costumbres que exalta en una prosa desordenada y pintoresca como un galope a través de los campos del Valle Central.

Su imaginación céltica y poética, como la de Blest, puso color y poderosa vida a las escenas de la Conquista -la Quintrala y el Santiago antiguo-ala epopeya de la formación republicana en La guerra a muerte y en los Ostracismos. Por fin, en mil páginas cambiantes y multicolores, pasa cinematográficamente lo más emocionador de la existencia nacional. Su Diego Portales es maravilloso de intuición y de riqueza anecdótica; sus viajes son ardientes expansiones de un espíritu vibrador y cívico.

Vicuña Mackenna-por fin-realza en su laboriosa vida el intelecto y la acción.

Difundió ideas ricas y generosas que, hasta su propia fortuna, a ese hombre más tarde culminaron en obras de resonancia chilena.

RICARDO A. LATCHAM.

 

Hace cien años nació en Chile un hombre extraordinario, un hombre que en solo medio siglo de existencia removió, con los brazos de un hércules, el viejo edificio colonial.

Nadie hay que lo iguale en la historia nacional y nunca aparecerá en la faz de Chile un hombre semejante.

Era chispa en la idea y fuego en la acción.

Concebía con la rapidez del rayo y ejecutaba con igual rapidez sus concepciones.

Sus palabras, al salir de su cerebro, se materializaban en hechos.

Era- idealista y práctico ala vez.

Tenía el fuego sagrado de un predestinado, de uno de esos raros hombres que, a lo lejos, produce la naturaleza para acelerar la marcha de los pueblos hacia un ideal de perfeccionamiento.

Nada de lo que interesaba al pasado de Chile fué ajeno a los toques geniales de su pluma.

En este ser extraordinario, casi mitológico para el criterio de nuestros tristes días presentes, se diría que había muchos hombres dentro de él, porque aparece inverosímil la multiplicidad y la diversidad de sus facultades.

Era poeta, artista y constructor, al mismo tiempo.

No parecía un hombre de nuestra raza: era un torbellino desbordado, una cascada de ideas que surgían de la alta cumbre de su pensamiento e iban a fecundar el suelo, aún primitivo, de su terruño.

Yo me eduqué en la veneración de ese hombre extraordinario.

Mi padre, que tenía por él una admiración sin límites, me decía siempre: «En Chile ha existido un hombre que tuvo la grandeza y la pureza de una montaña. Un hombre que no volverá a aparecer.

A ese hombre sin igual, que quemó las alas brillantes de su existencia en la llama del amor patrio, y que en la lucha titánica por su progreso consumió

ALBERTO MACKENNA.

 

Y allí, de entre ese Areópago, en que sobresalen solamente aquellos que merecieron la consagración de la Historia, brilla aquel que habría de quebrantar las implicables audacias, acrecentar las glorias de su tierra heroica y velar por el destino de América, propósitos que fueron el modo de ser determinante de su existencia, que abarcó los más exaltados rumbos de la cultura en el seno de las letras y en las justas candentes, sin inercias y flaquezas, de la arena agitada de nuestra política.

Del fondo de su ser rebelde, cuyo pensamiento, al decir de un excelso escritor antillano, besó la frente del olvido», en el ejercicio de una acción dignificadora, e imprimió a su ser las líneas de un carácter extraordinario, surgió de él una síntesis capaz de todos los desprendimientos por su amor al pueblo, y venció los obstáculos y abrió las sendas que llevan a las multitudes, lejos de las finalidades aleatorias, por las rutas de la redención.

La obra múltiple de don Benjamín Vicuña Mackenna tuvo la trayectoria de un astro hacia el cenit. Para él no hubo sombras: todo fué diáfano, porque tenía las cualidades del genio, avivadas por sentimientos seductores de la belleza. Sabía amar con los bríos de lo espontáneo y sin la negación de las intemperancias y de las incertidumbres.

Ese amor que supo concretarlo en la Patria y hermanarlo con los ideales que lo hicieron triunfar en su acción civilizadora en el Nuevo Mundo, fué la suprema fuerza inquebrantable; que hizo de su personalidad un hombre único.

No hubo rama del saber que él no ahondara: la historia, la filosofía, la crítica, la polémica, los grandes problemas del Derecho Público, la legislación y, en fin, todo aquello que pudiera ser palenque de progreso y fuente bienhechora de evolución y análisis,

Había en su ser, de una fuerza moral como de cíclope, una como vocación irresistible que lo llevó a penetrar en el alma de nuestra tradición, para escrutar en ella la verdad pura, desgarrando las sombras y haciendo luz donde era preciso de una claridad refulgente como el cálido resplandor de una tea.

En las páginas admirables que viven sin pasiones, desbordadas de realidad y de justicia, aquellos instantes iniciales de la vida de este pueblo, vemos aparecer, con todo el vigor de su contextura moral, la talla legendaria de nuestros más grandes libertadores, sólo comparables con Bolívar, O'Higgins y Carrera. En ellas, que vivirán mientras esta tierra tenga un impulso de existencia y se oiga el último estrépito de sus armas invencibles, se sienten las palpitaciones ardorosas de la joven nacionalidad en el cumplimiento de su misión histórica, se ve cómo se desenvuelven sus tendencias, cómo marca sus rumbos a la cumbre, cómo tiende su vuelo, en el ambiente de los principios republicanos, con la potencialidad del águila que conquista la parte más alta de la montaña.

