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La Aurora de Chile
Número 25. Jueves 30 de Julio de 1812 Tomo I.
Guerra de España. Análisis de la situación de la guerra en la Península.

El Mariscal Duque de Ragusa, como consta por su parte dirigido al príncipe de Neufchatel, había a mediados de Enero recogido cuatro divisiones, traído dos más del ejército del Norte, y la división del General Bonnet tenía orden de evacuar a Asturias; todo con el intento de reconquistar a Ciudad Rodrigo. Estas fuerzas reunidas ascendían a sesenta mil hombres, y el Mariscal se prometía un suceso glorioso. La reunión debía efectuarse el 2 de Febrero. Además de esto habían de agregársele las tres divisiones del General Montbrun, y un grueso de caballería.

El Mariscal solicitó empeñar al General Wellington en un combate decisivo; él lo evitó, y se retiró a sus fortificaciones de Portugal.

A principios de Febrero, según se conjeturaba en Lisboa, el Lord Wellington pensaba dirigirse contra Badajoz, que se decía padecer escasez de víveres.

La ocupación del reino de Valencia habilitaba al General Suchet, cuyo ejército se había reforzado para aquella conquista, a emplearse en otras operaciones.

El ejército del Sud esperaba la primavera para continuar las suyas.

¿Cuál, pues, será el suceso de la siguiente campaña? ¿Cuándo llegará el término de guerra tan sangrienta? Y en fin ¿qué interesa más a las provincias revolucionadas de América, el término, o la duración de la guerra de la Península?  Estas cuestiones son no menos curiosos que interesantes.

Si pueden aventurarse conjeturas acerca de los sucesos varios y dudosos de la guerra, y lo pasado anuncia lo futuro, parece que la siguiente campaña será más ventajosa para los aliados que la anterior. ¿Qué suceso tuvieron en ella? La empresa del General Hill sobre Girard fue una sorpresa sin consecuencia alguna. Pusieron sitio a Badajoz, pero tuvieron que suspenderlo luego que se acercaron todas las fuerzas imperiales. Sus conatos para sostener a Valencia, sus tentativas contra Tarragona, sus anuncios del buen estado de Alicante, han tenido el éxito infeliz que todos saben. Hasta ahora las fuerzas británicas han evitado un combate decisivo; innumerables veces se han acogido a sus líneas de Portugal, apareciendo y desapareciendo rápidamente en el terrible teatro. La  suerte de Ciudad Rodrigo puede ser semejante a la de Figueras, reconquistada después de un sitio de cuatro meses.  Asturias fue ocupada con suma facilidad el año anterior, y no hará más resistencia en el actual. Es de creer que entren refuerzos de Francia, como  lo persuade la tranquilidad interior del imperio, y el estado del Norte. El Turco llama toda la atención de la Rusia, y aunque se declarase contra la Francia, hay datos muy positivos de la firme adhesión de los restantes poderes del Norte.

Por lo que hace a la duración de la guerra, no es fácil conjeturarla. Por una parte, los esfuerzos de las tropas españolas han sido tan ineficaces y de poco momento en toda la campaña anterior bajo los celebrados generales Castaños, Ballesteros, Blake, Morillo... las heroicidades del Empecinado y de las guerrillas han sido tan infructuosas; la escasez del numerario ha de ser tan grande por los rápidos progresos de la revolución de ambas Américas; puede esperarse tan poco de un gobierno puramente aristocrático, cual es el actual de Cádiz, el que además no goza de la confianza y adhesión de todos los españoles, como consta por sus proclamas, que casi pueden considerase las fuerzas españolas como no existentes. Por otra parte, es cierto que como sus conatos, aunque débiles, ocupan y tienen en movimiento a las columnas móviles del ejército francés, y este debe conservar en muchos puntos gran número de guarniciones, y como le resta que atacar a Portugal, y expeler a los ingleses de sus atrincheramientos, parece que las armas francesas no se desocuparán tan breve en la Península.

La duración de estos conflictos es un tiempo muy precioso para las provincias revolucionadas del Nuevo Mundo, y apenas habrá quien ponga en duda que mientras más tiempo duren, se les ofrece más proporción, más facilidad para concluir y consolidar la gran obra que han emprendido. La fortuna se les sonríe, y les extiende la mano en todo este tiempo. En él, el fuego de la revolución se difunde a mayores distancias; despiertan los pueblos aún aletargados; los obstáculos se remueven; se organizan los sistemas gubernativos; se adquiere experiencia, y las autoridades adquieren esa cautela, esa precaución de los grandes políticos, que confundiendo a los enemigos interiores, afianzan la duración de los gobiernos. En él se disciplinan las milicias, se organizan las fuerzas militares, y se contraen alianzas. En otro tiempo la política pudiera retraer a algunas potencias de prestarles auxilios; ahora, por interés nacional y por la naturaleza de la presente guerra, están prontas a sostener sus esfuerzos y a dar les todos los socorros necesarios para hacerse independientes y cimentar su libertad.  Es pues constante, que mientras los restos de una nación moribunda se esfuerzan por resistir al poder colosal de un imperio, que está en la juventud de las potencias, pueden nuestras provincias hacerse naciones, y ponerse en un pie formidable. Por tanto, si están resueltas a no volver jamás al yugo antiguo, sea cual fuere el suceso y el último resultado de la guerra peninsular, no tienen que hacer otra cosa sino aprovecharse de la coyuntura.