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Fuentes Bibliográficas
Ensayo sobre Chile.
Introducción de Rolando Mellafe Rojas.

Vicente Pérez Rosales nació cuando el ambiente criollo capitalino comenzaba a convulsionarse por las noticias alarmantes que llegaban desde la Metrópoli y Buenos Aires. El año 1807 no sería uno más en la tranquila vida del Reino de Chile; es cierto que desde hacía algún tiempo, en las largas sobremesas de las casas de las haciendas, en las tertulias de los salones de familias importantes, en la Casa de Gobierno, incluso, se venían discutiendo nuevas ideas políticas. La Inquisición había resucitado inesperadamente su antigua importancia, pero trocando, ahora, su secreta vigilancia sobre la pureza de la fe en el control de la circulación de algunos libros de nuevos contenidos políticos y filosóficos. La revolución de la Independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa habían sucedido ya, dejando una estela de cambios y de ideas monárquicas quebrantadas, a la par de un sentimiento de horror por la ruta de excesos que el movimiento tomaba en Francia y por sus posibles repercusiones americanas.

Por 1807 habían cambiado muchas cosas. En Chile, las familias aristocráticas más importantes se sentían agredidas por el fuerte centralismo de Carlos III; murmuraban por la pérdida de cargos y de mando. Vicente Pérez Rosales nació en un momento de crisis, en un año en que se podía adivinar la llegada, la aproximación, casi de la vuelta de los cerros, de grandes convulsiones y cambios.

Pertenecía Vicente Pérez Rosales, precisamente, a una de esas familias que se sentían heridas por el reformismo del Despotismo Ilustrado. Eran grupos cuyas últimas generaciones vislumbraban en el mundo cambiante que comenzaban a vivir, un modo de recuperar el prestigio perdido y de avanzar en el control político de aquella tierra que ya, de muchas maneras, manipulaban económica y socialmente. En efecto, descendía nuestro escritor, por línea paterna, del comerciante e historiador español avencindado en Chile, José Pérez García y de doña Rosario Salas y Ramírez de Salas(1), que formaba parte de la poderosa y extendida familia Larraín Salas. Sus vínculos con lo que fue el centro de la más importante red familiar que empujara al país a la Independencia -llamada con razón familia de los ochocientos- fueron múltiples. Dos de sus tíos casaron con damas Larraín Salas y Mascayano Larraín y quien sería su padre casó con Mercedes Rosales Larraín, pariente no muy lejana; él casi anciano, ella muy joven.

La línea materna era aun de linaje más antiguo en Chile, ya que Vicente pertenecía a una sexta generación, en una cadena donde su abuela materna también provenía de la familia Larraín Salas.

En conjunto Vicente, y si recordamos que su madre enviudó cuando era sólo un niño para casarse luego y tener varios hijos más, contaba con una multitud de primos y de varios hermanastros. La generación de sus abuelos, así como la de sus padres, padrastro y tíos fueron participantes activos del separatismo criollo en la Independencia, aunque no toda su familia se inclinó por la causa patriota. La generación propia, con primos, hermanos y hermanastros, se distribuyeron entre la empresa y la política. De los primeros obtuvo Pérez Rosales, enseñanzas, ejemplo y recuerdos; de los últimos -entre los que se contaba el presidente José Joaquín Pérez Mascayano- vida azarosa y actividad creadora.

Sin duda los recuerdos más vívidos de su niñez, eran de su abuelo materno, Juan Enrique Rosales Fuentes, miembro de la Primera Junta Nacional de gobierno y que fuera, ya viejo y enfermo, deportado a la isla de Juan Fernández durante el lapso de la Reconquista Española. A lo largo de su vida, a menudo rememoró los gestos valientes, llenos de amor filial, de su tía Rosario Rosales; la entereza de su madre Mercedes y la habilidad de su padrastro Felipe Santiago del Solar, que fuera insistentemente extorsionado por los realistas y a quien Vicente amaba como a su verdadero padre(2).

Todos estos recuerdos familiares, más otra serie de imágenes de personajes de la época, como la de los hermanos Carrera, Bernardo O'Higgins, etc., dejaron profundas huellas en su primera juventud. Tres mujeres son, indudablemente, las que más reiteradamente aparecen en sus remembranzas de aquellos años. De su familia, la tía Rosario y su madre Mercedes Rosales Larraín, mujer excepcional en su época. Ella, al decir de Guillermo Feliú Cruz, "pareció juntar por un extraordinario sino, a la fealdad de su rostro, a la gracia y al desplante de un hermoso cuerpo, una inteligencia ardiente, una imaginación fecunda, realzadas por exquisita cultura intelectual "(3). Palabras que, por lo menos en lo que se refiere a su cultura y refinamiento, son reiteradas por observadores de la época como el Barón de Mackau, los contraalmirantes Julien de la Graviére y Rosamel Ducamper y la penetrante observadora María Graham, que en su Diario, se refiere varias veces a ella y a su familia(4).

Eterno admirador de doña Mercedes fue su hijo Vicente. Entre ellos existió un profundo afecto y comprensión. De ella, heredó sus más sobresalientes cualidades intelectuales y aprendió, con fruición, todo lo que pudo enseñarle.

La otra mujer que Pérez Rosales recuerda con velada emoción, es María Graham. Viajera, un poco aventurera, ávida de mundo, distinguida, culta y profunda en sus comentarios. Ella era una mujer madura y él casi un niño. Sus padres lo habían sacado del ambiente bélico de Santiago, aprovechando las conexiones comerciales del padrastro. Volvían en el mismo barco por el Estrecho de Magallanes y el adolescente devoraba todo lo que veía, parte de lo cual, muchos años después, describió brevemente, tanto en sus Recuerdos del Pasado, como en el presente Ensayo. A María Graham impresionó aquel niño genial y observador y nos dejó -sin sospechar su posterior importancia literaria- el primer testimonio que tenemos de él, dice así: "Tengo especial interés por Vicente, inteligentísimo niño. Viajó conmigo en la Doris desde Río de Janeiro adonde había llegado en el Owen Glendower. Se resfrío al doblar el Cabo de Hornos, y lo hacía pasar en mi camarote todo el tiempo que permitían las circunstancias. Hablábamos un día de las islas, recientemente descubiertas, de New Shetland del Sur y de los restos de un navío español que allí se encontraron, navío que conducía tropas a Chile y del cual nada se había sabido hasta entonces. El niño que estaba pendiente de la conversación, me dijo: - "He ahí la fortuna de Chile; cuando los tiranos envían buques para oprimir Dios los hace naufragar en costas desiertas". Espero que sus excelentes inclinaciones, que tanto prometen, no serán destruidas por su continuo trato con los franceses que frecuentan la casa de su padrastro, don Felipe del Solar, que es agente general de todos los buques franceses que llegan a Chile..."(5)

En aquellos años de postindependencia, antes de la creación de la Universidad de Chile, no todos los hijos de las familias pudientes del país podían completar su educación. Algunos eran enviados a Europa, lo que resultaba bastante honeroso, otros, en cambio, aquellos que sentían especial atracción por los trabajos y la vida rural o por el comercio, sólo aprendían rudimentos educacionales y los conocimientos del caso practicando en las propiedades o negocios del propio ámbito familiar o del círculo de influencia y de amistad del interesado. Por lo demás, en aquella época no se pensaba que era necesario el que todos los jóvenes se cultivaran.

