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El Semanario Republicano
Número 9. Sábado 2 de Octubre de 1813
Continuación de la materia del número anterior. Véase "Sobre los gobiernos republicanos", Nº 8, 25 de Septiembre de 1813.

Si una Monarquía no presenta más objeto en su administración que el despotismo del Rey por una parte, y el abatimiento vergonzoso de los vasallos por otra; y si en esta forma de Gobierno se puede conciliar de algún modo la tranquilidad y la paz, con la opresión y la miseria, en una Republica es absolutamente imposible conservar el orden sino por el orden mismo. La razón de esto es muy llana. En la Monarquía no hay más que una fuerza, una voluntad, una pasión dominante y poderosa; todo cede al imperio de los caprichos de un hombre, que hace temblar con su presencia a los buenos y a los malos; todas las pasiones toman en aquel Estado la forma que conviene a los intereses del déspota; y sólo el camino de la adulación es el que conduce a los ambiciosos al destino que apetecen. En las Repúblicas no hay otro poder que el que compone el pueblo vasallo y soberano, al mismo tiempo en ellas no hay que temer otro despotismo que el de ellas mismas, ni hay que esperar otras felicidades que las que ellas mismas se proporcionen; pero cada miembro de los infinitos que componen el poder general, tiene quizá sus pasiones particulares, diversos intereses, diferentes costumbres y opuestas inclinaciones. Una lucha continua de tantos enemigos, es preciso que destruya el cuerpo político, si no se trata de que todos reconozcan ciertos principios de justicia, que deben refluir en beneficio de la conveniencia individual.

En las Republicas se advierten a primera vista tres poderes independientes, en que se pretende sostener el orden publico. La ley, que arregla los negocios interiores y exteriores es del Estado; la ejecución de esa ley y la administración de la misma en los negocios domésticos o civiles, son las tres partes del Gobierno Republicano, y los tres poderes que deben balancear la propensión de unos al despotismo y de otros a la anarquía. Al primero de estos poderes toca dar las reglas para la organización del Gobierno; para determinar sus facultades; para hacer inviolable la voluntad general; para juzgar las contiendas de los ciudadanos, y para que los jueces cumplan con su ministerio. Este, que es el mayor de los objetivo de las republicas, debiera siempre residir en el publico, como arbitro soberano de su suerte, y como el mejor celador de sus derechos y de su conservación. La ejecución de estas leyes solo se debía cometer a aquellos individuos, que por su conocida virtud y patriotismo alejasen toda sospecha de abuso en sus facultades. Así mismo la administración de la justicia no debía encomendarse a otros hombres, que a aquellos que mereciesen el concepto publico por su ilustración y probidad. Sin más que esto, el Gobierno Republicano seria el único que se vería sobre la tierra; porque todos los hombres se convencerían de su conveniencia. Mas, debiendo ser todo esto así, por su naturaleza, ¿cómo es que lo vemos tan distinto en la ejecución? ¿Cómo es que casi siempre se colocan en los empleos más importantes y peligrosos a los hombres menos aparentes? ¿Cómo es que el Gobierno y la justicia se hallan de ordinario en manos ineptas, corrompidas, venales y viciosas? ¿Cómo es, finalmente, que hasta en la misma legislación se introduce la intriga, el interés particular y las miras ambiciosas? Todo esto nace del abuso, de la falta de virtud y de la ignorancia de los pueblos.

El Gobierno, cuyo objeto sólo es ordenar los negocios públicos, no se mira ordinariamente sino como un medio de alcanzar los fines particulares. Para esto se emplean toda suerte de intrigas y de bajezas, y se forman los partidos que abren el camino para llegar al mando, de que saca el ambicioso todos los medios de poner en ejecución sus planes; miserables. La fuerza del Estado, que sólo debía servir para asegurarle de sus enemigos interiores y exteriores, entonces sólo se emplea en proteger la usurpación, el desorden y las violencias. Los fondos públicos, compuestos de una parte de las propiedades de los ciudadanas, y que sólo se debían emplear en los objetos del beneficio público, en aquel caso no se destinan a otra cosa que al lujo, al vicio y a los caprichos de un déspota inmoral y poderoso. La libertad entonces sólo es para los viles aduladores del tirano, que quieren aprovecharse de sus desperdicios. La energía del pueblo se manifiesta en los semblantes tristes y angustiados; pero la debilidad se conoce en que todo el tiempo que debían emplear en sacudirse del yugo indigno que les abruma, lo consumen inútilmente en murmurar en los rincones de sus casas. Así, los unos se convienen con la esclavitud y los otros se hacen sordos a los estímulos de la conciencia.

Para evitar estos desastres es necesario que la sociedad tenga otras ideas de sí misma. Es preciso que no creamos que el Gobierno pueda ser el patrimonio de una casa o de una familia, ni un bien mostrenco, que sólo espera un dueño que se lo apropie. Debemos advertir que todos los hombres que componemos el pueblo, tenemos igual derecho a nuestra conservación, a nuestra felicidad y a nuestra fortuna: que si no respetamos estos derechos en nuestros semejantes, por el mismo hecho autorizamos al que nos quiera corresponder del mismo modo; y que si hay leyes y Magistrados en los Pueblos, sólo es para conservar el orden, la seguridad y la libertad de todos en general y cada uno en particular. Si alguno atacase estos objetos, debe mirarse como al mayor enemigo de 1a Republica, y por tanto todo ciudadano debiera contribuir al castigo, para que sirviese de escarmiento. El que solo el orden y la justicia debe venerar la ley; y la ley no puede ser venerada si no se ejecuta. Entonces todos los que contribuyen a la impunidad de los crímenes concurren a agraviar al Pueblo en el desprecio de las leyes. ¡Cuantos ejemplos de esto se pudieran citar en nuestros días, en pueblos que aspiran erigirse en Republicas! Seguramente llevan muy malos principios para componer una sociedad, en donde reine la paz y la justicia.

