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El Semanario Republicano
Número 10. Sábado 9 de Octubre de 1813
Sobre la Constitución de Chile. Materia indicada en el título.

A todos y a ninguno
Mis advertencias tocan:
Quien las siente, se culpa;
El que no, que las oiga.

                   Iriarte.

Se dice generalmente por el público, que el día 3 del corriente hubo en el Gobierno una junta de Corporaciones para, tratar sobre varios puntos de mucha arduidad, y que a cada paso salían algunos individuos reclamando la observancia de la constitución. Este accidente me ha movido a escribir sobre una cosa, que siempre me ha hecho cosquillas en lo interior del alma, y que nunca mejor que ahora se debe ventilar muy seriamente. Dicen que hay libertad para pensar y para escribir; pues vamos a ello, y comencemos la prueba por lo más dificultoso.

Vamos a atacar la constitución de Chile; vamos a decir que esa tal constitución es una pieza completa de sandeces y de arbitrariedades; vamos a decir que no hay tal constitución. ¡Que escándalo! ¡Que delirio! Este semanario es preciso quemarlo por manos del verdugo. Me parece que estoy oyendo declamar a ciertos patriotas espantadizos.

No señores, no es delirio, ni escándalo: Ustedes pueden quemar el semanario, y aun darle otro destino menos decoroso; pero vamos despacio. Examinemos nuestra celebre constitución, dejando a un lado su contenido mientras tratamos de los principios de su autoridad, que es lo más interesante. Todo el mundo sabe, que el 27 de Octubre de 812 se apareció en la sala del Consulado un papelón en que debían subscribir los vecinos de la capital, que no quisieran exponerse al resentimiento de la tropa. Fueron pocos los que satisficieron su curiosidad leyéndole antes de firmarlo, y los demás, no tratando de otra cosa que de ponerse a cubierto de los insultos que amenazaban, echaron su firma, como suelen decir, en un barbecho. Si obraron en esto mal o bien lo pueden decir las ocurrencias posteriores. A los pocos días de esto salieron a luz, o por mejor decir, a la obscuridad de la noche, una cierta clase de disciplinantes, que azotaban cruelmente a todos aquellos que se habían rehusado a subscribir la constitución. El Capitán de Artillería D. Joaquín Gamero, que tuvo la presencia de animo conveniente para subscribir por otros sujetos diferentes de los que habían en lista, sufrió una vapulación a los pocos días. D. Nicolás Matorras y D. Ramón Aris, porque dijeron que aquello era violento y nulo, fueron tratados con menos consideración que Gamero y otros muchos que quisieron usar de la libertad que todos decantaban, tuvieron que arrepentirse de ser tan crédulos. Yo, y los que firmaron como yo, anduvimos entre los disciplinantes, como la salamandra entre el fuego, sin recibir el menor daño, porque habíamos pagado el mejor tributo al despotismo. De aquí se inferirá la parte que tuvo la voluntad general en nuestra celebérrima constitución. ¿Más yo para quién escribo? ¿Es acaso para el pueblo de Chile, testigo Ocular de estos acontecimientos? Excusado fuera hacerlo, si no se sacase más provecho, que repetir lo que todo el mundo sabe. No es otro mi intento, que hacer manifiesta la contradicción de aquellos, que estando íntimamente persuadidos de la nulidad de la pretendida constitución, y confesando sus vicios, pretenden llevarla adelante, como si fuese la cosa más sagrada. Los derechos del Pueblo fueron hollados descaradamente en aquella farsa de subscripciones; y de la misma suerte es injusto y criminal el que comete tales atentados, como el que después de cometidos pretenden defenderlos. Los Reyes de España jamás se burlaron de sus pueblos con el descaro que los autores de nuestra constitución. Ellos nos imponían la ley como a los hombres sometidos, pero no nos hacían el agravio de considerarnos como instrumentos de su arbitrariedad. Un déspota impone la ley a sus esclavos sin buscar otro pretexto que su voluntad; su fuerza autoriza sus excesos; leyes son los caprichos de quien puede hacerlos prevalecer. Pero ¿dónde se ha visto, que en un Pueblo, que sale de la esclavitud y camina hacia la libertad, haga su constitución por medio de unos apoderados, que ellos solos se eligen, y se hacen suscribir por la fuerza? Si se quiso considerar al pueblo libre Para constituirse en lo que quisiese, ¿por que no se le convoco Para que eligiesen sus representantes, y diese a estos sus instrucciones? Si se quiso considerarle como esclavo, ¿por quo no se dijo claramente, que debía obedecer las leyes de la tropa? Yo encuentro en mi conciencia, que la conducta del Gran Turco es más clara, más generosa y más digna de disimularse.

Se disolvió el Congreso que teníamos a pretexto de que los Pueblos no habían sabido lo que hacían en sus elecciones de Diputados. Fue terrible escándalo, y no menor osadía erigirse unos pocos individuos en jueces de las operaciones de todos los Pueblos; pero pase por un abuso de la fuerza. Esto lo entendía todo el mundo, y no había uno que no quedase convencido de que las bayonetas podían más que la razón y la justicia. Lo chocante estuvo después en querernos persuadir, que eran más legítimos órganos del pueblo unos duendes, que carecían de toda elección, que aquellos otros a quienes se achacaban vicios de harte de sus podatarios. ¿Con qué poderes hicieron el reglamento constitucional los autores de una obra tan delicada y tan sagrada? ¿Quién fue el primer motor de este fundamento de la legislación chilena? No fue el Gobierno, ni el Pueblo, ni unos Representantes del Estado. Yo soy un ciudadano, he hablado sobre el particular con otros muchos de mi clase, y sé, que ni hemos prestado nuestra voluntad para tal acto, ni debíamos haberlo, hecho con aquella informalidad. No puede decirse más para convencer al mayor estúpido de que no hay la menor autoridad de parte de la constitución. Muy bien lo saben los mismos que la hicieron, y hartas veces lo han gritado ellos en público, para que nosotros temamos repetirlo.

