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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo LXVII.

Cuando a fines de 1871 arribara a Santiago, rodeado de poderosa aura popular, Vicuña Mackenna se encontraba en la plenitud de su vida. Era joven, pues recién cumplía cuarenta años, y le aguardaban las etapas más fecundas. La transformación de Santiago de inmediato; después, en medio de titánica labor -de Hércules chileno, que decía Mitre- la campaña reivindicacionista y libertaria de su candidatura presidencial, y finalmente el apostolado nacional durante una guerra en que no se desmintió su americanismo, suprema fuerza inspiradora (327).

Recién llegado a Santiago se instaló en casa de su suegra, en la calle de Huérfanos. Desde allí su vida íntima se compartía entre los suyos y el hogar de don Pedro Félix Vicuña en la vieja casona colonial con amplios patios de piedra que éste poseía en Santo Domingo esquina de Morandé. Corrían los últimos meses del insigne luchador y la intimidad se hizo entre ambos más estrecha aún. Vicuña había sentido siempre hondo afecto por su padre, que fuera amigo predilecto y confidente de sueños e inquietudes moceriles. Don Pedro Félix fué en verdad el mejor camarada de Vicuña Mackenna en los días iniciales de esa su juventud de caudillo y de apóstol, juventud de loco como se decía entonces, porque para los burgueses chilenos, incomprensivos y semi coloniales, Vicuña fué siempre un «insano», el «loco del Santa Lucía o el «presidente-loco» como le llamaban envidiosos, reaccionarios y patanes. Huelga decir que en arrebato allá se iban padre e hijo, locos ardidos en el mismo espíritu de sacrificio y de combate, caminantes que marchaban por el mundo con el corazón en carne viva.

En el viejo rincón paterno doña Carmen Mackenna secundaba amorosamente al patriarca con alma de niño. Era mujer de caudillo, entusiasta, fuerte, plena de pasión por el hijo que ilustraba el nombre. Y Benjamín procuraba llenar en el hogar de los viejos su papel de otro tiempo, pues los hermanos corrían por opuestos caminos; algunos habían muerto, otros estaban casados y los menores eran ya hombres.

Vicuña Mackenna compartió su tiempo, harto escaso, entre sus padres, los menesteres de la vida pública -a comienzo de 1872 asumía la Intendencia de la capital- y los halagos de la familia que formara pocos años antes. Un 14 de julio nació María, su segunda hija mujer, que andando los años evidenciaría una capacidad intelectual nada común y una femenidad encantadora. Doña María casó con don Luis Orrego Luco (328), correspondiendo al mayor de sus hijos.
Benjamín, el don de una preclara inteligencia malograda en las puertas de la juventud (329).

Cuando la transformación de la vieja capital llenaba todos los espíritus, no faltando ataques de las lechuzas que se deslumbran con el sol, vino al mundo la tercera hija. Y Rosa fué, al decir de la correspondencia familiar, la más bella creatura imaginable. Los que tienen prisa en marcharse dejan siempre un recuerdo hermoso, porque nos muestran lo que pudo ser y no fué, y en el espíritu abren ventanas a esa fuerza de la ilusión que cura en nuestra carne, día a día, la llaga de cada desencanto.

Rosa tenía los ojos azules y el cabello de oro, como los seres que solían visitar los sueños de nuestra infancia. Y pasó como una sonrisa, brevemente. El 22 de Octubre de 1875 su cuerpo fué depositado en la Iglesia del Santa Lucía que la «munificencia cristiana del señor don Domingo Fernández Concha», según se lee en la entrada, acababa de terminar para sepulcro de Vicuña Mackenna y de los suyos.

Sobre la columna de mármol que se alza ante la lápida, la ternura del padre grabó esta leyenda:

A la memoria
de nuestra
dulce y amada
hijita Rosa.
Rose... elle vecut
Ce que vivent les roses.. .
L'espace d' un matin.
(Malherbe)

Abierto el Camino de Cintura, que es actualmente la Avenida Vicuña Mackenna, los vecinos y primeros propietarios le obsequiaron un sitio en el que edificó una casa sencilla y elegante, con toda la amplitud del viejo estilo y del espacio disponible. El espíritu creador habitó allí y el gran jardinero plantó árboles.

Fué esa su residencia santiaguina durante los años más fecundos.

La Quinta Vicuña Mackenna, como se la llamó luego, era, a poco, biblioteca, casa, archivo y museo.

Recontituyamósla, acudiendo a los testigos de la época. A la entrada divisábase, perdido entre los árboles, un torreón con aire antiguo, nota que en el paisaje interior parecía indicar la mano del historiógrafo y la del artista. En el primer cuerpo de edificio se hallaba el dormitorio de Vicuña y de doña Victoria, con muebles de factura inglesa y chilena, obras de arte, libros, destacándose un retrato de doña Carmen Mackenna y bajo cubierta de cristal la última carta del prócer irlandes (330). En el otro costado los salones abrían sus puertas acogedoras. Eran grandes y estaban adornados con sencillez y buen gusto. En las paredes del principal, tapizado de brocato amarillo, velase un retrato al óleo de O'Higgins, hoy propiedad nacional (331), otro de Mackenna, su abuelo, y un tercero original del pintor francés Lemoin en que el mandatario santiaguino aparecia mirando hacia el Santa Lucia, con la banda intendencial sobre el pecho. Allí se encontraba enorme corona de plata, ofrenda de los vencedores del Pacifico, en cuyas hojas de laurel se habían inscrito los nombres de sus diversas obras históricas. Bustos en mármol de Vicuña Mackenna y del primer director chileno veíanse también. En otro salón se ubicó más tarde La Bacante, hermosa estatua ofrendada por la Municipalidad de Santiago en 1875 (332). Las salas de recibo miraban al jardín, sobre el cual, en otro cuerpo de edificio, de norte a sur, abrían los ventanales del comedor, en una de cuyas testeras lucía enorme cuadro -«La apoteosis de Napoleón»- original de reputado pintor europeo. Una mesa de caoba, al centro; una araña de cristales y en las paredes panoplias de armas españolas. Alegres grabados completaban el conjunto y en algún extremo un jarrón de satsuma ponía nota de refinado arte (333).