El caso de Vicente Pérez Rosales fue diferente. Resultó un joven un poco díscolo, independiente e inestable respecto a sus intereses, pero al mismo tiempo un empedernido lector y estudioso, con especial interés por las ciencias exactas. Bajo la tutela de su madre había aprendido francés y no poco de inglés, había leído los clásicos -que volvían a circular profusamente por esos años- y, en general, cuanto libro de viajero y naturalista pudo conseguir. Era evidente que en Santiago no podría avanzar más en aquel aspecto y por ello, sus padres decidieron unirlo a la legión de chilenos y latinoamericanos que, con parecidos propósitos comenzaban a juntarse en París.

Llegó nuestro autor a París el año 1825, en compañía de cinco medios hermanos y dos primos, además de otros veintisiete vástagos de las más distinguidas familias chilenas. Casi todos ellos comenzaron sus estudios en un colegio llamado Maison d’Education, ubicado en la rue Beautreillis N° 6, dirigido por el clérigo español M. M. de Prado y por el literato Vallejo; establecimiento de gran nombradía y también muy publicitado entre los hispanoparlantes de América y Europa (véase pág. 31). Siguió luego su instrucción superior, en el no menos famoso "Liceo Hispanoamericano", donde recalaban los americanos más seriamente interesados en estudiar. Era éste un colegio formado por maestros españoles, portugueses y franceses de nota -algunos de ellos refugiados políticos en París- que constituían un magnífico plantel, donde descollaban, entre otros, los españoles Manuel Silvela, Leandro Fernández de Morantin y Andrés Antonio de Gorbea.

Pero la enseñanza de compás retórico-diciochesco; disgustó a Vicente Pérez. Con un tono de moraleja y de sarcasmo -muy frecuente en sus escritos-,que nos hace sospechar que la influencia de su maestro Moratín pudo ser más fuerte en su estilo que lo que él nunca pensara, resume así sus estudios en París: "Volvimos, pues, los que allí fuimos con poco más del triste alfabeto por aprendizaje, sin siquiera poder decir cuando llegamos, que sabíamos tanto cuanto encontramos que sabían, sin salir de Chile, aquellos mismos que suspiraron por no podernos seguir. Pero, para ser justos, es preciso confesar que en aquello de superfluidades, de gabachismos de meter en todo ex-cathedra la mano, nadie hasta ahora nos ha podido aventajar"(6)

La estancia relativamente corta de Pérez Rosales en París fue intensa y de mucha importancia para el resto de su vida intelectual. Su espíritu inquieto lo llevó a probar la poesía, el teatro y el ensayo, en apresurados borradores que ahora no conocemos, pero que fueron, seguramente, leídos y criticados por Fernández de Moratín. No es esto, sin embargo, lo más importante de su vida allí, sino el conocimiento de los resultados de los viajes científicos, de las narraciones de viajeros y de las obras descriptivas relativas a América, que en esos años se traducían e imprimían profusamente en Europa. Su curiosidad científica se amplió desmesuradamente, la acción y la aventura enardecían la imaginación de aquel joven -y de muchos otros chilenos y europeos- como la Conquista lo había hecho con la mentalidad española del siglo XVI.

El interés que se respiraba en las capitales europeas por los nuevos países iberoamericanos era creciente en el tercer decenio del siglo pasado. En 1826 aparecía mensualmente en París, la Revue Américaine, que contenía colaboraciones literarias de latinoamericanos, capítulos de viajeros, datos estadísticos y noticias políticas de las nuevas repúblicas. En Londres, se publicaba al mismo tiempo, El repertorio americano, con la activa colaboración de Andrés Bello. Es más, en las librerías importantes de París se podían adquirir Almanaques y folletos instructivos, que pretendían guiar a los viajeros a ser buenos observadores de los países exóticos que visitaran, algunos, incluso, contenían hojas o espacios en blanco para hacer anotaciones sobre el clima, la vegetación, los minerales, el comercio, la agricultura, la población y los sistemas políticos, etc. Famoso fue en este sentido el librito, Quelques considérations sur I’Amerique. Par un vieux Philanthrope, París, 1823, que se vendía en Boulevard Poissonniére N° 18 y cuya influencia es claramente perceptible en muchas descripciones que nos dejaron americanos y europeos, publicadas en los años siguientes e incluso en no pocos Informes de cónsules y enviados de gobiernos y compañías comerciales al Nuevo Mundo.

El año 1829 Vicente Pérez Rosales vuele a Chile, lleno de ideas y de proyectos, pero con el mismo espíritu inquieto que había caracterizado su vida. Tenía, al parecer, un primer interés en la agricultura, ya que desde Francia introduce la fresa y la grosella. Pero, el éxito en los salones de la tertulia santiaguina lo envuelve; años más tarde recuerda, con algún rubor, que hasta se dedicó a hacer versos para las damas aristocráticas de la capital, fue quizás desde esos años que comenzaron a llamarle "el ingenioso Pérez".

Las necesidades de la frondosa familia, el matrimonio y dote de las mujeres y los malos negocios, habían discipado ya la fortuna de su padrastro Del Solar. Vicente se vio pronto en la necesidad de ganarse la vida y empezó de ese modo su larga carrera de aventuras e infortunios económicos. El primero, fue su fallido intento de entrar al mundo del periodismo, que termina en 1835 al entablársele un juicio que lo condena a pagar una multa por la publicación de un ensayo en que acusaba a un cura de estafador. Se continúa luego su picaresca de contrabandista, pintor escenógrafo, comerciante y minero. En esta vida inquieta, sin embargo, el trabajo agrícola, en fundos arrendados como el de Baldomávida, lo retiene en la provincia de Colchagua por diez años.

Aunque ocupando su tiempo cada vez más en la agricultura y habiendo ya probado varios oficios con menos que regular suerte, decide con algunos amigos dedicarse a la literatura y al periodismo literario. En 1846, asociado con Hermógenes de Irisarri -su pariente-, Manuel Blanco Cuartín y José Luis Borgoño, funda un periódico, El Mosaico, que años más tarde definiría como "periódico socarrón y festivo".

La intención de los editores con esta publicación semanal, fue la de ilustrar al público chileno sobre las novedades artísticas, literarias y científicas europeas, fuera de incluir noticias de la capital y de otros lugares del país, además de comentar las costumbres y la moda. En los doce números que alcanzaron a aparecer colaboraron no pocas figuras destacadas de la intelectualidad de mediados del siglo: Juan García del Río, Andrés Bello, Manuel Silvela, el fabulista y antiguo maestro parisino de Pérez Rosales, etc. Pero no había en Santiago de esos años lectores suficientes como para mantener un semanario de esta índole, que como lo había anunciado en su primer número, se mantuvo alejado de la intriga, fisgoneo y actividad política y que además, debía competir con los franceses de igual carácter.

A poco de cerrar Vicente Pérez la puerta de redacción de El Mosaico, tuvo otras absorbentes actividades que apaciguaron las inquietudes de su espíritu. Él era de franca tendencia liberal en todo lo que tenía relación con materias económicas; políticamente, sin embargo, se mostraba conservador. Dicotomía muy común en la época, especialmente frecuente entre jóvenes intelectuales, políticos y profesionales que rodeaban a Antonio Varas y a Manuel Montt. Años después, en 1857, formarían el Partido Nacional; Vicente Pérez Rosales perteneció a él toda su vida.

