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El Semanario Republicano
Número12. Sábado 23 de Octubre de 1813
Reflexiones sobre el Manifiesto que hace a los pueblos el Comandante General de Artillería. Comentario relativo a la libertad de imprenta. Incluye, como subtítulo "La representación a las Cortes de Don Gregorio Antonio Fitzgerald impresa en la isla..

Reflexiones sobre el Manifiesto que hace a los pueblos el Comandante General de Artillería. Comentario relativo a la libertad de imprenta. Incluye, como subtítulo “La representación a las Cortes de Don Gregorio Antonio Fitzgerald impresa en la isla de León y reimpresa en Lima”. Sobre la disputa entre el gobierno español y Fitzgerald por violación de sus derechos constitucionales.

La libertad de imprenta sería perjudicial, en vez de ser provechosa a los pueblos, si ella no sirviese para depurar las verdades y presentarlas a los ojos de los hombres limpias de todo error, de todo prestigio, de toda pasión y de todo interés. La verdad jamás temió prestarse al reconocimiento de los más curiosos investigadores; Porque siendo ella como el oro, que más pronto descubre su ley, mientras es más activa la operación del fuego en el crisol, de nada puede perjudicarle cualquier interés que se tome en su examen. Sólo la mentira huye de los ojos observadores; porque su existencia depende del engaño, de la ilusión y de la ignorancia, y porque todo esto desaparece en el momento que sale a luz una crítica racional. Según estos principios nadie podría quejarse con razón de que se le examinen sus escritos; pues desde el instante que se dan al público se exponen al juicio de todos los lectores, y tácitamente se pide la aprobación o la repulsa. Yo a lo menos, tan lejos de pretender que no se me critique, celebraré que cualquiera me advierta mis errores, y me obligue con sus convencimientos a mudar una opinión en que me haya equivocado. Si yo escribiera para sorprender, temiera seguramente que quisiesen poner a prueba mis fundamentos; pero no haciéndolo sino en obsequio del bien público, lo podré sentir que no tomen todos los hombres el mismo interés que yo en averiguar la verdad de nuestros negocios. Todos los hombres imparciales, y todos los filósofos que se hallan esparcidos sobre la redondez de la tierra, juzgarán si el autor del Semanario ensucia la prensa con personalidades ridículas, o la emplea útilmente en aquellos objetos más interesantes a las repúblicas. Si se ha dicho por mí que es más fácil escribir virtudes que practicarlas, es muy cierto que escribo para que todos amemos la justicia y la virtud, sin lo cual no puede haber una sociedad bien ordenada; pero en esto yo no he creído jamás que puedo ofender a nadie, ni de aquí se infiere que yo sea malo o bueno. Lo cierto del caso es que la prensa de Chile jamás ha pecado por falta de moderación de los editores. Las de España, las de Inglaterra, las de los Estados Unidos de América, y aun las de Lima, de esa ciudad, en que gime agobiado el patriotismo, son las que responden de la verdad de mi aserto. No sobre los hechos públicos que a nadie dejan que dudar, sino sobre los vicios y operaciones particulares, se emplean en todas estas partes las plumas de los escritores y sin embargo de esto nadie se asusta, porque todos conocen las ventajas de esta libertad. Véase la representación hecha a las Cortes por don Gregorio Antonio Fitzgerald, impresa en la Isla de León y reimpresa en Lima; allí aprenderemos a hablar del despotismo sin el menor miramiento ni temor. Véanse los papeles del Peruano y del Satélite, y veremos que todo el poder del Virrey de Lima no pudo hacer a los limeños tan moderados como lo es el autor del Semanario Republicano. ¡Oh libertad apetecida parece que tú no estás siempre donde más ruido haces, y en donde suena menos el nombre de la tiranía!

