ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Crónicas
Compendio Historial
Capítulo III

En que se trata de lo sucedido hasta la muerte del Gobernador don Pedro de Valdivia.

 

   Estaban nuestros bravos españoles
Conquistadores, rotos y desnudos,
Faltos de municiones y perdidos,
No pudiendo al Pirú comunicarse,
De donde le viniesen mercancías,
Pertrechos y otras cosas necesarias,
De que ya él abundaba en grande suma,
Que a buscar la riqueza había acudido
Todo marchante la ocasión gozando,
Si bien los precios eran excesivos,
En que no reparaban, porque daba
Plata mucha la tierra, y eran pocos,
Y della aún al menor tocaba mucha.
       Y al que dio riquezas Dios
       Permitió que las gastase,
       Y cual suya las gozase [11].
Ofrecióse Monroi a salir luego
Con solos otros cinco compañeros,
Que en sus buenos caballos confiados
Tan gran temeridad acometieron;
Y hechos frenos, estribos, guarniciones,
Y hasta las herraduras de oro fino
(Cosa que esta vez sola ha visto el mundo)
Salieron hasta el valle conocido
Llamado Copiapó, donde creyeron,
Tomando de razón poco cimiento,
Les guardaría la fe ya prometida
El caciquillo que allí prendió Orense.
¡Ligera y total causa de su engaño!
Fue dellos otro Pedro de Miranda,
Gómez Suárez, Resquido fue el tercero,
Y el de los otros dos no se me acuerda.
     Mas dijo bien el Cordobés prudente:
          Cierto es el anticiparse,
          Y el ser mayor, ya llegado,
          El peligro despreciado.
Pelearon con ellos en llegando,
Y en cumplimiento de la fe jurada,
Mataron de los seis los cuatro luego
Los indios, escapándose el caudillo
Como diez leguas por el despoblado
Sin llevar que comer ni en él haberlo;
Donde siendo alcanzados y allí presos,
Traídos a Copiapó quedaron vivos,
Porque se encomendaron a una hermana
Del cacique, que igual mando tenía,
Y se mostró con ellos piadosa;
Y con él uno dellos demasiado.
Fue largo el cuento; al fin de allí escaparon
Con el favor de aquella, habiendo muerto
El cacique su hermano, que es sabido
A más se extiende la ambición humana.
    Tardó mucho en saberse en Santiago
Que pelearon y que muertos eran
Los cuatros dellos, aunque se rugía
Que de mil varios modos lo contaban,
Aunque en ser muertos todos convenían.
Y aunque escapó la vida así Miranda,
Y volvió con Valdivia a Santiago,
Y fue vecino rico y opulento,
No sé si aquella muerte del cacique
Ante Dios pareció justificada,
Según el mal suceso de la suya
Que fue muy miserable y lastimosa
Y memorable el caso, mas no tengo
Lugar de os le contar; su hijo hoy vive
Y nieta goza su repartimiento,
Si así llamarse pueden indios treinta
Que de más de doscientos le han quedado,
Que a tal disminución todo ha venido.
     En fin se supo cuando ya se hallaba
Valdivia en el Pirú, que había bajado
En un navío que por caso raro
Allí aportó de quien sabido había
De Gonzalo Pizarro el alzamiento.
