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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo L.

Desde su retiro de Luxeil, Vicuña Mackenna observa. Una correspondencia al «Mercurio». La Europa Militar, publicada el 25 de Agosto, inicia la serie de sus magníficos artículos sobre el conflicto franco-prusiano. En aquel cuyo título enunciarlos se advierte la guerra que ninguna de las potencias adversarias se atreve aún a declarar. Es el anuncio de una catástrofe que parece inevitable.

«En el momento de echar al correo esta correspondencia -escribe Vicuña en otra, de fecha 15 de julio- veo desfilar unos cuantos jóvenes paisanos que ayer cantaban en la paz de la selva y del sembrado, y que hoy, saco a la espalda, marchan, cantando también, a la matanza».

La guerra estalla y Vicuña afirma su propósito de imparcialidad, «por que es preciso que se entienda que nosotros no somos ni partidarios de la Francia ni de la Prusia» (207). Sus correspondencias darán fe de esa imparcialidad que más tarde no ha de excluir una honda simpatía hacia los vencidos.

Luxeil es un magnífico observatorio y los familiares del escritor no permanecen ociosos, por otra parte, pues «catorce manos chilenas» se consagran a preparar vendas e hilas para los heridos de todos los campos.. . «Entre tanto-escribe el 1.° de Julio a su suegra-la vida que hacemos es tan agradable como puede serlo en un lugarejo sin recursos. Todos los días nos levantamos a las seis y media. A las '7 Victoria ya ha tomado su baño ferruginoso, y después de una hora de reposo hacemos un paseo en carruaje, de dos horas. Ya no nos queda aldea, ni bosque, ni montaña en la vecindad que no hayamos visitado. Como ya hace calor pasamos el resto del día en la casa hasta la tarde, en que paseamos a pie. Yo mato la monotonía de la noche escribiendo largas correspondencias para El Mercurio».

El estío declina y los Vicuña se trasladan a Suiza. Y allí, a orillas del lago Leman, reciben las noticias de los primeros desastres del ejército imperial. Escribe desde Ginebra el 13 de Agosto: «La indignación pública contra Napoleón es intensa, irreconciliable. Su juego ya está hecho, y aunque él ha asegurado que no volverá a París sino «muerto o vencedor» nos parece más que seguro que no volverá de ningún modo». Y al día siguiente: «En fin, Napoleón ha jugado su trono y lo ha perdido. Ahora lo que se tratará de saber es quien lo hereda, los Orleans, la república o el comunismo?». Dos semanas más tarde el imperio se derrumba en Sedán.

A comienzo de Septiembre Vicuña Mackenna se dirige a Lyon. Visita allí el campamento militar de Sathonay. Todo es desorden e imprevisión. La vida de la ciudad es tranquila, alegre, y nada parece recordar la guerra y sus desastres. «Hay, es verdad, cierta curiosidad,-escribe-los boletines pasan de mano en mano, en los cafées se discute con alguna animación, pero todo es normal e insignificante. Anoche era domingo, y la inmensa plaza Bellecourt, los hermosos puentes del Saona y del Ródano, las lindas calles de la Emperatriz y del Emperador (pues todo es imperial en Francia) hervían de paseantes alegres o indiferentes. Y esto en presencia de las más grandes catástrofes de la historia de este país, y cuando su suerte se jugaba en la boca de los cañones!»

Un día, durante su estada en la ciudad lyonesa, le toca asistir a la proclamación del nuevo orden político. La revolución lo entusiasma y sintiéndose «ciudadano de la república universal» fraterniza con los soldados franceses a quienes grita Vive la Republique. Los soldados lo corean, aplaudiéndolo calurosamente, más ese grito le cuesta, de alguien que iba a su vera, «ese castigo peculiar que allá en nuestra tierra de afilados dedos llaman prosaicamente un pellizco».

 

Desde Lyon, en donde escribe animadísimas correspondencias para «El Mercurio» aguardadas con ansia en Chile por sus admiradores, se dirige con su familia, semanas más tarde pasando por Marsella y Tolosa-a los baños de Arcachón, orillas del Atlántico. Burdeos está a un paso y los artículos de Vicuña van por los aires en la canastilla de un globo.

¿Y Francia? El nuevo gobierno, que anima el espíritu creador de Gambeta y su heroísmo singular, se agita en medio de las zozobras de la derrota. « La Francia -comenta el gran testigo- presenta en el día la imagen de esos cuerpos atacados de parálisis en que sólo la cabeza palpita y siente. Esa cabeza es París. Todo- o demás está muerto». Mas Paris está sitiado».

Vicuña sigue con interés creciente las fases de la lucha, pero el invierno se aproxima, siendo prudente continuar la ruta. Y se dirige a España. Las maletas no se deshacen esta vez, rodando por el camino que a cada momento cruzan las nuevas de la guerra. Las ciudades y las posadas le sirven de escritorio. Desde Nápoles asiste al desenlace del gran drama europeo. París ha caído. Metz se va a rendir. Las tropas alemanas desfilan junto al Arco de Triunfo y en Versailles Guillermo I, en medio de los monarcas germánicos y de sus generales vencedores, se coloca sobre las sienes la corona de kaiser. Las banderas de Prusia han flotado orgullosamente en ese mismo salón de los Espejos que un capricho del Rey Sol levantara siglos antes y donde cincuenta años después rodaría la despedazada corona del nieto.

Vicuña Mackenna asiste al desastre y a la paz. Más tarde seguirá las incidencias de la guerra civil y ante los excesos de unos y otros no podrá menos de exclamar «¿qué especie de fiera es ésta que llaman hombre?» Vicuña es un espectador que sabe, como siempre, mirar hondo. Y su pluma, derrochadora del color, escribe en él estilo inconfundible que destaca todo lo suyo, una última página sobre la guerra. Esa página, que se titula El desenlace, será leída en Chile el 5 de Abril de 1871 (208).

Ha terminado una faz interesante de su vida literaria. El corresponsal de guerra ha hecho labor que en su género no tiene parangón alguno en el periodismo americano. A propósito, don Carlos Silva Vildósola en el prólogo de Páginas Olvidadas (209), habla de «la serie asombrosa de esas cartas de San Val entre cuyas páginas hay algunas de las más bellas que ha escrito en su vertiginosa carrera» y aún las reitera como «uno de los trabajos periodísticos más felices del gran escritor».

Y don Adolfo Ibáñez, uno de los hombres de mayor talento que hayan pasado por la cancillería chilena, juzgaba esa labor, diciéndole (210): «Tus cartas desde Europa te han formado, y con justicia, una gran reputación como escritor y como estadista. Cada día afirmas más tu mano y tu cabeza».

 

 

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Notas

207

Suplemento de «El Mercurio», 13 de Septiembre de 1870.
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208

Las correspondencias de Vicuña Mackenna sobre el conflicto franco-prusiano fueron recogidas en forma trunca, por don Nemesio Marambio en un volumen: Guerra entre Francia y Prusia. Como observa Ricardo Donoso, se hecha de menos una edición cuidada y más completa.
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209

Páginas Olvidadas. Vicuña Mackenna en El Mercurio. Edición del Centenario. Santiago, 1931.
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210

Lima, Abril 27 de 1871. (Archivo Vicuña Mackenna).
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