Con razón se le llamó Cantor de nuestras glorias. Nadie como él supo llegar hasta el fondo de la epopeya... Sus acentos tienen todos los tonos de la poesía y candentes arrebatos del entusiasmo: son los arranques de un nuevo Homero, en una prosa lapidaria y consagratoria.

Cada libro de Vicuña Mackenna es el pedestal de una estatua, y para su obra, son estrechos los límites de América, a la que ofreciera todos sus bríos de apóstol por la paz, la concordia y la armonía, y sus iras santas, sus exaltaciones y viriles apóstrofes en los momentos en que pudo alzarse, desde lejos, la sombra del invasor, amenazando su soberanía.

Su temple lo arrastró al seno de las contiendas democráticas, fué conductor de muchedumbres, que quisieron llevarlo hasta la Primera Magistratura, y el vocero del pueblo en el seno de la representación nacional, desde donde su palabra que conglomera la autoridad de su prestigio y el peso de las doctrinas que defiende, tuvo la influencia mágica de la acción, de la profecía y de la adivinación estupenda, porque se aunaban en él las bizarrías de los grandes luchadores.

Y su obra vive como vivirá su gloria. Los años pasan como el turbión demoledor, pero está en pie y nada puede destruir el monumento incomparable que ese hombre levantara en homenaje a su país, ni el rastro que, como sembrador, dejara en el surco de las ideas que abrió en la conciencia ciudadana.

Hombre de orden y revolucionario; soldado de la paz y propulsor y cantor de nuestras hazañas guerreras; poeta con los sentimientos de Virgilio y tribuno arrebatador de muchedumbres; historiador y combatiente; agitador y apóstol. Todo eso fué en la más alta significación del concepto; y es por eso que sus convicciones son un Evangelio, que hoy, más que nunca necesitamos divulgar...

El hálito de inmortalidad que circunda todo lo que abarcó la mirada del patriota insigne, todo lo que pudo estar bajo la égida de su talento, tiene un soplo perenne de vida, lleno de vibración exaltadora. Era Vicuña Mackenna, según la frase de Martí, «de los que quedan despiertos cuando todo se reclina a dormir sobre la tierra».

TITO V. LISONI.

 

El Alcalde y la Junta de Vecinos de la ciudad de Santiago, en cuya honrosa representación actúo, rinden un respetuoso y filial homenaje a la memoria del gran Intendente.

El bronce ha perpetuado, frente al Cerro que tanto amó, el nombre de Benjamín Vicuña Mackenna, quien, desde su pedestal, cual Dios Lar de los viejos tiempos, ha de seguir velando por el progreso de nuestra ciudad y el porvenir de la Patria.

GABRIEL AMUNATEGUI J.

 

Cuando resonaba su cálida y elocuente palabra en el augusto recinto del Senado, se creía escuchar la voz. de la Patria.

MANUEL CORREA OLATE.

 

El pueblo se asocia hoy, conmovido, al homenaje que la sociedad rinde, en el centenario de su nacimiento, al insigne cantor de sus glorias don Benjamín Vicuña Mackenna---. Vicuña Mackenna no fue sólo el cantor de las glorias chilenas, fue el mentor hábil, enérgico, sagaz, que indicó al Gobierno su deber, que criticó con altivez sus errores, que combatió siempre, con la fe del iluminado, por la causa de su Patria, y que señaló al pueblo chileno la estrella luminosa que lo guió por el camino del honor y de la gloria.

La nobleza de alma del gran poeta que cantara después del triunfo la epopeya de una raza, no se detuvo en la contemplación narcisiana de su canto lírico. Al contrario, él veló constantemente porque jamás se hiciera de este pueblo chileno, de este roto heroico en la guerra y sufrido en la paz una mísera carne de cañón. Luchó con todas las fuerzas de su potente voluntad, con toda la genialidad de su gran carácter porque el clásico «pago de Chile» desapareciera de nuestro lenguaje criollo, para dar paso a la justicia social, a la armonía de clases, que habría de formar, en el futuro, la verdadera gran Democracia Nacional, y hacer de este pueblo un todo homogéneo, un núcleo potente y vigoroso, con personalidad propia y definida en el continente americano. Hacer de Chile el primer pueblo de 1_a América fue su sueño de poeta y su ilusión de patriota; sueño e ilusión que se habría convertido en hermosas realidades si hubiésemos tenido siquiera una docena de gobernantes de su pasta; con algo de su abnegación, de su patriotismo, de su amor al pueblo, de su generosidad, de su genio político, en una palabra.

El centenario de este ilustre prócer, coincide con la vuelta a las libertades en nuestra tierra. Parece que su espíritu alerta hubiera llegado hasta nosotros y tocado en el corazón de la juventud, haciéndola despertar del letargo en que hemos vivido durante un lustro. Ojalá que todos, jóvenes y viejos, nos inspiremos siempre en su patriótico ejemplo para hacer imposible en nuestra patria el imperio de la tiranía.