No sabemos exactamente cuándo Pérez Rosales comenzó a colaborar con los planes del gobierno de Manuel Bulnes. Probablemente sucedió al ocurrir la modificación ministerial de 1844, ocasión en que Manuel Montt ocupa el Ministerio del Interior y de Relaciones y Antonio Varas la cartera de justicia y Educación, quedando, también, José Joaquín Pérez en el Ministerio de Hacienda: dos amigos y un primo en los más altos cargos gubernamentales. De ser así, el viaje a California, realizado por Vicente Pérez entre 1848 y 1849 se nos mostraría como su último desvarío aventurero, dentro de un interés ya bastante probado en él por la ocupación y colonización de los despoblados territorios nacionales australes. Quizás aun, podría interpretarse este viaje como un intento de observar personalmente el modo con que los norteamericanos estaban enfrentando el proceso de ocupación territorial de California, a propósito de los recientes descubrimientos de oro y su consiguiente repentina inmigración.

Sea como fuere, el hecho es que en 1845 se promulgó la primera ley de colonización y que en el invierno del año siguiente nuestro autor se encontraba en Magallanes haciendo observaciones geográficas y meteorológicas junto al Estrecho. En los meses siguientes se entrevistaba con marinos, científicos, políticos y hombres de empresa, para trazar planes de ocupación en distintos lugares del extremo sur. Incluso, algunos interesados en aquellas regiones se dirigían a él aportando datos, documentos e ideas(7).

En 1850 hallamos a Vicente Pérez Rosales instalado y en Valdivia, encargado de la acomodación y ayuda de una de las primeras partidas de inmigrantes alemanes, que habían llegado ese año. También, efectuando exploraciones y planes, con el objeto de establecer otras colonias y, posiblemente, ciudades en un momento progresivamente expansivo hacia el sur. Su fácil imaginación hierve en ideas y proyectos. En diciembre de aquel año, por ejemplo, recibe una carta personal, del entonces ministro de Hacienda Gerónimo Urmeneta, en que éste comenta y contesta a una serie de sugerencias recibidas anteriormente de Pérez Rosales. Se nota, por las respuestas, el espíritu modernizante y liberal de nuestro escritor, su preocupación por el incremento de la población, el intento de abrir puertos francos como atractivo para inmigrar al sur, sus ideas de suprimir casi todos los impuestos, en especial el diezmo para los colonos. En esta misma carta recibe de parte del ministro, la primera sugerencia que conocemos para escribir unas páginas descriptivas de la región, ya que -le dice- "sería conveniente que los colonos pudieran conocer los pormenores de aquellos parajes"(8). Fue éste, sin duda, el origen del folleto que Vicente Pérez Rosales publicara en Valparaíso, en 1852, con el título de Memoria cobre colonización de la provincia de Valdivia, que más que una memoria es una descripción de la provincia, muy parecida en contenido al capítulo sobre la misma materia del presente Ensayo. Es, también, el primer escrito, de que tenemos noticia, no exactamente literario. Al paso que, probablemente, marca el inicio de su apreciable y sistemática labor de búsqueda y recolección de fuentes descriptivas sobre Chile, de cuyo conocimiento hace gala en el Ensayo(9).

Aquellos fueron tiempos de feliz actividad creadora para él. Ese mismo año de 1850 hace también un viaje más al sur donde se nos aparece escogiendo, entre la fragosidad de la selva fría, un sitio donde fundar la futura ciudad de Puerto Montt. Tiene aún tiempo para tratar de proteger y chancear con el joven e infortunado pintor alemán Alexander Simon, que entretiene su expresiva y segura pluma haciendo bocetos del lugar. En uno de ellos, en el claro de un bosque, vemos unos refugios y empalizadas de gruesos troncos, con la siguiente bien humorada leyenda: "19 de febrero de 1850. Hotel Pérez Rosales el primero que se construyó en Puerto Montt el día que decreta su fundación". La creación oficial de la ciudad no ocurrió, sin embargo, hasta el 12 de febrero de 1853, en el mismo paraje antes elegido, en medio de un espeso bosque, denominado de Melipulli(10).

Por este tiempo, y hasta principios de 1855, nuestro autor tenía el nombramiento de Intendente del territorio de colonización de Llanquihue. Cargo de responsabilidad y preocupaciones, por los muchos intereses creados que surgieron en la región y por su fuerte carácter de frontera. Vicente Pérez trasluce sus inquietudes en las numerosas cartas que dirige a Antonio Varas. En una le habla de la labor absorbente que debe cumplir, "debiendo principiar los trabajos de deslindar terrenos fiscales desde el Departamento de la Unión en Valdivia para adelante, dejando todo arreglado en Puerto Montt...". Luego agrega la nota picaresca propia de su estilo: "cuando no hay uno que no se llame a propietario de las tierras fiscales, ni indio a quien no se haga jurar en falso por un maso de tabaco. A la colonia me la tienen entre dos fuegos: por el norte a causa de los terrenos fiscales y por el sur el asunto de reglamentar el corte de maderas, y El impedir que a este rincón de esclavos se le tiranice más por la tropa de mercachifles..."(11).

Los trabajos y aventuras de Vicente Pérez en el sur, sólo dignos del autor de Recuerdos del Pasado, se interrumpirían pronto. En marzo de 1855 el gobierno lo designa su agente, con el fin de impulsar y organizar la inmigración desde Europa, al mismo tiempo que -para facilitar su labor- recibe el nombramiento de Cónsul General de Chile en Hamburgo. A estos siguen, tres años más tarde, los del mismo cargo en Dinamarca, Prusia y Hanover(12).

Las razones que tuvo el gobierno chileno para enviar a Europa a un hombre que se desempeñaba tan brillantemente dirigiendo la colonización del sur, son fáciles de comprender. Si el asentamiento de los colonos europeos chocaba con múltiples problemas, no eran menos los que encontraban los que querían emigrar del Viejo Mundo. El gobierno conocía esas dificultades, la cuestión de fondo era que las fuertes corrientes migratorias creadas en los años 1850 y 1851 por California y Australia, había hecho tomar, o anunciar, medidas restrictivas a la emigración por parte de algunos países europeos, Prusia y Austria, por ejemplo.

Por otra parte, en los mismos países receptores de inmigrantes, el recibimiento de nuevos habitantes, por calificados que fuesen, no siempre fue bien aceptado e incluso, como ocurrió en Chile, el asunto llegó con frecuencia al debate político. Existían aún, pareceres y planes distintos sobre la inmigración y la colonización, se escribían artículos en los diarios y se editaban folletos con proyectos fantásticos o impracticables, que sembraban confusión en el público y entre los propios interesados y comprometidos en el problema. Al respecto, un buen amigo de Vicente Pérez, Francisco Javier Rosales, además tío por línea materna, a la sazón Encargado de Negocios de la República de Chile en Francia, publicó un pequeño trabajo sobre inmigración y colonización en Chile, que evidentemente contrariaba los planes del gobierno. Al referirse a él Vicente Pérez Rosales, en carta a Antonio Varas, dice: "Ha caído en mis manos una obra sobre colonización por don Francisco Javier Rosales en París. Sus proyectos son grandiosos, lo malo es que huelen más a obra de creador que a alma de hombre chileno que tiene precisión de uniformar sus operaciones con sus recursos. Así como coloniza Javier colonizara yo que soy un bárbaro"(13).