El torreón, que advertían los visitantes al entrar, era un verdadero museo, pues allí se mostraban toda suerte de trofeos y de armas de guerra pertenecientes a diversos períodos de la historia chilena, desde los mosquetes que encontrara en Valdivia en alguna excursión de juventud, o las espadas y cascos de tiempos de la Conquista hasta las charreteras y bandas que lucieran en días de parada los capitanes de la epopeya libertadora. Más tarde fueron a sumarse las reliquias de los héroes del Pacífico. Y pudo verse, junto a una colisa de los días de la Independencia, trozos de la Esmeralda que ilustraran Prat y Uribe el puente de la famosa nave, afirma el historiador Figueroa (334), sables, fusiles, trozos de granada. Y en las paredes banderas chilenas que se pasearon en los campos de la muerte llevando soplo de victoria, tremoladas al aire por manos ya inmóviles. La gratitud de los regimientos vencedores las llevó a ese sitio, con estandartes arrebatados al enemigo. En unos y otras el color aparecía desleído por el viento del desierto, y por huellas de sangre, de esa sangre americana, que derramada sin culpa de Chile, por ser heroísmo había dejado de ser fraternidad (335).

En el segundo patio, hacia el oriente, en medio de árboles y macizos de flores, como buscando mayor silencio para el trabajo intelectual, otro cuerpo de edificio se levantaba. «Bajo esa techumbre recibía, -dice Figueroa (336)- en un elegante salón, adornado con cuadros, pabellones de armas españolas, lienzos históricos y ricos muebles, el sabio patricio de las letras a sus amigos». En aquel pabellón estaban la biblioteca, (336a) el archivo y la sala de trabajo.

Un jazminero decoraba las murallas de ésta última y más allá la flor de la pluma caía en cascadas azul pálido, en los días primaverales. En ese rincón del parque un grupo de acacios y eucaliptus ofrecía su sombra en verano y aún los tiempos del invierno reservaban la alegría de un sol que en el clima de Santiago tiene cortas ausencias. Frente a una ventana la mesa de trabajo, amplia, cubierta de libros, cuadernos (337) y retratos. Sobre ella una pequeña lámpara de gas y bajo el sillón estilo Consulado, en que acostumbraba sentarse (338), una hermosa piel de buey curtid por Tiffou.
Esa piel tenía historia. Había pertenecido al Negro, buey que prestó servicios durante la guerra a bordo del Almirante Cochrane, haciéndose famoso (339). Detrás del escritorio un retrato de doña Dolores Vicuña, la hermana que más afinidades tuviera con su espíritu. Cuadros diversos, dos con diseños de obras en proyecto para el Cerro Santa Lucía; y una tela en que se veía a Vicuña Mackenna acompañado de su mujer y de don Januario Ovalle llevando de la mano a Blanca, se destacaban en las paredes. Un Buda encontrado en Lurín y el primer fusil que se disparara en Calama por un soldado del 4.° de Línea (340) recordaban las campañas del Pacífico. A un extremo el sofá. en que solía recostarse
(340a). Cerca y al alcance de la mano un estante giratorio contenía la Enciclopedia Británica. En otros dos, que pertenecieron a don Pedro Félix Vicuña, se guardaban los libros favoritos del progenitor y una colección de todas sus publicaciones.

 

 

Sobre la mesa de trabajo, junto al tintero, grandes vasos repletos de lápices Faber que los secretarios preparaban todas las mañanas. Vicuña acostumbraba escribir con ellos en forma asaz rápida, dejando caer las hojas cubiertas de geroglíficos al suelo de donde eran recogidas y numeradas por algún amanuense. En varias mesillas portátiles se colocaban los libros y manuscritos en consulta y las horas corrían en el trabajo, no siendo raro que el amanecer lo sorprendiese inclinado sobre las blancas cuartillas, pues, como el mismo recordó más dé una vez, solía trabajar «entre dos luces». La labor de escribir llenaba buena parte del tiempo y en la sala contigua se situaban los secretarios-cuyo número llegó en veces a más de seis-presididos por Mauricio Cristi. Vicuña, como se ha dicho, a varios de ellos dictaba simultáneamente materias harto diversas: correspondencia privada, cartas políticas, capítulos de libros, artículos, discursos. Esa multiplicidad, propia del genio, resulta punto menos que inconcebible y no conocemos otro caso en nuestra América.

La biblioteca ocupaba vasto local en los altos del mismo pabellón. En seis grandes estantes se alineaban sus colecciones principales. Uno contenía los libros de viaje, el segundo los de artes y bellas letras; enciclopedias en francés había en el tercero, volúmenes de historia americana -ediciones raras y preciosas- en el cuarto y en el quinto obras en inglés. El sexto, en italiano, exhibía volúmenes de narraciones. Valiosos infolios, entre los cuales algunos incunables y piezas del Renacimiento, alternaban con una galería de cuadros en la que había retratos de don Ambrosio O'Higgins, del general O'Brien, Adolfo Thiers, Mariano Ignacio Prado, Rafael Torreblanca, Prat, Martínez de Rozas -prócer civil de 1810- y el fundador de Santiago don Pedro de Valdivia.

Allí se guardaban también el manuscrito famoso de Rosales que Vicuña publicara en 1877, y lujosamente empastadas las copias del Archivo de Indias. Entre las ediciones principales La Araucana de Ercilla y Don Quijote el imponderable.. .

En otra sala estaba el archivo, con las colecciones documentales de O'Higgins y Carrera obsequiadas por los hijos de ambos, y la documentación personal del grande hombre que comprendía millares de cartas y piezas de índole varia, amén de los originales de todas sus obras. «El archivo Vicuña Mackenna -expresa su más prolijo biógrafo (342)- es el más interesante depósito de papeles para el estudio de la historia política y literaria de Chile. En siete lustros de intensa labor intelectual casi no hubo tema que Vicuña Mackenna no intentara con su genial pluma, y en su archivo están sus huellas, sus elementos fundamentales, su justificación y sus pruebas.