No habiéndome yo conducido en la edición de mi periódico por otros motivos que la salud pública y la libertad de la Patria, y huyendo siempre de mezclarme en objetos odiosos, de que ninguno saca provecho, hice presente en mi número 10, la nulidad de la constitución y cuanto allí se ve, es lo mismo que se dijo en la junta de Corporaciones del día 6, lo mismo que todos gritan por las calles, y lo mismo que ninguno podrá negar de buena ge. Mis expresiones son demasiado generales, para que se quiera acomodarlas a este o al otro sujeto. Yo dije que los autores de la destrucción del Congreso y los de la constitución habían despojado de sus derechos a los pueblos; que todo esto y las elecciones por suscripción eran nulos, era violento y temerario. Ahora digo lo mismo, porque no se me ha dado una razón que me haga mudar de opinión. Lo único que hemos adelantado con el Manifiesto del Comandante de Artillería, es saber quienes fueron los autores de todas estas cosas; pero como el hombre de un sujeto, ni los de cuatro o seis, no son para mí razones que apoyen ningún hecho, repito que todo es nulo, violento y arbitrario aunque hayan sido los autores los señores Pérez, Zudáñez, Salas, Villegas, Lastra y Henríquez. Ellos son unos sujetos recomendables para mí, pero la constitución y las elecciones no se legitiman con los hombres de mis mayores amigos. Estos señores son muy pocos, y creo que no podrán presentar los poderes de centenares de miles, que debían quedar ligados a lo que ellos determinasen. Según mis principios yo no puedo abonar en un amigo ni un hermano lo que es digno de vituperio en el más extraño o en el mayor enemigo. Esto es bueno solamente para aquellos ciegos partidarios que no conocen otra norma para arreglar sus pensamientos y sus operaciones, que la tema y el capricho. Yo declamo contra los vicios y contra los hechos viciosos sin pretender averiguar quién ha cometido los excesos, pues de nada me sirve conocerlo, y Sólo aspiro al remedio que a todos nos conviene. Si alguno ha creído que yo desapruebo aquellas cosas porque juzgase que su autor fuese este o aquel, se engaña miserablemente, y no debía estar tan clara mi justicia para que se pudiese buscar un objeto tan remoto. Yo no he tomado el oficio de Fiscal para acusar a ningún individuo del Estado, ni menos me he hecho cargo del empleo de abogado para excusar a mis amigos. De uno y otro ejercicio hay bastantes en el pueblo para que ocurran a ellos los que los necesiten; yo no entrare jamás en otra cosa que en alabar lo bueno y en vituperar lo malo; y si por esto me hiciese desgraciado, se muy bien que a pesar de cuanto, haga en mi daño la malicia, mi nombre algún día podrá colocarse después de los mártires de la justicia y de la libertad.

Por ahora concluyo con dar al público la representación de D. Gregorio Antonio Fitzgerald, para que se vea lo que es en España la libertad de la prensa y cómo se habla allí de los Generales, de los Regentes y de los Ministros. ¡Pobres de nosotros si en medio de tanta libertad, con que nos comulgan, hiciéramos la millonésima parte!

Representación a las Cortes de. D. Gregorio Antonio Fitzgerald, impresa en la Isla de León y reimpresa en Lima.

Señor: quinta vez recurro a V. M. pidiendo justicia, y reclamando la observancia de la Constitución. Yo soy el atropellado ciudadano español, el insultado anciano madrileño D. Gregorio Antonio Fitzgerald. Hoy se cumplen, tres meses del espantoso allanamiento y demolimiento de mi casa, ordenado por el general Elío, que a tan horribles atentados añadió el de hundirme en una prisión, agobiándome después con mil denuestos y vilipendios, a cuál más denigrativo, ¿Quién podrá imaginarse que mi casa saqueada, destrozada y batida por tres puntos a un tiempo (cual si fuera un castillo ocupado por franceses) se halle todavía ofreciendo a los Ojos de los ciudadanos de la Isla de León el lamentable espectáculo de unas ruinas tan escandalosas?...¡Ah! Los escombros de estas paredes atrozmente despedazadas, estas puertas destruidas y hechas astillas a impulsos del despotismo más feroz, están respirando venganza, y en su silencio pavoroso piden enérgicamente que se haga pronta justicia a su inocente dueño, para que pueda reedificarlas.

Señor: la venerable Constitución ha sido hollada y manchada audazmente; y estas huellas y manchas atrevidas sólo se lavan y purifican con sangre. La que corre por mis trémulas venas aquí está pronta, si la impura que debe verterse no se derrama. Una infracción tan osada del código sagrado de nuestros derechos civiles y políticos sólo puede expiarse derribando la cabeza del soberbio delincuente, por más encumbrado que sea, delante de las santas y majestuosas tablas de la ley fundamental: iguales son todos los ciudadanos, desde el primer Regente hasta el español más pobre. ¿Qué es un general comparado con el soberano pueblo español? Menos que un átomo respecto del radiante y luminoso astro del día. Pues ¿cómo el General Elío ha tenido la avilantez de insultar a la nación soberana con el inaudito atropellamiento de mi persona en la noche del 5 de Junio, noche aciaga que hará época en los negros anales de la más descarada arbitrariedad? ¿no se horroriza V. M. de que a pocas horas de haberse jurado y mandado observar la ley política de la monarquía haya sido quebrantada de la manera más insolente, no ya en Buenos Aires, o en otras más remotas regiones de la España americana (lo cual no sería tan escandaloso) sino a dos leguas únicas de la excelsitud del trono de V. M.?

