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Fuentes Bibliográficas
Discursos.
Don Abel Valdés.

¿Cómo decir de don Benjamín Vicuña Mackenna, una palabra nueva? ¿Cómo hablar sobre su personalidad, sin repetir lo ya dicho, sin escribir lo que ya se ha escrito, sin insistir en lo que todos sabemos?

La figura de Vicuña Mackenna es para todos los que desean estudiar nuestra historia, una fuente inagotable de enseñanzas y un misterio espiritual muy hondo.

Un misterio, porque su obra, su espíritu y su vida tienen una línea contradictoria y paradojal en muchos puntos inexplicables y una fuente de enseñanzas porque su actitud ante la vida, a cien años de su nacimiento y a cuarenta y cinco de su muerte, aún nos está dando lecciones para el porvenir.

¿Qué fue en la vida chilena don Benjamin Vicuña Mackenna? La pregunta a fuer de parecer ociosa, es imprescindible. Tratamos de situar a este hombre en el Chile que él vivió, y que por lo que él supo contarnos, se parece poco a este otro Chile en que nos ha tocado vivir a las generaciones de hoy.

Pertenecía por su familia y por sus tradiciones a la porción más selecta de nuestra sociedad, la clase alta, aristocrática, en jerga de asamblea política, oligarca. No quisiéramos entrar en disquisiciones sociológicas; todos vosotros sabéis lo aburridas que son, y sólo nos excusaría hacer una disertación sobre nuestra aristocracia criolla el hecho de que en estos últimos años se han preocupado tanto de ella, elementos ajenos a toda aristocracia. Sin embargo, preciso es reconocer ciertos hechos no nuevos. Estas son las características primordiales de nuestra clase alta: sentido práctico avezado, carencia de fantasía y de imaginación; espíritu de codicia y de esfuerzo, y, por sobre otras calidades secundarias, una magnifica falta de cultura y un sincero desdén por toda inquietud intelectual no reproductiva.

Orden, esfuerzo, realidad, rutina y cordura imperan en ella y el criterio práctico de sus componentes sirve más que las inquietudes del talento o los arrebatos de la imaginación. Si para caracterizar a la aristocracia chilena del pasado siglo se emplearan términos literarios, forzosamente habríamos de reconocer que representa el espíritu clásico, sujeto a las necesidades y realidades inmediatas de la dura existencia cotidiana, y refractario a toda expansión o liberación, que en literatura podría calificarse como de un peligroso romanticismo.

Condicionada por la prudencia; sujeta por la utilidad apreciable en dinero de todos sus esfuerzos; enemiga de toda exterioridad inútil, la porción de sociedad a la que pertenecía Vicuña Mackenna, no pudo reconocer en él, aristócrata hasta la médula, uno de sus hijos representativos.

Es conveniente insistir en este aspecto de don Benjamín Vicuña. En la clase dirigente de. Chile del pasado siglo, a la que él pertenecía por sus relaciones, por sus aficiones, por su sangre, el escritor fué un descentrado, esto es, un hombre fuera de su centro. No tenía ninguna de las cualidades del «hombre de derecha», de ese hombre que principia siendo «joven cumplido», después entra a las luchas políticas y se convierte en un «hombre muy habiloso y muy diablo»; se retira de las actividades políticas para pasar a ser «todo un caballero» y finalmente después de una vida, en muchos casos inútil, muere convertido en «eminente patricio», «ilustre patriarca» o «gran repúblico», según haya figurado en política en las filas conservadoras, radicales o liberales.

Vicuña Mackenna antes que el tipo de una serie, era un carácter personal, una inquietud personal, un hombre personal. Esta circunstancia no se la perdonó nunca nuestra aristocracia, y toda su vida tuvo que soportar don Benjamín el peso de la resistencia sorda que le opuso su medio que era el dirigente del país, a sus ideas, a sus proyectos, a su espíritu generoso. Para su medio don Benjamín Vicuña Mackenna fué siempre un «loco», un «chiflado» y la actitud de la aristocracia en toda su vida, se encuentra demostrada en las burlas con que se recibieron sus mejores proyectos, el desdén con que se miró su producción intelectual y en las palabras que siguen, que condensan el hecho que hemos señalado y que aparecen en EL Independiente de 10 de Mayo de 1875, diario oficial del Partido Conservador, cuando Vicuña era a la época candidato a la Presidencia de la República: «Téngase pues, entendido y quede aquí sentado, que nosotros rechazamos la candidatura del señor Vicuña Mackenna, sin tomar para nada en cuenta ni las filas de donde sale, ni sus creencias personales, ni siquiera sus actos anteriores de su vida pública o privada».

Se le rechazaba, pues, porque sí.

Hemos visto que don Benjamín Vicuña Mackenna en su medio fué lo que se llama vulgarmente una «bala perdida».

Y en el Chile de esos años no podía ser de otra manera. Contra el orden, esfuerzo, realidad y cordura, bases de nuestra patria del siglo pasado, Vicuña Mackenna era el desorden, la improvisación, la fantasía y el talento.

Conspirador, conoció las celdas carcelarias en su juventud, padeció persecuciones, fué desterrado. Político y candidato a la primera magistratura nacional, se puso de frente al Gobierno establecido, no respetó el candidato oficial, denunció las intervenciones y no cesó en hacer enconadas campañas desde su asiento del Congreso, desde la prensa, desde el libro, en favor de una mejor justicia, de una más amplia libertad. Funcionario, mantuvo en todo momento su independencia frente a sus jefes. Autoridad edilicia, transformó la ciudad contra la burla, contra la socarronería de todos sus compatriotas y así pudo dejar en un peñasco convertido en paseo, su mejor testamento de gloria. Escritor, tronó contra toda case de privilegios y trató por medio del mejor conocimiento de nuestra historia de formar una conciencia chilena.