(Y aún dicen que tenido carta suya)
Mas porque el modo fue gracioso mucho
Os lo quiero contar muy por extenso.
      Habiendo, como dije, ya entendido
Que el tirano el Pirú tenía revuelto,
Y deseando el ir a señalarse
En servir a su rey, que bien sabía
Su persona sería de importancia,
Como lo fue, que como Lipsio dijo:
          El mal común a bien siempre
          Hemos de creer nos guía,
          Y que es cierto Dios le envía.
Persuadió a los vecinos que tenían
Mucho oro junto, que se lo prestasen,
Para enviar por gente y municiones;
Y excusándose todos de hacerlo,
Les dijo: pues, señores, id vosotros,
Porque viendo que va de aquí oro tanto,
Mováis gente a venir, pues causa es vuestra.
Acertaron, y fue dando licencias,
Mas muchas menos de las que quisieran,
Porque muchos neutrales se quedaban,
Y más los que más oro poseían,
Que comprar de los otros aguardaron
Sin querer arriesgarse a incierta cosa.
      Y habiéndose partido para el puerto
Los que trataban ya de hacer el viaje
Dos o tres días había, y concertado
Con el maestre y dueño del navío
En todo el hecho, se partió una noche
Y llegando y sabiendo que ya todos
Estaban embarcados con su ropa,
Que era tan poca, cual podrá creerse,
Enviolos a llamar, y convidolos,
Y después de comer, rogoles mucho
Que en el Pirú prestasen a Francisco
De Villagra que allí traído había,
Y le enviaba a traer la gente y ropa,
Lo más que cada uno buenamente
Pudiese, que les daba la palabra
De pagárselo todo por entero,
Plática que movió por ver si acaso
Abrían puerta para declararse,
Pero sólo el prestarle prometieron.
Y alzados los manteles, poco a poco
Al disimulo se acercó a la playa,
Y embarcándose sólo fue al navío,
Y luego a sus amigos fue llamando.
El primero a Jerónimo Alderete,
Y luego a Juan Jufré y Diego García
De Cáceres, también Vicencio Monte,
Y Gaspar Villarroel, Juan de Cepeda,
Con Antonio Beltrán, Luis de Toledo,
Y a Diego Oro, y después su secretario,
Ante quien protestó, todos presentes,
Que por servir al Rey, aquello hacía;
Y mandó se tomase razón clara
Del oro que tomaba a cada uno
De los que dejó en tierra así burlados.
Y numerado todo, halló serían
Como cien mil ducados pocos menos,
Sin lo que los demás y él embarcaron.
Y después lo pagó muy por entero.
    Y nombró por teniente por su ausencia
A Villagra, que en tierra había dejado,
Que Aguirre ausente entonces se hallaba,
Dándole muy bastantes provisiones.
Y fue resolución muy acertada,
Porque a tiempo llegó, que su persona
Con tal cuadrilla fue de efecto grande,
Que con todos se halló cuando batalla
El Presidente Gasca dio a Pizarro;
Y del Rey ordenó los escuadrones
Cuando vencido fue en Jaquijaguana,
Donde viendo bajar una ladera
Caravajal, del Rey al campo, dijo,
En viendo el buen concierto que traía
Y ir bajando corriendo cada hilera:
O allí viene Valdivía, el que fue a Chile,
O el diablo ha concertado aquella gente.

