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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo VIII.

La juventud que nacía a la vida política con Vicuña, creía asistir, al decir de éste, a un período de resurrección y de milagros. Estaban los ánimos fatigados del autoritarismo de los gobiernos conservadores y de su incapacidad para crear las bases de une, democracia auténtica. Todos esperaban que algo había de ocurrir y los más vigorosos creían llegada la hora de la acción. Las influencias románticas de la Revolución Francesa se sumaban a ese otro romanticismo que había adcrito a la causa de los primeros grandes movimientos socialistas del siglo XIX a muchos de los espíritus más representativos de la juventud europea de 1848. Esa marea social, que en flujo constante iría subiendo a lo largo del siglo, agitó las conciencias y los ánimos de los principales caudillos juveniles del año 50, influyendo de modo decisivo en la formación política de Vicuña Mackenna.

¿Era propicio el terreno a una renovación? «Las dos décadas de Portales,-escribe Vicuña-que acababan de pasar con sus hombres, sus reacciones y sus castigos, habían dejado en los espíritus esa amortiguada y temerosa confusión, legado de esos gobiernos fuertes que hacen muchas veces grandes cosas en las finanzas, en la guerra, en la administración, en las leyes mismas, pero que abaten el espíritu de las generaciones, y como las nieblas matinales del otoño, no dejan divisar el claro sol sino a lampos». Sin embargo, las voces de libertad, derechos del pueblo, sufragio libre, reforma, producían «en los corazones un movimiento de expansión irresistible».

Los anhelos de renovación, rebelándose contra la voluntad decidida del gobierno que levantaba sin disimulo la candidatura oficial de Montt a la futura presidencia, se manifestaron de modo nebuloso todavía en el Club de la Reforma, del que fue Vicuña secretario. Dominó allí un ambiente de timidez o de prudente liberalismo que no satisfacía a los espiritus exaltados (52). Y en Vicuña los albores juveniles se teñían de vehemencia y entusiasmos que no decaerían en los períodos grandes de su vida. Ese entusiasmo y esa vehemencia, que a algunos parecieron defectos de juventud, eran, por el contrario, cualidades que cimentarían el contenido renovador de su obra. Nada se ha hecho con frialdad y sin pasión. Por locos pasaron todos los hombres que han dejado huella en la historia y locuras han de parecer siempre a las burguesías y" a los elementos conservadores todo aquello que no suponga marcar el compás. Vicuña con los más destacados miembros del Club de la Reforma idearon su fusión con la Sociedad de la Igualdad, recién fundada por Santiago Arcos y Francisco Bilbao, y esa fusión se realizó, adquiriendo la institución de Arcos un contigente que habría de influir notoriamente en sus rumbos.

La Sociedad de la Igualdad merecería capítulo extenso, pues señala un interesante esfuerzo de democratización. En sus filas se habían reunido hombres venidos de la más rancia aristocracia colonial, conscientes de la necesidad de renovar y renovarse, y humildes trabajadores. El obrero alternaba familiarmente con el gran señor y de ese contacto-verdaderamente revolucionario en aquel tiempo-nacían insospechadas posibilidades. Mas, habían de malograrse porque Bilbao, Arcos, Vicuña y los más avanzados en aquel momento, no tuvieron colaboradores eficaces o carecieron de experiencia política.

De Arcos hemos hablado ya. Su don de síntesis, su sentido de la realidad contrastaban con la imaginación soñadora; y el idealismo romántico de Bilbao. Contrastaban sin completarse. Vicuña, demasiado joven aún, aportaba la fuerza pasional y el acicate de una voluntad inquebrantable. Había que avanzar con paso de vencedores por los nuevos caminos que se abrían solícitos. En Bilbao se advertía más sentido apostólico que revolucionario. Sus palabras de paz, traducían el alma de un hombre que quería ofrendarse sin descender de las alturas de la cátedra. Era lenguaje más capaz de resonar en la tribuna que en las trincheras. «Que nuestra palabra, decía Bilbao en una de sus ordenazas, cunda por debajo de la tierra y llegará el día en que la tierra se levante».

La Sociedad de la Igualdad «era la más audaz provocación que hasta aquel día se hubiese hecho al compacto, aferrado y receloso catolicismo del país y a los preceptos mismos de la constitución que creaban una religión única y oficial» (53). Las bases de admisión caracterizaban el espíritu de sus fundadores. « ¿Reconocéis-decían éstas-la soberanía de la razón como autoridad de autoridades? ¿Reconocéis la soberanía del pueblo como base de toda política? ¿Reconocéis el amor y fraternidad universal como vida moral?» Sus miembros se identificaban a ese espíritu, buscando entre los girondinos nombres que respondiesen a sus simpatías históricas o a los rasgos que sus aptitudes evidenciaban. Pedro Ugarte representaba a Dantón, Bilbao era Vergniaud; Lastarria, Brissot; Eusebio Lillo encarnaba a Rouget de Lisle, Marín a Robespierre y Juan Bello resucitaba la elegancia romántica de Camilo Demoulins y como el suyo había de ser también breve su paso por el mundo. Arcos se revestía con la piel de Marat, un Marat cuya sonrisa irónica y amarga brilló más de urea vez en recepciones de corte, pasados ya los días espléndidos de su rebelde juventud. Y Vicuña Mackenna ¿qué nombre había ido a desentrañar entre las cenizas de aquel amanecer rojo de 1789?