¡Indudablemente era el desorden!

A la realidad informante del criterio de su medio social opuso la fantasía, la «loca de la casa», ardiente, reidora, disparatera, desenfrenada. Su imaginación, su fantasía, lo hacían un apasionado peligroso, un vehemente constante. Todas sus actividades en su vida de escritor, de político, de profesional, se encuentran dominadas por su libérrima fantasía. No podía encontrarse jamás libre de ella, de su imaginación que le hacía conceder escasa importancia a los problemas de orlen práctico, que le inducía a mirar con fatidio su abrumadora y tediosa profesión de abogado.

Pudiendo conservar y acrecentar una gran fortuna sus actividades prácticas no fueron provechosas; tenía más fantasía que criterio práctico y siempre se burlaba del amor desenfrenado al dinero. Crucificó a una conocida familia de Santiago, inventándole un escudo y un lema. El escudo era un cuerno de la abundancia volcando monedas de oro bajo el techo de una pieza vacía, y el lema rezaba. «La bulla pasa y la plata queda en casa». El dístico sirve aún para conocer algunas características de nuestro más alto medio social, mejor que todos los tratados y todas las disquisiciones.

Tampoco podía su fantasía convertirlo en un perfecto abogado, ya que el perfecto abogado debe carecer de toda fantasía. Nunca se halló a gusto en su profesión y el espíritu de los códigos le estrechaba el alma en una angustia dolorosa. En 1858, en una carta a Mitre, el gran argentino, amigo de toda su vida, le dice: «Así es, amigo mío, puesto que estamos en el terreno de las confidencias que hace ya seis meses a que no escribo sino sobre papel sellado. Y, ¡qué quiere Ud.! A esta clase de escritos, aunque los empape uno de cuanta necedad y de cuanta pedantería hay en los rancios autores, les pone un juez al pie, «como se pide» y ahí tiene Ud., que lo llaman a uno sabio, un hombre de provecho, un futuro ministro, qué se yo».

Tenía una fantasía desbordante, activa, desordenada. La conservó hasta su muerte y en alas de ella dió cima a sus mejores proyectos. La urbanización y transformación de Santiago, tal como pudo realizarla don Benjamín cuando era Intendente, fué una obra fantástica, un producto genuino de la fantasía del «chiflado» de Benjamín, como cariñosamente se referían a él, más de alguno de sus amigos patricios. Y en este predominio de la imaginación en Vicuña Mackenna debemos reconocer en él al romántico.

A la cordura granítica de nuestros antepasados, a ese tradicional «buen sentido» nuestro que tanto daño nos ha hecho y que nos ha sumido en colectivas vergüenzas, opuso Vicuña Mackenna la fuerza pujante de su talento de visionario. Talento de visionario, la frase es justa, para comprender nuestras necesidades, para batallar por nuestro mejoramiento, para encarnar las aspiraciones de una colectividad chilena más consciente, para hacer una patria más firme y más fuerte en una palabra. Ya en 1856, publicó en El Ferrocarril un informe sobre La inmigración europea con relación d Chile, en el que se adelantaba a este problema pidiendo al Gobierno una organización racional y permanente del movimiento inmigratorio. Como era de esperarlo, no fué oído por las autoridades.

Como político en 1875, siendo candidato a la Presidencia de la República y durante toda su vida, combatió por las libertades individuales y reclamó, en esos años, «un mayor bienestar para el pueblo», según su frase. Como escritor no cesó de referirse a su patria para hacerla mejor y en las páginas de sus historias fue implacable para poner las luces de su talento al servicio del juicio independiente que necesitaban los prohombres chilenos. En La Asamblea Constituyente (1858 y 1859), el periódico que fundara en los días atribulados de los últimos años del decenio de don Manuel Montt, se refirió a este mandatario en un juicio que quedará como la expresión de una apreciación inteligente y segura, en que el talento del juez asienta definitivamente la personalidad de la individualidad juzgada: «En don Manuel Montt, Ministro de Estado y Presidente de la República, ha vivido siempre el inspector de colegio, el catedrático de la Universidad. La República le ha parecido un colegio, y su voz, por sonora y grave que la oyera, la ha juzgado como juzgaba antes la bulla de los niños».

Su obra de Intendente y su tesón para transformar la vieja aldea que era nuestra capital, el delineamiento de las actuales avenidas República y España (calificadas de «andurriales» y «extramuros» en la época) ¿no demuestran un talento de visionario progresista y patriota?

Hemos tratado de situar en la vida chilena del pasado siglo a este Vicuña Mackenna, descentrado y fuera de su sitio en su medio y en su época, y hemos visto algunos aspectos de sus extrañas condiciones paradojales de político, de escritor, de funcionario, de hombre y por esto hemos afirmado que es una personalidad misteriosa, casi inexplicable.

También hemos afirmado que su personalidad y su vida son para todos los chilenos una fuente continuada de perdurables enseñanzas, y es preciso decir por qué.

Nos enseña a todos, especialmente a los que somos jóvenes, porque él supo ser siempre joven, porque siempre guardó para el porvenir de su vida, de su obra, de su trabajo, de su patria, una ilusionada esperanza de progreso y de avance.

Y acaso nadie como don Benjamín Vicuña Mackenna, habría podido repetir, si lo hubiera conocido, cuando en la tarde del 25 de Enero de 1886 en el otoño descendente de su vida entraba en esa noche más larga que las otras que es la muerte, el verso mágico del genial indio americano.

«¡El Alba de oro es mía!»

¡El alba de oro! Con su vida, con su obra, con su actitud, don Benjamín Vicuña Mackenna nos la muestra a todos los jóvenes, como una mañana de esperanza, como un porvenir de progreso y de días mejores.