ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

La Aurora de Chile
Número 23. Jueves 16 de Julio de 1812 Tomo I.
Sin título ["Las revoluciones (dice un político de nuestros días), se asemejan..."]. Consideraciones generales sobre el progreso de los pueblos y sus costumbres.

Las revoluciones (dice un político de nuestros días), se asemejan a esos grandes terremotos que rasgando el seno de la tierra descubren sus antiguos cimientos y su estructura interior; trastornando los imperios, manifiestan la organización profunda y los resortes misteriosos de la sociedad; el observador que sobrevive a estas convulsiones y trastornos, penetra en lo interior de las ruinas amontonadas; ve lo que ha sido, por lo que permanece, y entonces conoce lo que se podía abatir, lo que se debe conservar, y lo que es necesario restablecer. Esta época de experiencia y observaciones ha llegado para nosotros. ¿Qué debe extinguirse, conservarse, criarse, restablecerse? Ved los cuatro objetos dignos de la más profunda meditación, sobre los cuales estriba la felicidad pública. Sin duda hay muchos abusos que extirpar en un pueblo que es hijo de un pueblo viejo, y en el cual había hecho tan pocos progresos la ilustración; hay mucho que reformar donde la policía y la educación estuvieron tan abandonadas, y la ociosidad había hallado su asilo. Debe extinguirse todo lo que de un modo directo, o indirecto, corrompe las costumbres, porque sin costumbres privadas no hay costumbres públicas, no hay virtudes sociales, no hay libertad. Todo lo que empobrece al pueblo, lo que contribuye a que pase una vida incómoda, lo que de cualquier modo se opone a los adelantamientos de la agricultura, de la industria, del comercio... debe extirparse para siempre. Estas proposiciones son en verdad muy generales; pero descenderán fácilmente a los pormenores que encierran los que están a la frente de los negocios, y que conocen bien al país. Ellos, al emprender las reformas con mano impertérrita, deben contar seguramente con la aprobación del público, que bendecirá sus nombres y amará un sistema establecido para su felicidad.

Las actuales circunstancias de un pueblo, en que falta todo, exigen ciertamente una gran actividad, un celo y una filantropía muy extensa. Pero si vemos las cosas en globo nos confundiremos sin motivo. Empréndanse las cosas, y poco a poco llegarán a su término. Nos faltan hombres ilustrados; nuestra juventud es hábil, pero está perdiendo el tiempo; las nociones de derecho público, de legislación y política son raras; gran trabajo es éste, pero ábrase el Instituto Nacional y esta sociedad de hombres de letras, tomando sobre sí este objeto interesantísimo, aliviará al gobierno de este cuidado. El pueblo vive en pobreza, en miseria en medio de la mayor abundancia; las primeras materias de las artes, o se pierden, o no producen todas las ventajas posibles; la ociosidad de la plebe es lastimosa; la agricultura por sí sola no emplea a todos los hombres, ni en todos los tiempos; las mujeres, los niños, los viejos no tienen disposiciones para sus fatigas; la mujer, las hijas del labrador le son una carga pesada, porque no hay fábricas en que ocuparse; los propietarios son pocos; ¿cómo podrán los jornaleros mantener a sus familias, si casi están en la clase de mendigos? El pueblo será infeliz hasta que hayan manufacturas de lona, lino, cáñamo, etc.; ¿pero cuando las habrán? Este es el dolorido clamor de nuestros políticos. Ellos todo lo dificultan, sin dar un paso para vencer las dificultades. Quisieran que en el día apareciesen lienzos finos y ricas estofas trabajadas en el país, sin advertir que esto no está en el orden de la naturaleza; que es preciso que las telas bastas precedan a las finas, y las obras ordinarias a las de un gusto exquisito. Quisieran que el pueblo sin arbitrios, sin caudal y sin luces, emprendiese los establecimientos costosos de las artes. Estas empresas son propias de los hombres ricos; pero es cosa lamentable que los que pueden enseñar los trabajos útiles, y enriquecer al país, no hallen en los ricos el fomento y la protección de que necesitan.