Francisco Javier Rosales, era un culto y prestigiado chileno, respetado por la alta sociedad parisiense y por los americanos allí residentes. Había representado a Chile en Francia desde 1836, sabiendo mantener las mejores relaciones en el reinado de Luis Felipe, durante el Gobierno Provisional de 1848, en el Segundo Imperio y aun después. Siendo un hombre de acción, aunque sólo desde su escritorio, escribió una serie de ensayos y artículos, no mostrándose muy feliz cuando, como ocurrió en el caso que comentamos, su afán imitativo del auge industrial europeo chocaba con la cruda realidad nacional(14). La correspondencia intercambiada entre Vicente y Francisco Javier, por otra parte, no nos deja duda de la gran amistad que mantuvieron toda la vida. Lo que simplemente Vicente Pérez y el gobierno chileno, no podían dejar pasar era que Francisco Javier opinara desde Francia -y lo escribiera- que la inmigración podía ser tan selectiva como para traer viñateros y toneleros donde se produjera vid, constructores de barcos donde esto se pudiera hacer, etc., además que proclamara que la ocupación de los territorios de Valdivia al sur no eran tan importantes y que lo que se gastaba en ello podía invertirse en comprarle sus tierras a los indios de la araucanía. La cuestión no tendría mucha importancia para la presentación de la obra que comentamos si no constituyera una pista más para sospechar que Vicente Pérez, al ser enviado a Europa, llevaba el especial encargo de divulgar allí, a través de un libro, la realidad del momento y las posibilidades futuras de Chile.

En los cuatro años, poco más o menos, que Vicente Pérez Rosales fue agente y cónsul del gobierno chileno en varios reinos de Europa, se desempeñó con la eficacia y cabalidad que él acostumbraba. Se conectó con sociedades mutualistas, interesadas en enviar a algunos miembros a Chile, se mezcló con los círculos de gobierno de varios países, hizo amistad con banqueros, hombres de empresa y comerciantes y -a propósito de la publicación de su Ensayo- con varias sociedades científicas europeas, sin dejar de polemizar, a través de la prensa, con ocasión de falsas noticias y exageraciones de aquellos que se oponían a la emigración. No hubo, prácticamente, aspecto de la vida nacional que de algún modo no le correspondiese abordar, sin dejar de lado, por supuesto, el de la modernización tecnológica de la producción chilena(15). Con estas motivaciones, la pluma de Vicente Pérez cambia un tanto de sentido y de estilo por esos años. Siguiendo la claridad de los temas tratados deja los sarcasmos ingeniosos, para ser claro, directo y escueto. Aunque, al parecer, toma la tarea de redactar el Enrayo prácticamente desde su llegada, también lo atrae el tema de la eficacia de la producción agrícola. En esa época se estaban haciendo en Europa grandes avances en el cuidado del ganado, genética, rendimiento a través de cultivos rotativos, etc. Otra cuestión que parece preocuparle es el desconocimiento histórico -por lo menos de aquella historia cronológica-descriptiva que se acostumbraba en la época- de los países americanos. Ignorancia común no sólo entre europeos, sino también entre los mismos americanos que allá llegaban.

De su interés por los temas agrícolas resultó el Manual del ganadero chileno, editado en Hamburgo el año 1858, que fue recibido en Chile con aplausos por la Sociedad Nacional de Agricultura y que, antes de la enseñanza sistemática de la agricultura desde 1876, fue la lectura recomendada en esta materia. En relación a la historia, lo que alcanzó a hacer Pérez Rosales fueron unos listados de períodos y gobernantes, ordenados cronológicamente, impresos en cartones verticalmente alargados. Este tipo de cronologías, referentes a la historia de Alemania y Francia, por algún tiempo, habían sido usados como material pedagógico en la educación secundaria de aquellos países. Los confeccionados por nuestro autor, con el nombre de Cuadernos Cronológicos, se referían a la historia antigua, colonial y republicana de Chile y Perú. Aunque casi desconocidos en Chile, fueron muy bien aceptados. Al respecto, Francisco Javier Rosales escribe desde París a Vicente Pérez: "fácil me es concebir el enorme trabajo que has tenido para llevar a cabo tan laboriosa empresa. Muy útil, muy importante me parecen esos cuadros, no sólo para la enseñanza de la historia de Chile y del Perú, sino que estarían bien colocadas en el gabinete de todo hombre público y privado... "(16).

La fructífera labor de Vicente Pérez Rosales en Europa fue breve al verse, intempestivamente interrumpida por el llamado urgente del gobierno chileno y por su nombramiento, con fecha 19 de diciembre de 1859, de Intendente de Concepción(17). Aunque en su correspondencia no hay evidencias sobre este nuevo requerimiento gubernamental, no cuesta mucho imaginarse los motivos. La Revolución de 1859, con que terminaba el gobierno de Manuel Montt, se había desarrollado, en parte, en territorio de la Araucanía, poniendo en peligro lo que ya se había logrado y los planes inmediatos que continuaban con la colonización. Por otra parte, para la sucesión presidencial, se había destacado primero, apoyado por el Partido Nacional, mayoritario y gobiernista, su amigo Antonio Varas y, después de la patriótica renuncia de éste a la candidatura, su primo José Joaquín Pérez, que fue efectivamente electo por la unanimidad de los sufragios, en junio de 1861. Cualquiera de los dos, deseaba tener en el sur, en ese momento efervescente y conflictivo, a un hombre de entera confianza, que ya había demostrado ser comprensivo y enérgico, al mismo tiempo que un cabal conocedor del lugar y de los hombres de la región. No sin razón escribía en 1860 a Francisco Astaburuaga, "sobre mis hombros descansa ahora la tranquilidad de todo el sur de la República"(18).

De nuevos sus desvelos en el sur parecen decisivos: el apaciguamiento de los indios, la conjuración del asalto de éstos a varios puntos, incluyendo Lota y Coronel, el mejoramiento del estado sanitario de la región, la persecución de bandidos y cuatreros, etc.(19).

La vida de preocupaciones y de pesadas exigencias a que se había sometido parecen, de vez en cuando, acabar con sus fuerzas. Desde Concepción, en octubre de 1860, confidencia a Antonio Varas, "no tengo tiempo de escribir largo, estoy enfermo y apenas veo... "(20). Luego se repone y recupera casi totalmente la visión, pero comprende que su existencia de trotamundo, desafiante de la suerte y del destino, ha concluido. Decide comenzar otra vida, dedicada a la política y a la vida hogareña.

Quizás en parte por ello -contando ya 54 años de edad- es que decide casarse, cuestión que nunca antes había insinuado en sus escritos, con doña Antonia Urrutia, antigua conocida de la familia, "Antuca" la llama el presidente Pérez. El matrimonio se efectúa en Concepción, y a los pocos meses de unión, de nuevo, Vicente Pérez cae enfermo, escribiendo a su primo José Joaquín Pérez para que le conceda permiso con el fin de intentar mejoría en los baños de Chillán.