                   GUSTOQUIO

A tiempo fue importante según eso
Y es sin duda que Dios le movería.
¡Qué necio anduvo ese Pizarro en todo,
Pues si tomara por mejor camino,
Quedara honrado, quieto y opulento!,
Que dijo Salomón como tan sabio:
         Más vale poco en justicia
         Tener, que gran cantidad
         Con perniciosa maldad.
Mas no quiero estorbar vuestro discurso.

                   PROVECTO

Antes le aligeráis con vuestras notas.
Mas de Carvajal notad con cuanta
Razón el adivinó su breve daño
El corazón, que ya desbaratado
Fue en el alcance y por Valdivia preso
Y por Francisco Peña, un gran soldado
Que capitán fue en Chile muy de estima;
Y ambos al de la Gasca le trujeron,
Diciendo gracias y donaires muchos,
Y justiciado fue en la misma parte
En que acertó el mal cargo que tenía
De maese de campo de aquel vulgo
Sedicioso, por no decir tirano.
Habida esta victoria a el Presidente,
El famoso don Pedro de Valdivia
En premio de su mérito notorio,
Pidió socorro y otras cosas muchas,
Tan justas como bien consideradas;
Y de su memorial y propio escrito
A todo de su mano la respuesta
De el licenciado Gasca y de su letra
Yo tengo en mi poder, en que encogido
Todos los más capítulos remite
Al Rey nuestro señor y a su Consejo,
Y negando lo más, poco concede.
¡Lástima es grande ver tan corto premio!
Era prudente; así convendría acaso.
      Pero volviendo a mi sumada historia,
Cuando se supo de Monroy el caso
En Santiago, había poca gente,
Que Francisco de Aguirre, conquistando
Con treinta hombres o con pocos menos,
De lo mejor andaba en la provincia
Que llaman Promocaes, con buen efecto,
Treinta leguas de allí más adelante.
Mas con todo, sabido el mal suceso
Del capitán Monroy, por no mostrarse
Los españoles de ánimos perdidos,
En tiempo que ya andaban victoriosos,
Trataron luego de ir a hacer castigo
A aquellos copiapoes que ya ufanos
Con victorias al cielo amenazaban.
Y bajó a esto con cincuenta hombres
Francisco Villagra, como teniente
Y mejor capitán, que muy dichoso
Llegó a Coquimbo, y viéndole quemado,
De Copiapó la vuelta siguió luego;
Y al medio del camino le salieron
Los indios y le dieron la batalla
En que se peleó de entrambas partes
Mucho, sin conocerse la victoria,
Aunque mataron indios y ninguno
Del todo pereció de los cristianos,
Quedando heridos como diez o doce.
Al fin le pareció que mayor fuerza
Aquel hecho pedía, y retirose.
     Venía en este tiempo ya por tierra
Pedro de Villagra, que le enviaba
Don Pedro de Valdivia con socorro
De setenta soldados, que, a juntarse
Con los cincuenta allí, sin duda alguna
Pensarse puede, hicieran gran efecto;
Y erráronse por poco y descuidados,
O con menos recato que era justo,
Llegando a Copiapó los asaltaron
Los indios de improviso, y fue gran prueba
De su valor el no perderse algunos.
Pero llegó después con otros treinta
Un capitán, Francisco Maldonado,
Con el mesmo descuido, y dellos veinte
Le mataron los indios, y escaparon
Los diez a gran ventura mal heridos.
Mas habiendo Valdivia ya aportado,
Que vino por la mar en un navío
Del capitán Bautista de Pastene,
(De los nobles de Génova notorio)
Que del Pirú en las fuertes ocasiones
Gran servidor del Rey se había mostrado,
Trayendo soldadesca y municiones,
Y mercaderes de caudales gruesos,
Empezó a tomar forma lo poblado
Y a enriquecerse todos de esperanzas.
Y fueron conquistando a todas partes
De la nueva ciudad términos muchos,
Que a ejemplo de unos, otros se rendían;
Y habiendo ya venido algunos frailes
De San Francisco, de muy santa vida
En doctrinar los indios naturales
Se ocupaban, con celos religioso
Predicando, y riñendo a los cristianos
Los agravios que hacerles entendían,
Y los malos ejemplos que les daban,
Y al Gobernador mesmo que obediente
Y cristiano en sufrirlos se mostraba;
Viendo que el sabio Salomón nos dijo:
        Mejor es ser corregido
        De los sabios, que adulado
        De los malos y engañado.
Instruían en la fe y doctrina santa
A algunos que hallaban más ladinos;
Y hacían procesiones por las calles
Cantando la doctrina y catecismo;
Y por ser pocos y la gente tanta,
Don Pedro de Valdivia, a un su criado,
Buen cristiano, llamado Villalobos,
Ocupaba en el mismo ministerio,
