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El Semanario Republicano
Número. 8. Sábado 25 de Septiembre de 1813
Sobre los gobiernos republicanos. Materia indicada en el título. Continúa en Nº 9, 2 de Octubre de 1813.

No hay en el orden civil una voz más dulce, ni más sonora, que la de Republica. Esta voz nos envía una idea de justicia, de equidad y de conveniencia que nos hace amable el significado. Nos figuramos un Estado regido sabiamente por la voluntad general, en donde las leyes más justas protegen los derechos del hombre, sin atender a sus riquezas, ni a sus relaciones; en donde los intereses públicos no pueden equivocarse, por que son ventilados por la multitud; Finalmente creemos, que no hay más que decir República para decir felicidad; pero no contamos con nosotros mismos, con nuestras pasiones, ni con los repetidos ejemplos de la historia, que nos hace ver, que el origen del mal de los Estados esta en el corazón de los hombres. Es cierto, que el Gobierno Republicano es el más análogo a los intereses de los pueblos, por que estando el poder repartido entre todos los, interesados, no parece tan fácil, conducirlos a su ruina contra su voluntad; pero como en una soberanía tan extensa, debe necesariamente padecer algo Su celeridad, que exige muchas veces la salud pública, es indispensable que la ilustración supla este defecto, y que 1a virtud anime los votos de la multitud. Sin esto, una República no puede presentar sino el cuadro más horrible del desorden y la debilidad.

La astucia de algunos individuos sobre la falta de ilustración de la masa popular, ha sido siempre el escollo en que perecen las repúblicas. El pueblo entusiasmado por la libertad, tal vez trabaja por destruirla, sin conocer la naturaleza de los medios, que un astuto ambicioso le hace adoptar por convenientes. En esta situación sólo la virtud es perseguida, y sólo el vicio tiene lugar en las asambleas; los bandos fomentan la división, y esta termina en guerras civiles, que disponen los ánimos a recibir con gusto la esclavitud. Consultemos estas verdades con la historia, que es el mejor libro de 1a política, para que nos convenzamos íntimamente de ellas.

En Atenas solo el pueblo tuvo la culpa de que Pisistrato se alzase con la soberanía: la ignorancia de los atenienses no pudo ser corregida por los avisos de Solón; aquellos republicanos se dejaron deslumbrar con las apariencias de virtud que presentaba el tirano.

En Génova la falta de virtud tenia en continua guerra a unas familias contra otras, y sin embargo de que allí se aborrecía el nombre de Monarca, tentaron mil veces los genoveses variar la forma de Gobierno, para ver si en alguna hallaban la tranquilidad; ellos crearon la dignidad de Podestá, que era un jefe casi soberano, que sólo ejercía sus funciones por un año, y debía ser extranjero; después de algún tiempo se varió este nombre en el de Capitán, y viendo que de nada había servido la variación; volvieron a la anterior. Las convulsiones eran may frecuentes cada día, las rivalidades más sangrientas los odios más irreconciliables; y para ver si se podían serenar, eligieron dos gobernadores, de 1os cuales el uno poco tiempo después se convirtió en un tirano. En esta alternativa de gobiernos poco más o menos turbulentos, sostenidos por la sangre y por los destierros, se fue disponiendo aquella republica a recibir un rey de cualquier modo, y lo verificó entregándose a Enrique IV. Este dejó el mando a los veinte años de haberlo tomado, y volvieron los Podestás y los Capitanes. Se crearon los Abades o Rectores, que eran jefes de los plebeyos; pero no estando contentos aquellos genios turbulentos con ninguno de estos establecimientos, depositaron el poder en la persona de un Dux, que tampoco fue mejor que los otros anteriores. Génova fue siempre desgraciada con sus gobiernos, por que jamás conoció las virtudes republicanas.

Venecia, que fue la Republica de Europa más poderosa y más antigua, se gobernó muchos años bajo el mando casi absoluto de los Dux, que se elegían en medio de las mayores convulsiones del Estado. Casi siempre tuvo la mayor parte en estas elecciones la intriga y las pasiones de las nobles familias venecianas, y por esto casi siempre también fueron unos déspotas los Dux. Se creaban tribunales accesorios unos tras otros, según les parecía que les exigían las circunstancias; pero de nada contribuían estos repentinos establecimientos para la tranquilidad de Venecia. Su sistema fue aristo democrático hasta que la astucia y el poder del Dux Gradénigo quitaron al pueblo su influencia, instituyendo el tribunal de los Diez en que se apoyó la aristocracia. A pesar de lo terrible de este establecimiento algunos años después, viendo que no era bastante este baluarte para defender al despotismo del gobierno, se creó otro cuerpo con el nombre de Inquisición del Estado, nombre odioso a la libertad y a la justicia. Los inquisidores de Venecia eran del mismo genero que los que tuvimos en España; su proceder era igual, y sus consecuencias en nada se diferenciaban. Ya se puede conocer lo que sería de los pobres venecianos en una opresión tan infernal. Sin embargo de esto, aquellos republicanos en el nombre amaban a su patria con el mayor entusiasmo, eran poderosos y tenían concepto en todas las Cortes europeas. Quizá con un gobierno menos turbulento hubieran podido oponerse a los proyectos ambiciosos del Emperador de los franceses; peso sea lo que fuese, hoy no es Venecia más que un pueblo de esclavos miserables.