El Camino de Cintura comenzó a poblarse a la sombra de la residencia de Vicuña (343) y pronto fué una avenida en febril actividad. Casas, chalets, sitios de recreo, iban multiplicándose bajo el estímulo de las obras de urbanización.

En la de Vicuña Mackenna su mujer, activa, femenina, delicada animadora, era naturalmente el centro. Don Samuel Ossa Borne la llama en sus recuerdos ya citados «mujer encantadora por su figura, por su talento, su ilustración y su don de gentes»; «admirable era su espíritu observador-dispuesto al servicio de una gran cultura artística; de un gusto exquisito y de una gentileza también exquisita: Alrededor de ellos hubo de constituirse una tertulia extraordinaria. La Quinta estaba abierta a todos los chilenos y a sus salones concurría cuanto había en el país de notable en la política, en las letras. y en el arte. Los visitantes ilustres iban a rendir homenaje a la pareja. El pueblo tenía franca entrada, siendo los más humildes los mejor recibidos. El roto, el pililo, el soldado sin paga, la madre con hambre, la viuda sin recursos estaban allí en su casa.

Los domingos había almuerzos patriarcales a que concurrían los amigos íntimos y los huéspedes de honor, provincianos a menudo a extranjeros de paso. A ellos y a la periódica tertulia acudían Isidoro Errázuriz, José Victorino Lastarria, Domingo Santa María, José Santos Ossa, justo y Domingo Arteaga Alemparte, Diego Barros Arana, los hermanos Amunátegui, Francisco de P. Taforó, Crescente Errázuriz, los Matta, Abelardo Núñez, el poeta Garriga, Rafael Sanhueza Lisardi, Ramón Pacheco, Claudio Vicuña Guerrero, Eduardo de la Barra, Vicente Reyes, Marcial Martínez, Guillermo Blest Gana, Carlos Walker Martínez, Francisco y Ramón Subercaseaux, Januario Ovalle, Narciso Tondreau, Jorge Huneeus, el barón von Schenk, el ministro William B. Roberts, José Evaristo Uriburu, Gabriel René-Moreno; Prado, Manuel Pardo y Mitre en sus breves estadas; Augusto Matte, José Manuel Balmaceda, Estanislao del Canto, Carlos Toribio Robinet, Diego Dublé Almeida, Marcial González, Luis Cousiño, Zorobabel Rodríguez, Manuel Blanco Cuartín, el general Baquedano, los almirantes Uribe Orrego y Latorre, el doctor Augusto Orrego Luco, Rafael Egaña, Rafael Jover y tantos otros que llenarían larguísima lista. Hombres de todas las ideas y de todos los, partidos encontraban hospitalidad fraternal (344). En esas reuniones Vicuña dominaba. Cuando aparecía él, dice algún testigo, todo lo demás desaparecía a su alrededor. Tenía una conversación singularmente atrayente, en la que fluían de sus labios los recuerdos, las anécdotas, la gracia chispeante, el oportuno decir. Su alma, que era de todas las razas, poseía un deslumbrador barniz de latinismo.

Por sus labios, tapizados en ingenio francés pasaban sopla de Grecia. .

Las anécdotas, que acusan esa gracia, son innumerables y acaso llenarían un volumen (345).

Los escritores y hombres públicos sudamericanos merecían bondadosa acogida, En algún banquete, recuerda Donoso, el colombiano José M. Samper improvisó:

« A la sombra de esta higuera
Y en tan noble compañía.
Se dilata el alma mía,
Y una nueva primavera
Siente en ella, de alegría..

Cuando don Bartolomé Mitre hizo su último viaje a Chile -que no visitaba desde aquellos días de juventud en que defendiera judicialmente a Vicuña, cuyos inquietos veinte años habían caído en las prisiones políticas- fue invitado a hospedarse en la Quinta del Camino de Cintura. En esta oportunidad, ahondando la amistad de siempre, un nuevo lazo los unía, pues Mitre acababa de apadrinar a su hija penúltima, pidiendo le pusieran por nombre Eugenia, en recuerdo de un romántico amor de la mocedad.

Vicuña Mackenna organizó diversas y brillantes, fiestas en honor de su huésped y por los salones de la Quinta desfiló todo Santiago. Sucediéronse grandes almuerzos y comidas, recepciones públicas, veladas íntimas. El otoño era magnífico y los dos amigos debían sentir que la vida no había corrido. ¡Cómo si fuera ayer! ¿No estaba acaso joven el espíritu? Las prisiones pasadas, la gloria hecha, alegría de la ímproba labor capaz de colmar muchas existencias y no pocas reputaciones. La juventud, divina y triunfal, vibraba sobre la cabeza encanecida. Parafraseando al poeta de América, Vicuña podía decir que era suya el Alba de Oro (345a).

En tardes íntimas solían juntarse a charlar con el Presidente Santa María y Barros Arana, bajo los árboles frondosos o ala sombra de. las higueras que en algun rincón del parque inspiraran la musa de Samper. Aprovechando los luminosos días de la otoñada los tres historiadores recorrieron los campos de Maipo, siguiendo el itinerario de San Martín y O'Higgins, tarea que Mitre se había propuesto desde Buenos Aires. Poco más tarde emprendió el ex-presidente de Argentina una excursión «histórico-geográfica» al Sur (346), y de regreso, algunos postreros días en la Quinta fueron consagrados a expansiones familiares.

La vida que hacía Vicuña Mackenna en su residencia era de extraordinaria actividad, siendo escasos los ratos que podía dedicar íntimamente a los suyos, pues a toda hora se veía visitado por amigos, conocidos y solicitantes que lo tenían en perpetuo «estado de sitio, sin que jamás, nadie que tocó a su puerta en demanda de ayuda, en solicitud de apoyo o de justicia, se hubiese retirado insatisfecho (346a). Y esa acogida era particularmente afectuosa para el roto y el pililo, que siempre fueron sus leales, constantes y fervorosos amigos.