Después que todo pacífico ya estaba,
Más asentado, dócil y más quieto,
Que siempre de buen celo mucho hubo,
Aunque ha habido quien diga que ni rastro.
    Fueron los franciscanos fundadores
Dos fray Juanes, el uno el de Torralva,
Y otro que siempre el santo fue llamado,
Y era su sobrenombre de la Torre;
    Firmes torres que Dios enviar quiso
A que los pecadores se acogiesen,
Dejando y confesando sus pecados.
Fray Cristóbal, el otro, Rabaneda;
Y de la casa y orden mercenaria,
Un padre fray Domingo de Correa,
Y fray Francisco Frejenal, con otros
Continuo en doctrinarlos se empleaban,
Sin otros muchos que después vinieron
Y aprendieron la lengua con cuidado
Para acudir a este alto ministerio,
En el cual con extremo aventajado
Fue el bachiller González, don Rodrigo,
Que murió electo Obispo desta tierra,
Y siempre como tal fue respetado,
Aunque de consagrarse no hubo modo
Por mil inconvenientes que ocurrieron,
Muy largos de contar y no esenciales.
Vino después electo y consagrado
A suceder en esta prelacía,
Don Fray Fernando, que de Barrionuevo
Tuvo renombre, franciscano fraile
Que dos años duró en el obispado
O poco más; y por sucesor tuvo
Un varón santo, venerable mucho,
A quien alcancé yo por poco tiempo,
Fray Diego Medellín, también francisco,
Que al gobierno llegó de don Alonso;
Y otro también después que se llamaba
Fray Francisco Lizárraga, y muriendo
Vino otro cuarto franciscano luego
A la silla, y su nombre habréis oído,
Que murió en esta corte ha pocos años,
Don fray Juan Pérez de Espinosa era;
Varones todos de muy grande ejemplo;
Y hoy vive, y venturosa y muy honrada
La hace otro don Francisco, de Salcedo,
Digno prelado de mayor asiento,
Clérigo canonista, venerable
Por sus claras virtudes y nobleza;
Con que os he dicho los obispos todos
Para no embarazarme más en esto.
     Pero estando la tierra ya más quieta
Y con más gente y más fortificada,
Juzgó Valdivia ser muy conveniente
El tener más siguras las espaldas,
Y que Coquimbo se reedificase
Haciendo un buen castigo en copiapoes,
Antes que su maldad se envejeciese
Y diestros les hiciese la experiencia
De tanto guerrear con españoles;
Que es consejo de Tácito Cornelio
Y que en Chile muy poco se ha guardado:
          Guerra con bárbara gente
          Procura mucho abrevialla,
          Por con ella no adiestralla.
Y ofreció de hacer esta conquista
Cuando muchos mostraron rehusarla,
El valeroso Aguirre, cuyo nombre
Ya a la tierra temía y dél temblaba,
Con solos treinta hombres escogidos.
Don Pedro de Valdivia confiado
De tener buen suceso, despachole;
El cual llegando al sitio donde estuvo
Poblada la ciudad, la pobló luego
Haciendo un fuerte donde de sus nietos
Es casa hoy, y en él dejando veinte
Hombres, con solos diez determinose
De ir a hacer el castigo a aquella gente
Que estaba en sus victorias orgullosa;
Resolución terrible y arrojada
Y no sé si la llame temeraria,
Aunque el suceso bueno más la abone,
Mas la opinión cobrada tanto puede
De ser gran capitán, y aquel espante
Que puso en Atacama su victoria,
Y otras muchas que tuvo en Promocaes,
Cuya fama corrido había la tierra,
Siendo gran parte en la de Santiago
Como ya visteis, y aún el todo casi,
Que al camino subieron a ofrecerle
La paz con sumisión los tan valientes,
Con un capitanejo que había sido
El principal en todas sus hazañas,
Que llamaban Cateo; y fue la causa
Desta resolución haber entrado
En el valle por parte no pensada,
Y cogido al cacique de repente,
Que al camino derecho había enviado
Su gente a dar un tiento a la fortuna,
Y esperaba seria lo pasado;
Pero viendo tan cerca un tal peligro
Viose perdido, y quiso sujetarse,
Y después que le vio dentro en su casa,
Temió tanto que en esto confirmose.
       Oído pues Aguirre ya a Cateo
Que le daba a entender morían de hambre
En Copiapó, y que había poca gente,
Quizá pensando hacer bien de las suyas,
Le mandó se volviese, y que dijese
A su cacique que mucho le pesaba
De que de paz le hubiese así salido
Porque él venía a sólo castigarle,
Y con aquello hacerlo no podía
Como quisiera, y a entenderle dando
Que llegaría a su casa ya de noche;
Vuelto ya el mensajero a sus espaldas
Envió los cinco de sus compañeros
Que llegasen a casa del cacique
De quien de creer era no huiría,
