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La Aurora de Chile
Número 23. Jueves 16 de Julio de 1812 Tomo I.
El Editor. Comentarios sobre situación de indígenas.

Apenas habrá habido una nación más calumniada, y oprimida, que la de nuestros compatriotas los indios. ¿Se creerá que hubo tiempo en que se dudó de si eran racionales? Sus bárbaros opresores los tuvieron por brutos, porque pagaban a precio excesivo el cristal y otras especies en sí maravillosas, y que tenían el mérito de la rareza. La Europa, dice uno de nuestros escritores, ha empleado todo género de opresión, y se ha manchado para esto con horrendos crímenes. Los hijos de la América pagaron con la vida y con la pérdida de todos sus derechos, la desgraciada opulencia del suelo en que vieron la luz [2]. ¡Funesta riqueza adquirida con tanta crueldad, extraída del seno de los montes a costa de tantas vidas y tantas lagrimas! La humanidad se horroriza al leer las atrocidades que sufrieron, y se desea que hubiese habido alguna hipérbole en la descripción. Pero existen incontrastables monumentos de aquellos hechos de sangre, y aún nosotros hemos palpado los restos horrorosos de aquellas tropelías.

Mas si el amor de la libertad, en sentir de Aristóteles, caracteriza a las almas fuertes y generosas, y este amor es fecundo en sentimientos nobles y sublimes, ¡cuán grande aparece el carácter de nuestros hermanos los indios, que conservaron el amor de la libertad en medio del mayor abatimiento, reducidos a la clase más abyecta de la sociedad, y a la hez del pueblo! ¡cuánto ardor, cuanto entusiasmo por la gran causa de la América han desplegado en el Alto Perú! Cuando en otros pueblos, que se creerían más cultos, se ha notado una frialdad y una indiferencia extraordinaria acerca de sus más preciosos intereses; cuando el estruendo de los acontecimientos importantes e inesperados de la época actual no han podido despertarlos de su eterno sueño, y comunicar alguna energía a sus corazones insensibles; aquellos hombres arrostraron todos los peligros, inventan recursos, y resuelven generosamente ser libres, o morir.

Si del Alto Perú volvemos la vista a los que tenemos más cercanos, ¿quién no admira el ardor y la magnanimidad heroica con que combatieron por su libertad los indios chilenos? La musa de la historia tomó a su cargo inmortalizar sus hazañas; la trompeta de Clío las ha pregonado por el universo, y muchos escritores apreciables les rindieron el tributo del elogio y del honor. Toda la América había ya doblado la cerviz bajo el yugo; ella miraba con triste silencio condenados sus hijos al trabajo matador de las minas, despojados de sus posesiones, reducidos a la servidumbre; los palacios de sus invasores se elevaban sobre la tumba de sus Incas; sólo el duro araucano rehusa las cadenas, y anteponiendo todos los males posibles a la pérdida de su libertad, y sin intimidarse por la inferioridad e imperfección de sus armas, resiste, combate, triunfa a las veces; y cuando es vencido, ni decae de ánimo, ni pierde la esperanza de vencer.

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[2] Dávalos.
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