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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo XXIV.

Vicuña Mackenna se trasladó a Londres, no sin antes iniciar con sus compañeros de ostracismo gestiones judiciales encaminadas al castigo del capitán de la Luisa Braginton. Este se vio acusado de atentar a derechos equivalentes a los de ciudadanos británicos, de acuerdo con el tratado de amistad, navegación y comercio suscrito entre los representantes de Chile y del Imperio en Octubre de 1854. Y como el magistrado encontrase la acusación grave y admisible, sometió a juicio a Lesley, citándolo para la reunión del Tribunal de Assises del condado de Lancashire que debía efectuarse en Liverpool durante el mes de Agosto. Declarado en libertad bajo fianza, intentó el pícaro transar con sus acusadores, pero estos prosiguieron el pleito en medio de la viva expectación despertada en Inglaterra, cuya prensa consagró nutridas columnas a informar de los diversos incidentes del proceso. Verificada la audiencia el día 18, ante numeroso público, Vicuña alegó en inglés, captándose de inmediato todas las simpatías. Lesley fué declarado culpable y dejósele en libertad provisional, bajo fianza de 600 libras esterlinas, en tanto la Corte Criminal sentenciaba en definitiva.

En Londres Vicuña se puso en comunicación epistolar con Lord Cochrane, con motivo de las Memorias escritas por el ilustre marino. El historiador americano le rectificó sus gruesos errores al referirse a Chile y al juzgar con parcialidad a San Martín, observaciones todas que el conde Dundonald, deponiendo siquiera una vez sus orgullos, juzgó «altamente dignas» de su aprecio (103a). Entretuvo, también, las más afectuosas relaciones con el general O'Brien.

Resuelta la primera instancia del proceso de Lesley, que afectaba moralmente al gobierno de Montt, se juntó con su amigo el historiador Diego Barros Arana y ambos se trasladaron a París, resueltos a viajar en grata compañía (104); revisando archivos y papeles.

En París los hermanos Matta y Angel Custodio Gallo publicaron su famoso folleto político: Montt, Presidente de la República de Chile, y sus agentes ante los tribunales y la opinión pública de Inglaterra. Vicuña redactó las páginas que se referían a la prescripción y al juicio, adhiriendo «al fondo de verdad y de justicia del manifiesto», pero negándose a suscribirlo con su firma. Razones que él estimaba de patriotismo lo impulsaron a anteponer lo que creía el interés superior de su país a los justificados rencores contra el mandatario que de tal modo lo había perseguido. Vicuña hablaba a sus camaradas, sobre el particular, en carta de Paris fechada el 25 de Agosto de aquel año: «siento un escrúpulo íntimo al revelar nuestros dolores domésticos a un mundo que no nos ama, que no nos estudia, que no nos juzga sino por el alza y baja de la bolsa.. . » Agregaba estas nobles palabras: «yo siento que esa patria es tanto más mía cuanto más infeliz y más ultrajada la contemplo». Y aún: «Por el delito de que yo he sido víctima, tengo derecho a acusar al gobierno actual de Chile, y lo acuso y lo denuncio ante el mundo. Por los crímenes que se hayan cometido en nuestro suelo yo no lo acuso todavía, y yo no denunciaré jamás esa clase de crímenes fuera de los límites donde está la prueba que debe esclarecerlo, donde está la responsabilidad que los autoriza, el castigo que debe satisfacerlos» (105). Como conocía a fondo la política europea y norteamericana preveía peligros que pudieran presentarse en el futuro. ¿No estaban próximos la invasión de Méjico y el Imperio de Maximiliano? En día no distante la escuadra española ocuparía las islas Chinchas, reinando aquella inefable doña Isabel II.

Los de París fueron días consagrados al estudio. Años después los recordaría en alguno de sus escritos: «Era el otoño de 1859.. . Las hojas amarillentas caían de los árboles en los pintorescos bosques y jardines de París, y el tedio de la proscripción, amarillento como las hojas, caía sobre nuestros corazones. ¿A dónde ir?.»