Viendo cinco soldados iban solos;
Y mandoles cual preso le tuviesen
A la vista, entretanto que él llegaba.
Y hicieronlo tan bien que a poco rato
Cuando él llegó, ya preso le tenían
Y estaban de su casa apoderados.
Hecho esto, y con cuidado procediendo
Castigó muy de espacio a aquella gente,
Perdonando al cacique por lo dicho,
Y porque era marido de la india
Que dio vida a los dos, como ya vimos,
Y se lo había rogado así Miranda,
Que ya vecino era de Santiago.
     Mas por contaros un extraño caso
Que allí le sucedió, pararé un poco,
Y fue que un caciquillo desta gente,
Viendo ahorcar a otros que su culpa
Mesma tenían, y no más probada,
Con cincuenta vasallos hizo fuga,
Temiendo que su tanda le llegase;
A quien él luego siguió con tres soldados.
Y yendo en sus alcances, alcanzaron
Un hijo del cacique a quien seguían,
Que al camino salió diciendo estaban
De acuerdo de venirse de paz todos,
Bajando de una sierra en que encumbrados
Adelante pasar no habían podido;
Y con tan buen semblante lo afirmaba
Ofreciendo su vida a la fianza,
Que por no fatigar más los caballos
Y por más no alejarse de los suyos,
Que solos en el valle seis quedaban,
Se volvieron los cuatro, y esperaron
La promesa del hijo prisionero;
Mas al cabo de tres o cuatro días,
Viendo que ya tardaban demasiado,
Mandándole venir a su presencia
Y preguntada la causa, dijo firme:
"Capitán, que me mates yo merezco,
Y a eso sólo volví, viendo que ibas
En los alcances ya de nuestra gente,
Por librarlos a costa de mi vida,
Que no importa yo muera, pues mi padre
Con sus vasallos ya se halla libre";
Que dijo, como sabio; Periandro:
          Necesidad y apretura
          Hace a veces los medrosos
          Atrevidos y animosos.
Admiró un tal suceso a Aguirre mucho,
Y diole libertad con honra grande,
Dándole algunas cosas muy de estima,
De Séneca siguiendo aquel consejo:
         Dos veces supo vencer
         El que a sí mismo venció,
         Y al vencido perdonó.
Éste, poco después, trujo su gente
Y al padre, y una y otro, y todo cuanto
Conquistó, muy de paz ha estado siempre.
Y éste de Aguirre fue el repartimiento
Bien merecido, más que los agravios
Que después se le hicieron, cual veremos.
     Y habiendo ya ocurrido al Reino gente
Mucha, a la fama de su gran riqueza,
Valdivia conquistó tan adelante
Arriba, que pobló ciudades cuatro:
Una la Concepción, del mar en puerto,
Cerca de los estados valerosos
De Arauco y Tucapel, tan celebrados,
Que ha durado hasta hoy; y es diocesana.
A quien puso este nombre porque estando
Peleando allí cerca, en gran peligro,
Dijeron los vencidos naturales
Que una linda señora de Castilla
Les cegaba los ojos, y por esto
Sin poder resistirse, se rindieron;
Habiéndole tenido en tanto aprieto
Que si no se apeara con amigos
Cuatro, que fueron, el Gaspar Orense
Que dije, y con Francisco de Riberos,
Don Juan Jufré, y el cuarto Alonso
De Córdoba, valientes y atrevidos
Que a estocadas mataron mucha gente,
Por donde abrir el paso bien pudieron,
Pensaban ser pedidos en tal trance,
Cercados y apretados de millares
Muchos de hombres feroces y obstinados,
Que cruzando las lanzas y macanas
El romper estorbaban a caballo,
Y a palos y pedradas los mataban.
Con que queda aprobada la sentencia
De Tácito Cornelio, donde dice:
         Osada resolución
         Suele ser total remedio
         Del que la toma por medio.
    A la otra la Imperial la dio por nombre,
Porque en cas [12] de un cacique poderoso
De los de su comarca, halló en la puerta
Un águila imperial de dos cabezas,
Bien entallada, no sin gran misterio,
En que había mucho que contar, pudiendo,
Y fuera para mí muy dulce cuento,
Porque destas insignias victoriosas
De los romanos, hay que decir mucho
De que a mí no me toca poca parte [13];
Mas falta tiempo aunque voluntad sobra.
    Tuvo esta población de tributarios
Más de trescientos mil, que daban oro,
Que si una peste no sobreviniera,
Que los dos tercios se llevó en dos meses,
Cosa tan milagrosa como rara,
Poco prevalecieran los cristianos
Cuando presto después se revelaron
Los que quedaban, como ya veremos.
    A otra la intituló la Villarica,
Porque mostraba mucho haber de serlo,
Como lo fue en mucho oro un tiempo corto.
A la otra su apellido mesmo puso,