Florencia fue otra Republica en que se experimentaron los mismos males, y por los, mismos principios que en Venecia. El pueblo fue siempre contrario a la nobleza, y aun ésta siempre estaba dividida entre sí. Los destierros, los asesinatos, los robos que pública, y recíprocamente cometían unos contra otros, hicieron a los florentinos pensar en reformas. Con este objeto crearon un jefe militar, que con el nombre de Confalonero y la autoridad de toda la Republica procurase sosegar los disturbios populares. Después de ver que esta medida no les había surtido el efecto que deseaban, derogaron aquel establecimiento, y pusieron un Ejecutor, que no debía ser ni florentino, ni toscano, sino precisamente extranjero. No bastando aun esto para tranquilizarlos, se entregaron al Rey de Nápoles, para que los gobernase absolutamente. A los 16 años de esta dominación absoluta volvieron a erigirse en Republica, y ésta en medio de todos los contrastes, sólo tuvo algunos días de serenidad bajo el sabio y amable gobierno de los Médicis, que al paso que trabajaban en la grandeza y riqueza de su Patria, sabían distraer a los demás nobles y plebeyos de sus antiguos odios y guerras intestinas. Pero esta misma familia, que un tiempo formo las glorias de aquella República, fue después la que le hizo los mayores agravios. El poder es fatal a los pueblos cuando se halla en manos ambiciosas, así como es una desgracia que la virtud se halle otras veces acompañada de la impotencia.

San Marín fue la República más feliz y más tranquila de que nos habla la Historia. Esta fue siempre de muy corta extensión, y de pocas fuerzas para alarmar con su poder a sus vecinos; pero en cambio tenían cuanto necesitaban para hacer respetar su libertad. Siempre pacíficos, siempre honrados, siempre virtuosos, huyeron aquellos habitantes de las divisiones, de los odios y de los asesinatos tan frecuentes en las otras Repúblicas de Italia; su Gobierno era democrático, y su historia pudiera reducirse a decir, que en San Marín se habían refugiado las virtudes republicanas durante el largo espacio de mil trescientos años.

Estos documentos que nos presenta la experiencia de los siglos nos hacen ver, que las Repúblicas sólo pueden florecer por las virtudes de los ciudadanos; y que es el mayor error, pretender el establecimiento de un Gobierno republicano en un pueblo vicioso y corrompido. La Francia nos acaba de convencer con el último ejemplar, que tenemos de esta especie. En ninguna parte se presentó el genio de reforma con un aparato más grande ni más terrible; pero al mismo tiempo era injusto y sanguinario. La destrucción de la Patria se equivocaba a cada paso con el amor a la libertad. La licencia, la irreligión, el desenfreno y la torpeza se quería que supliesen por todas las virtudes. Así fue, que apenas los franceses habían salido de 1a opresión de los Borbones, a costa de más de dos millones de victimas humanas, cayeron otra vez en la misma, o más dura sujeción bajo el yugó de los Bonaparte, que fueron los únicos mortales que sacaron el provecho de tantos infortunios. El pueblo francés se destruía así mismo sin saber que hacia un hombre, que se debía aprovechar de los errores que cometía una nación tan poderosa. No hubiera sido así seguramente si los republicanos hubieran tenido mejores costumbres, y más exactas ideas de los intereses de los pueblos. Con la moderación conveniente hubieran ellos tal vez conquistado en favor de su Republica a todas las monarquías vacilantes de Europa; pero el terror, que derramó sobre el globo el espectáculo sangriento de aquel Estado, retrajo a todos los sensatos y a todos los filósofos de repetir tan arriesgadas experiencias.

De todos estos ejemplares deduciremos la necesidad que hay de refrenar por una parte la licencia dañosa de los pueblos, y por otra quitar a los Gobiernos la facilidad de ejercer el despotismo. Pero si es cierto que con esta medida bastaría para alcanzar la seguridad de la Republica, también lo es, que no puede presentarse una cosa más difícil a la meditación de los filósofos. En vano sería inventar, un nuevo método de manejar los resortes complicados del Estado, Con Una nueva armonía, y con un secreto maravilloso que todo lo dirigiese hacia 65 bien publico; la malicia de los unos y la ignorancia de otros habían de dar necesariamente en tierra con tal establecimiento. Así yo creo que el más firme apoyo de las Republicas, es la ilustración y la virtud; y con dolor de mi alma siento que aquel pueblo en donde no se encuentran estas cualidades, ni puede ser republicano, ni le conviene pensarlo; ese tal sólo debe ser menos infeliz cuando se halle regido por un déspota.

El hombre libre debe ser justo, para no atentar contra la libertad de otro; Debe conocer los derechos del Estado en general y de cada individuo en particular; Debe aborrecer el vicio, no solo en la persona de un enemigo, o de un extraño, sino también en la de un amigo, y en sí mismo. Pero si en lugar de tener estos conocimientos, y estas virtudes, se quiere que la Republica proporcione un vasto campo a las pasiones bajas, al egoísmo, al partido, al engrandecimiento de una casa, o de una familia, es preciso prepararse para ver todos los crímenes, todos los excesos, todas las violencias, y todos los males que trae consigo la disolución del interés general. Entonces la Patria no es otra cosa que un verdugo despiadado, y sus resultados son la miseria, la desolación y la esclavitud.

Este es el asunto más importante para los pueblos, que procuran ser libres, y como no debe quedar reducido a la esfera de las teorías, es necesario que lo ventilemos bastantemente, para que huyamos de sus peligros, y conociendo sus verdaderas ventajas, les abrasemos con resolución y entusiasmo. No sea, chilenos, que saliendo del horroroso abismo de la arbitrariedad de un Rey, caigamos miserablemente en otra más terrible, en que sean innumerables los tiranos.