Vicuña se levantaba muy de madrugada, cuando no había permanecido en vela, trabajando hasta el amanecer. Daba un paseo por el parque; se detenía unos instantes ante los prados de flores, pues le era especialmente grato el rocío matinal, y se encerraba luego en su sala de trabajo. Allí le llevaban el desayuno, muy frugal, a las siete y media. A las diez interrumpía la labor para almorzar en compañía de los suyos y de los amigos invitados -almuerzos que en la buena estación tenían lugar al aire libre- y después se retiraba a descansar algunos minutos.

En la tarde solía ir a las imprentas en que se componían sus libros, y con toda asiduidad a las sesiones del Senado. De regreso volvía a su biblioteca y a la sala de trabajo, entregándose a la lectura de libros diversos y al examen de la prensa de todo el país (347). A las seis comía (a las cinco y media en invierno) y en seguida retornaba al pabellón a fin de atender su correspondencia, dictando cartas a los diversos secretarios (348). Terminada esa tarea, pues nunca dejaba carta sin contestar y las recibía de todas los puntos de Chile y de las principales ciudades de América, reanudaba. la lectura o continuaba trabajando en el libro o folleto que traía entre manos. Tarde de noche se recogía a sus habitaciones particulares, durmiendo de tres a cinco horas.

¿Cómo y cuándo escribía sus artículos? Fuera de los que dictaba, en su despacho, los hacía en el carruaje, de camino al Senado, o bien en algún rincón de la secretaría o en la misma sala de sesiones (349). Escribía a toda hora, sobre el mostrador de una tienda, en la mesa del cajista en las imprentas, apoyado en la baranda de su palco cuando iba al teatro (350), hasta en las iglesias si acompañaba a su esposa.

Ese ritmo de vida sufrió notable alteración en los años de la guerra del Pacífico, entre 1879 y 1881, pues el Senado y La Protectora le tomaban gran parte del tiempo. En sus audiencias de la Quinta tenían preferencia los soldados y sus familias y la correspondencia era casi absorbida por los campamentos militares de donde le escribía casi todo el ejército, de general a corneta. Aquel período y el pasado de la campaña presidencial requirieron de la ayuda de varios secretarios, siendo esfuerzo que excedía la mayor capacidad intelectual y física.

«Benjamín no me pertenece, solía decir doña Victoria. Es el marido de todas las mujeres de Chile y el padre de todos los hombres. Se debiera haber casado con el país y no conmigo». Lo que no obstaba para que ella fuese la más decidida y eficaz de sus colaboradoras.

Fueron naciendo los otros hijos. Benjamín el 1.° de Enero de 1876, en plena campaña presidencial. Su vida sería brillante y corta. Vino al mundo en cuna de flores, halagado por el afecto de millares de ciudadanos que militaban bajo la bandera paterna. En la mano tenía la pluma del padre y con ella había de escribir. páginas hermosas (351). Andanzas de diplomático, errabundaje por el mundo, bohemia aristocrática, honda sensibilidad de artista. Amó, escribió, pasó. Cuando en plena juventud vino la silenciadora, supo acogerla con una sonrisa, con la más comprensiva y elegante de sus sonrisas. Y lo llevaron en procesión al Cerro Santa Lucía amigos emocionados y viejos vicuñistas que velan con dolor desaparecer la esperanza de esa vida prometedora. Manos de madre, amorosas manos grabaron en la tumba, junto a la lápida del hombre genial, estas palabras que él trazara en la hora de final desencanto, junto a la realidad del solo afecto que nada había agostado: «Las dos únicas verdades de la vida: el amor y la muerte». Y dos fechas. El 8 de Abril de 1878 nació la cuarta hija, siendo su jornada brevísima; pues falleció el 22 de Octubre del mismo año. En la columna de los in-memorian, en la tumba del Santa Lucia, junto a los nombres de Rosa y Manuela, puso el padre:

«Dulces compañeras en la tierra,
Dulces angeles en él Cielo...
Nos aguardáis?»

En 1879, año inicial de la guerra, vino al mundo un segundo hijo que recibió el nombre de Arturo. Su vida ocupó el espacio de un minuto: Mayo 16 de 1879-6 de junio de 1880. Estaba escrito que la sangre de Vicuña no se perpetuaría por linea de varón.

Eugenia, ahijada de Mitre y penúltima de las hijas, nació el 28 de Abril de 1881. Un destino mas feliz había de guiar sus pasos en la dura senda (352).

Otra hija, la menor, vio la luz el 16 de Septiembre de 1884. En la pila le pusieron Gabriela. Mas, la segadora vino.. .Y en la blanca columna de mármol, doña Victoria escribió:

«Gabrielle
Fort
Belle
Elle
Dort.
Sort
Fréle,
Quelle
Mort!
Rose
Glose,
La

Brisse
L’A
Prise!» (353).

Unos versos, unas fechas y detrás dolor.. .

En medio de actividades y trabajos constantes, de dinamismo acaso no igualado por hombre alguno en Chile, transcurrieron los años de 1875 a 1885 en la Quinta del Camino de Cintura. La vida íntima casi no lo era, pues cada rasgo de Vicuña Mackenna, cada episodio, anécdota o incidente trascendía al público de inmediato, corriendo de boca en boca. Puede decirse qué jamás estuvo solo y que aún las más calladas ternuras, los gestos más ínfimos tenían espectadores y comentaristas.

Sabían ellos qué hombre de hogar fue Vicuña. Como esposo, la viudez y el luto eterno que le guardara su compañera habla por encuna de todo elogio. Como padre, educador antes que nada, fué risueño y serio a la vez. Creía que de los hijos había de formarse hombres integrales y a las mujeres prepararlas en escuela severa. Todo ello sin excluir los afectos y las ternuras más delicadas (353a).

En 1883 inició en Colmo vida de campo, que compartió con sus temporadas de Santiago a partir de la primavera de 1884, en que puso término a toda actuación política. Antes y hasta el último año de su existencia solía pasar semanas y aún meses en su chalet de Viña del Mar, especialmente en los veranos.