España lo atrae. Busca recursos y los encuentra en don Claudio Gay quien se los proporciona, prestándole el dinero necesario a la empresa.

El 10 de Octubre, en compañía de Barros Arana y de don Pedro Valdés, deja París. Diez horas más tarde se encuentra en Burdeos, a media noche y sin alojamiento, pues la ciudad se apresta a recibir a Napoleón III que regresa vencedor de sus campañas de Italia, y curiosos y cortesanos han llenado los hospedajes. No hay más remedio, en tal evento, que albergarse en las caballerizas del fiacre de punto tomado en la estación. Dos días después reanudan viaje. Y pasan Dax, Bayona, Biarritz, San Sebastián.

A España penetran en diligencia. Corren los promedios del siglo XIX y el sentido de lo pintoresco no se ha desplazado todavía de Occidente a Oriente. «Nos encaramamos sobre una pesada diligencia mestiza entre española y francesa,-escribe Vicuña Mackenna-y cuando al caer el sol, reflejándose sus últimos rayos en las obscuras faldas de San Marcial, extremidad occidental de los Pirineos, poblados de densos castañares en plena madurez, divisamos en el opuesto horizonte las almenas de la ciudad fortaleza que lleva el poético nombre de San Juan de Luz, una enérgica expresión, más española que el Cid, nos advirtió por el postigo al oído, que habíamos pasado ya el pintoresco puente del Bidasoa, cuyos pequeños islotes. . . veíamos ahora cubiertos de macollas de maíz ya cosechado. De esta manera y en esta ocasión entrábamos a la romántica península por un maizal...»

La posada le trae recuerdos de la de Curacaví, entre Santiago y Valparaíso, paradero obligado de los que viajaban al puerto chileno antes de que estuviese unido por ferrocarril a la capital. « Dormimos aquella noche en San Sebastián-escribe-y seguimos al día siguiente en una diligencia parecida a las célebres galeras que don Quijote solía embestir con su lanza...» Vitoria, lugar de batalla; Bribiesca, feudo del duque de Frías... Siguen rodeados por un enjambre de mendigos. «Entre ellos-cuenta en su Diario-había un tonto de memoria prodigiosa, muy superior a la de Diego, que la tiene grande, y que servía de archivo viviente a la población, siendo e1 registro por el que se calificaban a los electores, se hacían las quintas, etc.»

Castilla invita a Vicuña y a Barros Arana a pasarla con mayor detenimiento y alquilan para ellos un carruaje liviano tirado por dos caballos-Galán y Cadete-cuyos nombres quedan grabados en la memoria, de tanto oírlos. Visitan Burgos, Valladolid (en donde se detienen ante la tumba del Cid Campeador), San Pedro de Cardeña, Olmedo, « los románticos pinares de Soria», Segovia. . . El Alcázar, pleno de recuerdos de la época mora, y las ruinas de Olmedo impresionan la aguda sensibilidad artística de Vicuña: Las emociones se agolpan y tocan su espíritu con infinitos llamados, más hay que seguir. La volanta, nuevo vehículo arrendado para continuar el viaje, está presta ya, junto a la posada en que todavía se recuerda el manteamiento de Sancho Panza y sus discretas razones. ¿No se halla toda Castilla encantada por la sombra del Ingenioso Hidalgo? « Después de visitar el sitio real de San Ildefonso comenzamos la subida de la empinada cuesta... Iba «don Antonio», que así se llamaba el alquilador y conductor de la volanta, que en vez de volar gateaba, callado y tétrico como los árboles de la vía. Iba, decíamos, azotando sus tres rocines cuesta arriba, cuando surgió de todos los abismos de la sierra furioso temporal que amortajó en pocos minutos la inmensa montaña en un denso sudario de alba nieve. Amortajados, nosotros en nuestras frazadas de viaje, divisábamos apenas las copas de los árboles en aquel horrible torbellino, y no hablábamos.. . y en esa triste guisa, oyendo sólo la voz de don Antonio y su fusta Arre! Arre! llegamos tarde de la noche al Escorial, otro cementerio de vivos, en la opuesta falda del monte, en dirección a Madrid». Los acoge la fonda de don Calixto Burguillos, que hospedara a Alejandro Dumas y a Teófilo Gautier. «El aposento en qué el posadero del Escorial, más español que Felipe II, habíanos instalado a media noche, fue un cuartejo de altos, a manera de sobrado, angosto y largo como alma de vizcaino . . . Apenas hubo tardíamente amanecido, pusímonos en movimiento para salir de aquel sepulcro y visitar los de los reyes, que un anciano ciego (ciego de nacimiento, pero que andaba hasta por encima de las cornisas del templo) fuénos mostrando».

