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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo LXI.

Conviene justipreciar otros aspectos.

¿Cuáles fueron las ideas económicas de Vicuña Mackenna?

Su concepto era profundamente realista. Dada la evolución económica del país y del continente americano en general, sin olvido de las experiencias yankees que seguía con atención minuciosa, estimaba necesario combinar por manera ecléptica el proteccionismo y el libre cambio. No creía que las doctrinas de la escuela de Courcelle Seneuil podían tener valor infalible, consistencia de dogma. Su profundo sentido de la política-qué es, en último extremo, el arte de lo posible lo llevaban a preconizar una sabia armonización de los opuestos principios económicos. Era menester proteger las industrias nacientes, favorecer la agricultura y la minería, pero teniendo siempre presente la necesidad de considerar la producción de los otros países americanos y la utilidad de fomentar un intercambio que propendiese al progreso general de todos. Consideraba anti-económico proteger aquellas industrias que no estaban llamadas a tener vida propia, o cuyo costo siendo excesivo tendería a encarecer la vida del pueblo, o bien las que oponiéndose a productos similares de otros países americanos cerrasen a las fuentes del comercio nacional mercados que era indispensable mantener abiertos.

En una palabra, su doctrina y su política económicas eran las del progreso contenido en el marco severo de la realidad. No aceptaba que se hicieran experimentos con el estómago del proletariado y por eso perseguía las direcciones más sanas de la economía capitalista, que era la única que podía prevalecer en el siglo XIX.

En la memorable polémica que sostuvo con don Zorobabel Rodríguez (284) quedaron de manifiesto sus principios económicos. Rodríguez, ardiente partidario del libre cambismo, no concebía que se pudiese acudir a otro sistema económico con esperanza de éxito. Vicuña replicaba exponiendo sabiamente la necesidad de adaptar a la realidad chilena, y americana lo que en uno y otro hubiese de mejor y de más oportuno. «Nó, mi estimado amigo, le decía. Nó, vuelvo a repetirlo, no hay nada tan absoluto, ni tan inflexible, como Ud. pretende, por adoración de discípulo, en la ciencia económica, como no lo hay en la ciencia política, y es preciso aceptar en su aplicación la teoría de las dosis, de las razas, de las configuraciones geográficas, de las posibilidades astronómicas del terreno que habitamos».

En la primera de las cartas de Vicuña Mackenna hay un admirable análisis-enteramente enmarcado en la doctrina del materialismo histórico-acerca de la Independencia en Chile y de sus causas económicas. «Porque tengo para mí, y algún día he de probarlo, -escribe- que la revolución de la independencia de Chile, como en Buenos Aires, fué más bien una revolución de comercio, una rebelión de mercaderes oprimidos corno los flamencos del duque de Alba en los Países Bajos, que no un trastorno social y político debido al prestigio y aguijón de las ideas de la revolución francesa, como hasta aquí unánimemente se ha creído». Por el escasísimo influjo «que tales ideas ejercen hoy mismo entre nosotros, estando al habla instantáneamente con la Europa desde nuestra almohada, podrá valorizarse aquél que Robespierre o Marat pudieron ejercer en el beato y callado Santiago, cuando el «cajón del rey» (285) llegaba una vez por año, y lo llevaban en una mula aparejada y tirada por el cabestro a la capital, con un centenar o dos de cartas y una o dos docenas de gacetas. Y por esto también, para nosotros al menos, el núcleo de la grave mudanza de 1810, no estuvo en el Cabildo sino en el Consulado (286), en cuya sala precisamente se proclamó la independencia, ni fueron Robespierre ni Napoleón las causas eficientes del trastorno, sino la cayana rota de la Casa de Moneda en que se cobraba el quinto, es decir el veinte por ciento del oro, y el estanco del tabaco en la Trezena, en que se pagaba el doscientos por ciento del humo».