A fines de 1885 se alejó para siempre de la Quinta (354). En ella, en cada rincón del parque que plantara con doña Victoria, en los pabellones plenos d e los obsequios y de las ofrendas de su pueblo; sobre la mesa de trabajo cubierta de manuscritos inconclusos y de pruebas de imprenta, quedaría flotando para siempre el luminoso espíritu del grande hombre.

La nación algún día abrirá el parque a los niños y convertirá la casa en museo nacional consagrado a su memoria.

 

___________

Notas

 

327

Don Samuel Ossa Borne ha trazado un interesante retrato de Vicuña Mackenna en Mis recuerdos de don Benjamín:
«De estatura poco más que mediana, con tendencias a corpulento, erguido, desenvuelto, era su fisonomía de hombre sano, benévola y atrayente; tenia una hermosa cabeza de pensador, que la calvicie empezaba a despejar ampliando la frente ligeramente combada; la tez era alba, ligeramente sonrosada, los ojos verdosos (glaucos) de mirar decidido, franco; la nariz recta y de buenas proporciones; el bigote abundante, oscuro, con algunas de sus hebras, plateadas; los labios regulares, la dentadura. blanca y pareja; el mentón bien conformado, el cuello regular: un conjunto agradable, de hombre bien parecido y varonil, donairoso, de gran simpatía».
Esta silueta, que corresponde más bien a la época. de su campaña presidencial (1875-76), puede consultarse en la Revista Chilena de Historia y Geografía, N° 74 (del Centenario de V. M.).
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328

1896.
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329

Benjamín Orrego Vicuña fué un espíritu dilecto, el más dilecto que hayamos conocido en nuestra vida. Artista exquisito, hombre extraordinariamente completo, sensibilidad maravillosa unida a un fuertísimo sentido de la rectitud y de la justicia. Nació el 5 de Mayo de 1897 y murió el 15 de Noviembre de 1918, en Santiago. Su obra, publicada por nosotros en un volumen, en 1921, encierra los ensayos de un gran talento que abría sus alas. La muerte no le permitió volar. Tuvo todo lo que se requería para ser grande y de haber obrado en su favor el tiempo, su nombre no hubiese desmerecido del abuelo. Pero los dioses justificaron a Menandro...
Refiriéndose a ese recio sentido de lo justo que había en él, a su espíritu público y a los dones de su inteligencia singular, pensando en lo que hubiera llegado a ser, Gui-llermo Feliú Cruz nos ha-dicho muchas veces que con Benjamín Orrego perdió Chile su más alta esperanza.
Séanos permitida-en obsequio a una memoria amada que los años y la muerte distanciaron-la vanidad de este elogio, hecho por un noble amigo nuestro, buen justipreciador de valores espirituales.
BIBLIOGRAFÍA: Obras Literarias (Teatro-Verso-Prosa). Un volumen con prólogo y notas. Santiago, 1921.
Ellos serán los primeros, comedia dramática. Primera Edición (=Mundo Teatral» año 1919).-Segunda Edición, Santiago, 1920.
Deuda de Amor, diálogo, Santiago, 1920.
Cosecha Lírica, Versos, Santiago, 1921.
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330

Había también allí una imagen colonial que representaba el Calvario. Perteneció a don Francisco Pascal Subercaseaux en el siglo XVIII, y hoy aguarda, en nuestras manos, la hora de ir a ocupar un sitio en el Museo Vicuña. Mackenna.
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331

Esa pintura, de artista anónimo, es considerada como la única efigie auténtica del Director O'Higgins.
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332

Cuando en 1894 fué reconstruída la casa principal, se colocaron en uno de los salones, incrustados en una muralla, dos medallones con las efigies de Vicuña Mackenna y de su esposa.
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333

Cuenta Pedro P. Figueroa que cuando visitó la Quinta de Vicuña, después de su muerte, el 10 de Abril de 1886, el aspecto de todo era desolador. «En el aire y en la luz, -dice en La sombra del genio- en los árboles y en las flores, en el parque y en el hogar reina una tristeza sepulcral que llena de angustia el alma. En el comedor, en ese comedor sobre el cual acabamos de pasear rápida mirada, encontró, junto a la mesa, a la viuda y algunos de los hijos«Su hijo, Benjamín Vicuña Subercaseaux-apunta-leía, un libro dedicado por aventajado vate chileno a la memoria de su padre. María, her-mosa joven que sigue en edad a la señorita Blanca,.. escribía en un cuaderno dé caligrafía las lecciones de su respetable madre.
«Gabriela, la más pequeña entre sus hermanitas, nos observaba desde los fieles bra-zos de la noble viuda que vela sus cortos añosa.
«La sombra del genio que animó aquel dulce y amable hogar, se paseaba augusta en esa estancia habitada ahora por un coro de ángeles que perpetúan su nombre>.
«Un instante después nos encaminábamos hacia la biblioteca, el recinto donde aquel genio recibía del cielo los destellos con que alumbraba en la vasta extensión del conti-nente americano».
Y Figueroa fué encontrando a los viejos servidores de Vicuña. entre los cuales Gomez, el antiguo jardinero que fuera soldado a las órdenes de Las Heras en 1820.. .
En el escritorio la presencia del grande hombre le pareció más próxima e impresionante aún. Allí se encontraban prendas personales, un sombrero de fina paja de Manila, de los llamados «cucalones durante la guerra, y dos gorros de piel de nutria. Sobre la mesa manuscritos inconclusos, hojas que parecían esperar la mano del artista, en la pluma fresca la tinta.
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334

Pedro Pablo Figueroa: La sombra del genio. Una visita al hogar huérfano de don Benjamín Vicuña, Mackenna. Santiago, Imprenta «Victoria». 1887.
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335

Un busto de don Luis Cousiño testimoniaba la simpatía con que el gran Intendente recordó la ayuda financiera prestada a sus empresas por, aquel riquísimo ciudadano, durante la transformación de Santiago, especialmente en' lo que se refiere al Parque Cousiño.
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336

La sombra del genio.
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336a

Una biblioteca, mas intima, se encontraba en la casa central. En ella presidía un hermoso retrato de Vicuña, en pié, agitando manuscritos en la diestra.
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337