Un buen hombre, de aquellos que nacieron en dos pies por un puro capricho de la naturaleza, se que dijo: que aunque era cierto que la constitución fue absurda, nula a ilegítima en sus principios, había quedado después purgada de sus vicios por la suscripción posterior. ¡Bravo disparate, y muy digno de su dueño! Esto ha sido lo mismo que decir, que una violencia se subsana con otra mayor; y que si se ultrajó la dignidad del pueblo, atropellando sus derechos, se remedió después empleando la violencia para que subscribiese al ultraje. Vaya que este modo de purgar vicios es pariente muy cercano del modo de hacer constituciones. Lo que no tiene duda es, que estos modelos no pueden haber venido a Chile de ningún país republicano, sino de algún otro en donde este bien arraigada la arbitrariedad. La constitución de España hecha por Bonaparte tiene mucha analogía con la nuestra, y la sanción de las Cortes de Bayona, con la violenta renuncia de los Reyes Españoles, se fraguó seguramente en el molde de nuestras subscripciones. ¡Que diferencia de nuestra autoridad a la de los Estados Unidos de América! Nosotros somos tratados como unos entes miserables, y los otros son considerados como hombres libres. Si quiso hacerse una cosa legitima y digna de un sistema popular, ¿por que no se hizo a la manera de Norte América, por no buscar el ejemplo más lejos? ¡Pero válgame Dios! cada rato me extravió del verdadero punto de dificultad. Si no se consultó en toda aquella pantomima de constitución y de firmas otra cosa, que colocar en ciertos empleos a ciertas personas, que no podían esperar nada de la voluntad general, ¿cómo queremos que anduviera la buena fe mezclada con la intriga? Vaya: dejemos esto en este estado, y pasemos a otra cosa. Lo que es demasiado sabido fastidia cuando se repite sin necesidad.

Yo escribo como un Republicano, que ama la libertad y la justicia; que aprecia más ser un individuo del Pueblo, que cualquier destino que pudiera sacar de la Aristocracia; y que si detesta a los Reyes, no es por el nombre, con el cual a nadie ofenden, sino por sus tiranías. Sería yo el hombre menos consecuente del mundo si vituperase las acciones de un tirano, y alabase las mismas en otro semejante. Si alguno se resiente de mis escritos, no se queje de mi pluma, quéjese de sí mismo por haberme engañado, persuadiéndome a que vivimos en un país de libertad, en que todos pueden exponer francamente su opinión. Si miento o me equivoco, convénzame con sus razones, si las tiene, y pongamos nuestra causa al juicio de los Pueblos, que todos llamamos soberano. Yo soy del mismo genio que Salustio, en cuanto a los medios de buscar la gloria; a aquel le parecía mejor buscarla por el ingenio, pareciéndose a los Dioses, que por el camino de la fuerza, a semejanza de los brutos. De aquí nace, que no sean de mi gusto los azotes, los palos, ni las cuchilladas; pero si a pesar de mi natural repugnancia a estos regalos del poder y de la insolencia, me viese obligado a sufrirlos, declaro desde ahora, que todo lo prefiero a la vileza de ocultar mis sentimientos bajo la indecente capa de la adulación. Empleen los miserables esclavos del miedo todo su estudio en congraciarse con los injustos tiranos de los Pueblos; mediten trazas indecentes, y zurzan desatinos sobre necedades; Envilézcanse cada día más y más a los ojos de los hombres virtuosos; yo soy consecuente a mis principios, y la muerte sólo podrá hacer que no declame contra los vicios, que nos arrastran a la destrucción de la Patria.

La constitución, el Gobierno, el Senado y el Cabildo de esta capital, tienen una nulidad insubsanable; Todo fue obra de la violencia, y esta nunca puede ser legítima. La tolerancia de los pueblos oprimidos, que sólo han tenido poder para quejarse en secreto de las injusticias, no puede dar legitimidad a los actos del despotismo. La tolerancia no prueba más que impotencia, y de ningún modo es un signo de la aprobación general. El que diga lo contrario es capaz de confundir lo s efectos más opuestos de las pasiones de los hombres; y para ese tal no debe haber diferencia entre el sueno y la muerte. Por mi parte, yo tengo por un necio al que opina que la tolerancia puede suplir por falta de legitimidad, o a lo menos, sino es una necedad, es precisamente la expresión de la mala fe más manifiesta. Todos sabemos que los pueblos de Chile están resentidos de la arbitrariedad con que se les ha tratado; sabemos que no se oponen a la tiranía, porque se consideran sin las fuerzas convenientes para asegurar el buen éxito de sus quejas; sabemos que todos nuestros males provienen de la falta de energía que tenemos para obrar en nuestras circunstancias; y sin embargo de esto, hay entre nosotros hombres tan miserables y tan cobardes, que pretenden engafarse a sí mismos por no confesar los verdaderos sentimientos de su corazón. ¡Oh Patria mía desventurada! tu suerte es fatal y sin remedio, mientras la sólida virtud no anime las acciones de tus hijos. Por ahora, los que debían velar por lo seguridad son muy pocos porque los más no escuchan otra voz que la de su conveniencia, y quieren mejor vivir esclavos de la tiranía, que desempeñar sus deberes con la dignidad de hombres libres. De esta suerte vamos caminando de una bajeza en otra, y de una inconsecuencia en otra mayor y más degradante. El hombre libre debe tener siempre por mote: LA LIBERTAD O LA MUERTE.