Los obreros asociados, en cuyo nombre y por cuyo mandato me he atrevido a alzar mi voz humilde, pero sincera, en tan solemne ocasión, vienen a dejar sobre la memoria ya mil veces gloriosa del gran Vicuña Mackenna, la más preciada flor de su gratitud (1).

JOSE LUIS QUEZADA.

 

La personalidad de Vicuña Mackenna, no puede ser contenida dentro de la historia local de Santiago, ni siquiera en el extenso libro de los hechos de la República, ya que ella traspasa los límites de nuestro suelo patrio.

Su nombre no se ensalza sólo hoy, sino que, en vida de él, fue justicieramente enaltecido; algunos años atrás se levantó su figura en esta plaza pública, como homenaje al esclarecido patriota y como enseñanza objetiva y permanente para las nuevas generaciones (2).

LINDOR PEREZ GACITUA

 

Para todos aquellos que tenemos la obligación sagrada del trabajo diario y que debemos al esfuerzo constante de nuestros músculos las pequeñas satisfacciones de la vida, encontrarnos admirable la actividad prodigiosa y fecunda, de quien no sólo declarar sino que también cumplir su bello pensamiento: «La vida es una diaria faena y el trabajo la más noble preocupación del hombre».

Honroso lema, que llevado a la práctica, en la forma que lo hizo don Benjamín Vicuña Mackenna, sobre todo dentro de la órbita luminosa de sus aspiraciones ciudadanas, basta para darle a un gobernante, no sólo el respeto y la gratitud de un pueblo, sino que también la inmortalidad del bronce y el veredicto de la historia.

JOSE PINTO GONZALEZ.

 

Fue Vicuña Mackenna, eminente servidor público, el más fecundo de los escritores chilenos y muy ilustre historiador.

Vicuña Mackenna amó la libertad y la defendió constantemente con su pluma y con la acción, lo mismo que a su Patria.

Su obra sobre Don Diego Portales es, como historia, un modelo: sincera y juiciosa, bien escrita y con amplia investigación.

El libro 20 de Abril es un verdadero canto a la libertad.

Sus trabajos sobre la Guerra del Pacífico, fueron metralla de ataque y ecos de gloria.

Recordar toda su vida, es recordar el alma nacional.

Murió llorado por todo Chile, el 25 de Enero de 1886,

¡Glorifiquemos su memoria!

ENRIQUE BLANCHARD-CHESSI.

 

(De una colina pedregosa,
hizo Vicuña Mackenna
un paraíso).

Era el agrio peñón en el valle plomizo,
Era el Huelén sin alma desolando la villa.
Eran el cardo azul y el oscuro carrizo
y el cuervo del augurio y la mala semilla.

El ronco andar del río prolongaba su queja
entre peñas y peñas, hecho un Dios sin oyentes,
y el sol que amanecía era una luz bermeja
de crepúsculo osado en las hierbas murientes

Inútil aridez que en el llano se erguía,
y ni daba en su altura la atracción de la muerte
ni el paisaje de nieves a los pies cubría.
Soledad sin grandeza la vana piedra inerte!

Llegó un sueño del fuerte Señor de Fantasías;
vino el sueño más loco del que soñó locuras,
y te llenó de acacias y de hiedras sombrías
en la más visionaria de sus noches seguras

El hizo tus glorietas, él plantó tus rosales,
echó ala brisa el canto de los pinos serenos
y, sembrador de anhelos, dió recodos sensuales
a la inocencia humilde de los caminos buenos

Señor de Fantasías, gracias te da mi verso,
con su vuelo de alondra, rozando tus cenizas,
desde el atardecido, bajo este cielo terso
en que oficio a la vida mis amorosas misas.

Por el sendero oculto, por la tibia glorieta,
por esta acogedora sombra de las acacias,
con mi dolor civil y mi amor de poeta
rezo mi acción de gracias (1).

CARLOS PRENDEZ SALDIAS.

 

Ningún hombre de primer orden de nuestra América ha penetrado más hondo en el amor y en el alma de su pueblo. ¿Qué mayor elogio podrian hacerle críticos o historiógrafos? Vicuña Mackenna ha sido el verbo de Chile, el guía vigilante de Chile en la paz y en la defensa, el supremo intérprete, el alma encarnada de Chile.

EUGENIO ORREGO VICUÑA

 

__________

Notas

1

Los de Santiago

1a

El Mercurio.

2

Páginas olvidadas. Vicuña Mackenna en El Mercurio. Santiago, 1931

1

Eliseo Reclus.

1

Algunos escritores e instituciones nacionales preparan diversas antologías de Vicuña Mackenna.

1

Fragmento de u discurso pronunciado en el Teatro Municipal

1

Fragmento de la composición «Acción de Gracias», publicada en la edición especial que -El Diario Ilustrado», consagró a Vicuña Mac-kenna en el primer Centenario de su muerte.

2

Fragmento de un discurso pronunciado en nombre de la I. Municipalidad de Santiago, en la plaza Vicuña Mackenna el 25 de agosto de 1931