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La Aurora de Chile
Número 28. Jueves 20 de Agosto de 1812 Tomo I.
Sin título ["La dependencia colonial y la nulidad política..."]. Artículo relativo a las ventajas de la independencia.

La dependencia colonial y la nulidad política son una misma cosa. Un pueblo que depende de una metrópoli, no figura entre las naciones; no es más que una provincia; y si es una colonia, no es más que un fundo, un patrimonio de la metrópoli destinado a enriquecerla. Como el lujo de un propietario crece a proporción de lo opimo y rico de sus fundos, las profusiones de la Corte de España crecieron inmensamente con la posesión del patrimonio americano. Mas este fundo puede considerarse bajo dos aspectos: él consta de dilatados territorios, habitados por pueblos numerosísimos. Es ya una verdad muy palpable que un pueblo no puede ser despojado del terreno que habita sin violencia e injusticia. Todos los pretextos aparecen vanos y ridículos en presencia de las leyes de la naturaleza. La injusticia es más execrable si los primeros habitantes se reducen a la miseria y a la servidumbre. Los primitivos hijos de la América fueron reducidos a este estado con tanta crueldad, tal barbarie, tales atrocidades, que el V.D. Fray Bartolomé de las Casas anunció que en castigo de ellas había de ser la España arruinada, destruida de tal modo que había de perder el nombre de nación desapareciendo de la faz del mundo [11].

Reducidos a la miseria los indios, y casi exterminados, perseveró la América en la condición de patrimonio de España. Se tomaron todas las precauciones para que en ningún tiempo se separase de la metrópoli, y estas precauciones se cubrieron a las veces con un velo sagrado. Como el trono tenía igual interés en que todos los vasallos le prestasen una ciega obediencia, no se omitió medio alguno para que toda la inmensa monarquía permaneciese envuelta en una noche tenebrosa de ignorancia; de aquí es que en medio de la ilustración de la Europa, la España perseveró sumergida en los siglos de la barbarie, siendo la más estúpida de las naciones; de aquí esos estudios infelices, esa ignorancia del derecho natural, esa carencia de sólidos principios, esa persecución de los libros luminosos, ese olvido del nombre y del significado de la libertad nacional y civil. La América era un fundo español; de aquí ese monopolio de Cádiz, ese cuidado en que no conociese los procederes de la industria, esa prohibición del establecimiento de fábricas. La América debía obedecer siempre; de aquí las ordenes para que sus habitantes estuviesen desarmados. A la sombra de la ignorancia, la doctrina del despotismo hizo tales progresos que los pueblos se consideraban como destinados por el Altísimo a obedecer y callar como rebaños miserables. Todos estaban persuadidos de que la monarquía tenía un origen divino, y de que jamás podían elegir una forma de gobierno menos incompatible con su prosperidad. Los motivos que indujeron a los hombres a formar la sociedad civil, la libertad de las naciones de reformar los gobiernos, y aún sustituirles otros sistemas menos perjudiciales, eran absolutamente ignorados del cuerpo de la nación. No corrían los libros en que podían beberse estas verdades, y el horror de la muerte y de los calabozos imponían silencio a los despreocupados, que no aspiraban al martirio.

Estas, y otras observaciones, nos manifiestan que sin la gran revolución de la España, la América hubiera sido miserable eternamente. La ilustración, la industria, el comercio, sólo florecen bajo la dulce influencia de la libertad civil. Pero es un absurdo creer que exista en algún punto de la tierra la libertad civil sin la libertad nacional. Ya se ha repetido innumerables veces: las metrópolis son siempre opresoras de sus posesiones distantes; aspiran al imperio, y el vasallaje jamás se unió con la libertad. Preocupaciones pues muy rancias, todos los vicios y los medios de los esclavos, oponían a la emancipación de la América un muro inexpugnable. Estaban tan arraigadas en las cabezas en que habitaban por tantos años, que cuesta una dificultad indecible el que se desprendan de ellas, a pesar del sacudimiento y conmoción violenta que reciben por los sucesos de la época actual, e infortunio de la metrópoli. Aún se defienden con no se qué subterfugios escolásticos, con no se qué temperamentos, que jamás admitió la verdadera política, ni pusieron a cubierto a los pueblos de las calamidades: temperamentos ilusorios y vanos, que no pueden extinguir al odio vengativo, ni tranquilizar a la desconfianza. La tiranía jamás perdona los primeros pasos de las revoluciones. Todos cuantos influyen en ellas solo pueden esperar o la muerte, o la inmortalidad; o una eterna vergüenza, o una eterna fama. Ellos deben tener ante los ojos o el sepulcro, o el augusto monumento de la libertad nacional, en que estarán escritos sus nombres para recibir las alabanzas de las generaciones futuras. Estas máximas han estado siempre en los labios de los héroes de la libertad en las revoluciones más célebres del mundo. ¡Oh! Los puñales de las conjuraciones han brillado sobre las cabezas de los patricios; en muchas de nuestras regiones han corrido torrentes de sangre americana; el suelo que pisamos está empapado en la sangre de los primeros hijos de la América; arde el corazón de sus enemigos con un odio implacable e hidropesía sanguinaria; ¡y aún se encubre con los velos del miedo servil el sistema patriótico! La fortuna, o digamos más juiciosamente, la Providencia vengadora, nos ofrece la coyuntura más favorable; no puede ya volverse atrás sin ser el escarnio de todas las naciones; sin ser la indignación de la América por una vergonzosa apostasía; y aún no se eleva al descubierto el estandarte americano ¡Oh! Cuando los himnos que entone la gratitud pública a sus héroes, bajo el pabellón tricolor y al sonido de las músicas militares podrá decirse:

Ya la patria se eleva gloriosa
sin el yugo de viles tiranos.
Liberales principios y humanos
han de darle la felicidad.
La razón, la justicia, y las leyes
establecen su plácido imperio.
Sólo suena en el nuevo hemisferio
la voz dulce de la libertad.

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[11]

"El daño e jactura, que a la corona real de Castilla y León por esta causa ha venido, y a toda España vendrá, despoblando y matando como por ella misma se matará y despoblará todo el resto que de ellas (las naciones americanas) queda, los ciegos lo verán, los sordos lo oirán, los mudos lo clamarán, y los muy prudentes lo juzgarán; y porque nuestra vida no puede ser ya larga, invoco por testigos a todas las jerarquías y coro de los ángeles, a todos los santos de la corte del cielo, y a todos los hombres del mundo, en especial los que fueren vivos, no de aquí a muchos años de este testimonio que doy, y descargo de mi conciencia que hago, que si el repartimiento infernal y tiránico susodicho y que se pide, dando los indios de cualquiera manera a los españoles que tengan entrada y salida con ellos con cuantas leyes, y estatutos, y penas que les pongan, S.M. les concede, y hace que todas las Indias en breves días serán yermas, y despobladas, como lo está la grande y felicísima isla Española, y las distantes de ella, y comarcanas; Y que por aquellos pecados por lo que leo en la Sagrada Escritura, Dios ha de castigar con horribles castigos, y quizás totalmente destruirá todo España. Año de mil quinientos y cuarenta y dos. Protestación del Obispo don fray Bartolomé de las Casas.
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