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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo LI.

Donoso en su Vida de Vicuña Mackenna sigue con prolijidad el itinerario del viajero en los años de 1870 y 71. En Octubre del 70 se dirige éste a España, haciendo alto en San Sebastián, Pamplona y Madrid.

Después de breve estada en la villa y corte, continúa a Aranjuez y Alcázar, atraviesa la Mancha sin desamparar la sombra del Ingenioso Hidalgo, sigue a Córdova y estaciona en Sevilla, aprisionado por el sol andaluz.

Se instala en una fonda de la calle de las Sierpes. Sevilla le atrae (211). El Archivo de Indias retiene muchas de las horas del investigador y los ojos del bibliógrafo se pasean por las ediciones raras y los preciosos manuscritos que se
guardan en librerías de viejo. En la de Salvá había encontrado en su viaje anterior el manuscrito del padre Rosales, que no tardaría en adquirir con fuerte sacrificio pecuniario, prestando un servicio inapreciable a la historiografía nacional (212).

Y no sólo el Archivo cautiva su tiempo,-investigación, reunión de materiales, copia de documentos-sino también la Biblioteca Pública y los monumentos históricos. El resto de la jornada lo emplea en teatros y paseos en compañía de doña Victoria. Una fotografía curiosa ha detenido el recuerdo de esa estada y en ella aparece Vicuña en fuerza de plenitud y su hermosa compañera muestra el esplendor de sus días juveniles. Tiene veintidós años y su alma está poblada de amor...

En Diciembre los viajeros llegan a Cádiz. A poco ven terminar el año 1870 en Málaga, ciudad «enmarañada de callejones tortuosos, oscuros, húmedos, sin aceras, mohosos los muros y sin que abran en ello sino zaguanes antiguos, por donde entran y salen recuas de mulas con sendos juramentos de jayanes que hacen de su lengua un látigo, o portones de tiendas de vino, en que el último se expende en las mismas botijas que sirvieron a los romanos y a los árabes para las primeras vendimias». De Málaga pasan a Gibraltar, embarcándose en el vapor María el 8 de Enero. En el peñón se alojan en el «Hotel de París», recogiendo impresión poco grata. «Gibraltar-escribe Vicuña-es triste como un presidio, lóbrego como una fortaleza y monótono como una bodega».

Cuatro días más tarde el Ceylon los conduce por la ruta de Malta y del estrecho de Mesina. La isla famosa los retiene y se hospedan en el Hotel Dunsford, en Valeta, mas la impresión no es de menor hastío que la recogida en Gibraltar. De ella los liberta el Firense, el 24 de Enero, dejándolos en Nápoles con ánimo que reconforta la luz de esa maravillosa bahía que cierran y coronan con fantásticos caprichos de arte las columnas de humo que escapan del Vesubio.

Comienzan las visitas y excursiones. Los teatros-el San Carlos, el Rosini, el Volpicelli-lo atraen, e igualmente los museos y las ruinas. Los bellos parajes que circundan a Nápoles reciben a la enamorada pareja que pasea sus lunas de miel por un mundo que la vejez y las catástrofes hacen aún más interesante.

Algunas tardes son consagradas a la Ciudad Muerta. De esas excursiones a la vida que fue, brota, en forma de carta a doña Magdalena Vicuña, una hermosa página (213). Y no podía ser menos, que tal escenario debía hacer vibrar a un espíritu como el suyo.

La impresión más viva que Pompeya ofrecía a Vicuña Mackenna, «aún en su estado actual, es el de la integridad plástica de sus ruinas. «El Coliseo de Roma, por ejemplo, llena el alma de asombro». Mas, por «entre sus rotos arcos se divisan las modernas ventanas de los palacios, se oye el rumor de la gente, el grito de la humanidad que vende y compra el pan, la carne y las cebollas de cada día. En Pompeya no sucede nada de eso. La ciudad está sola, aislada, resucitada en medio del campo». Y la transformación le parece completa e instantánea. «Fuera de la reja, se está en el reino de Nápoles y en la mitad del siglo XIX. Dentro de la reja, se ha llegado a Roma en el primer siglo de la era, la Roma de los mártires y de los emperadores, la Roma de Tiberio y de Nerón, el último de los cuales había perecido sólo diez años antes de la ruina. Este es el encanto profundo y peculiar de Pompeya y el que me dominó más hondamente en mi visita. Mal se dice que Pompeya ha sido destruida por el Vesubio, pues él la ha conservado en su ataúd de cenizas»

Las casas de Pompeya le recuerdan un poco las del viejo Santiago. Patios, colores, distribución.. . Y el peristilo de la que fuera residencia de Cayo Panza se parece al de casa de su suegra. La tierra chilena se encuentra presente en su espíritu con obsesión, con pasión. En, todos sus viajes y escritos lo chileno y lo americano pugnan por mostrarse, por adquirir carne. ¿Sería exagerado decir que Chile habita en Vicuña Mackenna y encuentra en su pluma un incomparable modo de expresión? Ya Lastarria ha dicho que Vicuña es el más nacional de nuestros escritores. Y el más americano, valdría agregar.

