ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo XV.

Sus estudios en Cirencester duraron hasta el mes de Diciembre de 1854. En las vacaciones de ese año pudo realizar provechosa gira por el reino.

El 3 de julio partió a Londres. En la capital británica, acompañado por su amigo Manuel Beaucheff, siguió visitando los monumentos históricos, las instituciones y museos, sin descuidar mucho las jornadas de entretención y placer. Menudearon sus idas a los teatros, a los restauranes de moda, a los mil sitios de recreo que podían compensarle de largas soledades. Pero la voluptuosidad, como observa Donoso, no había de cogerle jamás en sus tentáculos. Las páginas de su Diario de Viajes, empapadas de franqueza y espontaneidad, baño de agua viva en que solía sumergirse su alma, han recogido el emocionario de esas horas. Dice en la hoja del 6 de Julio: «Volvimos por Regent St., donde había un centenar de hermosas y elegantes creaturas de vida alegre. La música era excelente, el baile moderado, la concurrencia en orden, la policía a la puerta. A mí no me ha gustado nunca este género de diversiones. El tráfico de esas mujeres me repugna en todas partes y especialmente en Londres».

Las alegrías londinenses subrayan su juventud. Es un mozo ya. Un apuesto mozo de veintidós años, de proporcionada estatura, rostro pleno de belleza varonil, ojos profundos que inquieren, fulminan o acarician al mirar. Sobre los labios el bozo se ha tornado en fino bigote que acentúa los razgos de su bien modelada boca. En lo físico era una atleta.

El llamado de los viajes le da poca tregua. Después de Londres, Woolwich, Greenwich. El día 15 se dirige a Lincoln para asistir a la feria anual de la Sociedad de Agricultura de Inglaterra. Luego York, New Castle, Edimburgo que «tiene una belleza clásica y peculiar que la hace aparecer como la ciudad de la meditación y del pensamiento». Glasgow (cuatro días de cama en el Hotel de la Reina), Greenok, el canal del Norte, Belfast.

En Belfast toma el ferrocarril a Armagh. Desde allí sigue en carruaje a Enniskillen. Le aguardan el lago Erne, Willville. Es el término de la peregrinación romántica que imaginara en el terruño. Ahí, en viejo castillo familiar habitaron los Mackenna. Con el corazón estremecido llega a golpear la puerta de los antepasados. Acaso todo un mundo de hombres y recuerdos se agita en su subconciente. La primera noche, con luminar de plenilunio, verá el desfile de los fantasmas ilustres, de las hermosas sombras de amor que pasaron su vida aguardando., ¿No viaja con él, acaso, el general Mackenna? Nunca su cuerpo retornó al hogar de que saliera casi adolescente; nunca su cabeza volvió a reclinarse sobre el regazo materno, sobre aquel regazo de mujer fuerte que le había enseñado a decir aquello de «la verdad siempre he sostenido y siempre sostendré». Su nieto volvía en su nombre. El nieto que debía llenar de orgullos a su pueblo, con su carga ligera de juventud llegaba a tornar afectos, a reanudar lazos, a evocar a orillas del lago Erne las memorias amadas. Sus pasos recorren las estancias solitarias en donde el alma busca presencias extrahumanas, en tanto «el viento agitaba las copas de los lúgubres pinos y las ramas de los laureles penetraban por las. ventanas sin marcos ni vidrieras».

A corta distancia del castillo ancestral habitaban los últimos herederos de la ilustre casa. Junto al umbral los ojos que vieran partir al héroe niño para las batallas de España, acogieron con blando afecto al retoño que venía de las tierras de América. Sobre las espaldas del joven se cerraron los viejos brazos de Mrs. Leticia, hermana del general Mackenna.

Mrs. Leticia reconoció con júbilo su sangre. Era un legítimo hijo de su raza. Oh, yes! This is a Mackenna! Exclama la vieja señora y como si la presencia del mozo tuviera la virtud de sacudirle la carga de sus años, con paso ligero y vibrante corazón lo conduce a la. colina en que se alza la mansión de los abuelos. « ¿Ves ese sendero?, dícele con voz en que tiemblan las lágrimas; pues por ahí, hace ochenta años, yo, ya mujer, traía a tu abuelo de la mano, niño todavía, a la escuela del pueblo. Cincuenta años más han corrido después, desde que no subo a esa triste morada. Fue ahí donde mi abuela recibió en un plato la ensangrentada cabeza de su marido, el mayor Mackenna, regalo que le enviaban los ingleses que le habían vencido en el combate de Drughmanner, donde él mandaba en jefe. ¡Cuántas veces oí yo a mi impetuoso y caballeresco padre recordar esa escena de horror, cuando comía rodeado de sus hijos y dando un furioso golpe sobre la mesa, se ponía a llorar como un niño, de indignación y de despecho!».

Vicuña permaneció varios días bajo el techo familiar. Días gratos que volaron con la velocidad de los sueños. En ellos se afincó en Vicuña ese callado amor por Irlanda que nunca se apagaría en su espíritu. Y era amor justificado, pues críticos e historiadores rastrearían, en su genio, más tarde, el genio de Irlanda.

Puestos de nuevo los estribos viajeros, cerrando ese episodio romancesco, partió a Dublin. El 4 de Agosto se embarcó en Kingston. Siguieron Holyhead, Birmingham y de nuevo Cirencester.

Concluidos del todo sus estudios vendrá el balance sobre la Inglaterra de la era victoriana. Le parecerá, como Estado, «la más completa negación de todos los principios y de todas las ideas que ella ha creado». «Constitución, libertad, independencia individual, prosperidad y engrandecimiento social-escribe-todo me ha parecido engaño y mentira». «De una parte doscientas familias nobles enseñoreadas sobre el trabajo y el capital por la posesión del suelo; sobre la sociedad por su orgullo opulento y brillante; sobre la política por la ocupación de todos los altos destinos. De la otra parte un pueblo ignorante, crédulo y engañado por su propio error, sometido al trabajo por la tiranía del capital y avasallado por las necesidades que su posición individual impone a cada uno» (78). Le irrita la miseria de los obreros (79), la farsa en que se agita el derecho electoral, el ultrajante desconocimiento de los mínimos derechos del hombre y de su dignidad, todo simulado bajo imperturbable cuanto discreta máscara de hipocrecía. Su conciencia grita. «Pero no es sólo la miseria del pueblo lo que sorprende en Inglaterra, es la explotación de la miseria por la ley y el Estado». Indignábanle los, abusos de una aristocracia estólida que se estimaba acreedora, por derecho divino, a la explotación de todo y de todos. Su mirada se dilataba en maldiciones y esperanzas. Era la mirada de un verdadero socialista. Y de sus juicios, de esos juicios trazados por un hombre de pensamiento y de corazón, dice uno de sus principales biógrafos (80), que en ellos «no puede menos de reconocerse la desnuda sinceridad de sus apreciaciones, la justeza y penetración de sus observaciones y el enorme fondo de inamovible verdad que alienta en todas ellas».

 

__________

Notas