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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
LXXI. De lo que hizo el gobernador Saravia después que despobló la ciudad de Cañete y casa fuerte de Arauco, y de lo demás que acaeció

Estando Saravia en la Concepción, quitado del cuidado que había tenido de la casa fuerte de Arauco y ciudad de Cañete, por haberlas despoblado, mandó que en una fragata del rey, que en aquella ciudad estaba, se embarcasen las mujeres que de Cañete habían venido, con sus maridos, hijos y familia, porque sustentar tanta gente en la Concepción a costa del rey, que era grande el gasto que se hacía, y así mismo licenció otros soldados para las ciudades que quisieron irse, dejando la que bastaba para el sustento de aquel pueblo. Y porque don Miguel, que había sido su general, se quiso ir al Perú, trató con él pidiese socorro al visorrey don Francisco de Toledo, que lo ,gobernaba, informándole la necesidad que tenía de gente el reino de Chile, y el mucho servicio que al rey se hacía proveer remedio con brevedad; y comunicó con el licenciado Juan de Torres de Vera, natural de la villa de Estepa, que era oidor en aquella Audiencia, se encargase de la guerra como su general, dándole el supremo grado en todo el reino. El licenciado lo acetó, aunque contra el parecer de algunos amigos suyos que le dijeron no lo hiciese, porque el doctor Saravia era mudable e inconstante en las cosas .que hacía: que siendo oidor del rey le era mejor estarse en su Audiencia que ocuparse en rasas de guerra, y que demás deseo le encomendaba una cosa muy pesada, porque estaba ruinada y perdida mucha parte del reino, sin poderlo reparar ni tener gente bastante para volverlo a restaurar. como cosa perdida, no debía encargarse de ella, teniendo atención a lo de adelante. El licenciado, cono hombre de grande ánimo, entendiendo Saravia tuviera más constancia, no dió oído a lo que le di, paresciéndole que habiendo dado su palabra, no le estaba bien apartarse de ella; y como por la guerra los hombres que son deseosos de gloria levantan su nombre y fauna, y que andando el tiempo lo que estaba de guerra se había de quietar, estuvo en su opinión, y para hacer la guerra el verano delante, el gobernador le dió comisión que fuese a la ciudad de Santiago y hiciese gente, y de la hacienda real gastase los pesos de oro que le pareciese. Con esta orden se embarcó en un navío pesquero con treinta soldados, dos de ellos amigos suyos, y otros que estaban mal en orden para que se aderezasen. Llegado a Santiago, comenzó a hablar y a apercibir las personas que estaban desocupadas para ir en su compañía: dándoles con que se aderezasen, armas, caballos, ropas de vestir, juntó en breve tiempo ciento y diez soldados aquel invierno, y para el aviamiento de todos gastó ocho ml pesos, que es número de diez mil ducados. Salió a la primavera con muchos amigos que de la ciudad de Santiago le dieron los vecinos de ella. Con esta gente entró por los términos de la Concepción: llamando de paz a los que estaban de guerra y castigando a los rebeldes, anduvo por toda su comarca quitándoles la ocasión de no ir sobre las ciudades Concepción ni Angol, corriéndoles de ordinario sus tierras la mayor parte del verano, hasta que fué Dios servido año de mil y quinientos y sesenta y ocho, miércoles de ceniza, vino repentinamente un temblor de tierra y terremoto en aquella ciudad, tan grande que se cayeron la mayor parte de las casas, y se abrió la tierra por tantas partes que era admirable cosa verlo; de manera que los que andan por la ciudad no saben qué se hacer, creyendo que el mundo se acababa, porque veían por las aberturas de la tierra salir grandes borbollones de agua negra y un hedor de azufre pésimo y malo que parecía cosa de infierno; los hombre andaban desatinados, atónitos, hasta que cesó el temblor. Luego vino la mar con tanta soberbia que anegó mucha parte del pueblo, y retirándose más de lo ordinario mucho, volvía con grandísimo ímpetu y braveza a tenderse por la ciudad. Los vecinos y estantes se subían a lo alto del pueblo, desamparando las partes que estaban bajas, creyendo perecer. Los indios de la comarca, entendiendo ser las ciudad pedida, vinieron sobre ella, y como vieron que los cristianos estaban sin peligro, siendo ellos pocos, se volvieron sin intentar cosa alguna. El licenciado tuvo de ello nueva ocho leguas, de allí; partió luego a darles socorro, y se puso dos leguas de la Concepción, que por estar destruida del terremoto no quiso entrar en ella, y desde que supo estaban sin peligro, después de haber estado tres días a su reparo, se volvió al río de Niviqueten, ocho leguas de allí, donde anduvo haciendo guerra a los indios alzados, castigando muchos de ellos, y de allí pasó a la tierra de las minas, que es donde los vecinos de aquella ciudad sacan el oro, por nombre llamado Gualquí, gente belicosa por la disposición que tienen de cerros y tierra doblada, quebradas cenagosas, que es a su propósito para pelear con gente de caballo a su ventaja; y así anduvo todo aquel verano dando castigo a muchos que lo merecían; a la entrada del invierno se retiró a la Concepción por las tempestades de agua.

El gobernador Saravia, de las madera que las casas tenían, hizo un fuerte donde se recogiese el pueblo, si los indios viniesen sobre él, como se creía; hincando las vigas gruesas en tierra, y atravesando ramas de árboles y varas pequeñas entre ellas, distancia de unas a otras de dos pies poco más de grueso, lleno de tierra pisada, quedaba hecha buena defensa. Cercó una cuadra que tenía por frente trescientos pies por cada un lienzo, y dos cubos de madera, que cada uno guardaba los dos lienzos, con tres piezas de artillería en cada uno de los cubos que alcanzaba lejos a la campaña. Hecho este fuerte, y traído por su mandado mucho trigo de las ciudades de Valdivia y Santiago, se embarcó con sus criados, dejando al licenciado Juan de Torres de Vera en aquella ciudad toda cosa a su cargo, con nombre y título de general, se fué a Santiago a esperar allí, si el visorrey don Francisco de Toledo daba socorro de gente a don Miguel de Velasco para proveer de lo que necesario fuese y volver a hacer la guerra restaurando lo perdido, o si todo faltase, el verano adelante traer alguna gente para reparar las ciudades pobladas, teniendo cuidado por falta de ella no tuviese caso adverso.