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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo XXX.

El de 1863 fue año de batalla. Durante su transcurso hubo de verse envuelto Vicuña Mackenna en ruidoso juicio de imprenta con el escritor Manuel Bilbao y en no menos ruidosa polémica con don Antonio José de Irisarri, deudo suyo y ministro que fue del Director O'Higgins.

Este último, cuya actuación, como representante de Chile en Londres, en la época del primer empréstito que por su intermedio contratara Chile, no quedaba muy airosa en El Ostracismo de O'Higgins, publicó una refutación mordaz, elegantemente escrita como todo lo suyo, a la cual contestó Vicuña en «El Ferrocarril», edición del 7 de Mayo (131). En el Portales, a poco, se vió tratado con merecida severidad por su autor, en razón de la forma dictatorial e injustificada en que aquél, siendo Intendente de Colchagua, había sentenciado a muerte y hecho ejecutar a algunos ciudadanos de esa provincia. Salió el ex-ministro a la palestra, a defenderse (132), y si bien no pudo conseguirlo, la ocasión le permitió continuar sus invectivas contra el gran historiógrafo: «Soñador de repúblicas platónicas, -le llamaba- y enemigo jurado de todo gobierno establecido, no encuentra bueno sino el trastorno de cuanto existe y sus héroes más dignos de alabanza son los más famosos trastornadores, los conspiradores, los promovedores de las guerras civiles y de la anarquía».

Mas en prueba de que no llevaba lógica en su ataque el ingenioso cuanto iracundo escritor, están la colaboración prestada por Vicuña al gobierno de Pérez y la participación de extraordinario valor que, como Intendente de Santiago, tomaría, andando el tiempo, en el período de Errázuriz. Y eso que ambos gobiernos -aceptados por él, con sólo ser liberales, por la esperanza de progreso que significaban- estaban distantes de la democracia de toda su vida y del doctrinarismo avanzado y ardoroso de su juventud.

El asunto de Bilbao fue de mayor importancia. Ofendido éste con Vicuña por su inflexible criterio en ciertos puntillos de honradez, lo atacó con estúpida violencia en su traducción de las Memorias de Cochrane. Indignóse Vicuña Mackenna y publicó en «El Ferrocarril» violenta réplica, tratándolo de «desaforado especulador» y «gestor de secretos negociados» (133). El artículo contenía tremendas acusaciones, las que movieron a Bilbao a dejar su residencia de Lima a fin de tomar la mayor venganza posible. Así lo comunicó don Pedro Ugarte a Vicuña, desde la capital peruana: «Como yo conozco tanto al gallo sé que su único pensamiento es enredar a Ud. en juicios que tendrán que decidir los afiliados de Montt, de quien espera este bellaco mucha ayuda, porque conoce el odio que, sienten contra Ud.».

Llegado a Santiago, Bilbao acusó el escrito y luego de seguirse los trámites legales y sorteados los jurados -el primero declaró que había lugar a juicio- se verificó la audiencia el 25 de Junio, ante numeroso público, pues el nuevo debate judicial había suscitado casi tanto interés como el promovido por Rodríguez.

Bilbao habló largo rato, haciendo su defensa con cierta moderación. «Es preciso que advierta a Ud.-escribía Vicuña a su amigo Ugarte (134)- que Bilbao estuvo muy bien en el jurado, que toda su actitud y sus modales fueron los de un caballero, que desplegó una gran sangre fría, y como su figura es de suyo interesante y estaba vestido de riguroso negro, se hacía sumamente simpático, y a mí mismo me causó este efecto, siéndome doloroso el tratarlo tan mal».

El acusador habló tres horas y cuando se dio la palabra al acusado el ambiente era de fatiga. «Pero, escribe Donoso, a medida que el orador va discurriendo, el auditorio se va animando, perdiendo su frialdad e indiferencia, hasta concluir por seguir a Vicuña con el más vivo interés y la más reconcentrada ansiedad». Vicuña sostuvo que a Bilbao debía tenérsele como escritor público y no como individuo privado, que si hubo ofensa había compensación con las que él recibiera y que en cuanto a las acusaciones allí iban las pruebas. Y leyó cartas de Manuel Antonio Matta, Manuel Rodríguez y otros que confirmaban ampliamente sus aseveraciones. Refiriéndose a cierta usurpación a la Sociedad Duncan, Livingston, Mason y Muñoz, de Valparaíso, presentó «documentos que probaban hasta la saciedad la indigna y despreciable actitud del acusador en aquel negocio», afirma Donoso. Vicuña, con magnánimo espíritu, ofreció a Bilbao no rendir la prueba pero este guardó silencio. Concluyó la defensa con un llamado a fallar no en conformidad a la letra de la ley sino en estricta conciencia.

Retiróse el jurado a deliberar, después del discurso de Vicuña que duró más de dos horas. El debate fué largo y en él anduvieron divididos los pareceres. Los señores Elizalde y Echeverría se pronunciaron por la completa absolución, fallando en conciencia, y los otros jueces, en mayoría, decidieron aplicarle 25 pesos de multa y 15 días de prisión (135) lo que equivalía a absolver al acusado, pues los cargos hechos por Vicuña -dice Ricardo Donoso- «eran de lo más terribles, y el jurado al aplicarle la pena más ínfima puede decirse que reconoció la exactitud de todas sus afirmaciones».

Bilbao, siguiendo la costumbre, renunció a la aplicación de la pena, lo que, con todo, no dejaba de constituir generosa actitud.

Los amigos del historiador le tributaron entusiastas ovaciones al conocer el texto de la sentencia. «Cuando concluyó el jurado -escribe Vicuña a Ugarte- me llevaron en una ardiente procesión de muchos centenares de vitoreadores».

 

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Notas

131

Esta pieza está contenida en el folleto de Vicuña Mackenna: Mi respuesta a don Antonio José de Irisarri y a don Manuel Bilbao a consecuencia de un opúsculo publicado por el primero en Nueva York y un pasquín impreso por el último en París.
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132

Carta de don Antonio José de Irisarri a su hijo don Hermógenes, sobre la Introducción a la historia de los diez años de la Administración Montt.
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133

Mi respuesta a un pasquín de don Manuel Bilbao.
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134

Carta de Santiago, fechada en junio 26 de 1863.
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135

«En la noche estuve donde el Presidente con M. Alcalde (uno de los jueces)-dice Vicuña Mackenna en su mencionada carta-y éste me dijo francamente que él había sido de opinión de condenar porque no podía ser de otro modo, pues la ley decía s61o: hay injuria o no hay. Y como ésta no podía negarse, era preciso condenar, absolviendo en la calumnia porque mi prueba había sido concluyente y terrible».
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