Figueroa señala, entre los manuscritos inéditos de Vicuña Mackenna que pudo examinar durante su visita (según información de Mauricio Cristi,):
Diego de Almagro (Publicado).
Vida del General las Heras.
El Tribuno de Caracas. Vida de don José Cortés y Madariaga. (Publicado). Miscelánea Hispano-Americana.
Biografías Civiles. (Apuntes sobre el pintor chileno Pedro León Carmona, José Arrieta, Presidente Garfield de Estados Unidos, Casacuberta (actor argentino), Jotabeche, Domingo Arteaga Alemparte y Miguel Dávila).
Biografías Militares (Entre ellas_ una del almirante Patricio Linch).
Cuestiones políticas de Chile en los años 1879 a 1882.
La Literatura Nacional. Critica.
Guano y salitre.
El Plata.
El Brasil y el Plata.
Alegatos del año 1884. Asuntos judiciales.
La Provincia de Tarapacá.
Estudios sobre historia americana.
«Cada legajo-dice el señor Figueroa-compone un nuevo libro».
¿Qué se hicieron esos manuscritos? Recogidos en el incendio de la Quinta por algún admirador desconocido, según se ha dicho, no han sido dados a luz ni reintegrados a manos del Estado, que es hoy el único y legítimo heredero de Vicuña Mackenna.
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338

Hoy se conserva en el Museo Histórico Nacional
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339

El Almirante Latorre lo obsequió a Vicuña Mackenna después de la guerra.
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340

Obsequio de los sub-oficiales y clases, de aquel regimiento.
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340a

Figueroa, en su visita de 1886, lo encontró cubierto por tres banderas conquistadas en los campos de Chorrillos y Miraflores.
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342

«El Archivo de Vicuña Mackenna-agrega Donoso-que se conserva -en la Biblioteca Nacional (hoy en el Archivo Nacional), en más de trescientos volúmenes en-cuadernados, y en una docena de cajas atiborradas de papeles, consta de dos partes: el archivo de documentos y papeles históricos, y el archivo personal del autor de la Historia de Santiago».
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343

Uno de los primeros vecinos fué don Pedro Crespo, cuya casa-quinta, con puerta a la calle de Rancagua, conocimos muy íntimamente en los días de la niñez y de la infancia. Don Pedro era hombre de pequeña estatura, ingenuo, amable, entregado con toda su alma a las labores de jardinería, en las que llegó a ser eximio. Y en su jardín, popular en Santiago en otro tiempo, le hacia compañía' su esposa dalla Julia Hidalgo, de cuya hospitalidad hemos guardado grata memoria.
Crespo conservó admiración apasionada por Vicuña, con quien tuvo estrechas rela-ciones de vecindad, pues el Intendente le visitaba con frecuencia, habiéndole obsequiado un cerro de piedras que era, en miniatura, una imitación del Santa Lucia. Muy viejo ya, sus recuerdos y su charla evocaban sin cesar al grande hombre. Los fríos de 1931 se llevaron a don Pedro, en vísperas del Centenario de Vicuña.
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344

Vicuña ofrecía su techo a todas las razas. Cuéntase de cierto almuerzo criollo dado bajo las higueras del parque a una delegación de indios araucanos que vinieron a solicitar el amparo político del Senador de Coquimbo, ante los in números atropellos de que eran víctimas. El anfitrión les habló en la lengua de Caupolicán y Lautaro, despertando aquel brindis no poca sorpresa. (Véase: Figueroa, Historia de Vicuña Mackenna).
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345

Don Fernando de Vic Tupper, por ejemplo, recordando la vida de Vicuña Mackenna en el Senado, refiere esta anécdota sabrosa: «Una mujer vestida con girones, embozada en un manto que tenía todos los colores. y agujeros-de una indisimulable vetustez, pregunta una tarde, a su modo, por don Mackenna. Se le contesta que no está en secretaría; pero ella insiste; consigue llegar hasta el patio; va, viene en todos sentidos, y, al fin, a través de tina ventana, lo reconoce y acto continuo le llama la atención con algunos golpes, Miróla entonces Vicuña, con aire de marcada curiosidad. e hizole seña para que pasase adelante. La mujer se presenta en la sala, pronuncia algunas palabras casi incomprensibles; e instada a que expusiese su deseo, saca de debajo de su manto un pañuelo harto sucio y raído en el que traía un obsequio de. seis huevos para el ilustre escritor. Este le acepta con el mayor desembarazo, sonríe un tanto, y luego retribuye con prodigalidad aquellos' que la mujer denominó un cariñito. Volviéndose después a mí, díjome con su acostumbrado ingenio: .Secretario (así me llamaba), tome estos huevos, que yo los. apruebo en general; páselos, entretanto a comisión, a fin de que más tarde sean probados en particular».
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345a

La invocación de Darío fué hecha por Abel Valdés en la Velada con que la Universidad de Chile conmemoró el Centenario del nacimiento de Vicuña Mackenna.
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346

Haciendo escala en «Lo Aguila», de vuelta a Santiago, el 9 de Mayo escribía Mitre a Vicuña: «Su hospitalidad, representada por sus amigos, me ha acompañado por todas partes y su espíritu y su buena amistad han estado conmigo en mis investigaciones y en mis recuerdos.»
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346a