Llamándola Valdivia, en un río grande
Puerto de mar, capaz de cien navíos,
Que se le pareció en la suerte mala.
    Estas tres en mi tiempo se perdieron
Como veréis después; más despoblada
La Imperial, fue sacando alguna gente.
    Fue la riqueza que Valdivia tuvo
Casi increíble, y los vecinos mucha,
Con gastarla como agua y como arena;
Mas como dijo el Estadista grande [14]
         Todo bien mundano es frágil;
         Y aquel que mayor le alcanza,
         Está puesto en más balanza.
No quiso en los Estados [15] hacer pueblo,
Sino unos fuertecillos, por quedarse
Con ellos para sí sin repartirlos,
Y del Sabio el Proverbio en él cumpliose:
         El que para su morada
         Alto edificio maquina,
         Sin duda que busca ruina;
Que ser conde y marqués destos Estados
Pretendía, por lo cual les dio estos nombres. 
         Dijo bien el Paduano [16]
         Que causas particulares
         Destruyen las generales;
Con ser principio de justicia claro,
Como el Jurisconsulto [17] bien lo dijo:
         La pública utilidad
         Preferida es de derecho
         Al particular provecho.
Por esto a Villagra, que había traído
Doscientos hombres del Pirú, enviole
A descubrir con ellos más arriba,
Dejando sin presidio los Estados,
Por no obligarse a repartir en ellos
Algunos indios a hombres principales.
     Y tan presto se alzaron, que pudiera
Volverlos a llamar, que cerca estaban;
Y no así entrarse con setenta solos
A pelear tan temerariamente,
Por no dar a entender su yerro grande,
(O su codicia, que era lo más cierto)
Dejándose llevar de pareceres
De mozos arrogantes y atrevidos
Que aquella entrada mal le persuadieron,
Pues era oficio suyo el ponderarla;
Que, como dijo Salomón el sabio:
          La fortaleza es de mozos
          Alegría; más de viejos
          Dignidad, canos consejos.
Y en otra parte él mismo también dice:
Donde hubiera gran soberbia,
Allí habrá gran ceguedad;
Sapiencia donde humildad.
Y puesto ya en el trance riguroso,
Y viendo muy turbados los que dieron
El consejo de entrar de aquella suerte,
Aunque su perdición muy clara vía,
Antes quiso morir honradamente
Que macular su nombre en tal extremo;
Que dijo bien Justino en este caso:
          Quien muchas veces venció,
          Ninguna tal muerte halla
          Como morir en batalla.
    Matáronle cual cuenta en su Araucana
El famoso de Arcila [18], aunque con muchas
Diferencias que yo enmendar pudiera
Si llevara esta historia por extenso;
Si bien son todas ellas lastimosas,
Tanto que gusto mucho de excusarlas,
Mas no puedo excusar decir aquella
Sentencia que a la letra el Sabio dice:
          Imprudente capitán
          Mil por su culpa destruye;
          Vive el que codicia huye.
Y en esta muerte se probó muy claro
Lo que Séneca dijo en su sentencia:
          Que es imposible o difícil
          El ser bienaventurado
          El que es rico demasiado.
Y otro dijo mejor, si mal no pienso:
          No la fortuna a los ricos
          Tantos bienes les dio dados,
          Mas por burlarlos prestados [19].
Y fue la mayor lástima de todas
Que teniendo a los indios ya vencidos,
Y yéndolos llevando retirados,
Por seguir el alcance demasiado,
Reconoció Lautaro los caballos
No se podían mover, y que sería
Cosa fácil, volviendo a rehacerse,
Desbaratarlos, y tomó la mano
En la amonestación de sus patriotas,]
Causa total de pérdida tan grande.
          Puente de plata al que huye,
          Dijo el famoso Cipión,
          Sentencia de tal varón.

 

_________

[11]

Ecclesiast.

[12]

Abreviatura de casa, muy usada hasta el siglo XVII. -M.

[13]

El autor alude a su apellido. -M.

[14]

Tácito

[15]

Los conquistadores solían llamar el Estado o los Estados al pequeño territorio que ocupó la tribu de los araucanos, que habiendo sido la primera que venció a Valdivia y detuvo la conquista, dio su nombre a las demás tribus indígenas. Este nombre de araucanos fue consagrado por el poema de Ercilla y aceptado por la historia. -M.

[16]

Tito Livio.

[17]

Justiniano.

[18]

En Góngora Marmolejo y en casi todos los autores del primer siglo de la conquista, el famoso autor de la Araucana es apellidado tal como lo escribe Melchor Jufré. -M.

[19]

Dion Casio.