Casi al mismo tiempo en que contrae matrimonio, Vicente Pérez accede al requerimiento de amigos y parientes del Partido Nacional para ser candidato a diputado por Chillán en el período parlamentario 1861-1864. Fue electo, pero no pudo ocupar el cargo en propiedad, debido a su salud, hasta el mes de agosto de 1861, siendo reemplazado por el suplente José Gabriel Palma(21).

Terminado el período parlamentario de la diputación se retira unos años de la vida pública -otra vez por razones de salud- viviendo, al parecer, alternativamente entre Santiago y Valparaíso(22). Pero en 1879 acepta la senaturía por la provincia de Llanquihue, para el período 1876-1879 y una vez electo integra la Segunda Comisión Permanente de Gobierno y Relaciones Exteriores. A esta elección sigue una segunda, para el período 1879-1882, representando a la misma provincia, pero formando parte, esta vez, de la Quinta Comisión de Educación y Beneficencia(23).

Si por los años que actuaba en la Cámara de Diputados, Pérez Rosales había perdido su aptitud pie creador andariego, reforzó en cambio, su gran capacidad de narrador, reapareciendo con renovado ímpetu el "ingenioso Pérez". Desafiado por quienes escuchaban sus sabrosas tertulias, redactó o perfeccionó sus Recuerdos del Pasado. Decimos perfeccionó, ya que es muy posible que algunos capítulos, o incluso todo el libro, fuese escrito, con diferencias de fondo algo sustanciales, más de una vez.

Sus últimos años están llenos de actividad intelectual. Además de su labor en el Senado, escribe algunos artículos y piezas periodísticas, colabora en el Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura y se entretiene en las sesiones de la Sociedad de Fomento Fabril, donde es elegido presidente del Consejo Directivo, en 1884. En junio del año siguiente muere su esposa y él mismo se encuentra semiparalizado por un derrame cerebral. Se ve obligado entonces a renunciar a la presidencia del Consejo Directivo y aun a recluirse en su casa, donde muere el 6 de septiembre de 1886(24).

Entre los escritos de Vicente Pérez Rosales, el Ensayo sobre Chile es una obra de excepción, no por su estilo, sino por el contenido. Aunque, como hemos visto, tenía aficiones científicas y le interesaban las cuestiones técnicas mineras y agrícolas, también se deleitaba planificando el futuro progreso del país. Ni él mismo, ni otro contemporáneo suyo habían llegado a plasmar en un solo volumen todo aquello. Nadie había aún escrito un libro que resultara un claro anticipo de lo que, muchos años después, se conocería con el nombre de geografía descriptiva, con acertados y claros avances de geografía cultural y ecohistoria. Su antecedente más lejano, e ilustre, era sin duda Alejandro de Humboldt y, en la perspectiva nacional, otro magnífico viajero alemán, Eduard Poeppig, a quien Vicente Pérez admiró y siguió en la narración. Pero, indudablemente, el trabajo de nuestro compatriota aparece más moderno y programático que la de aquel(25).

A mediados del decenio de 1850 no existía para Chile, ni para ningún otro país latinoamericano, una obra breve pero completa, de carácter descriptivo, como el Enrayo. América se conocía fundamentalmente a través de los viajeros que, según gustos y especialidades, se detenían o profundizaban sólo algunos aspectos de los países visitados. Los había entonces, preferentemente descriptivos de la botánica, de los minerales o, como el escueto pero útil estudio de Carl Gosselman que, a propósito del amplio mercado que América podía significar para el hierro y acero sueco, entrega una reseña del estado monetario y mercantil de cada República(26).

Es claro que el Ensayo tiene una multitud de antecedentes. Unos surgidos de la inquieta personalidad del autor y de posibles y expresos encargos para hacerlo; otros, en numerosos impresos descriptivos que de algún modo estaban dirigidos a orientar a los interesados por saber cómo era esta nueva república, sin que sus autores pudieran clasificarse entre la categoría de viajeros.

Hemos expresado ya nuestra certeza de que Vicente Pérez Rosales, al salir de Chile para representar al país en Europa, había recibido, entre otras instrucciones, el encargo de redactar un libro que ilustrara y entusiasmara tanto a los posibles emigrantes, como a los gobiernos y autoridades del Viejo Continente. Las diligencias y encargos que realiza apresudaramente, antes de salir del país, afianzan esta idea.

Phillippi, por ejemplo, le escribe a París desde Santiago, el 11 de diciembre de 1855, comunicándole el despacho de un mapa del desierto de Atacama y de algunos materiales sobre la cordillera de Chillán, cuestiones que seguramente le había pedido para ilustrar su obra(27).

Sin embargo, quizás para darle un tono de mayor espontaneidad a el Ensayo, Vicente Pérez, en el capítulo XXV de los Recuerdos del Pasado, da otra versión de los motivos que lo indujeron a escribirlo. Cuenta allí que llegando a Europa se dedicó a distribuir a diversas sociedades científicas los objetos de historia natural que llevaba de su patria, así como a ponerse en contacto con banqueros, sabios y personajes importantes que pudieran serle útiles en sus planes de reclutar emigrantes, a algunos de los cuales expidió el nombramiento de Cónsules de Chile en las ciudades de sus residencias. Luego agrega: "El activo cultivo de mis nuevas amistades y lo mucho que hacía hablar de Chile en todas partes no tardaron en producir los frutos que yo esperaba de ello. Comenzaron a llegarme muchas cartas atosigándome con preguntas sobre Chile. ¿Qué es Chile?, se me decía en ellas. ¿Dónde está? ¿Qué clase de gobierno tiene? ¿Qué religión es la suya? ¿Qué productos naturales se encuentran en él? ¿Qué género de industria puede plantearse con provecho allí? ¿Qué clima tiene? ¿A qué clase de epidemias o de enfermedades está expuesto allí el extranjero?, etcétera".

"Este cúmulo de necesarias averiguaciones, que presuponía por lo menos un tomo de contestaciones para cada carta, fue el motivo que dio origen a mi Ensayo sobre Chile, obra que escribí con los poquísimos datos que tenía a mi mano en los momentos que me dejaron libre mis quehaceres, y que remitía por toda contestación, por el correo, a mis numerosos preguntones".

Por cierto Vicente Pérez tenía razón -y ahí está el otro motivo- al decir que a la fecha, y fuera de los viajeros ya mencionados, no existía una obra, escrita por un chileno, que presentara al país al mundo, en forma verídica y clara, que pudiera servir al mismo tiempo como orientación general a inmigrantes, viajeros u otros interesados en relacionarse con Chile. Habían existido intentos, algunos de ellos bastante útiles y acertados, que a la sazón aparecían demasiado escuetos y anticuados. Fernando Urízar Garfias, editó el Repertorio Chileno. Año 1835, en cuya Advertencia -después de aducir razones parecidas a las enunciadas por Vicente Pérez Rosales para escribir el Ensayo- se queja de la falta de datos sobre el territorio, el número de habitantes y el comercio. En esos momentos Claudio Gay viajaba por el país, inquiriendo informaciones de toda índole para su Historia Física y Política.

