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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo XX.

Una de las primeras preocupaciones de Vicuña Mackenna, de regreso en Chile, fué reanudar sus estudios interrumpidos por la revolución de 1851. Y puso en ello tal empeño que en Mayo del año 57 rindió exámen de Práctica Forense. Poco después optó al título de licenciado en leyes y ciencias políticas de la Universidad. Sorteada la cédula de reglamento, le correspondió rendir examen oral sobre la cuarta de Derecho Canónico: «Del matrimonio y de la iglesia, fiestas, ayunos, abstinencia y sepultura».

Una comisión, de la que formaban parte los profesores Lira, Fernández, Vargas, el señor Meneses y el secretario de la Facultad, le tomó examen el día 22 de Mayo. Ante esos jurados leyó su memoria escrita y algunos días más tarde rindió prueba final ante la Corte, recibiendo a poco el título de abogado.

Su Memoria sobre el sistema penitenciario en general y su mejor aplicación en Chile, fue insertada en los Anales de la Universidad y reproducida en « El Ferrocarril» de Santiago y «El Comercio» de Valparaíso, siendo, luego, impresa en folleto. Es un trabajo muy completo y de notable interés en que se estudian los principios penitenciarios en práctica en el extranjero y la aplicación del sistema en el país. Concluía proponiendo un reglamento para la casa penitenciaria de Santiago.

Si en dicha memoria el postulante evidenciaba sólidos conocimientos jurídicos, el pensador no quedaba en zaga. En Vicuña, el pensador, el poeta y el investigador se dan siempre la mano.

En su estudio busca el autor las causas de la delincuencia, los factores que la promueven y sustentan. Entre ellos la ignorancia tiene valor primordial. Es la ignorancia, esa «nodriza maldita que amamanta todavía los pueblos del Nuevo Mundo», factor básico en el problema. Y continúa siéndolo hoy día.. .

Indaga los factores psicológicos que preparan el ambiente criminal en Chile. La sonda rastrea a fondo. «No lo dudemos, dice en la segunda parte-hay en las clases pobres de Chile una predisposición innata a la tristeza; ¿sólo los hábitos de una vida de peligros, la reunión de muchos y los efectos de esos vicios brutales que aletargan para siempre el espíritu, pueden distraer el pensamiento del proletariado siempre fijo en consideraciones melancólicas. Preguntad en qué pasa sus noches toda familia honrada, todo hombre que no está en la taberna. Agrupados al derredor del fogón o del tosco brasero, los niños del pueblo duermen o escuchan el monótono silbido de su padre que trabaja; la madre, ya severa y callada o ya afecta a la charla, les refiere insustanciales consejas cuya memoria pierden luego, o los espantables portentos de gigantes y demonios que van a llenar de tristeza esas almas débiles y crédulas. Pero ni una sonrisa, ni una reconvención razonable, ni una muda caricia entre ese grupo de esposos, de padres y de hijos! Silencio, silencio de temor, de costumbre, de sueño, si se quiere, pero siempre silencio en la habitación del pobre, siempre esa concentración profunda que hace del pensamiento una especie de máquina en constante actividad, pero cuya elaboración es siempre limitada a las consideraciones dolorosas de la pobreza, de la ignorancia, del infortunio en fin!»