Es una consolación el saber que no se necesitan genios creadores en un tiempo en que casi todo está inventado. No se necesita más que imitar. Sigamos los ejemplos de los pueblos cultos, y se abrirán en el país las fuentes de la prosperidad y de la abundancia. El medio más sencillo que hay que adoptar, el más fácil de ponerse en planta, el más acreditado por la experiencia es la erección de una Sociedad Económica de Amigos del País, que busque todos los medios de promover la industria, y haga familiares los más importantes descubrimientos. Todos los gobiernos, todas las naciones cultas han conocido que la agricultura, las artes, necesitan sociedades políticas que las fomenten y cuiden de su enseñanza y perfección. Ellas son las que tomando noticia de lo más notable que hay en los tres reinos mineral, vegetal y animal, valiéndose de los socios dispersos por las provincias, llegan a ponerse en estado de conocer las primeras materias de las artes, tintes minerales y de todos los usos a que pueden aplicarse. Ellas son las que introducen los tejidos, dan a conocer las máquinas, acogen y protegen a los extranjeros industriosos [1].

Este último artículo es de la mayor importancia, y de una absoluta necesidad. ¿Cómo han de aprenderse los trabajos y procederes de las artes, si no hay maestros que las enseñen? La ignorancia en estos objetos interesantísimos será eterna, el pueblo será miserable, degradado y envilecido, hasta que nos vengan de los países cultos e industriosos, hombres dotados de conocimientos útiles y acostumbrados al trabajo. Pero atravesar inmensos mares, exponerse a los riesgos, expatriarse, sufrir las incomodidades del Cabo de Hornos, no detenerse (si vienen por otro camino) en los países del tránsito; si en ellos encuentran una acogida honrosa, y las dulzuras de la libertad, en que adoran, son en verdad cosas que entibian nuestras esperanzas. Con todo, consta por experiencia que un buen gobierno hace milagros; y el honor y una legislación sabia, justa y equitativa, unida a la feracidad del suelo y a la bondad del temperamento, pueden presentar a los ánimos de los extranjeros una perspectiva muy atrayente y enamoradora. Nada debe omitirse para engrandecer y enriquecer la nación y desterrar el ocio y la miseria; ella debe decir con Virgilio: Tentanda via est, qua me quoque possim. Tollere humo… "Veamos, si podemos levantarnos del polvo".

"Mucho pueblo ocupado útilmente todo, y una industria animada incesantemente por todos caminos, según la calidad de las producciones y de las diferentes utilidades y ramos de industria, son (dice uno de los mejores políticos de España), los dos principios seguros y fecundos del engrandecimiento de una nación. Cada país tiene sus ventajas y sus desventajas. Saber corregir estas, y compensarlas promoviendo las artes o producciones que le son más propias, es todo el cuidado que debe excitar la atención vigilante de un gobierno".

La industria trae las riquezas, y las riquezas forman el poder nacional. La industria introduce el trabajo, y el trabajo destierra al ocio y a los vicios. Los pueblos laboriosos tienen costumbres. La riqueza y las costumbres son el apoyo, el recurso, el baluarte de la libertad. ¿Cómo pues han de omitirse los medios indispensables para llamar la industria a nuestro territorio? ¿Cómo no han de dictarse todas las precisas providencias, y removerse todos los obstáculos para atraer y domiciliar entre nosotros los maestros de las artes? El pueblo que conozca sus verdaderos intereses mirará siempre a un extranjero útil como un don inapreciable, como un instrumento de su prosperidad. Oigamos acerca de esto al ilustre Campomanes, que es el político que citamos:

"La introducción de artífices extranjeros es uno de los fomentos más seguros de la industria: con ellos se pueden tener maestros idóneos en las provincias para propagar la enseñanza, sujetando a ella a los individuos actuales de los gremios, que necesitan de este auxilio por faltarles a muchos el dibujo, el aprendizaje necesario, y un riguroso examen público que acredite su suficiencia. Es necesario borrar de los oficios todo deshonor, y habilitar a los que los ejercen para los empleos municipales de la república. Sólo la holgazanería debe contraer la vileza".