Por los papeles públicos he sido sabedor de que la Regencia lejos de haber decretado el arresto de tan orgulloso infractor de nuestra Constitución, antes bien le ha premiado; pues por premio tenemos todo el público y yo, el nuevo destino que se le ha dado en ese ejército, que ahora con el nombre de tercero y antes con el del centro, siempre ha sido tan malhadado en manos de todos sus generales en jefe. ¿Podremos, pues, esperar que la Regencia castigue ejemplarmente este crimen de lesa Constitución? yo por mi parte no lo espero, ni debo esperarlo, sobre todo contemplando el áspero recibimiento y cruel acogida que merecí de su presidente el señor Duque del Infantado, cuando fui a su casa a presentarle un memorial pidiendo justicia. Siete estados debajo de tierra, donde yo no volviera a aparecer jamás, dijo su excelencia que me hubiera sepultado, hallándose en el lugar del general Elío. Hasta con el humillante nombre de mal español insultó mi honradez, y mis tristes canas, brotadas con pobreza, pero con honor, en el servicio de mi adorada patria. Sí, señor, con el nombre detestable de mal español... ¡valiera más que su excelencia hubiera sepultado en mis entrañas un sangriento puñal, poniendo fin a la lánguida y arrastrada existencia de este desventurado anciano!... ¿Mal español? Eso no..... jamás..... Ni aun de vista conozco al intruso rey, ni he estado en Bayona [1]. Si yo hubiera asistido a aquel conciliábulo, ya haría más de cuatro años que hubiera dado libertad a mi patria y a toda la Europa, rasgando con mi espada el abominable pecho del infame Napoleón, para vengar la horrenda perfidia con que arrebató el cetro a nuestro inocente Fernando; y habría tenido yo más valor que todos los consejeros juntos de este joven y desgraciado monarca [2].

No sé cómo el ministro de Gracia y justicia don Antonio Cano Manuel, pueda decir lo que se lee en el Conciso del 18 del próximo Agosto (artículos de Cortes) a saber que no he dirigido a la Regencia representación alguna igual a la que presenté a S. M. Si lo ha dicho ha faltado a la verdad [3]; pues con fecha del 18 del pasado Julio dirigí a V. M. una representación, y otra igual, y con la misma fecha puse en manos del señor Presidente de la Regencia, Duque del Infantado; por cierto que en casa y en el mismo bufete del señor Presidente de las Cortes escribí la fecha en las dos representaciones, como lo puede atestiguar este señor. Así en estas dos como en todas he insistido fuertemente en la imperiosa necesidad de hacer efectiva la responsabilidad de los soberbios infractores de la Constitución. Si es que se quiere que no seamos en el hecho tan esclavos como en tiempo del insolente Príncipe de la Paz.

Si no se me hace justicia (que después de pasado tres meses ya estar hecha debiera), con el permiso de V. M. estoy resuelto a quemar la Constitución, y recogiendo sus cenizas guardarlas respetuosamente en mi seno, y bajar así con ellas a la negra tumba [4].

Desconozco el miedo; y me siento con bastante valor para morir con la Constitución. Si Daoiz y Velarde ofrecieron espontáneamente sus vidas en el altar de la patria, para rescatar la independencia nacional, yo sabré impávido sufrir la muerte por la libertad, aunque sea en un cadalso, lanzando al expirar estos postreros y enérgicos acentos: «¡Muera el despotismo!» ¡Viva la libertad civil de los invictos españoles! ¡Oh Padres de la Patria! Sancionad otra nueva Constitución que tenga efecto; pues esta que hemos jurado y que reducida a cenizas llevo conmigo al sepulcro, ha sido inútil con mengua vuestra no habiéndose castigado a los infractores que la han hollado impudentemente. El pueblo español no quiere déspotas. El pueblo español ha jurado ser libre a su costa. Así lo publican esos torrentes de sangre que ha derramado y derrama sin Cesar por comprar su libertad y su independencia. Y una y otra conseguirá «a pesar de las impotentes furias de los franceses, y en despecho de esos hombres orgullosos, que se creen superiores a la santidad de las leyes, muero contento porque de mis cenizas renacerá y la dulce libertad de mis amados compatriotas».

Isla de León, 5 de Septiembre de 1812.

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[1] Esto alude a que el Infantado estuvo en Bayona con Fernando VII.
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[2] Esto alude a que el Infantado fue consejero de Fernando VII.
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[3] Así habla el que no teme ni debe.
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[4] Así habla el hombre de bien y el hombre libre.
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