El Repertorio, que es en el fondo una especie de Guía de Viajeros o Almanaque, al estilo europeo de la época, no se volvió a imprimir puesto al día en los años inmediatos, como era el deseo de su autor. No aparece algo similar hasta 1847, cuando se edita en Valparaíso la Guía jeneral de la República de Chile correspondiente al año 1847. Es muy semejante a la anterior y aparentemente redactada por varias personas, bajo la dirección del mismo Fernando Urízar Garfias, que había sido nombrado por el gobierno para hacerse cargo de la Oficina de Estadística creada en 1843. Este mismo funcionario había concebido el plan de publicar una serie de monografías, una para cada provincia del país, que comprenderían las descripciones geográficas, humanas, productivas y comerciales de sus territorios. Desafortunadamente, de ellas sólo se publicó la Estadística de la República de Chile. Provincia de Maule. Tomo 1, Santiago, 1845.

Fuera de los títulos precedentes, y recordando los ya citados Apuntes sobre Chile, de Francisco Javier Rosales, no apareció por aquellos años nada comparable al Ensayo. El Sketch of Chile que Benjamín Vicuña Mackenna editara en New York con el seudónimo de Daniel J. Hunter, es unos años posterior y, por otra parte, dicho sea de paso, bastante inferior al libro de Vicente Pérez(28).

No cabe duda que Vicente Pérez Rosales era un penetrante observador, a la par que poseía una inigualable capacidad de descripción. Cuestión, esta última, que podía hacer sintéticamente ya fuera tomando una forma picaresca, para lo que le bastaba un par de brochazos irónicos y agudos, o bien podía seguir una línea objetiva, clara y precisa, usando sólo tres o cuatro palabras. Es esta última la forma que caracteriza el estilo del Ensayo.

Con todo, la impresión que cualquier lector se forma de Vicente Pérez Rosales sin leer el Ensayo, es la de un gran escritor, apurado, aventurero y despreocupado, sin la paciencia y el método para redactar una obra que sobresale por el aporte de la información científica, sistemáticamente compilada y oportunamente expuesta en un conjunto hasta entonces inédito. No es el autor de el Ensayo el "ingenioso Pérez", costumbrista nervioso que conocíamos. El mismo autor nos aclara la duda que podría levantarse frente a esta aparente contradicción. Cuando se dirige Al lector, en las primeras páginas del Diccionario de "El Entrometido", dice: "Tengo un modo de leer que sólo porque no se diga que doy por bueno lo que en ello hago, no lo aconsejo a todo lector. No hay papel chico ni grande, folleto, memorial o cartapacio que caiga en mis manos que de ellas se escape, sin pagar alguna contribución de risa o de respeto, envuelta en su correspondiente apuntillo; ni apuntillo que en proporcionado legajo deje de pasar de mis manos, al fondo de una petaca en donde cabe, quien lo creyere, la quinta esencia de centenares de impresos que a manera de parras silvestres dan muchas hojas y tal cual mezquino papanito"(29).

Con todas las motivaciones y capacidades, antes dichas, el Ensayo fue escrito, apresuradamente y sin largas interrupciones entre los últimos meses del año 1856 y los primeros del siguiente, en medio de la febril actividad que el cargo de agente de inmigración imponía a su autor. Se publicó en París, ese mismo año, con el escueto título de Essai sur le Chili(30). Vicente Pérez Rosales hablaba y escribía correctamente el francés y redactó el libro directamente en aquella lengua, lo que sin duda, resta al libro el uso del giro rápido y expresivo que nuestro escritor alcanza elegantemente en su prosa castellana. La traducción que posteriormente, muy correcta y profesionalmente hizo Manuel Miquel, ayuda a emparejar y a despersonalizar el estilo del libro que presentamos(31). De modo que no esperemos encontrar en él la narración jocunda y pícara que nos acerca hasta en la forma a la comprensión del terruño, sino una revisión más distante y objetiva, próxima al memorial del naturalista o del hombre de estado.

Pero si el Ensayo no es precisamente una pieza especial por su estilo, sí lo es como documento histórico. Lo publicamos con la certeza de su utilidad descriptiva de un tiempo definitivamente ido; de una época en que el modernismo que señala el tiempo actual comenzaba a modificar rápidamente el paisaje, la cultura y la mentalidad nacional. Será pues, un documento invaluable para aquellos estudiosos de la ecología, las técnicas agrícolas, mineras y la paulatina ocupación territorial del país tradicional de mediados del siglo pasado. El Ensayo es también un indicador de inapreciable valor en cuanto a conocer el grado de avance científico de la época y su repercusión en Chile, que se afanaba por aquellos años en volar rápidamente por los cielos del progreso deslumbrante de la Revolución Industrial.

Por el tiempo en que Vicente Pérez Rosales redactaba el Ensayo no era usual proveer los escritos con un abundante aparato crítico y de referencia, sino sólo con alguna escueta mención de tal o cual autor u obra. Nosotros hemos hecho un esfuerzo por completar -a veces imaginar- la obra que en determinados casos pudo tener al alcance para informarse. Especialmente, pensando, que en no pocos casos, se trató de informes o documentos de uso gubernamental que posteriormente se perdieron o nunca fueron publicados. Pero aun en materia de notas, hemos dejado un sinnúmero de aspectos sin tocar: aclaración de temas que el autor menciona sólo de paso, corrección de la ubicación de algunos puntos geográficos, etc. De no ser así, el presente libro se habría transformado en un voluminoso e inmanejable libro de notas eruditas. Respecto a algunas glosas colocadas por el traductor, hemos preferido dejarlas como estaban, para no introducir alteraciones en el texto original; por su numeración no correlativa, pueden distinguirse fácilmente de las nuestras.

 

 

La edición francesa del Ensayo cumplió ampliamente con el objetivo de dar a conocer el país en Europa y de instruir a los interesados en emigrar o establecer otro tipo de relaciones con Chile. Su autor recibió el amplio reconocimiento de muchos sectores, especialmente del ambiente científico, que le escribieron elogiosamente. Fue en este sentido, muy grato para Vicente Pérez, recibir una carta impresa, como fue la moda por esos años, fechada en Postdam el 7 de julio de 1857, del ya anciano Alejandro de Humboldt(32). Por su parte Ignacio Domeyko, al acusar recibo de la obra, le expresa su entusiasmo de ver un libro en que se presenta Chile "ante el mundo europeo bajo el punto de vista tan verdadero como interesante y llamando a su patria a la gente honrada y trabajadora"(33). Como puede suponerse por la acogida de Domeyko, el Ensayo despertó también en Chile enorme interés, a tal punto que el Gobierno ordenó su traducción y publicación, teniendo en vista su indudable utilidad para la enseñanza y para el conocimiento del ciudadano común sobre el país. Es ilustrativa al respecto la elogiosa crítica que apareciera en los Anales de la Universidad de Chile, del año 1880, sobre la obra: "era ya indispensable un tratado geográfico sobre Chile, que, por ser de poca extensión, pudiera andar en manos de nuestra juventud; y por cierto que el Ensayo ha venido a llenar cumplidamente esta necesidad. El Gobierno, al hacerlo traducir para el uso de las Bibliotecas Populares, acaba pues de dotar a estos establecimientos de un libro importantísimo para la instrucción que el pueblo debe recibir acerca de su propio país"(34).