Su Terra Ignota es un magistral estudio en él cual, con los ojos del alma puestos en la tierra nativa, Vicuña va analizando las actividades económicas y el progreso de los norteamericanos en California. El clima de ambas regiones se parece y de ahí la utilidad de comparar, examinando a fondo un proceso económico cuya experiencia no podía dejar de ser interesante para los chílenos. Escrito con aquel estilo suyo de tan mágica amenidad-que por boca de biógrafos y críticos hemos debido elogiar reiteradas veces-en él estudia su autor todas las peculiaridades de California, estableciendo paralelos con Chile. Hay ahí capítulos sobre la agricultura, la vinicultura, la irrigación, la mecánica aplicada a la producción del trigo (año 1878), las diversas industrias y un acabado análisis de la escuela económica de Courcelle Senéuil en Chile.

Pretendía Vicuña Mackenna estimular el ánimo tardo y rutinario de los chilenos, su falta de espíritu de empresa, e insuflarles algunas de las virtudes que encaminaban al pueblo norteamericano al asombroso progreso que ha hecho de él la primera potencia económica del mundo. Acaso al trazar aquellas páginas llenas de honda visión pensaba que sería la suya, una vez más, prédica en el desierto. Pero no importaba. A los sembradores, a los hombres que crean porvenir no puede desanimarlos la hostilidad del ambiente en que actúan ni la miseria intelectual de sus adversarios. Los hombres que laboran con el lente de los horizontes puesto sobre los ojos, están revestidos de un heroísmo capaz de desafiar las derrotas y las persecuciones.

Terra Ignota es una obra plena de trouvailles, de aciertos sicológicos, de definiciones que sorprenden.

Veamos, al azar.

Dice de sus compatriotas: «De que los chilenos somos una raza laboriosa, asidua, sumisa de trasquila, sobria en todo, menos en la chicha, y además suficientemente aguantadora del aguijón, como los bueyes, nadie podrá negarlo sin hacerse reo de impostura contra la historia y contra la luz».

Chile «produce lo suyo caro y paga más caro por lo que le viene del extranjero. El país suda primero sobre la dura aunque no siempre ingrata tierra y en seguida suda sobre el fardo y el alquitrán de los ingleses, y en seguida sobre el mostrador de la dura caoba de los bancos».

«Sube en Inglaterra un chelín el quintal de cobre y entonces se dice: «El país va a ser rico». Baja un chelín el trigo, y entonces nuestros hacendados que son los únicos industriales en Chile se ponen a llorar a gritos».

«No tenemos retornos valiosos, no tenemos artefactos, no tenemos lo que los ingleses llaman barter, es decir, el cambalache de artículos por artículos, que es la esencia del comercio y su riqueza, sino que estamos condenados a un eterno contrato leonino en que todo o casi todo lo que consumimos de fuera, incluso lo propio nuestro que ha salido para volver, lo pagamos a precio de oro: la diferencia de este precio forastero y el del producto indígena, esa es «la crisis».

«Chile, todo Chile, y especialmente la gran categoría social, política, administrativa, universal, continúa siendo como en el coloniaje la cuna, el almácigo y el trono de los abogados. «En Santiago, nadie quiere educar a sus hijos sino para abogados porque todos somos más o menos nietos o tataranietos de oidores o de sus curiales.

« En provincia nadie quiere ser tampoco sino abogado por imitar a Santiago o comerciante de trapos o abarrotes porque todos los pueblos de provincia que no enmuralló la conquista fueron fundados por mercaderes de vara, como Santiago fue amamantado desde su albor por áulicos de cuchilla o de toga.

«Y así en este Chile que es «República» porque así dice su escudo de armas, el que no se mete tras un mostrador o no sube las escalinatas del foro, sólo siente una ambición incurable, profunda y antigua: -la de ser empleado público, suprema, única y universal codicia de la colonia de la que somos los unos albaceas, los otros herederos y todos usufructuarios».

«En Chile el fisco es mirado por la muchedumbre sólo como un gran pan ásimo del cual todos apetecen un mordisco».

Y esta irónica acusación a la oligarquía, entonces dominante: «La última indicación económica que se ha hecho en el parlamento, no ha sido la (supresión) de las legaciones, la de los juzgados, la de las cátedras, pan de las clases que legislan, sino simplemente la supresión de la Escuela de Artes y Oficios, que siquiera forma a sus alumnos al calor de la hornaza y al ruido de la lima y del martillo sobre el yunque. Esperemos que se suprima en seguida la Sociedad Nacional de Agricultura como se suprimió hace un año su escuela popular, para convertirla en un instituto zootécnico al que pudieran asistir «los caballeros».

