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La Aurora de Chile
Número 26. Jueves 6 de Agosto de 1812. Tomo I.
Sin título ["El aire estaba en calma y sin nubes..."]. Texto relativo a la importancia de contar con fuerzas militares.

El aire estaba en calma, y sin nubes; el horizonte de parte del ocaso parecía mas bello que el de la aurora, cuando la filosofía habló así a un joven héroe, a quien parece anima el alma de Tito, amor y delicias de la especie humana.

"La Providencia puso en vuestras manos los destinos del país en que visteis la luz; ella quiere que sea dichoso, y os confía la ejecución de este alto designio. Vuestro corazón generoso arde por llenar las miras de la Providencia; él se complace en empresas arduas, y la superioridad de vuestros talentos os ofrece recursos, y os asegura un éxito feliz. Yo apruebo, y os felicito por la excelencia de vuestros planes. Yo admiro en vuestra juventud la experiencia de la ancianidad. Yo veo que pensáis como Carlomagno, cuyo vasto y poderoso genio advirtió que la nación reunida por sus representantes es quien conoce lo que le conviene; que si ella misma forma sus leyes, sufrirá sus defectos con paciencia, y ella amará las leyes como una obra propia. Cuanto más grande era aquel príncipe, tanto mejor conocía la extensión de los deberes de un legislador, y estaba tanto más persuadido, de que le era imposible llenarlos por sí mismo. ¿Cómo (decía él), adquiriré yo todos los datos precisos?, ¿cómo al corregir abusos, no violaré los derechos de alguno?, ¿cómo podré tomar todas las medidas para que no se introduzcan nuevos excesos, nuevas artes de dañar? Todos tienen interés en lisonjearme ¿cómo puedo fiarme de sus relaciones?, ¿quién me asegura de que aquellos, a quienes yo consulte, no han de ver la situación del pueblo al través de sus preocupaciones y pasiones? Todas las clases de los ciudadanos tienen sus particulares intereses, necesidades, y opiniones diversas; lo que me hace concluir que solamente en un Congreso Nacional pueden examinar sus derechos, sus prerrogativas y pretensiones recíprocas, y en fin, convenirse y conciliarse para ser todos dichosos, cuanto permite el destino de los mortales.

Vos pensáis como los mayores hombres cuando os esforzáis a hacer militar a toda vuestra nación. ¡Oh!, conozcan los pueblos que son libres y que deben serlo, y entonces todos serán soldados de la patria, todos pelearán con entusiasmo por su libertad, y la tiranía desaparecerá de la faz de la tierra. ¿Pero qué es lo que más esencialmente caracterizara la libertad de los pueblos? Sin duda el derecho de hacer sus leyes; mas no conservarán esta prerrogativa inapreciable si todos los ciudadanos no están dispuestos a repeler por sí mismos los insultos hostiles. La República Romana fue invencible porque toda era militar, y porque no confería las magistraturas a quien no se hubiese distinguido en las armas. No admitiendo ella en sus regiones sino a hombres interesados por su gloria y por la salud de la patria, logró establecer aquella disciplina rígida y prudente a que debió sus sucesos y sus triunfos. El estado llano supo defender y conservar su libertad, porque sabía combatir por su patria. La Grecia comenzó a precipitarse, la destrozaron las facciones, cuando los ciudadanos ricos, que habían perdido la fortaleza varonil por los placeres y el ocio, distinguieron las funciones militares de las civiles, abandonaron las armas, y se contentaron con contribuir a los gastos la guerra. La Polonia duró demasiado; los vicios de su gobierno se contrabalanceaban con el espíritu militar de su nobleza. En el cuerpo Helvético hubiera desaparecido la imparcialidad de las leyes, si el genio militar de los ciudadanos no hubiese conservado la libertad interior. ¿La libertad Germánica no hubiera sucumbido bajo la potencia de Carlos V y de sus sucesores, si los príncipes del Imperio hubiesen podido oponer la fuerza a la fuerza?  ¡Cuan vanos hubieran sido los esfuerzos de Inglaterra contra la tiranía, si la nación armada hubiese sido más fuerte que Carlos I!

No son, señor, las costumbres, no es el hábito de la desidia y de los placeres, quienes impiden que puedan formase militares todas las naciones. Son sí las ideas serviles, son los principios absurdos, es el ningún interés que concibe el pueblo en defender una patria que no lo hace dichoso, las causas que se oponen poderosamente a esta transformación necesaria y regeneradora. Desterrad los absurdos iluminando a los pueblos, impedid que difundan ideas de servidumbre vuestros enemigos secretos, y veréis vivificarse [y] reanimarse vuestra nación. Haced que conozca que es libre, y que debe serlo; haced que conozca que la libertad la pone a cubierto de males incalculables; haced que comience a gustar algunas de sus ventajas, a lo menos una pequeña parte de sus grandes bienes, y entonces una revolución, cuyo objeto es la libertad, dará a los espíritus un movimiento nuevo y nuevas ideas, y a los corazones nuevos sentimientos. Entonces resplandecerá en vuestro país el patriotismo escoltado de las virtudes republicanas, y aspirando a acciones inmortales. Los que duden de estos principios, no tienen idea de la libertad, no conocen su fuerza mágica, ni su asombrosa virtud; ellos ignoran lo que han hecho en todo tiempo las repúblicas militares".