A pesar de sus bondades, la vigencia del Ensayo pasó con relativa rapidez, antes de terminar el siglo había dejado de usarse. Esto se debió a diversos motivos: la ampliación de las fronteras nacionales, el mejor conocimiento geográfico del territorio, el envejecimiento de las cifras estadísticas sobre comercio, producción y población que el libro incluye, en fin, a las numerosas nuevas realidades -como ferrocarriles, puentes y otras- que en la obra sólo se menciona como proyectos o aspiraciones. Habría sido necesario escribirlo totalmente de nuevo, cosa que, al parecer, nuestro autor nunca ni siquiera intentó.

A N N O N C E S.

MAISON D’ÉDUCATION destinée aux personnes qui parlent la langue espagnole ou qui désirent l'apprendre, établie á Paris, rue Beautreillis, n° 6, sous la direction de MM. de Prado , ecclésiastique espagnol; Vallejo et Prior, hommes de lettres.

La facilité de s’instruire dans toutes les branches des connaissances humaines attire á Paris une foule de jeunes gens du Nouveau-Monde, et particuliérement de l’Amérique du Sud, oú les établissemens litteraires sont encore peu nombreux. Mais en les envoyant si loin d’eux les parens ont a redouter deux dangers pour ces jeunes gens : s’ils sont dans un ·ge tendre ils risquent d’altérer la pureté de leur langue natale ; s’ils sont plus âgés, l’absence de toute discipline et l’appát des plaisirs que leur présente une grande capitalte, les expose a des distractions sano nombre, et souvent même á un total oubli de leurs devoirs. Une institution ou Pon parle le pur castillan et qui tient lieu de gouvernement de famille pour les éléves est done une chose utile et nécessaire. Nous croyons rendre service á nos lecteurs d’Amérique en leur recom-mandat, sous ces rapports, la maison d’éducation établie rue Beautreillis, nº 6. Cette institution compte douze aunées de succels; elle est dirigée par des Espagnols instruits et qui ont fait leur preuve dans la carriére des lettres.

Méneoire cíes Hommes de couleur de la Martinigue, par Me Isambert, avocat aux consei1s du Roi et á la cour de cassation. Paris 1826, I vol. in-80.

Ce livre n’est pas un simple mémoire á consulter, il contient sur Phis. toire des hommes de couleur et sur la législation coloniale, une foule de documens du plus haut intérêt et qui méritent de fixer 1’attention de tous les amis de la liberté. Nous reviendrons sur cet ouvrage.

Anuncio de la Maison d’Education publicado en la Revue Américaine journal Mensuel, N° 5, París, noviembre de 1827, p. [156].

Después del éxito del Ensayo no vuelve Vicente Pérez Rosales a insistir en la producción intelectual geográfico-descriptiva, quizás con la excepción del corto trabajo, la Colonia de Llanquihue, su origen, estado actual y medios de impulsar su progreso, impreso en Santiago el año 1870, que atiende más bien a sus deseos de aclarar nuevos proyectos de colonización y de políticas demográficas. Un artículo publicado años más tarde con el título, Recuerdos de Copiapó en 1846, apunta más bien al tipo de reminiscencias que formarán sus Recuerdos del Pasado(35).

Al caer en relativo olvido el Ensayo, la imagen intelectual de Vicente Pérez se cristalizó en el éxito de los Recuerdos del Pasado que, además de ser una brillante pieza literaria costumbrista, tiene también algo de la liviandad de una charla de sobremesa. Pero no sería total ni justa la apreciación y valoración del "ingenioso Pérez" sólo a través de la lectura de este último libro, sin contrapesarlo con el otro aspecto de su personalidad: el afán científico, la programación ordenada y metódica de un mejor futuro, la presencia del esfuerzo individual y colectivo como un constante elemento de éxito, todo lo cual es claro en el Ensayo.

Menos feliz me parece la pretensión -aparecida desde hace años en algunos ensayos- de transformar aquel pedazo de Vicente Pérez de los Recuerdos en una especie de símbolo del chileno: hombre liviano, inquieto transhumante, en busca de fortuna fácil. ¿Por qué no puede ser el autor del Ensayo el arquetipo? O, digámoslo de una vez, ¿por qué no el "ingenioso Pérez" completo, tal como era? En fin, en materia de si Vicente Pérez Rosales es o no el prototipo del chileno de aquellos años, sea lo que el lector prefiera. De algo, sin embargo, estoy cierto; cuando nuestro autor se inquieta e indaga sobre la naturaleza de las rocas de la cordillera, de los tipos humanos que cobijan las minas de Copiapó, de las especies forestales que forman los bosques del sur, no está buscando riqueza fácil, sino tratando de escrutar fragmentos de la naturaleza chilena. Por buen o mal camino, está buscando el alma nacional.

 

ROLANDO MELLAFE ROJAS

 

__________
Notas

Se advierte al lector que los llamados mediante asterisco (*) corresponden a notas del autor aparecidas en la primera edición en castellano, o bien a notas del traductor o de este editor, en cuyo caso se cierran con la indicación "(N. del T.)" o "(N. del E.)", respectivamente. Los llamados mediante cifras arábigas correlativas (p. ej.: 35) corresponden a notas del profesor Rolando Mellafe (N. del E.).

1

Guillermo de la Cuadra Gormaz. Familias Chilenas. 2 Vols. Santiago, 1948. Juan Luis Espejo. Nobiliario de la Capitanía General de Chile. Santiago, 1967. Juan Mujica, Nobleza Colonial de Chile. Santiago, 1927.
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2

Estos y otros recuerdos de la actuación de su familia en la Independencia pueden encontrarse en el Capítulo II de Recuerdos del Pasado.
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3

Guillermo Feliú Cruz. "Ensayo crítico sobre Vicente Pérez Rosales". En, Diccionario de "El Entrometido". Santiago, 1946, pág. 20.
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4

María Graham. Diario de mi residencia en Chile en 1822. Santiago, 1953, pág. 116, por ejemplo.
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5

María Graharn. Diario de mi residencia en Chile en 1822. Santiago, 1953, pág. 117.
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6

Pérez Rosales, Recuerdos del Parado. Biblioteca de escritores de Chile. Santiago, 191 o, pág. 47, citado por Guillermo Feliú Cruz en "Ensayo crítico sobre Vicente Pérez Rosales", ya citado.
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7

Por esos meses muchos amigos o conocidos le escribirán. Desde Valparaíso, por ejemplo, el teniente de marina M. H. Guerrero, el 15 de noviembre le despacha un Derrotero de travesía del Estrecho, que había sido publicado en El Comercio de Lima y que podía servirle, le decía, en la tarea de organizar una colonia marítima militar -según era el propósito- y que también podría publicar en el diario El Mercurio o El Comercio. Biblioteca Nacional. Sala Medina. Manuscritos de Medina. Vol. 378. Fol. 3. Este y otros muchos documentos, que posteriormente no menciona. Vicente Pérez empleó seguramente en la redacción de la obra que prologamos.
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8

"Carta de Gerónimo de Urmeneta a Vicente Pérez Rosales, 16 de diciembre de 1890". Manuscritos de Medina, ya citado. Vol. 378, Fol. 9.
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9

Una buena descripción de las publicaciones de Vicente Pérez Rosales puede encontrarse en, Guillermo Feliú Cruz. "Vicente Pérez Rosales, escritor. Estudio Bibliográfico sobre su labor literaria". En, Boletín de la Biblioteca Nacional. Año V, Nos 1, 2 y 3. Santiago, enero a marzo de 1934.
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10