Era tan extraordinaria la bondad de Vicuña Mackenna que el erudito investigador don Ramón Briseño, director que fué de la Biblioteca Nacional, refiere el siguiente caso, por él presenciado. Escribe: «Vimos un día este razgo que compendia muchos otros: un ser desgraciado fu¿ a pedirle una limosna: don Benjamín buscó en sus bolsillos y no encontró nada; entonces, con sencilla espontaneidad, sacó su reloj y se lo dio».
Véase: Anales de la Universidad de Chile, volumen LXX año 1886, 2.a Sección (pág 30).
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«Como una pruba del cariño y de la deferencia Que le profesaba la prensa chilena,-escribe Jacobo Eden-bastará decir que era el único escritor que recibía, sin necesidad de pedirlos. todos los diarios de Chile. Y como una prueba de su don sorprendente de multiplicar las horas y sus propias facultades, basta decir que revisaba todos los diarios que recibía. No solo los revisaba, sino que recortaba y guardaba cotidianamente todo articulo de algún interés histórico, político, social, de costumbres o literario que se publicaba en cualquier diario del país».
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Véase Corona Fúnebre, artículo: En la Imprenta.
«Durante la campaña política de su candidatura a la presidencia de la República-dice Jacobo Eden (Rafael Sanhueza)-lo vi en su casa dictar hasta cinco cartas a la vez. Y eso lo hacia todos los días».
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«Y en el Senado-cuenta Jacobo Eden-seguía escribiendo y corrigiendo, junto con oir lo que se decía y tomar parte en la discusión. Pedía la palabra y pronunciaba alguno de esos. magníficos discursos llenos dé interés, de amenidad, de lógica y de datos; y si se suspendía la sesión, aprovechaba ese corto intervalo en continuar el artículo comenzado o la prueba aún no corregida, para seguir luego en el uso de la palabra después de reabierta la sesión».
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«Los manuscritos eran formidables-agrega el citado escritor-:se hizo pro-verbial su mala letra, caligrafía única, especie de escritura taquigráfica de pequeños puntos, rayas y curvas. A pesar de las desesperaciones que les causaba, los tipógrafos lo querían con entusiasmo. Era su gremio favorito, y ellos le devolvían ampliamente su predilección. En algunas imprentas hubo cajistas destinados especialmente a componer origi-nales de don Benjamín, y estaban, al fin, tan habituados a sus geroglíficos, que no ponían en ellos más errores que si se les diese un trozo impreso».
«Don Benjamín conocía, no sólo a todos los empleados superiores de las imprentas sino a todos sus operarios, a cada uno por su nombre. Verdad es también que conocía a todos los que en Chile tienen nombre»
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Benjamín Vicuña Subercaseaux fué un espíritu selecto, con mucho de Vicuña Mackenna y de doña Victoria. Diplomático, escritor de fuste, periodista, desempeñó diversos cargos públicos (Secretario de la legación de Chile en Francia, secretario de la delegación chilena a la Conferencia Pan Americana de Río Janeiro etc.); fué redactor de El Mercurio, de Zig-Zag y de Selecta, el bello mensuario de arte fundado en 1909 por don Luis Orrego Luco. En horas de adolescencia publicó La Flecha en compañía de otros escritores jóvenes que mas tarde adquirieron notoriedad.
¿Qué decir en su elogio que no parezca muy íntimo y próximo? Su recuerdo está unido a muchas de las horas más hermosas de nuestra infancia.
Murió en Santiago el 1.° de Septiembre de 1911.
BIBLIOGRAFIA: Besos y ataúdes (1895). Precoces (1898).-Un país nuevo. Cartas sobre Chile (1901) -Por una fístula «cuento largo o novela corta- (1906).-La ciudad de las ciudades. Crónicas de París (1906).-.Socialismo Revolucionario (1908).-La producción intelectual en Chile, memoria presentada a la Conferencia Pan Americana de Río Janeiro(1908).- Gobernantes y Literatos (1909).-Crónicas del Centenario (1910).-Correrías.
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Viajes (1911).-Días de campo, cuentos (1914).-Artículos sueltos, recopilación (1919).
Los tres últimos volúmenes-póstumos-fueron publicados por doña Victoria.
En nuestro poder tenemos toda la producción inédita del escritor, reunida celosamente por su madre. Hay varias obras que quedaron en punto tic ir a la imprenta y otras que sólo aguardan un último retoque. Si ello nos es posible esos manuscritos saldrán a luz algún día. .
He aquí la lista:
Apuntes y recuerdos (tres volúmenes): I. 1891; II. Cartera Diplomática; III. Ratas de Imprenta.
Historia de un amor.
Apuntes y confidencias.
Como acaba el placer.
Apuntes Literarios.
Dramas.
Besos y ataudes (Edición definitiva).
Chamisa de Historia.
Libros y Autores (dos volúmenes): I. Crítica; II. Cuestión Social.
La producción intelectual en Chile (Segunda edición corregida).
(352) Casó con don Carlos Viel Isazá, fallecido en julio de 1930, Su hermana mayor, doña Blanca, contrajo matrimonio con el general don Salvador Vergara Alvarez, enviudando en Marzo de 1917.
Debemos á doña Eugenia una noble y entusiasta cooperación, pues nos ha proporcionado valiosos documentos y facilitado numerorosas fotografías y retratos para los Anuales de la Universidad de Chile.
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«Gabriela. 16 de Septiembre de 1884.-5 de junio de 1887».
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353a