No quiero que se miren los deberes del ciudadano por el lado del heroísmo, ni pretendo que todos los republicanos tengan la delicadeza y grandeza del alma de aquello genios a superiores, que nacieron para honor del género humano. Esto sería pedir un imposible.

Yo solo aspiro a que se ame el orden y la justicia por propia conveniencia, y que se dejen de cometer los abusos hot los mismos males que ocasionan. El espíritu de partido no trae a los pueblos otras consecuencias que el desorden, la devastación y la esclavitud; pero estos males no excluyen a los mismos partidarios, y por tanto todos deben evitarlos por no envolverse en la desgracia. Los partidos siempre comenzaron por las familias, se aumentaron por las relaciones de amistad y dependencia, y acabaron entre padres a hijos y entre los hermanos mismos. La ambición jamás admitió un compañero ni un igual: siempre fue sola, y siempre se elevó sobre las cabezas de cuantos le rodearon. Los mismos ambiciosos tuvieron siempre que arrepentirse de serlo, porque todo lo violento no puede ser durable. Los medios de que se valieron para llegar a ponerse sobre la ley y la justicia nunca pueden presentarse legítimos a los ojos de los pueblos; estos viven escandalizados y resentidos; el más generoso y el más vengativo obran de acuerdo para sacudirse del yugo ignominioso: tal vez aquel de quien menos se esperaba es el ejecutor de la venganza. Todo el poder, toda la astucia del tirano no puede impedir que su memoria sirva de escándalo; de oprobio e indignación a todas las edades y a todos los hombres. Una vida llena de zozobras y de remordimientos, un fin trágico y Una memoria despreciable; he aquí las consecuencias de la ambición. Piensen en esto los Republicanos y huirán de los partidos y de los proyectos ambiciosos; serán justos, generosos y, enemigos de la división. Estas mismas virtudes serán el fundamento de todas las demás, y en breve tiempo saldrán los héroes de donde antes sólo podían salir tiranos miserables y hombres corrompidos.

De todas estas verdades que hemos conocido por, nuestra propia experiencia, resulta otra verdad de no menor importancia. Esta es, que sólo la ilustración nos puede poner a cubierto de los males que dejamos referidos. Es necesario familiarizar en todas las clases del Estado las ideas liberales, que sirven de fundamento al sistema de las Republicas. Todo hombre debe conocer sus derechos para saberlos defender y conservar, y para obligarle a tomar parte en todos los sucesos adversos o prósperos de la Patria. Sin esto es muy frecuente la indiferencia de los pueblos, que como si nada les importase el bien ni el mal, dejan pasar sobre sus cabezas todas las desgracias, que evitarían si conociesen su poder y sus obligaciones. La ignorancia de los pueblos sólo es conveniente al interés de los tiranos; y por esto se empeña en apartar de sus dominios todo lo que puede conducir a 1a ilustración de sus esclavos; pero en las Repúblicas, en donde no hay más soberano que el Pueblo, y en donde sólo este debe juzgar de la felicidad o del peligro a que pueden conducirlo, es indispensable que conozca cuanto malo y bueno puede haber en las artes de los políticos.

En la administración de las Repúblicas no se debe dejar nada a la buena fe de los encargados de ella. La ley debe prevenirlo todo, y el pueblo debe velar sobre la conducta de los mandatarios, para impedir el abuso que puede hacerse del poder. El hombre que sabe que esta mandando sobre un pueblo celoso y advertido, conoce la necesidad de comportarse con moderación y con justicia; así como aquel que nada temió del abandono y de la ignorancia, de sus conciudadanos, pudo realizar sus proyectos ambiciosos sin oposición y sin trabajo. El que es verdaderamente justo no se resiente de que observen sus acciones, pues sólo aspira al servicio de la Patria, y porque sabe que nada le notaran indigno de su cargo; pero el malo, que sólo puede ocultar sus vicios, apartando de si las observaciones publicas, tiene que ser bueno por necesidad, mientras tenga que temer de sus observadores. Es cosa indudable que los tiranos sólo pueden levantar sobre los pueblos bárbaros a indolentes. Sean estos ilustrados, conozcan sus derechos, amen la justicia y celen su administración y ejecución, que con esto habrán puesto el mayor atajo a la ambición de aquellos entes injustos, que no pueden faltar en las sociedades mar bien morigeradas.

Hónrese al merito verdadero y despréciese al vicio en cualquier individuo que se encuentre; generalícese el amor a la Patria y desaparecerá la gavilla de necios y de hipócritas, que llevan el patriotismo en la boca y el despotismo en las entrañas; temblaran aquellos viles aduladores, tan impotentes como fatuos, que pretender lucir sus vicios abominables a la sombra de un tirano aborrecible; reinará el orden y la virtud, y los malos buscarán otro clima, en donde puedan dar ancho campo a sus pasiones miserables.

Ego autem neminem ledo, Quare irasci mihi neme poterit, nisi qu'is velit de se confiteri. Cicero.