Llegados a Madrid los dos viajeros se instalaron en una fonda de la calle de Pontejos, a espaldas de la Puerta del Sol, tocándole a Vicuña un cuarto en que «él astro del día no nos visitaba sino tarde y de soslayo, como acecho de alguacil, que el sol no sale nunca de otra manera para quienes andan en desdichas».

Vida de trabajo. Visitas a archivos, museos, librerías y bibliotecas. En la Nacional extracta el catálogo de manuscritos relativos a América. En el negocio de Sánchez, calle de Carretas, adquiere el original inédita de la «Historia del Paraguay y de la República del Plata» de Lozano. Para Vicuña no hay descanso ni días de fiesta y los libreros de viejo se hacen sus mejores amigos.

Agotadas las investigaciones, resuelve partir. Veamos de qué modo refiere su salida: «Y como fuera invierno, los días cortos, las noches de candil y la posadera más astuta que honrada, porque no era española, sino francesa del Loira o del Sena, resolvimos una tarde salirnos de aquella encrucijada, cuanto más a prisa mejor; de suerte que cuando menos lo teníamos pensado y en una frígida y nebulosa mañana de Noviembre del año del Señor de 1859, nos dirigimos hacia la más vecina de las dos únicas estaciones del ferrocarril de la coronada villa de Madrid, capital de las Españas, y siendo tan grande Corte como es, tiene en todo el contorno de sus arrabales y de sus páramos, que son unos y otros un solo desierto ávido de agua y de sol, no así de vientos ni de pulmonías».

Toledo sigue en el itinerario español y su visión impresiona el ánimo del artista. En seguida Valencia, en donde una semana de estada le permite examinar a sabor el manuscrito de la Historia del Reino de Chile del jesuita Diego de Rosales, que él publicaría andando los años. Barcelona, a donde se encamina en compañía de don Pedro Paz Soldán, intelectual peruano, es la última etapa importante de sus andanzas por la península.

París lo recibe una vez más. Las maletas continúan prontas y se hace a la mar en Diciembre, desde el puerto de Southampton-según cree Donoso-rumbo a Panamá. Pasado el itsmo, se adentró, a bordo del Limeña, por las aguas del Pacífico.

 

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Notas

103a

«La carta de Ud.-le decía Dundonald, con fecha 5 de Julio de 1859 -está llena de consideraciones altamente dignas de mi aprecio, y tan luego como apremiantes ocupaciones me lo permitan, consagraré a ellas mi atención, y presentaré a Ud. mis respetos personalmente».
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104

A poco de desembarcar los desterrados pudieron imponerse del desenlace de la revolución en Chile. Vencedora ésta en la batalla de Los Loros el 14 de Marzo de 1851, fué finalmente derrotada en la batalla de Cerro Grande, cerca de La Serena, el 29 de Abril de aquel año. La ideología de Vicuña Mackenna continuaba prendiendo, sin embargo, y muchos de sus puntos de vista acabarían imponiéndose. Entretanto no había sino que viajar y esperar.
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105

Esa actitud de Vicuña-escribe Donoso en su admirable Vida de Vicuña Mackenna-«entrañaba la más noble entereza: Vicuña no quiso solidarizarse con los apasionados y virulentos conceptos que sus compañeros de expatriación tenían para la administración de don Manuel Montt, a quien pintaban como un dictador rodeado de una camarilla de especuladores y ladrones».
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