La prosperidad nacional es incompatible con cualquier error político contrario a ella. Reflexionando bien sobre esta máxima, hallamos la causa de la decadencia de nuestra industria y población. El deshonor afecto a las profesiones mecánicas retrae del trabajo, e introduce y arraiga la holgazanería. Se prefiere fácilmente el ocio, la trampa y una vida inútil, y aún perniciosa, a un trabajo que es honesto en los pueblos cultos, pero que envilece en los oscurecidos y estúpidos. Un pueblo sujeto a la funesta influencia de semejantes errores jamás saldrá de la miseria y abatimiento; añadamos aún, jamás será libre. La libertad no puede subsistir sin virtudes y sin pensamientos elevados y nobles. Pero es innegable que las costumbres se corrompen por el ocio; se contrae el hábito de la vileza; y en fin, la miseria es incompatible con la dignidad del ánimo y el interés nacional.

Male suada fames, et turpis egestas.

¿De dónde salieron los héroes, sino de las naciones agricultoras y laboriosas? El trabajo endurece y acostumbra a la frugalidad, trae la sencillez de las costumbres, tan necesaria para la conservación de los sistemas republicanos. Esta frugalidad, esta dureza de cuerpo, comunican al ánimo confianza en su propia fuerza; lo sostienen en los peligros y en las fatigas de las armas. Mientras Roma conservó el aprecio a la agricultura, y a todos los trabajos útiles, venció a sus enemigos y dio leyes al mundo. Sus cónsules, tribunos y generales ponían sus delicias en la industria campestre y la literatura. Salían de la labranza para ocuparse de los grandes objetos de la legislación y del Estado, y para mandar las legiones. Cuando desapareció esta austeridad de costumbres, cuando se introdujeron el lujo, la afeminación y la desidia, pereció la república, se sepultó la libertad con la gloria y fortaleza de Roma.

Los suizos debieron su libertad a sus costumbres. La república de Polonia fue desmembrada porque el pueblo era esclavo e infeliz, y no tenía interés en defender su actual constitución. Esa frialdad que se nota en algunos pueblos por los intereses nacionales, esa indiferencia por cualquiera forma de gobierno, por la libertad y la servidumbre, por la independencia y la sujeción colonial, debe su principio no solo a la ignorancia de sus derechos, sino muy principalmente a su actual miseria, que no les permite elevar el ánimo ni concebir mejores esperanzas. Ellos creen que siempre han de ser infelices y miran con indiferencia todos los sucesos. Para amar la patria, para mirar con celo e interés los acontecimientos públicos, es necesario que tenga el pueblo alguna influencia en los negocios públicos; es indispensable que el interés particular de cada familia, de cada ciudadano, esté perfectamente unido con el interés nacional. Desengañémonos, no hay otros principios que puedan dar a los estados aquella sólida consistencia que les concilia respeto, fuerza y vigor. Cada uno se interesa por defender una constitución, un sistema que lo hace dichoso; cada uno defiende un país donde goza de consideración y comodidad. Por esta razón los soldados de la libertad, las milicias de las repúblicas bien constituidas derrotaron, destrozaron siempre a las tropas mercenarias de los gobiernos despóticos. "Como en las repúblicas (dice el general Lloyd) cada hombre se siente vivamente interesado en la conservación del Estado, todos concurren con ardor a su defensa; todos obran con un celo y una vigilancia proporcionada a los peligros, y los últimos campos de batalla se disputan más que los primeros". Este es un asunto demasiado interesante y hermoso, y debe consagrársele un discurso especial.

________________________________

[1] Discurso sobre la industria popular.
Volver