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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo XIII.

En Agosto del 53 descubre París (71). Era la meta de sus primeros anhelos literarios y la coronación de un largo sueño. ,Qué escritor no lo ha tenido? Los más suelen a lo largo de la vida llegar al puerto para el cual habían desplegado las velas viajeras en alguna tarde de divagaciones juveniles. ¿No es una meta de oro que imanta el alma de los latinos? No todos llegan en la hora propicia y bien pocos lo descubren en verdad. Su propio hijo llegaría un día, a su turno, y en el encabezamiento de su primera crónica de viaje pondría esta leyenda de siempre: «¡París, un sueño!»(72).

Vicuña también siente, al pisar sus calles, « realizado el sueño de la mitad de la vida»(73).

Y se lanza por plazas y bulevares. Visita los teatros y los museos; recorre los grandes edificios, las catedrales, los monumentos históricos... Ningún coin le permanece extraño. Los grandes y los pequeños restauranes le reciben. En los rincones bohemios fraterniza. Los talleres de los pintores y los estudios de los escritores famosos le brindan acogida. Cada día se le duplica en horas y en conocimientos. Su curiosidad se aviva sin tregua y en cada minuto parece poner el alma entera. Así ha de vivir siempre, con el alma ardida, quemando su genio en todos los trabajos, agotando todas las posibilidades, prodigándose en derroche sublime.

Y no sólo París: Saint Germain, Fontaineblau, Versailles. Versailles lo atrae de modo especial. Allí habita el recuerdo de los viejos esplendores. En París, en cambio, están los nuevos césares. El Segundo Imperio acaba de comenzar con todos sus estrépitos, su refinamiento exquisito, capaz de disimular las miserias que por doquier descubren el paso de los hombres. El boato de la corte es extraordinario y su brillo no cesa de aumentar con el advenimiento de aquella bella y malaventurada emperatriz Eugenia que acaba de sentarse sobre el trono de las abejas de oro. Vicuña Mackenna, envuelto en su romántica aureola liberal y en el recuerdo de sus hazañas de joven caudillo, no oculta las antipatías que le inspiran los señores de Diciembre. Un día de ceremonia la curiosidad lo empuja a las Tullerías, en compañía de otros viajeros chilenos. Su mirada se cruza con la del emperador. Todos se inclinan. Vicuña se iergue y sus ojos parecen cargados de desdén

Napoleón III ha tomado sobre sus hombros una gran tarea: transformar París. Una ciudad nueva saldrá de las manos del barón de Haussman, más ello no impedirá que las tradiciones de su casa le sean fatales. Las batallas servirán de sepulcro a su linaje y a sus ambiciones, pero no importa. En ese reinado suyo, a pesar de las maldiciones que vienen de Yernesei, las letras y las artes darán fruto magnífico y en el horizonte de las posibilidades históricas hará su aparición la Comuna. La humanidad avanza, más de su camino el dolor tarda en apartarse. El hombre-lobo grita, grita.

Vicuña supo vincularse a los principales centros intelectuales. En sus salones le reciben cordialmente Geoffroy de Saint-Hilaire y Claudio Gay. El químico Boussigalt le acoge con afecto y en casa del almirante Blanco Encalada, ministro de Chile y amigo personal de la emperatriz una tertulia interesante le proporciona ocasión de tratar a lo más granado del mundo americano residente y de los personajes de la corte.

¡Qué magnífico observatorio para un viajero como aquél! Francia no le guarda secretos yá ni París seducciones. Es el París de los veinte años contemplado por un hombre que toda su vida tuvo veinte años, pero que dominó sabiamente su juventud sin dejarse arrebatar por los ardores de la mocedad ni esclavizar por sus afanes de estudioso. El tiempo amplía sus posibilidades para quienes saben aprovecharlas. La copa de los placeres no había de desbordarse ni caería polvo sobre las cuartillas prontas a recibir la visita del pensamiento.

 

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Notas

71

Habla desembarcado en Liverpool el 3 de Agosto, dirigiéndose inmediatamente a Londres en donde, casi sin detenerse, tomó el tren para Dover. Al día siguiente desembarcó en Calais, rumbo a París.
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72

Benjamín Vicuña Subercaseaux: La ciudad de las ciudades. Crónicas de París. (1906).
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73

Páginas de mi diario.
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