Se ha creído hasta la fecha, erróneamente, que estos dibujos y algunos cuadros son factura de Vicente Pérez Rosales. Incluso, el que aludimos en el texto fue impreso bajo esa creencia por Luis Correa Vergara en el Tomo II de la Agricultura Chilena. Santiago, 1938. Quien primero dudó de esta paternidad fue Eugenio Pereira Salas. "El pintor alemán Alexander Simon y su trájica utopía chilena". En, Boletín de la Academia Chilena de la Historia. Santiago, 1967. Segundo Semestre. Año XXXIV, N° 77, págs. 5-27. Basta comparar los dibujos del pintor alemán incluidos en este artículo, con aquellos de Vicente Pérez Rosales incluidos en su Diario de un viaje a California 1848-1849. Sociedad de Bibliófilos Chilenos. Santiago, 1949, que sí son de nuestro autor, para convenir que se deben a manos totalmente distintas.
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11

Carta de Vicente Pérez Rosales a Antonio Varas. 27 de marzo de 1854. Archivo Nacional. Colección Fondo Varios. Vol. 829, Fol. 38.
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12

Los originales de estos nombramientos se encuentran en el Vol. 378 de los Manuscritos de Medina, ya mencionados.
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13

Carta de Vicente Pérez Rosales a Antonio Varas, ya citado. Respecto a la obra de Francisco Javier Rosales, se trata de, Apuntes cobre Chile. Dedicado a sus conciudadanos. París, 1849.
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14

Entre otros escritos de Francisco Javier Rosales, conocemos: Contestación al Informe del comandante general de marina de Valparaíso en cuanto dice referencia con la fragata Chile. París, 1846. Progresos de la agricultura europea y mejoras practicables en la de Chile. París, 1855. A mis conciudadanos. París, 1864.
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15

Elocuente es al respecto la correspondencia mantenida sobre el despacho de datos y pormenores en relación a una máquina que se estaba usando en Europa para abrir pozos artesianos, que le pide el hacendado Santos Cifuentes, de los alrededores de la capital. Carta de Vicente Pérez Rosales del 27 de enero de 1858. Manuscritos de Molina. Vol. 378. Fol. 11, ya citado. Asimismo otras sobre vacunas para el ganado bovino y cuestiones parecidas, contenidas en: Archivo Nacional. Fondo Varios. Vol. 834. Fols. 1819 y 20.
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16

Carta de Francisco Javier Rosales a Vicente Pérez Rosales, de 28 de abril de 1858 Manuscritos de Medina. Vol. 378. Fol. 48, ya citados.
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17

Este nombramiento se encuentra en el Vol. 378 de los Manuscritos de Medina, ya citados.
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18

Carta de Vicente Pérez Rosales a Francisco Solano Astaburuaga, del 20 de octubre de 1860. Archivo Nacional. Fondo Varios. Vol. 833. Fol. 80.
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19

Muchas cartas, que atestiguan estos trabajos, intercambiadas con el coronel Mauricio Barbosa y el General Cornelio Saavedra, por ejemplo, se pueden encontrar en los Vols. 825 y 835 de Fondo Varios, del Archivo Nacional.
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20

Carta de Vicente Pérez Rosales a Antonio Varas, de 14 de octubre de 1860. Archivo Nacional Fondo Varios. Vol. 836. Fol. 136.
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21

Luis Valencia Avaria. Anales de la República. Tomo 11. Santiago, 1951, pág. 211.
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22

Conocemos un poder notarial, firmado por él en Valparaíso, con fecha 15 de junio de 1868, en que da fianza para el desempeño de Intendente de la Provincia de Llanquihue a su hermanastro Felipe del Santiago del Solar. Archivo Nacional. Notarial de Valparaíso. Vol.148, págs. 209-310.
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23

Valencia Avaria, ya citado, págs. 260, 270 y 273.
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24

A excepción de la fecha de muerte, todos estos datos están consignados en numerosas comunicaciones -muchas de ellas sin foliar- contenidas en el Vol. 378 de los Manuscritos de Medina, ya citados.
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25

Estando Vicente Pérez Rosales en Europa escribió, y probablemente visitó a Eduard Poeppig, que a la sazón vivía en Leipzig, donde había sido director del Jardín Zoológico. Por el tenor, no muy claro, de una carta del sabio alemán a Pérez, queda la impresión que éste último extiende una invitación a Poeppig para volver a Chile, que rehúsa alegando su estado de salud y edad. Manuscritos de Medina. Vol. 178, ya citado. La obra relativa a Chile, de Eduard Poeppig, es el primer volumen de los dos títulos: Reise in Chile. Peru und auf dem Amazonenstrome wäbrend der jabre 1827-32. Leipzig, 1835. Fue traducida, anotada y publicada por Carlos Keller, con el nombre de Un testigo en la alborada de Chile 182(-182). Zig-Zag. Santiago, 1960.
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26

Carl August Gosselman. Informes sobre los Estados Sud Americano en los año de 1837 y 1838. Estocolmo, 1962.
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27

Existió gran amistad entre Phillippi y Vicente Pérez. Se conocieron al fin del año 1851 por mediación de Ignacio Domeyko, quien recomienda al primero a Pérez, cuando aquel se dirige a Valdivia, para hacer estudios de geología, botánica y zoología. Se lo presenta en una carta, pidiéndole que ayude al naturalista y sea su amigo. Tanto esta carta como la recordada en el texto se encuentran en los Folios 15 y 39 del Volumen 378 de los Manuscritos de Medina, ya citado.
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28

El título completo de este trabajo es, Daniel J. Hunter. A Sketch of Chili, expressly prepared for the use of emigrants, from the United States and Europe to that country, With a Map. New York, 1866.
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29

Vicente Pérez Rosales. Diccionario de "El Entrometido", ya citado, págs. 119-120. Esta parte de la obra fue publicada por primera vez en, Revista Chilena. Tomo VIII. Santiago, 1877, pág. 321.
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30

Vicente Pérez Rosales. Essai sur le Chili. Imprimé Chez F.H. Nestler y Melle. Paris, 1857.
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31

Fue muy acertada la elección de Manuel Miquel como traductor del Ensayo: ya lo hemos dicho, realizó un excelente trabajo. Miquel era por esos años profesor de Economía Política del Instituto Nacional y Oficial Mayor Interino del Ministerio de Hacienda. Hombre estudioso y serio, poseía un acabado conocimiento del país, especialmente de sus aspectos económicos. Podríamos definirlo como el primer economista profesional que actuó en Chile. Se había hecho conocido por sus artículos de prensa sobre la crisis económica de 1857-1860. Reunió parte de los estudios publicados en diversos diarios y revistas de la época en el libro, Manuel Miquel, Estudios económicos i administrativos sobre Chile. desde 1856 hasta 1863. Santiago, 1861.
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32

Manuscritos de Medina. Vol. 378. s/f., ya citado.
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33

Carta de Ignacio Domeyko a Vicente Pérez Rosales. Santiago, 12 de abril de 1858. Manuscritos de Medina. Vol. 378. Fol. 18, ya citado.
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34

Anales de la Universidad de Chile. Tomo XVII, 1860, págs. 85-92.
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35

Publicado en Revista Chilena. Tomo VIII. Santiago, 1877, págs. 235-258.
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