Vicuña Mackenna adivina el porvenir industrial de Chile y señala las razones económicas, raciales y geográficas que lo empujan por tales caminos, a la vez que constata el «ruinoso despotismo del capital y del ingenio extraño sobre la industria propia» (¡1878!).

Su visión interior lo advierte todo. ¿En qué se diferencian, vervi gracia, el chileno y el norteamericano? «Si se nos pidiera en efecto una definición comprensiva del americano del norte, tal cual se muestra en California, y en un sentido comparativo con el chileno, que es acaso tan trabajador y mucho más sobrio que aquél, nos limitaríamos a decir que, la diferencia característica de unos y otros, como seres de industria y de trabajo, estriba en estos dos solos puntos esenciales: 1.° Que al californiense le gusta hacerlo todo por si mismo; y 2.° Que el californiense nunca deja para el día siguiente lo que puede hacer en la hora presente; al paso que el chileno prefiere adquirir para su uso o su placer todo lo que le traen hecho de fuera y es siempre «hombre de mañana», es decir, de infinito y eterno aplazamiento. De lo que resulta que siempre llega alguien antes que él, y que para bastar a su consumo necesita agotar su propia producción barata y vulgar a fin de pagar con ella la que le traen, a precio de oro, de lejos y cuya materia prima ha ayudado a producir» (287).

La república del norte le inspira esta frase admirable: «¿Qué son los Estados Unidos? Una nación que está apostando carrera con el mundo».

Cuando toda la producción inédita del grande escritor esté reunida y publicadas sus obras completas, biógrafos y críticos encontrarán -en el terreno de las ideas y de los estudios económicos- muchas notables advertencias y no pocas lecciones profundas.

 
 

 

 

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Notas

284

A propósito de las publicaciones que con el título de Terra Ignota hiciera Vicuña Mackenna, don Zorobabel Rodríguez, ardiente sostenedor del libre cambismo, redactó varios editoriales en «El Independiente», comentando las ideas sustentadas por Vicuña. Vieron ellos la luz en los días 29, 30 y 31 de Marzo y 2, 3, 4 y 5 de Abril de 1878.
Vicuña Mackenna replicó desde «El Ferrocarril», en dos artículos que aparecieron el 11 y 12 de Abril de aquel año, bajo el título de Dos cartas al señor Zorobabel Rodríguez. Protección y libre cambio.
Tanto estos artículos como los editoriales de Rodríguez han sido recogidos por don Roberto Hernández en la edición que como contribución al Centenario hizo de Terra Ignota.
Véase Terra Ignota, o sea viaje del país de la crisis al mundo de las maravillas (Simples notas a vuelo de ave sobre California, los Estados de la Nueva América y la Australia -vía Japón y la China,-según el itinerario del viajero chileno don José Sergio Ossa en 1874-76)a. Valparaíso, 1930.
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285

Unico correo con el exterior durante el coloniaje.
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286

Tribunal de Comercio bajo el coloniaje; fué establecido en Santiago en el siglo XVIII.
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287

En una página interesante subraya esas diferencias, contemplando el paisaje californiano que le fuera familiar en la época de su primer exilio. Escribe: `Pampas inmensas, verdegueando en la primavera y el invierno, amarillosas en el estío, pero sin un árbol, sin una casa de campo digna de ese nombre, sin un jardín, sin una flor, se suceden durante horas de monótona perspectiva, que interrumpen sólo de tarde en tarde, durante la cosecha, las columnas de humo de las máquinas trilladoras, que con idéntico ruido al de las devanaderas que antes aturdían nuestros valles sembrados del cáñamo, cruzan en todas direcciones la inmensurable campaña. Pero que importa esto al agricultor californiense...
«El ha ido a esa remota porción del mundo (1852) a recoger oro en polvo u oro en grano, que es el trigo. Y esto es todo lo que preocupa su actividad y su espíritu. En cuanto al regalo y la molicie, eso lo dejan de barato a la gloriosa raza latina que habita en las luminosas y soñolientas zonas del mediodía del mundo que nos es común».
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