Habíamos compuesto un capítulo sobre la correspondencia privada de Vicuña Mackenna con las gentes de su hogar-pura expresión intima, ajena del todo a literaturas o preocupaciones de orden político-pero escrúpulos personales, aún tratán-dose de una vida que tuvo murallas de cristal y cuyos afectos más recónditos fueron del dominio público, nos inducen a no detenernos en dicho aspecto,. en que otros podrán bu-cear más tarde.
Sin embargo, de esa correspondencia que abarca varios años y comprende las cartas cambiadas con doña Victoria, con don Pedro Félix Vicuña y algunos hermanos, vamos a entresacar fragmentos que dan el tono general de su vida efectiva y del epistolario que la expresara.
De regreso de Estados Unidos, en 1866, Vicuña Mackenna escribía a su novia: «A mi Victoria, mi alma... Mi primera palabra es para ti, el más dulce bien de mi vida y todo el orgullo de mi corazón. Te has acordado de mí? Yo te juro que ni un instante se ha sep
arado tu dulce memoria de mi alma. Mi vida ha sido tu recuerdo. Espero! No sé si aún soy tan dichoso como lo sueño...»
Su ternura queda revelada muy bien en este otro fragmento-a doña Victoria (21 de Enero ¿1874?)-acaso demasiado intimo: «Mi hijita querida. Juntas recibí esta noche tus dos cartas del 18 y 19 que me quitaron mis justos enojos y sobre todo la inquietud en que estaba por mi linda cachorrita María. El domingo sin falta me tendrás allí. Por los diarios verás cuánto trabajo y cómo arreglo todo este maremagnum... «El viernes me voy a Valparaíso para varios arreglos y el domingo tendré el gusto delicioso de comer contigo, mis hijitas, mis dos viejos y hermanos. Y concluye: «Te abraza de nuevo tu amante Benjamín ».
Las cartas de doña Victoria Subercaseaux a su marido no son menos decidoras. En ellas palpita la verdad, hecha exaltación y ternura, de un amor que no consiguió apagar la muerte. Lo llama «Mi viejo amado de mi corazón». «Mi gran Intendente», o sólo «Mi Benjamín». Todas están escritas en claro y elegante estilo y respiran gracia y en veces un buen humor verdaderamente delicioso.
Extractaremos una carta de Viña del Mar (Junio 26 de 1883), que muestra de qué modo la preocupaba en los postreros años la salud de su marido y qué esfuerzos hacia para alejarlo de la política activa ante el desgaste formidable que lo minara: «Mi Benjamín. En el «Estandarte» he visto que nada se ha avanzado en el Senado. Esto es para mi un fastidio intolerable. Despídete, pues, del Senado, te lo suplico. No tienes idea cómo me hacen sufrir tus separaciones. Tú crees que haciendo así cumples con tu deber. No me digas que son niñerías ni tonterías. Los años y la experiencia me pesan mas de lo que tú imaginas y por esto mismo es que quiero, a toda costa, arrancarte a la política. Tú haces el bien de todas maneras, así es que en tí no se llamaría esto un egoísmo».
Cuando se publiquen todas las piezas de correspondencia que sea posible reunir sobre Vicuña Mackenna-tarea larga, pero de no difícil realización-se formará ciertamente un Epistolario del mayor interés y no sólo en cuánto diga relación íntima con Vicuña y los suyos, sino también en el aporte que ha de traer al estudio de las costumbres y del vivir de su tiempo.
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354

Veamos de como el clásico pago de Chile de que habla el decir popular, persiguió a la familia de Vicuña Mackenna y cuál fué el destino de la Quinta.
La biblioteca y el archivo pasaron, como era lógico, a la nación.
En Abril de 1882 las casas fueron saqueadas e incendiada la principal por elementos balmacedistas que así querían vengarse de la actitud generosa de doña Victoria Subercaseaux durante la revolución de 1891, pues la viuda intervino en aquel conflicto, asilando a los perseguidos de uno y otro campo (entre ellos al general Velázques, ministro de Guerra de Balmaceda) y haciendo enterrar a los muertos de las dos facciones, encontrados en las tierras de Colmo, pues en sus proximidades se libró una de las batallas deci
sivas. Doña Victoria mandó levantar una columna expiatoria que se inauguró justamente el día del saqueo e incendio.
Sobre este atentado no se hizo luz, pues, la señora se negó a =que nadie fuera perseguido en su nombre.. .»
Reconstruida la Quinta, en la parte central se alzó un magnífico edificio, con suntuosos salones, glorietas y galerías de espejos. Pero fué preciso contraer una deuda hipotecaria en cl Banco Garantizador de Valores, por la cual se sacó la propiedad a remate en 1900, quedándose con ella por la suma de 70,000 pesos, valor de la deuda, los. -representantes de la empresa periodística «El Chileno», señores Enrique Delpiano y Juan E. Tocornal. Casi inmediatamente y en et mismo precio la adquirió el abogado de la institución acreedora, señor Javier Figueroa L. Es de advertir que poco más tarde el mencionado señor Figueroa vendió terrenos del fondo de la Quinta, a la empresa del Ferrocarril a Puente Alto, en una suma más que triple. El nuevo propietario retuvo las estatuas, trofeos militares, banderas y recuerdos personales de Vicuña, sin restituirlas jamás a su familia.
Como aparte de la razón moral, había causas legales de nulidad, a más de que la partición de los bienes de Vicuña. Mackenna también fué defectuosa, se siguió litigio judicial que duró cerca de quince años, siendo ganado en primera instancia por los menores Vicuña Subercaseaux (Sentencia del juez don Juan Bianchi Tupper) y perdido en la apelación y casación. Abogado de los menores fué don Enrique Mac Iver quién nunca creyó posible la pérdida del juicio.
Siguióse, posteriormente, otro pleito de reivindicación. pues había una faja de terreno adquirida por doña Victoria con posterioridad de varios años a la hipoteca causante del remate de la Quinta. No podía, por tanto, incluirse en los bienes hipotecados, ni, en consecuencia, pasar a poder del señor Figueroa L. Sin embargo, los jueces chilenos encontraron leyes que permitiesen esa nueva expoliación de una mujer viuda y de sus hijos.
A fines del siglo XIX y por reducida deuda hipotecaria, cuyos dividendos no pudieron ser cubiertos por doña Victoria, fué rematada judicialmente la hacienda de Colmo, en que muriera Vicuña Mackenna. El señor Manuel Ossa la adquirió en una suma equivalente a la décima parte de su valor en aquellos años (1898).
Más tarde, con intervención de otros influyentes políticos, fué arrebatada la María Magdalena, posesión salitrera obsequiada a Vicuña por un admirador y cuyos títulos e inscripciones desaparecieron de modo misterioso. El pleito que siguió, hubo naturalmente de perderse.
Fué así usurpada a doña Victoria y a los menores Vicuña, a la sombra de las leyes chilenas, una fortuna de varios millones de pesos.
Conviene agregar un dato de familia, no conocido. - Cuando se iba a rematar la Quinta, doña Magdalena Vicuña, mujer de gran fortuna, pensó adquirirla para sus nietos, los hijos de Vicuña Mackenna, pero se opusieron varios de los hermanos de doña Victoria, a pretexto de «las ideas avanzadas» de la viuda de Vicuña Mackenna y de los artículos en que Benjamin Vicuña S., casi niño a la sazón, se manifestaba «un libre pensadór».
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