Recorriendo Pompeya, su pincel evocador traza este cuadro: «Figúrase uno que es la hora de amanecer; que los romanos duermen todavía en sus aposentos; que las puertas se entreabren lentamente para la gente menuda del mercado, y tan transparente se hace la ilusión de la vida, que da cierta impaciencia por quedarse para ver cómo las silenciosas calles comienzan a poblarse de blancas túnicas. Sin esfuerzo alguno el ánimo y la imaginación evocan las figuras con que la historia nos ha familiarizado desde los primeros días de la escuela, cuando comenzábamos a decorar en el Catón y asistíamos los jueves y los sábados a ,los bulliciosos remates entre Cártago y Roma. Yo estaba dominado como un niño por el tropel de esas reminiscencias. Parecíame que Catón mismo venía a mi encuentro con su cara de pergamino y sus manos secas parecidas a la disciplina de la maestra. Ya era Nerón el que pasaba arrastrando su sangriento manto, dirigiéndose a inspeccionar la erección de su famosa estatua ecuestre, que se conserva todavía en el Museo, y bajo cuyo pedestal, en la forma de un arco de triunfo, pasan todos los que visitan a Pompeya. Ya es a César, acompañado del adusto Marco Bruto que escondía el puñal del parricidio; y mientras Pompeyo pasaba por la acera opuesta saludando airosamente a su rival, parecíanos ver a Cicerón (que a la sazón tejía entre los dos) asomarse a la ventana de su villa para dar los buenos días a ellos y a mí mismo»

Después de una residencia en Nápoles, que se prolonga un mes completo, emprenden los Vicuña viaje a Roma, a fines de Marzo. En la Ciudad Eterna visitan a Pío Nono, el pontífice que conocía a Chile, y éste, tomando en brazos a Blanca, les otorga emocionada bendición. Desde la capital católica continúan a Florencia. En Mayo cruzan los Alpes y atraviesan Suiza, camino de los baños de Ems, perdidos «entre las montañas de un valle solitario». En Ems excursiona, escribe y medita. Doña Victoria ha recuperado su salud y la primavera sonríe... Un mes más tarde prosigue el desfile de ciudades: Maguncia, Saarbrücken, las del Rhin en cuyas estaciones «no se escuchaban sino cantos, y no se veían sino banderas, cañones cubiertos de flores, pañuelos que saludaban.. . » (el Rhin le recordaba el Bio-Bío), Metz «de aspecto anticuado y sombrío, cual si lo cubrieran los siglos con sus alas y sus elevadísimas murallas de piedra con sus sombras», Nancy, Gravelotte, Eperney. Y el 19 de Junio del 71, París, sembrado de escombros.

Su corta y final estada en la capital francesa acusa habitual actividad. Correspondencias, teatros, librerías. Asiste a la Asamblea Nacional de Versailles que elige presidente de la República a M. Thiers, y concurre al Instituto de Francia; excursiona a Champigny, a Saint Cloud.

El 16 de Julio se halla de nuevo en viaje. Orleans, Limoges, Perigueux, Agen, Cauterets (tres semanas de detención). «La vida en Cauterets, dice, es tan monótona como en todas las estaciones de baño de este achacoso mundo antiguo». El 8 de Agosto sigue en carruaje a Lourdes, en donde visita la Gruta, no sin protestar de la explotación mercantil que parecía reinar. Días más tarde continúa a Arcachons. Allí se hospeda en la Villa Montretout, junto a cuyas ventanas escribe «mirando el bosque, y por encima de las copas de los pinos, el mar!».

A poco se embarcaba en el John Elder, en Burdeos, camino de su tierra.

 

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Notas

211

Una anécdota simpática de su estada en Sevilla. Cierta noche, en compañía de Juan José Bueno, director de la Biblioteca Publica, fué a visitar a Fernán Caballero. La ilustre escritora, enferma y achacosa en esos años, lo recibió con gran afecto. Ambos simpatizaron de inmediato y a la postre de larga y gustosa conversación, ella lo despidió con estas palabras: «Caballero, su visita ha sido para mí una medicina».
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212

Vicuña mantuvo correspondencia desde París con el famoso bibliófilo don Pedro Salvá, propietario del manuscrito de la Historia General de Chile, de Rosales, el que compró, por intermedio de su amigo José Miguel Valdés Carrera, en 12,000 reales de vellón. El manuscrito fué entregado a éste, en Madrid, el 9 de Abril de 1870, y remitido con precaución a su nuevo propietario en París.
En una conferencia dada en la Universidad de Chile, a su regreso, dijo Vicuña: «Saquéle, en consecuencia, de París, por libertarlo del asedio de los alemanes, cuando venían estos marchando desde Sedán, y le guardé, primero en Lyon y después en Burdeos, encerrado en una caja de fierro y pagando un fuerte seguro contra peligros de fuego y guerra. Además, en viaje no le soltaba de la mano, poniéndolo en el día de cojín y en la noche de almohada, hasta que, volviendo a su propio centro, a dos pasos del claustro en que fué escrito hace justos doscientos años, aguarda todavía en paz que acabe de roerle el diente de la polilla, o salgan sus páginas a luz.. .»
Incorporado al Archivo Vicuña Mackenna, que se custodia en el Nacional de San-tiago, ocupa hoy pequeña caja de madera. Y se encuentra en tan regular estado que en la carátula de la segunda parte los trazos del lápiz del padre Rosales, esbozando figuras decorativas, parecen hechos sólo ayer.
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213

Una Visita a Pompeya. Carta a doña Magdalena Vicuña de Subercaseaux. Nápoles, Marzo 9 de 1871. Fué publicada en folio a dos columnas, en Valparaíso (1871), y recogida en Páginas Olvidadas (1931).
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