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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Recuerdos de Treinta Años (1810-1840)
XIII. La Revolución de 1810. Pequeños Incidentes

En la tarde del 25 de mayo de 1810 se encontraban reunidos en la casa del señor don José Antonio Rojas, los señores don Juan Antonio Ovalle, don Bernardo Vera, don José Miguel Infante y don José María Infante, su primo.

La casa del señor Rojas era la más frecuentada por los revolucionarios, a causa de su situación central. Está en la plazuela del Teatro Municipal, y tiene el número 27 en su reciente construcción.

Se discutía con mucho calor el significado de una ley o real cédula en que debía apoyarse la formación de una Junta Gubernativa durante la prisión en Francia del rey Fernando VII.

Para cortar toda cuestión, don José Miguel Infante mandó a don José María a su casa, distante sólo dos cuadras, en la calle del Rey entonces y ahora del Estado, número 33, a buscar un libro en que se encontraba la ley o cédula en cuestión.

Infante, impaciente por convencer a sus amigos y mortificado por la demora del mensajero, salió a toda prisa en la misma dirección. Apenas habían pasado algunos minutos llegó a casa del señor Rojas la tropa que, al mando de un oficial y por orden de Carrasco, le tomó preso; en seguida lo fueron los señores don Juan Antonio Ovalle y el doctor Vera.

Por aquel incidente sólo fueron sorprendidos los señores Ovalle, Rojas y Vera. Infante y su sobrino escaparon mediante su ausencia momentánea. Algunos días después fueron conducidos esos tres señores a Valparaíso, para seguir su viaje a los castillos del Callao. El doctor Vera quedó en Valparaíso por enfermo... [1]. Cerca de mes y medio después de estas prisiones apareció en la plaza de Armas, a las ocho de la mañana, una reunión como de doscientas personas respetables, que luego se duplicó con los curiosos: pidió a unos cuantos cabildantes que allí se encontraban que citaran a sus compañeros a un Cabildo abierto.

Esta reunión no se hizo esperar, y antes de dos horas se comisionaba a don Agustín Eyzaguirre y al doctor don José Gregorio Argomedo para pedir explicaciones a Carrasco sobre su falta de palabra para hacer volver a Santiago a esos señores que estaban presos en Valparaíso, a bordo.

Carrasco se mostró altanero al principio; pero al fin, aconsejado por dos oidores, concurrió a la Audiencia para contestar a los cargos que se le hacían.

Entre los concurrentes se encontraba don Luis Carrera, de edad apenas de diez y nueve años.

Cuando el valiente doctor Argomedo dirigió a Carrasco su elocuente y conocido discurso, al decir: “En la plaza hay dos mil hombres decididos a hacer respetar los derechos que defiendo”, Carrera, abriendo su capa y mostrando un par de pistolas, añadió dirigiéndose a Carrasco: “¡todos vienen como yo!”

Este segundo epílogo decidió a Carrasco a prometer todo lo que antes  había negado...

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[1]  Haciéndose el enfermo, Vera era muy miedoso.  Volver