«El Amigo del Pueblo», órgano de la sociedad, dirigido por Eusebio Lillo, definía en su primer número los aspectos políticos de aquélla: «El Amigo del Pueblo» viene a ser el eco de una revolución que se agita en estos instantes sobre nuestras cabezas. Queremos que el pueblo se rehabilite de veinte años de atraso y de tinieblas. ¿Veinte años, solamente? Y él nuevo diario hacía flamear las palabras emblemáticas de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad.. . Tras de Arcos, Vicuña y Bilbao, se alzaban las sombras de Lamartine y de Luis Blanc, próximas en el tiempo.

Instalóse la Sociedad en la casa de un rico minero, en la calle de Monjitas esquina de San Antonio, y allí, juntó con las primeras sesiones generales, se iniciaron ciclos de clases y conferencias, a la vez que se discutían proyectos encaminados al mejoramiento de la clase obrera. Era un hermoso programa en acción.

La labor cultural que desarrollaban los de la Igualdad se vería pronto menoscabada por el ardor de la lucha eleccionaria. Nombrado don Antonio Varas ministro del Interior la intervención electoral comenzó a tomar caracteres agudos, agriándose más los ánimos con la designación para ocupar la cartera de Justicia-a que aludimos en páginas anteriores-de don Máximo Mujica, hombre violento de carácter y profundamente reaccionario en ideas. Este nombramiento y la forma en que el gobierno obstaculizaba los reclamos constitucionales de la oposición no podían por menos de sacar de sus casillas aún a un país que «excede en mansedumbre, resignación y sufrimiento a las más mansas tribus del rebaño humano» (53).

El gobierno no tardó en mostrar su odio a los igualitarios, haciendo asaltar la sociedad. Ese atentado ocurrió en la noche del 19 de Agosto de 1850 y provocó en los ánimos la más justificada indignación. Desde el día siguiente el ardor de los opositores comenzó a acentuarse, no tardando en traducirse en mítines y reuniones populares.

Prohibióse las manifestaciones sin previo anuncio. En respuesta, el día 14 de Octubre desfiló por la Alameda larga columna de igualitarios. «Iba a la cabeza Francisco Bilbao cuenta Vicuña-con su traje favorito de verano, frac azul de metales amarillos, ceñido al cuerpo, y pantalón blanco de lienzo esmeradamente planchado (vestido de paz y de cielo como inocente paloma) y llevaba en sus manos con cierta unción de apóstol, a manera de custodia de Corpus, un pequeño árbol de la libertad» (53).

La ciudad se alborotó, corrillos y tertulias se galvanizaron y en las reuniones de la Moneda tronó la voz de Varas y acaso el agrio acento del Ministro Mujica.

En las noches medrosas, al amparo de los aleros de las casas chatas y por las callejas desiertas resonaba el eco de la Igualitaria, canción cuya letra se atribuía a Eusebio Lillo. Tarareábanla los muchachos a media voz y sus notas encontraban cálido eco en el pecho de los jóvenes liberales que se aprestaban, como Vicuña Mackenna, a iluminar con arrestos heroicos esa jornada de la adolescencia, que para la mayoría de los hombres llenan las indecisas emociones del primer amor.

«¡Naciste patria amada,
Gritando libertad!
¡Por tí morir sabrémós
O triunfa la Igualdad!»

El 28 de Octubre se celebró la última sesión general y a ella concurrió Bilbao llevando en sus manos un enorme bouquet de flores «como Robespierre en la fiesta de la Razón». Cuando le llegó su turno, el popular tribuno subió al escenario entre las aclamaciones de dos mil quinientos socios. Con voz vibrante, inspirado por las emociones que agitaban los pechos, Bilbao estuvo elocuente como en ninguna ocasión de su vida. «Nunca su genio-recuerda el hombre cuya vida estamos relatando casi a través de los puntos de su pluma evocadora-se había remontado más alto, desligado de las metafísicas engorrosas de su estilo, porque como en otra parte creemos haberlo dicho, Francisco Bilbao. era tan eminente orador como fué mediocre y casi ininteligible prosista. «Ciudadanos, exclamó al comenzar, batiendo con un brazo el vistoso ramillete de flores de primavera que en galante encuentro le habían proporcionado. Ciudadanos, el ruido del tambor, la distribución de instrumentos de muerte, el armamento de los cañones, el apresto y carreras de los caballos, todo os anuncia que se trata de matar la Sociedad de la Igualdad. Y entre tanto nosotros ¿qué hacemos? -Ciudadanos, la Sociedad de la Igualdad se arma de flores.

En realidad toda aquella juventud no poseía en ese momento otras armas que las de su entusiasmo.

 

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Notas

52

Escribe Vicuña Mackenna: «El Club de la Reforma era simplemente una tertulia política, precursora de los clubs al aire libre, únicos que encontrarán amplia vida en medio de las sociedades democráticas a que sirven de palanca y de escuelas». (Historia de la Jornada del 20 de Abril de 1851).
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53

Vicuña Mackenna, id
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